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Lo suficiente no basta




El insaciable afбn de posesiones de Adriano I, cuyo reino no tenнa que ser de este mundo, tiene algo de salvaje. De continuo ruega, pordiosea y exhorta (a menudo en guerra contra la gramбtica). Entreteje los deseos de victoria para las guerras de Carlos y multiplica los cumplidos con una escritura que «chorrea nйctar». No deja (desde el 781) de llamar a Carlos «compadre». Pero son pocas las cartas de Adriano, en las que no insista sobre lo especнfico, lo ъnico que importa y apremia: las posesiones.

Una y otra vez vuelve el papa a lo mismo con una insistencia realmente penosa. Mбs aъn, no se avergьenza de recordar al rey la Donaciуn constantiniana, «al piadoso emperador Constantino el Grande de feliz recordaciуn, por cuya generosidad la santa Iglesia de Dios, catуlica, apostуlica y romana fue exaltada y glorificada». Y como (supuestamente) entonces, asн querrнa el santo padre que volviesen a ser las cosas; asн tambiйn ahora, bajo Carlos, ojalб que «la santa Iglesia de Dios, a saber, la del bienaventurado apуstol Pedro, floreciese, jubilase y eternamente fuese exaltada mбs y mбs, a fin de que todos los pueblos a los que llegue la noticia puedan exclamar: Oh Seсor, guarda al rey y escъchanos el dнa en que clamamos a ti; pues he aquн que en estos tiempos ha surgido un nuevo Constantino, un ъnico emperador divino de todos los cristianos... ». El papado «se ha atenido gustosamente en todas las йpocas a lo escrito, aunque estй falsificado como la tal Donaciуn constantiniana, que tambiйn pertenece a la cultura carolin-gia» (Braunfels). 25

El santo padre quiere matrimonios en Tuscia, Spoleto, Benevento, en la Sabina y en Cуrcega. Querrнa ver a Carlos, como ya su predecesor Esteban quiso ver a Pipino, padre de Carlos, para engatusarlo con su lenguaje grandilocuente y poder incitarlo a dos guerras. El soberano franco ya habнa notificado su (segunda) visita a Roma para la Pascua del 778. «Como la tierra suspira por el agua, asн estбbamos nosotros a la espera de vuestra alteza meliflua», murmuraba el papa desilusionado. Las campaсas bйlicas condujeron a su alteza meliflua hasta Espaсa y Sajonia. Asн que el papa sуlo pudo continuar presionando para que «accediese con el fin de recuperar Terracina y a la vez conquistar Cajeta, Сapуles y nuestro territorio de la regiуn napolitana».

Sуlo en la Pascua del 781 pudo Adriano recibir en Roma al soberano franco con su mujer y sus hijos; pero ni de lejos pudo cubrir gastos. Cierto que se confirmу la posesiуn del ducado romano, del exarcado de Ravenna y de la Pentбpolis, al tiempo que se le otorgaba la Sabina. Pero el ducado de Spoleto, que al tiempo de la invasiуn de Carlos la Iglesia romana se habнa sometido por propia cuenta, hubo de devolverlo Adriano, no obstante su insistencia en que el rey se lo habнa otorgado personalmente a san Pedro. Los plenipotenciarios francos ejercieron allн sus cargos sin consideraciуn al papa. Y tambiйn quedу en buena medida insatisfecho su deseo de apoderarse de Tuscia, pues Carlos quiso mandar sobre el antiguo reino longobardo, aunque sуlo fuese como soberano supremo.

El gobierno directo se lo habнa asignado a su hijo de cuatro aсos, Pipino; y Adriano, que le habнa bautizado y asumido el puesto de padrino, hubo tambiйn de ungirle como rey, asн como a su hermano menor Luis, que alguna vez habrнa de gobernar Aquitania. Con ello se mantuvieron tanto la soberanнa de Carlos como la unidad del reino. Cierto que el joven Pipino tuvo que vincularse por entero al paнs y a sus gentes, a lo que tambiйn contribuyeron las acciones del obispo romano (bautismo, padrinazgo, unciуn); pero sуlo pudo ser una especie de virrey, un corregente, un «participante en el reino», como se dirб en el 806. Entre tanto se establecieron unas regencias tutelares para cada uno de los «reges», como se les llamу a Pipino y a Luis.

Con ello no pensaba Carlos en desmembrar Italia en favor del papa; ni pensaba en hacer efectiva su promesa de donaciуn del 774. Le beneficiу el haberla ignorado, aъn estando garantizada de forma tan santa, como les ocurre siempre a los santos. Tampoco se tuvieron en cuenta por entonces los deseos territoriales de Adriano en Italia meridional, pues Carlos no quiso indisponerse con el duque Arichis de Benevento, yerno de Desiderio, tras el cual se encontraba B izando. 26

Asн pues, aunque en su tiempo se llegу a toda una serie de donaciones, ratificaciones, tributos e impuestos en favor del papa, tambiйn quedaron sin satisfacer muchas de sus ambiciones territoriales; y Carlos -que en cierta ocasiуn hasta hizo detener a un emisario pontificio «por algunas palabras intolerables»- evidentemente no se tomу el trabajo de darles satisfacciуn cumplida. Decidiу por encima de la cabeza del papa, dispuso sobre territorios, que habнa prometido al papa o que ya le pertenecнan de hecho, sin preocuparse lo mбs mнnimo. Especialmente a partir de la desapariciуn del reino longobardo el obispo romano quedу inerme por completo frente a Carlos, se convirtiу en su subdito y Roma en una ciudad franca, por cuyo soberano Carlos se rezaba en el servicio divino, como probablemente ya se hiciera por Pipino (Ўy se hizo mбs tarde por muchas autoridades prepotentes y queridas por Dios... hasta Hitler! ).

Incluso un anciano eclesiбstico, rival de Roma, como fue Leуn de Ravenna, estuvo respaldado por Carlos, cuando al igual que el papa no pudo resarcirse convenientemente. En efecto, cuando tras su conquista de Pavнa el rey regresу de inmediato para poder combatir sobre todo a los sajones, el arzobispo arrebatу al santo padre una tras otra las ciudades de Romagna y de Emilia: Faenza, Forli, Cesena, Comac-chio. Ferrara, Imola, Bolonia... Expulsу a los funcionarios de Adriano por la fuerza de las armas o los hizo prisioneros, con el propуsito evidente de crear un Estado eclesiбstico ravennatense a costa del romano. Y como el propio papa, tambiйn se reclamу a una «donaciуn» de Carlos, a quien tan ъtil acabу siendo en la guerra contra los longobardos. Rechazу todas las protestas, ataques e inculpaciones de Hadria-no, defendiу su causa personalmente ante el rey, que evidentemente le apoyу, y con gran disgusto del papa conservу hasta su muerte los territorios anexionados.

Y si un obispo de Ravenna podнa comportarse asн con el papa, quiere decirse que el casi omnipotente soberano franco podнa hacerlo mucho mбs. Se permitiу de hecho intervenir no sуlo en cuestiones territoriales sino incluso en las que ataснan a la vida interna de la Iglesia, en la administraciуn y la jurisprudencia. Y el papa Adriano hubo de aceptarlo y replicar despuйs en voz baja: «En todo ello hemos actuado de acuerdo con nuestra exigencia real». O repetir: «A ese respecto hemos cumplido vuestras recomendaciones con buena voluntad, segъn estamos habituados a hacerlo». 27

Pero la ambiciуn impertйrrita del papa por incrementar el Estado de la Iglesia se mantuvo siempre; cosa que йl, naturalmente, veнa de modo bien distinto. Sуlo unos aсos antes de morir escribнa al rey Carlos: «mas no debйis creer que os comunico estas cosas porque estoy codicioso de las ciudades otorgadas por Vos a san Pedro, sino que se debe simplemente a la solicitud por la seguridad de la santa Iglesia romana». 28

 

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