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Negocios antes del fin del mundo, o de «la propiedad de los pobres»




 

El mismo hombre que profetizó el fin calamitoso del mundo y el inminente juicio divino llevó a cabo una polí tica de bienes eclesiá sticos tan intensa como si ese juicio divino no hubiera de llegar jamá s.

El papa dispuso de una serie de patrimonios bien organizados, unos quince al comienzo de su pontificado, y de un territorio de muchos cientos de kiló metros cuadrados, llamado patrimonio de san Pedro. Eso querí a decir que, propiamente, todo ello no pertenecí a al papa, al clero o a la Iglesia, sino que pertenecí a en realidad al bienaventurado prí ncipe de los Apó stoles. Y esa propiedad de Pedro se extendí a desde el norte de Á frica, donde para gran alegrí a de Gregorio los territorios casi despoblados estaban trabajados por prisioneros de guerra (la «mano de obra» má s barata), pasando por Italia, el territorio urbano de Roma («patrimonium urbanum»), hasta Có rcega, Cerdeñ a, Dalmacia, Istria y la Provenza; una propiedad de enorme extensió n y desde luego la mayor de Italia. Buena parte de la misma procedí a de fundaciones imperiales. Tal vez el ú ltimo y gigantesco incremento se debió a las fincas de la Iglesia arriana, que fue objeto de expolio tras la destrucció n del reino ostrogodo. Y mientras la propiedad privada mermaba cada vez má s, las riquezas de la Iglesia iban siempre en aumento.

En Sicilia, el granero de Roma desde antiguo, el patrimonio de «san Pedro» era tan grande, que Gregorio lo dividió en dos centros administrativos (rectorados): Palermo y Siracusa, con unos 400 arrendatarios en total (conductores). Y personalmente estaba informado de que desde hací a añ os «muchas gentes sufrí an violencias e injusticias por parte de los administradores de los bienes eclesiá sticos romanos», a las que se habí a despojado arrebatá ndoles los esclavos.

En la explotació n de los territorios el papa contó con el apoyo de algunos de sus allegados má s í ntimos así como de los rectores de distintos patrimonios (obligados con juramento ante la supuesta tumba de Pedro, cubierta por é l con 100 libras de oro). Aun así, Gregorio se ocupó de ciertas (punto menos que) bagatelas. Y é l, que pese a sus mú ltiples alifafes continuaba interviniendo —y haciendo que los diá conos de Catania llevaran sandalias (compagi) porque era lo ú nico permitido a los diá conos romanos—, no obstante sus numerosas represiones, sus lú gubres pré dicas penitenciales y su corrosiva expectació n de la destruc-


 

ció n del mundo, aú n encontró tiempo, sorprendentemente mucho tiempo, para ocuparse de los campos, las yeguas de vientre, los bueyes viejos, las vacas inservibles y los esclavos, que en lo posible tení an que ser naturalmente miembros bautizados de la santa Iglesia; en todo lo cual los mé todos del santo padre no parecen haber sido demasiado escrupulosos. El motivo principal era aumentar los ingresos antes del inminente juicio final y que el jefe pudiera presentar al jefe un perfecto estado de cuentas. Se ha escrito que su consigna fue: «Prestigio, eficacia y disciplina». Eso podrí a ser hoy el credo de cualquier estudioso estadounidense del marketing. 47

Cierto que el siniestro predicador del fin del mundo procuró impedir con toda nobleza que «la bolsa de la Iglesia se emporcase con ganancias deshonrosas»; pero al mismo tiempo hizo todo lo posible por incrementar la producció n y las ganancias. Y aunque no fue el ú nico papa en esto, fue tan lejos que en la Galia, por ejemplo, las rentas de los arrendamientos las cobraba en moneda acuñ ada in situ, con un valor que se apartaba del oficial, de manera que al cambio no sufriera minusvalí a alguna. 4"

Los bienes raí ces papales proporcionaron continuamente a Gregorio grandes cantidades de mercancí as y dinero, convirtiendo a la Iglesia cató lica en la primera potencia econó mica de Italia; sobre todo porque incluso en tal estado de cosas no dejaron de sumarse aportaciones nada despreciables con legados y donaciones en favor del santo padre y de los obispos personalmente. De acuerdo con el quadripartitum, una tradició n antiquí sima que dividí a los bienes eclesiá sticos en cuatro partes, el papa como cualquier otro obispo ingresaba en su peculio personal una cuarta parte de todas las entradas. Algunos prelados llegaban incluso a quedarse con un tercio de los ingresos, o aceptaban la tradicional divisió n cuatripartita para los repartos ya realizados, reservá ndose en exclusiva todos los ingresos nuevos. Cierto que tal prá ctica, frecuente por ejemplo entre los obispos de Sicilia, la prohibió Gregorio; pero así y todo: «Es bien significativo que, al mismo tiempo que quebraba en Roma el ú ltimo banquero, un terrateniente italiano asignase una fuerte suma de dinero, a travé s del papa, para su pago en Sicilia a favor de la iglesia local, mientras que dicha suma se la abonaba en Roma al diá cono dispensator» (Hartmann). 49

Sin duda que Gregorio se empleó, como muy pocos papas, en favor de ios aparceros y los campesinos, a la vez que intentaba controlar las peores injusticias. Mas, como lo demuestra la correspondencia papal, aquellos bienes eclesiá sticos eran un pantano ú nico de explotació n, cohecho, opresió n y fraude.

Los miserables campesinos, o mejor los esclavos de la gleba, a los que ya se esquilmaba con los impuestos sobre el suelo (burdatio) que se recaudaban tres veces al añ o, ademá s de con los arrendamientos y las


 

entregas a la Santa Iglesia Cató lica, se veí an oprimidos por añ adidura con los má s diversos mé todos y recursos de los esbirros eclesiá sticos: mediante la recaudació n de nuevas cantidades; por ejemplo, unos arbitrios altí simos a cambio de la licencia matrimonial y unas medidas de grano alteradas y falseadas. Só lo en el caso de que los rectores hubieran dejado pasar el perí odo adecuado para la navegació n, eran ellos los que por voluntad del papa habí an de hacer frente a las pé rdidas. La intervenció n de Gregorio en diversos casos conocidos no resultaba por desgracia fá cil de entender; pero sin duda alguna elevaba la capacidad de rendimiento de los bienes pontificios, redundando por lo mismo en su propio interé s, en el interé s de un «terrateniente justo y sin embargo há bil», segú n elogio de Richards, quien tambié n ha de admitir que «persistí an pese a todo muchos de los viejos abusos». 50

Probablemente casi todos.

Gregorio se autodenominó «tesorero de los pobres», calificando las inmensas riquezas pontificias como «la propiedad de los pobres». Una «de sus expresiones má s hermosas», canta el Manual de Historia de la Iglesia. Pero con todo ello casi seguro que no se trataba má s que de dar limosna, aun cuando ciertamente que en ocasiones Gregorio se preocupaba de forma muy personal de los indigentes y de otros «necesitados». Cierto que de ello debí a ocuparse el subdiá cono Antemio, por ejemplo. Pero «só lo lo hizo en algunos casos», como le reprocha el papa en 591, quien revela que ademá s habí a olvidado los casos má s importantes. Y así le ordena Gregorio a rengló n seguido: «Mas yo quiero que a la señ ora Pateria, mi tí a, le asignes apenas recibido este encargo para el mantenimiento de su servidumbre 40 ducados y 400 fanegas de trigo; a la señ ora Palatina, viuda de Urbico, 20 ducados y 300 fanegas de trigo; y a la señ ora Viviana, viuda de Fé lix, asimismo 20 ducados y 300 fanegas de trigo. Los 80 ducados se han de cargar en cuenta». 51

De todos modos la tí a del santo padre recibe má s trigo que cada una de las otras dos viudas, a la vez que el doble de dinero que las otras dos juntas (aunque eso sí para pagar a sus criados ¡ y mantener los puestos de trabajo! ). Pero he aquí lo que dice el mentado Manual de Historia de la Iglesia: «La solicitud por un resto de tranquilidad y orden y hasta por el pan diario de los pobres ocupó a menudo toda la atenció n del obispo romano». Para agregar a continuació n —y ahora de forma realmente creí ble— que «ni siquiera en los tiempos má s difí ciles fue Gregorio ú nicamente cuidador de pobres... ». Lá stima que por buenos motivos —que má s bien habrí a que decir malos— no sepamos lo que en el curso de toda su historia de victoria y salvació n expendió el clero en favor de los pobres y lo que se reservó para sí. 52


 

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