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«la felicidad del reino» y un santo traidor a la patria




 

Se discute si los burgundios, un pueblo germá nico oriental, procedí an de Bornholm, que todaví a en el siglo xm llevaba su nombre: Bur-gundarholm (en dané s: Borghundarholm, ampliació n a su vez del antiguo Borgund, «paí s montañ oso»), o si la isla y patria originaria les resultó demasiado pequeñ a sirvié ndoles ú nicamente como trampolí n para saltar desde Escandinavia a la tierra firme del sur. 2'

Ya en é poca precristiana los burgundios emigraron a Centroeuropa, instalá ndose en la regió n entre el Oder y el Weichsel, empujados por los godos y los rugieres; hacia el añ o 200 se establecieron en la Baja Lusacia y en el siglo ni se asentaron en el valle del Main superior y medio y en el bosque de Oden. Arrastrados por la oleada de pueblos del añ o 406, formada por alanos, suevos y vá ndalos de las tierras del Main, se asentaron sin continuar ya la marcha con tales tribus, cual confederados de los romanos, entre Maguncia y Worms (Borbetomagus). En 413 aparece su rey Gundahar (Gunther) como rey confederado. En 435 irrumpen en la Galia, y dos añ os despué s los hunos desbordan cuanto quedaba al este del Rin. Y lo que entonces no desapareció del reino burgundio de Worms —las supuestas 20. 000 personas, que constituyen el trasfondo histó rico de la Canció n del Nibelungo— se estableció en la condició n de confederados de Roma, que se enfrentaron a los alamanes en la Sa-paudia (Saboya) fijá ndose sobre todo en torno al lago de Ginebra, desde donde avanzaron por el sur hasta el valle del Ró dano, mientras que por el norte casi alcanzaban el Sena superior. 22

Desde mediado el siglo v el territorio burgundio aumentó rá pidamente y acabó por abarcar desde el curso alto del Loira hasta el Rin y desde Provenza hasta Langras por el norte. Desde aproximadamente el 461, bajo el rey Gundiok (Gundowech), la capital fue Lyon. En 463 dicho rey fue magister militium per Gallias o general en jefe romano, como despué s su hermano menor Chilperico, que evidentemente primero con é l y tras la muerte de Gundiok (470) ya solo estuvo al frente de los burgundios. Aproximadamente una dé cada despué s gobernaban cuatro hijos de Gundiok: Gundobad como señ or principal (princeps) en Lyon, Godegisel en Ginebra, Chilperico II, padre de santa Clotilde, y Godomar probablemente en Valence y Vienne. 23

Los burgundios conocieron por vez primera el cristianismo hacia finales del siglo iv a travé s de los visigodos que remontaban el Danubio. En su versió n arriana tal vez lo llevaron ya hasta el Rin. Que entonces eran ya cristianos «de alguna forma» (Schmidt) se infiere de la Canció n del Nibelungo; pero progresivamente fueron abrazando el catolicismo. Ya en 463 el rey Gundiok, aunque arriano, es tratado como «filius nos-


ter» (hijo nuestro) por el papa Hilario —el antiguo diá cono del «sí nodo de salteadores» de É feso escribí a ya de papa dirigié ndose casi exclusivamente a unos destinatarios occidentales—. Y Gundobad (480-516), hijo de Gundiok, tras una serie de guerras contra sus tres hermanos que murieron en ellas (a Chilperico lo hizo asesinar con toda su familia, a excepció n de dos hijas, una santa futura y una futura monja), quedando como ú nico soberano cayó bajo la influencia cada vez má s fuerte de la Iglesia cató lica, y especialmente de la de san Avito, aunque sin dar el ú ltimo paso. 24

El fugaz reino de los burgundios —que segú n la investigació n actual constaba de «5. 000 guerreros y 25. 000 almas» (Beck)— quedaba al sureste de los francos, en el territorio del Jura entre el Ró dano, el Saona y los Alpes. Cuando Clodoveo lo atacó por sorpresa el añ o 500, no lo movieron tanto los deseos de venganza de santa Clotilde cuanto la enorme importancia comercial de la cuenca del Ró dano y los pasos alpinos de la alta Burgundia. Pero la Iglesia cató lica, a la que el rey obedecí a, parece haber montado aquella guerra, tanto la iglesia de los francos como la de los burgundios. Se difundió, segú n palabras de san Gregorio, «por todas aquellas regiones la fama del terrible poder de los francos, y todos anhelaban con toda su alma estar bajo su gobierno».

El mismo Gundobad acusó a los obispos cató licos de Burgundia, que entonces eran 25, con Avito de Vienne a su cabeza, de haber traicionado al propio rey, aunque su doctrina de la autoridad lo prohibí a y Gundobad se mostraba muy benevolente con los cató licos. Instigado por Clodoveo, tambié n Godegisel, hermano de Gundobad, virrey de Ginebra y tí o solí cito de Clotilde esposa de Clodoveo, se pasó a los francos, a los que permitió el pago de un tributo anual y la entrega de unos territorios que no se precisan con exactitud. «Clodoveo oyó gustoso tales cosas... » Y gracias a esa traició n los confederados derrotaron en la batalla del Ouche, junto a Castrum Divionense (Dijó n), a Gundobad, que gravemente herido pudo refugiarse en la fortificada Avenio (Avignon), frente a cuyas murallas fracasó Clodoveo. Arrasó los campos, taló los olivares, arrancó los viñ edos y quemó las cosechas, mientras Godegisel entraba triunfador en Vienne.

Pero tras la retirada de los francos, y con ayuda de los visigodos a las ó rdenes de Alarico II, de nuevo Gundobad volvió a hacerse con el poder. Cercó a su hermano en Vienne y con sus propias manos lo degolló en una iglesia arriana en la que habí a buscado refugio, en compañ í a de un obispo arriano. A sus partidarios los torturó hasta hacerles morir. Y como para entonces habí a ya pasado a mejor vida otro hermano de Gundobad, que era Childerico, padre de santa Clotilde (segú n una discutible tradició n franca asimismo por la mano asesina de Gundobad, que


 

tambié n habrí a eliminado a la esposa de aqué l) y el tal Gundobad se habí a convertido en el señ or ú nico el añ o 501, san Avito —que a lo largo de su vida habí a intentado que Burgundia fuese cató lica— pudo escribir: «Fue una suerte para el reino que disminuyese el nú mero de personas reales, quedando só lo en el mundo lo que bastaba para el gobierno. Se restableció allí lo que era favorable a la verdad cató lica».

En Ginebra, efectivamente, el puesto de Godegisel lo ocupó entonces Sigismundo, hijo de Gundobad, a quien Avito convirtió al catolicismo entre los añ os 496-499. Y el santo prí ncipe de la Iglesia hasta veí a justificado el asesinato de los hermanos del rey, entre los que Godegisel era especialmente bienquisto de los cató licos y que incluso habí a fundado en Lyon un monasterio de monjas, pues ya só lo viví an Sigismundo, futuro santo y futuro asesino, y el asesino Gundobad, que ya no impidió en forma eficaz la victoria del catolicismo. 25

Pero el arzobispo Avito no ceja. Y aunque, por una parte, a partir de los «signos de las tribulaciones» crea ver «casi inminente el fin del mundo» —como má s tarde le ocurrirá de manera muy parecida al papa Gregorio «el Grande»—, no deja por otro lado de ocuparse de la polí tica diaria, cosa en la que tampoco se diferenciará el mentado papa Gregorio. En sus cartas y conversaciones Avito ataca de continuo al fratricida, que ya simpatizaba con distintos prelados cató licos, como Esteban de Lyon, Sidonio, Apolinar y san Epifanio de Paví a, Tambié n en el entorno inmediato del rey figuraban ya algunos cató licos. Má s aú n, al igual que lo hicieron Chilperico y Chilperico II (este ú ltimo con Caratene, madre de Clotilde), se habí a casado con una princesa cató lica. Mas pese a que Avito aprovechaba cualquier ocasió n para conducir a Gundobad a la «verdadera fe» y por acabar «con el error arriano», el rey persistió «en su necedad hasta el fin de su vida» (Gregorio de Tours), pese a que gustaba de leer la Biblia y era un hombre de mentalidad enfermiza. «¿ Acaso no reconozco la ley de Dios? », le objetaba al celoso cató lico que le apremiaba de continuo. «Mas, porque no quiero tres dioses, decir que no reconozco la ley divina. En la Sagrada Escritura só lo he leí do la existencia de un Dios. » Ni siquiera tuvo é xito un milagro bien montado: la noche de Pascua «un rayo incendió el palacio real... Pero el santo obispo... impetró con lá grimas y sollozos la misericordia de Dios... y el torrente de sus lá grimas apagó el incendio». 26

La situació n duró pocos añ os, pues siguió la guerra contra los visigodos, con mucho el pueblo primero y má s prestigioso de todos los pueblos germá nicos, y en la Galia tambié n el má s poderoso al principio y por ello desde largo tiempo atrá s el objetivo principal de los ataques de Clodoveo, su verdadera meta.


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