Главная | Обратная связь | Поможем написать вашу работу!
МегаЛекции

La acometida de Agustín contra el paganismo




Lo mismo que a los «herejes», evidentemente Agustí n reprimió tam­bié n a los paganos. A pesar de ello, é l mismo se aprovechó de su filoso­fí a, sobre todo del neoplatonismo, de tal suerte que no vaciló en afirmar que lo que ahora se llama religió n cristiana «existió ya en ciernes en la Antigü edad, y no faltó desde el comienzo del gé nero humano, hasta que apareció Jesucristo en persona; desde entonces la verdadera religió n, que siempre habí a existido, comenzó a llamarse cristiana». En efecto, ex­plica: «Si los antiguos filó sofos pudieran comenzar de nuevo con noso­tros, cambiando unas pocas expresiones y frases, serí an cristianos». En realidad el cristianismo se diferenciaba tan poco del neoplatonismo, en cuya ó rbita se encontraba Agustí n, que a comienzos del siglo v el obispo Sinesio de Cirene rechazaba todos los dogmas que no coincidieran con é l. 83

Sin embargo, muchas de las figuras importantes del paganismo des­pertaban en Agustí n escasas simpatí as. Apolonio de Tiana, por ejemplo (hacia 3-97), principal representante del neopitagorismo, maestro y tau­maturgo, el «santo y divino», de quien Porfirio y Hierocles se sirvieron contra Jesú s, reverenciado por varios emperadores, «dotado de faculta­des poco comunes» (Speyer) tambié n para los investigadores modernos, Apolonio, cuya biografí a (obra de Filostratos) presentaba numerosos y sorprendentes paralelismos con los Evangelios, le parecí a a Agustí n, por lo demá s dispuesto a creer en milagros, có mico en ciertos aspectos. En efecto, se burla: «¿ Quié n no serí a tomado a risa si intentara comparar con Cristo, o incluso anteponerle, a un Apolonio, Apuleyo o los restantes ni­gromantes de mayor experiencia? ». 84

El obispo combatió a «los infames dioses de todo tipo», «los cultos impí os», «la chusma de dioses», los «espí ritus impuros, abominables»;

«todos son malos», «¡ arró jalos, desprecí alos! ». Agustí n insulta a Jú piter llamá ndole «seductor de mujeres», habla de sus «numerosos y malignos actos de crueldad», de la «irreverencia de Venus»; define el culto a la madre de los dioses como «esa epidemia, ese crimen, esa ignominia», a la propia gran madre como «ese monstruo» que «mediante multitud de galanes pú blicos ensucia la Tierra y ofende al cielo», y dice de Saturno que los supera «en esa crueldad desvergonzada». Lo mismo que despué s Tomá s de Aquino o el papa Pí o II, Agustí n defiende el mantenimiento de


 

la prostitució n para que «la violencia de las pasiones» no «eche todo aba­jo»: la doble moral cató lica habitual. (¡ Papas como Sixto IV [1471-1484], creador de la festividad de la Inmaculada Concepció n de Marí a, y obis­pos, abades y priores de honorables conventos, mantuvieron rentables burdeles! ) Agustí n repite los argumentos ya trillados contra el politeí s­mo, desde la materia e insensibilidad de las estatuas hasta la incapacidad de los dioses para ayudar. Y, lo mismo que muchos otros antes que é l, los identifica con los demonios. 85

El alcance, los mé todos y la burla irrespetuosa de que hace gala el santo resultan patentes de modo menos sistemá tico que condicionado por las circunstancias, pero extraordinariamente detallado, en su obra magna La ciudad de Dios (413-426), dirigida expresamente contra los paganos, 22 libros que eran una de las lecturas preferidas de Carlo-magno. En esta obra, segú n pondera el cató lico Van der Meer, «ajusta cuentas, desde un punto de vista elevado, con toda la antigua cultura de la mentira», ¡ a favor de una nueva y mucho peor! E incluso recurre a la falsificació n, puesto que en La ciudad de Dios, en la que la creen­cia en los dioses aparece como el vicio capital de los romanos -¡ su pe­cado capital fue, como el cristiano, el ansia de poder que pasa por en­cima de los cadá veres! -, en la que el politeí smo figura como causa principal de la derrota moral, así como de la caí da de Roma en 410, como motivo principal de todos los crí menes, de todos los mala, bella, discordiae de la historia romana, en su obra cumbre, pues, Agustí n no vacila en «desacreditar mediante deformaciones conscientes» (F. G. Maier) el mundo de los dioses, permitié ndose frente a los paganos «cualquier medio», hasta la «falsificació n de las citas» (Andresen). «La mentira y el escá ndalo son las dos grandezas en que se basa todo en la fe poli­teí sta» (Schuitze). 86

Al comienzo de su vida como obispo, Agustí n habí a predicado sim­plemente utilizar a los malos contra la violencia de los malos. Pronto combate a los paganos con la misma falta de escrú pulos que a los «here­jes». El Estado romano en sí es malo, una segunda Babilonia, «condita est civitas Roma velut altera Babylon». Justifica con resolució n la erradi­cació n de la antigua fe, ordena la destrucció n de sus templos, sus centros de peregrinació n y sus imá genes, la aniquilació n de todos sus cultos: una medida de represalia contra aquellos que antes habí an matado cristianos. Afirmaba tambié n que existí a un frente comú n de todos aquellos que é l condenaba, de los herejes, paganos y judí os, «contra nuestra unidad», na­turalmente en vano. Así, alrededor del añ o 400 señ ala triunfante: «En todo el Imperio han sido destruidos los templos, rotos los í dolos, aboli­dos los sacrificios, y aquellos que adoran a los dioses, castigados». Se re­sistí a faná ticamente a que le hablaran de «los esfuerzos del pensamiento puramente humano tendentes a justificar la felicidad en la dicha de la


vida terrena», y desbarató con rabia toda la tradició n é tica antigua, frente al paganismo, «as ready to attack as he was prepared to attack Donatists and Pelagians» (Halpom). Ú nicamente no querí a que se aplicara la pena de muerte a los paganos; sin embargo, autoriza cualquier tipo de violen­cia, cualquier castigo, quitá ndole importancia con grotesca perfidia. Igual que comparó la campañ a contra los donatistas con un padre de familia que todos los domingos por la noche acostumbra golpear a los suyos, equiparó las leyes antipaganas con las medidas de un maestro contra los niñ os que se revuelcan en el barro y se embadurnan. Y en la prá ctica ad­mite tambié n contra los paganos, lo mismo que frente a los donatistas, la pena de muerte que en principio discute. 87

En respuesta a la frase de Agustí n en la que dice acoger a los paganos «con bondad pastoral y generosidad», el teó logo Bemhard Kó tting escri­be: «Pero se muestra de acuerdo con las leyes y las medidas del empera­dor contra el culto pagano, contra los sacrificios y los lugares en que se practican, los templos. Se basa en preceptos del Antiguo Testamento, donde se ordena destruir los lugares de sacrificio a los í dolos, " en cuanto el paí s esté en vuestras manos" ». En cuanto se tiene el poder, se aniqui­la... ¡ «con bondad pastoral y generosidad»! Varias veces rechazó una comprensió n literal del Antiguo Testamento en favor de una exé gesis alegó rica. Sin embargo, lo mismo que tantos, otras veces rechazó lo ale­gó rico en favor de lo literal, segú n conviniera. 88

Como de costumbre, el Estado cató lico cumplió las exigencias de la Iglesia cató lica. Lo mismo que en la disputa con los «herejes», en los en-frentamientos con los paganos hubo primero sermones difamatorios por parte del clero, cá nones estrictos, y despué s las correspondientes leyes civiles. En seguida se hizo retroceder al paganismo en Á frica y se le aniquiló.

En marzo de 399 los comité s Gaudencio y Jovio profanaron en Carta-go los templos y las estatuas de los dioses, segú n Agustí n, un hito en la lucha contra el culto infernal. Má s tarde, Gaudencio y Jovio destruyeron tambié n los templos de las ciudades de la provincia, evidentemente con enorme satisfacció n por parte del santo obispo, para el que se cumple así el derribamiento de los í dolos previsto ya en el Antiguo Testamento. Aprueba las disposiciones decretadas en 399 por el emperador cristiano -que, basá ndose en el salmo 71, 11, encuentra justificadas-, en las que exige la destrucció n de los í dolos y prevé la pena capital para quienes los adoren. El 16 de junio de 401 el quinto sí nodo africano decide pedir al emperador que se derriben la totalidad de las capillas y templos paganos que todaví a quedan «por toda Á frica». El sí nodo no permití a ni siquiera los banquetes (convivio) paganos, porque en ellos se realizaban «danzas impuras», a veces hasta en los dí as de los má rtires. La antigua Iglesia amenaza de nuevo a los cristianos que participen en tales comidas con


 

penitencias de varios añ os o la excomunió n. Ninguna comunicació n con los que piensan de modo distinto: é se es siempre el punto de vista deter­minante..., cuando se lo pueden permitir. 89

En su momento, en junio de 401, Agustí n volvió a incitar a la rabia destructora. En un sermó n dominical en Cartago, se congratulaba del fer­vor contra los í dolos, y se burló de ellos de modo tan primitivo que los oyentes se echaron a reí r. Al pie de la estatua del Hé rcules de dorada bar­ba se lee: herculi deo. ¿ Quié n es? Deberí a poder decirlo. «Pero no pue­de. ¡ Permanece tan mudo como su ró tulo! » Y cuando recuerda que inclu­so en Roma se han cerrado los templos y se ha derribado a los í dolos, un clamor resuena por toda la iglesia: «¡ Como en Roma, tambié n en Carta­go! ». Agustí n continú a azuzando: los dioses han huido de Roma para ve­nir aquí. «¡ Pensadlo, hermanos, pensadlo bien! ¡ Yo ya lo he dicho, apli-cadlo ahora vosotros! »90

Especialmente el emperador Honorio (393-423), uno de los hijos de Teodosio I, hizo grandes concesiones en su é poca a la Iglesia. Estuvo so­metido tanto a la influencia de Ambrosio como a la de su piadosa herma­na Gala Placidia, fundadora de templos y perseguidora de «herejes» por ví a jurí dica, en la que a su vez influyó san Barbatiano (festividad: 31 de diciembre), su consejero durante muchos añ os y gran milagrero. Así, tras repetidas solicitudes de la Iglesia, el emperador, mediante una serie de edictos promulgados en los añ os 399, 407, 408 y 415, ordenó retirar en Á frica las imá genes de los templos, destruir los altares y cerrar o confis­car los santuarios, destinando sus bienes a otros fines. Cuando Agustí n pidió en la corte una aplicació n má s severa de las leyes, así lo hizo Hono­rio, amenazando incluso con recurrir a la guarnició n. «El Gobierno se mostraba cada vez má s proclive a cumplir las exigencias planteadas des­de el lado cristiano» (Schulze). 91

Con el apoyo de la Iglesia y del Estado, las hordas cató licas no fueron menos brutales en la «limpieza» de las propiedades rurales de los í dolos paganos de lo que lo fueron anteriormente los circumceliones. En ocasio­nes, Agustí n estableció incluso como regla que los que se convirtieran al cristianismo deberí an ellos mismos destruir los templos y las imá genes de los dioses. Así sucedió en Calama (Guelma), cerca de Hipona, donde era obispo san Posidio, bió grafo y amigo de Agustí n, tan odiado que ni los miembros de la curia, los concejales, le protegieron. No obstante, mientras asaltaban el monasterio y mataban a golpes a un monje, el pre­lado se escapó. Y cuando los cristianos demolieron el templo de Hé rcu­les en Sufes, se originó un tumulto tal que Agustí n, que denunció al go­bierno de la ciudad, todaví a de la antigua religió n, tuvo que llorar la pé r­dida de 60 hermanos de fe masacrados. Informa de ello con una extrañ a mezcla de indignació n, odio y sarcasmo, sin decir una sola palabra sobre cuá ntos paganos costó el alboroto provocado por los cristianos. Cabe su-


poner que en Sufes, como respuesta de la Iglesia, se produjo la destruc­ció n de los templos e imá genes de dioses que todaví a se conservaban, con cruentas luchas, en parte en los propios santuarios. Si por temor al fanatismo de sus adversarios los paganos abjuran de su fe -como hicie­ran antañ o multitud de cristianos frente a los paganos-, Agustí n se burla:

«Estos son los servidores que tiene el diablo». La destrucció n de los cen­tros de culto paganos y de sus estatuas lo consideró como un acto de devoció n. En el campo de batalla contra los paganos celebró la victoria final conseguida. ¿ Sorprende que, en una carta al padre de la Iglesia, el neoplató nico Má ximo llame bribones a los santos? 92

Por encargo de Agustí n, su discí pulo Orosio, un presbí tero ibé rico, continuó el desbaratamiento y la difamació n del paganismo. Siguiendo la tendencia de su maestro, escribió, como é l mismo nos relata, sus Siete libros contra los paganos, publicados en el añ o 418 y utilizados con fre­cuencia má s tarde como «introducció n [... ] a la enseñ anza» (Martí n), como «texto de historia universal» (Altaner). Este producto apologé tico, chapucero y superficial se convirtió en una de las obras má s leí das duran­te la Edad Media, quizá s el libro de historia por antonomasia. Figuraba en casi todas las bibliotecas clericales y ha contaminado por completo la historiografí a. Hasta entrado el siglo xn, esta imagen de la historia fabri­cada por Agustí n y Orosio predominó en el mundo cristiano, y continuó despué s influyendo durante mucho tiempo en sus ideas, sobre todo en la historiografí a. 93

Para Orosio no hay ninguna duda de que la historia la ha dirigido Dios. Es parte del plan de salvació n del Señ or, tiene cará cter de revela­ció n, y por consiguiente cualquier suceso histó rico posee una determi­nada funció n, o incluso mú ltiples funciones. Sin embargo, suele resultar difí cil descubrir el secreto de la «Divina Providencia oculta», evidente­mente hasta para un hombre de su condició n que examina resuelto la historia, elige sus ejemplos segú n convenga, evoca a menudo la occulta iustitia Dei, la occulta misericordia Dei, la occulta providentia Dei, siempre atrevido pero con las pautas sobre el infierno histó rico en ristre para poder demostrar el continuo gobierno del cielo sobre la escena te­rrena. Dios castiga a todos los que intentan estorbar su acció n salvadora, ¡ especialmente a los paganos! Es só lo É l -y no el emperador, el tiempo, el nú mero de soldados- quien decide la batalla, mediante milagros o fe­nó menos de la naturaleza tales como tormentas, vientos tempestuosos u otros medios. 94

El discí pulo de Agustí n comienza (abarcando má s de tres mil añ os en el primero de los libros, y en total 5. 618 añ os) con Adá n y Eva, a los que entonces se atribuí an todas las desgracias, y continú a con el juicio de Dios (que por supuesto sigue) despué s del pecado original, pasando por la expulsió n, el diluvio universal, la destrucció n de Sodoma y Gomorra


 

-hechos que Orosio, como toda la é poca antigua y la historiografí a hasta la fecha, considera sin má s como un castigo-, de catá strofe en catá strofe hasta el añ o de la salvació n, 417 despué s de Cristo. Allí la «Antigü edad», el mundo del pecado, reveses de la fortuna; aquí la té mpora christiana, la era de la gracia y del progreso, una é poca en que no só lo se moderan las invasiones de los bá rbaros, como lo demuestra la conquista de Roma por parte de Alarico, sino que las plagas de langosta resultan má s soportables y los terremotos son menos violentos..., gracias a las oraciones cristianas. Lo mismo que Agustí n, Orosio escribe como un apologista, aunque a di­ferencia de la teologí a histó rica del maestro, tambié n mucho má s exten­sa, má s profana y optimista, transmite una historiografí a llena de aspec­tos felices e infaustos, má s de estos ú ltimos, que sobre todo en la é poca precristiana es una «historia de desgracias»: con Neró n y Marco Aurelio la peste, con Severo la guerra civil, Domiciano es asesinado, Maximino es asesinado, Decio derrocado, Valeriano va a parar a prisió n, a Aurelia-no le cae un rayo (en realidad sucumbe al complot de su secretario Eros), en suma, una inmensa colecció n de miserias, de rayos, pedriscos y otros azotes de la naturaleza, de bribonadas y actos vergonzosos, muertes y ase­sinatos y, naturalmente, para no ser menos, las grandes guerras (miseria bellorum), a fin de demostrar así, siguiendo a Agustí n, que en la é poca antigua todo fue mucho peor que en la cristiana, que por lo tanto las mi­serias de la actualidad, a diferencia de las murmuraciones de los malig­nos paganos, no tienen nada que ver con la cristianizació n, sino todo lo contrario, pues el cristianismo ha aliviado considerablemente las calami­dades terrenas. 95

Como é l mismo repite, Orosio trabaja desde el comienzo de su obra por ó rdenes de Agustí n: «... praeceptum tuum, beatissime pater Augusti-ne», pudié ndose comparar su relació n con é l con la que el perro establece con su amo, pues aqué l no se limita a creer que debe obedecer, sino que quiere hacerlo. Agustí n y Orosio escribí an al mismo tiempo, y los inves­tigadores no só lo discuten sobre cuá ntos historiadores utiliza Orosio -las fuentes son muy intrincadas-, sino quié n copia de quié n, el discí pulo del maestro o, no tan improbable como parece, é ste de aqué l, pues Agustí n leyó su obra aunque debido a ciertos puntos de controversia nunca la cita. 96

Поделиться:





Воспользуйтесь поиском по сайту:



©2015 - 2024 megalektsii.ru Все авторские права принадлежат авторам лекционных материалов. Обратная связь с нами...