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San Porfirio predica el Evangelio «con suma mansedumbre y paciencia [..]»




El pastor supremo de Gaza, Porfirio, habí a llevado una vida de peni-
tente, plena de renuncias, a lo largo de un decenio. Primero en el desierto
escí tico de Egipto y despué s en Palestina. Eso hasta que los cristianos de
Gaza solicitaron un pastor «capaz de hacer frente, de palabra y obra, a los
adoradores de í dolos», en palabras de Marcos Diá cono, el bió grafo de
Porfirio. Este ascendió a la sede obispal de Gaza en 395, 48

Hasta entonces, la ciudad seguí a siendo, con la tolerancia del empera-
dor cató lico, un baluarte del paganismo, pues los ciudadanos paganos de
la rica Gaza pagaban sustanciosos impuestos. Cuando Porfirio tomó po-
sesió n halló en Gaza ocho templos, entre ellos el famoso templo del Mar-


nas («Señ or»), tal vez construido por Adriano, en el que habí a un orá culo
muy consultado. «La contraposició n entre Cristo y Mamas dominaba la
entera existencia de la ciudad» (Geffcken). Entre paganos y partidarios
del obispo se producí an frecuentes broncas: pese a que no habí a má s que
280 cristianos. No obstante, el añ o 395 imploró de Dios la lluvia justó
antes de que lloviese y gracias a ello se convirtieron 78 varones, 35 mu-
jeres, 9 niñ os y 5 niñ as. A lo largo del añ o se sumaron otros 35 conversos
rezagados. Pese a ello, los cristianos de Gaza no llegaban aú n a 500 y
hasta en 398 no hubo nuevas conversiones, lluvias milagrosas ni nada pa-
recido. Ese añ o, sin embargo, Porfirio consiguió del emperador Arcadio
que siete de los ocho templos paganos fuesen clausurados por Hilario,
cierto subalterno del magister ojficiorum, y salvar ademá s a una dama
prominente en su lecho de parturienta: la madre, juntamente con el lac-
tante, y otras 68 almas se convirtieron a la religió n dispensadora, en ex-
clusiva, de la bienaventuranza. Pero todo ello era poco ante tantos aspa-
vientos. La clausura del Marneion, santuario principal del Mamas, fue
impedida mediante el soborno de Hilario. Pese a que el santo hizo valer
sus buenos oficios en la corte para fomentar la causa del Reino de Dios
en Gaza y que, a su regreso, una estatua de Afrodita se rompió tras caer
de su pedestal, determinando que otros 32 hombres y 7 mujeres se con-
virtieran a la verdadera fe, la tasa de conversiones seguí a siendo desalen-
tadora (si bien es cierto que bastantes paganos ricos, barruntando lo peor,
comenzaron a abandonar la ciudad). 49

Así pues, san Porfirio (cuya portentosa mansedumbre destaca el his-
toriador cató lico Donin) viajó en la primavera de 401 a Constantinopla
en compañ í a de su metropolitano, el arzobispo de Cesá rea. Allí se diri-
gieron a san Juan Crisó stomo, nada menos, y le expusieron la necesidad
de arrasar los «templos de la idolatrí a» en Gaza, algo que el patriarca es-
cuchó con «alegrí a y unció n». En sus sermones aconsejaba ciertamente
el amor y la clemencia: «Podrá s hacer milagros, resucitar a los muertos,
lo que tú quieras: nada admirará má s a los paganos que si te ven obrar
con mansedumbre y con clemencia [... ]. No hay nada que haga tan propi-
cios los corazones como el amor. Ese mismo tono nos es conocido hasta
la saciedad en otros santos; en Agustí n, por ejemplo, quien, sin embargo,
predica tambié n la venganza, la persecució n y la tortura, todo a su conve-
niencia. A la hora de la verdad, no obstante, el Crisó stomo, juntamente
con san Porfirio y a travé s del pí o chambelá n Amyntas, obtuvo la aquies-
cencia de la severa emperatriz Eudoxia para aquella obra de destrucció n.
Ella ejercí a una influencia determinante sobre la polí tica interior, inclui-
da la eclesiá stica. Crisó stomo obtuvo ademá s su oro. Pero aunque é ste se
repartió de inmediato y en el mismo palacio, las consideraciones fiscales,
los altos impuestos de Gaza y sus considerables donativos al fisco demo-
raron la decisió n del emperador. Finalmente, sin embargo, el texto de la


petició n se depositó en el regazo inocente del prí ncipe recié n bautizado y
a partir de ahí sí que pudo san Porfirio arrasar nada menos que ocho edi-
ficaciones idó latras sitas dentro y fuera del recinto de Gaza.

Ello sucedió con ayuda del ejé rcito y de los cristianos allí residentes.
En diez dí as fueron demolidos siete templos, destruidos sus í dolos y con-
fiscados sus tesoros. Só lo se resistió tenazmente el Marneion, especial-
mente protegidos por sus sacerdotes. Con todo, tambié n acabó ví ctima
del fuego y en su lugar fue erigida una iglesia, la Eudoxiana: construida
asimismo con el oro de la emperatriz, la cual donó tambié n mil piezas de
oro y algunas cosas má s al arzobispo Juan de Cesá rea, aparte de distri-
buir cien piezas de oro en concepto de dietas de viaje a cada miembro de
la delegació n. San Porfirio hizo ademá s destruir muchas imá genes de í do-
los en casas privadas y organizó una redada de «libros de magia», arroja-
dos despué s al fuego. Es má s, el pí o obispo no vaciló en hacer tabla rasa
con los templos de los alrededores, puede, incluso, que sin poseer pode-
res imperiales para ello. El cató lico Bardenhewer ve en todo ello, ex-
puesto en la Vita Porphyrii de Marcos Diá cono, «el despliegue de un
cuadro impresionante de la ú ltima fase de la lucha entre cristianismo y
paganismo». Só lo nos cabe añ adir: «No hay nada que haga tan propicios
los corazones como el amor». 50

El Lé xico de Teologí a y de la Iglesia ensalza todaví a en el siglo xx el
«ardiente celo» de san Porfirio «en la expansió n del cristianismo [... ].
Obtuvo de la corte, solicitá ndolo dos veces (en 401, personalmente), que
el emperador enviara a Gaza tropas que destruyeron todos los templos
paganos allí existentes». Tambié n la lucha de Porfirio contra el maniqueí s-
mo le merece al lé xico el calificativo de «eficaz». Y ocasionalmente, el
obispo, que en otro caso no serí a santo, realizó algú n que otro milagro
como el conseguido en aquella maniquea a la que mató haciendo la señ al
de la cruz. Y siguió predicando el evangelio «con suma mansedumbre y
tolerancia [... ]»(Donin). 51

Al igual que Porfirio y que el Doctor de la Iglesia Crisó stomo, tam-
bié n, su furibundo colega y antagonista Teó filo, patriarca de Alejandrí a,
contrajo abundantes mé ritos en las luchas contra los paganos.

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