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Dinero para todos tos mensajeros del Evangelio y en particular pana los obispos




A despecho del ideal evangé lico de la pobreza, las comunidades cris-
tianas dispusieron bien pronto de un patrimonio propio proveniente de
muy distintas fuentes. Los escritores eclesiá sticos no gastaron muchas
palabras al respecto, pero el dinero desempeñ ó un importante papel des-
de un principio. Cierto que no hubo un impuesto eclesiá stico durante los
primeros siglos, pero desde el comienzo mismo del cristianismo se ex-
hortó a los fieles a que hicieran donaciones voluntarias y a este respecto
tomaron como ejemplo el impuesto del templo entre los judí os. La mis-
ma Comunidad original en Jerusalé n disponí a de un «tesoro eclesiá stico»
(Pló chi) compuesto por los donativos voluntarios de sus miembros. A los
centavos de los pobres vinieron a sumarse paulatinamente los donativos
de los ricos, especialmente en el momento de su conversió n. 97

Sabemos por Tertuliano que cada cristiano pagaba una especie de
cuota a «una especie de caja», cuota voluntaria, por supuesto, y no como
si «la religió n fuese algo asequible por dinero. Cada cual aporta un mo-
desto ó bolo un dí a determinado del mes o cuando quiera, si es que quiere
en absoluto o si es que puede siquiera». Tertuliano lo llama «una especie
de pré stamo (deposita) de la piedad» e Ireneo viene a usar una perí frasis
aná loga, segú n la cual el donante dispone con ello de un depó sito en el
cielo que arroja allí nuevos intereses: un negocio lucrativo. 98

Ya desde los mismos comienzos, el patrimonio de las comunidades
se componí a de dinero en efectivo, de otros bienes muebles y tambié n de
inmuebles. A medida que se fue formando un patrimonio, se procedió a
invertir el mismo, especialmente mediante la gradual adquisició n de fin-
cas, de las que se tiene constancia ya «en los primeros comienzos» (Wie-
ling), bien procediesen entonces de donaciones o de legados. Primero
compraron algunos emplazamientos para tumbas, despué s fincas rú sti-
cas y casas de alquiler. Con los ré ditos obtenidos se hicieron nuevas
compras. 99

Durante los dos primeros siglos, los sacerdotes vivieron de las limos-


ñ as de sus seguidores: entregas voluntarias en especie o en dinero. Ellos
mismos les requirieron enfá ticamente en este sentido.

Pablo, en estricta oposició n a Jesú s, exigió ya dinero para los mensa-
jeros del evangelio.

En la Didaché se exige ya, a comienzos del siglo u, la entrega regular
del diezmo. Los cristianos deben ademá s entregar «las primicias del la-
gar y de la trilla, de los novillos y de las ovejas» a los profetas, la crí tica
contra los cuales ¡ constituye un pecado contra el Espí ritu Santo! «Pero si
no tené is profetas, dadlo a los pobres. » En primer lugar, pues, los profe-
tas, los señ ores. Otro tanto vale decir del pan, del vino, del aceite. Y eso no
es todo: «De las monedas de plata, del vestido y de cualquier clase de pro-
piedad toma a tu arbitrio la primera porció n y entré gala como está pres-
| crito». 100

A los sacerdotes, exige el obispo Cipriano, se les debe librar de cual-
quier cuidado material. Tambié n ajuicio de su contemporá neo Orí genes,
el teó logo má s descollante del cristianismo primitivo, deben los seglares
sufragar el mantenimiento del clero. El obispo y Padre de la Iglesia Teo-
doro de Mopsuestia, muerto en 428, cuya «gran comprensió n del orden
social y la vida profesional acorde con la divina vocació n» sigue ensal-
zando en el siglo xx el galardonado teó logo Holzapfel, enseñ a con é nfa-
sis: «Los santos, los doctores de la Iglesia, está n libres del cuidado de
ganarse el sustento. Con tanta mayor razó n (! ) deben ser exhortados los
demá s fieles para que se ocupen de ello». Y el Doctor de la Iglesia Agus-
tí n subraya, por supuesto, que Pablo permite «no só lo que los buenos fie-
les se cuiden del sustento de los santos, sino que los exhorta a ello por ser
é sta una obra muy salutí fera». Los seglares han de «cuidarse» siempre e
incesantemente de que el clero esté libre de cuidados... 101

Los obispos se convirtieron, ya en el siglo II, en receptores de todos
los ingresos eclesiá sticos. Poco a poco se habí an ido encumbrando con-
virtiendo en sus subordinados, o desplazá ndolos, a apó stoles, profetas y
doctores, la figuras determinantes en un principio. '02

Ya bajo el obispo Ignacio de Antioquí a, el cargo de obispo se convier-
te en la quintaesencia de la comunidad y el obispo en receptor de las divi-
nas revelaciones, en imagen de Dios. «Es evidente -enseñ a Ignacio- que
debemos contemplar al obispo como si fuese el mismo Señ or. » Incansa-
blemente se lo remacha así a su grey. Incansable es tambié n en su reivin-
dicació n de todo el poder para enseñ ar y disponer, de la sumisió n incondi-
cional de clé rigos y seglares. Y tambié n insiste incansable y taxativamen-
te en que sin obispo no hay ni comunidad cristiana, ni buena conciencia
ni sacramento vá lido. Só lo lo que el obispo aprueba es grato a Dios. «Sin
el obispo no debé is emprender absolutamente nada -predica el obispo Ig-
nacio-. Quien honra al obispo, es honrado por Dios; quien hace algo sin
contar con el obispo, sirve al diablo. »103


Cierto que de las afirmaciones de Ignacio tenemos só lo constancia por
escrito -de modo que no se descartan falsificaciones-, pero paulatina-
mente se fueron convirtiendo en realidad y el obispo no só lo fue receptor
de las revelaciones celestes, sino tambié n de bienes y valores terrenales.
En efecto, una vez reunidos en su persona todos los cargos -al acabar el
siglo ii- no só lo adquirió una potestad omní moda sobre su clero, al que
podí a investir o deponer a su arbitrio por estarle estrictamente subordinado
{ad nutum episcopí ), sino tambié n sobre la administració n del patrimonio
de la Iglesia. Todas las donaciones iban a parar a é l, personalmente, o a
travé s de sus diá conos, mientras que -una regulació n bien có moda- «é l
só lo tiene que rendir cuentas a Dios». 104

El obispo podí a manejar rumbosamente no só lo los donativos, sino
tambié n el patrimonio eclesiá stico restante, mientras que sus comisio-
nados, los sacerdotes y diá conos, eran responsables ante é l y dependí an
completamente de é l, tanto en el plano espiritual como en el econó mico.
Cierto que é l debí a procurarles el sustento y concederles un stipendium,

pero la cuantí a la fijaba é l a discreció n. Podí a «establecerla a su arbitrio»
(Nylander). 105

Bien a menudo, el sustento pagado por el obispo debió de ser menos que
regular. En todo caso, los clé rigos ejercí an al principio otras profesiones
para sobrevivir cuando menos. Todaví a en la é poca posconstantiniana,
desde el siglo iv al vn, se les ve hacer de orfebres y plateros, de esculto-
res, panaderos, fabricantes de arcos, tejedores, remendones, acondiciona-
dores del lino, elaboradores y vendedores de bebidas, etc. Ya el emperador
Constancio concedió la franquicia fiscal a los clé rigos que practicaban el
comercio para asegurarse el sustento. Tambié n sus mujeres, hijos y servi-
dores quedaban exentos de impuestos. Con todo, Valentiniano III tuvo que
proceder legalmente, en 447, contra clé rigos que expoliaban tumbas para
robar piedras. (Mientras que a ellos se les amenaza con la deposició n y el

confinamiento, a los seglares se les aplica la pena de muerte por ese mis-
mo delito. )106

En la Didascalia de comienzos del siglo m, los obispos hacen las ve-
ces de «administradores de Dios» y reciben las «primicias, diezmos, ob-
sequios de consagració n y regalos» como «ofrendas». Con plena respon-
sabilidad, se entiende, y obligados a ello por una frase de la Sagrada
Escritura: «¡ Sed buenos cambistas! », frase que ni siquiera figura en aqué -
lla, aunque sí, por cierto, entre los Agrapha, las sentencias de Jesú s no
trasmitidas por el Nuevo Testamento. Es interesante al respecto que la
cuantí a del donativo recae bajo el secreto de la disciplina arcana, puesta
al servicio de Dios: «[... ] quien habla de ello, no obedece a Dios y es un
traidor de la Iglesia». 107


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