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La idolatría que se manifiesta tanto en el Islam como en el Cristianismo




Tanto el Islam como el Cristianismo son religiones hermosas; dos caminos perfectamente validos para servir al Creador. El problema con ambas confesiones religiosas es que, en su bien intencionado [pero extraviado] deseo de exaltar a sus respectivos fundadores, terminan cometiendo el pecado de idolatrí a; pues adscriben tanto a Jesú s como a Muhammad una perfecció n fí sica y moral que solo el Creador [y no ningú n hombre de carne y hueso] posee. Y, esta idolatrí a, hace que tanto Cristianos como Musulmanes terminen siendo poseí dos por un espí ritu de mentira (1 Reyes 22: 22);
pues mentir es la ú nica opció n que les queda disponible cuando su grandilocuentes reclamos son confrontados con la realidad objetiva de las limitaciones fí sicas y morales que sufrí an tanto Jesú s como Muhammad: que aunque muy nobles, ambos hombres se exaltaban exageradamente a si mismos [menospreciando así el mandamiento que dice, “Alá bete el extrañ o, y no tu propia boca; el labio ajeno, y no los labios tuyos”- Proverbios 27: 2. Y tambié n advierte en otro lugar, “Antes del quebrantamiento, es la soberbia, Y antes de la caí da, la altivez de espí ritu”- Prov. 16: 18.
En adició n, ambos hombres estaban obsesionados con obtener el reconocimiento y la pleitesí a humana [especialmente la de los Judí os]; ninguno de ellos toleraba la disensió n o el cuestionamiento objetivo; y ambos sufrí an de las mismas limitaciones fí sicas que sufre cualquier otro mortal (se levantaban con mal aliento, sudaban, padecí an de hambre y sed, necesitaban orinar y defecar, sentí an tristeza, no lo sabí an todo, etc]. Así, el Cristiano se ve compelido a negar [mintiendo] que hubiese algo que Jesú s [el hombre que el Cristianismo afirma ser el Dios omnisciente] halla jamas ignorado.
Y, cuando se le confronta con el texto donde Jesú s mismo reconoce no saberlo todo (“Pero de aquel dí a y de la hora nadie sabe, ni aun los á ngeles que está n en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre”- Marcos 13: 32) este Cristiano no tiene otra opció n sino mentir con desfachatez, pretendiendo que aceptemos la gimnasia intelectual que insiste en decir que Jesú s [el hombre] no lo sabia todo; pero que Jesú s [el Dios] si lo sabe todo (¡ algo así como querer convencernos de que el Rey no esta realmente desnudo, sino que tiene en cambio un traje transparente! ).
Tristemente, el Cristiano falla en entender que, cualquier teologí a que le obligue a mentir constantemente, solo puede surgir de Satá n [el padre de toda mentira], y no del Dios que aborrece tanto la mentira como a los mentirosos (“No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos… De palabra de mentira te alejará s… El justo, aborrece la palabra de mentira… Amaste el mal má s que el bien, La mentira má s que la verdad. Has amado toda suerte de palabras perniciosas, Engañ osa lengua.
Por tanto, Dios te destruirá para siempre; Te asolará y te arrancará de tu morada, Y te desarraigará de la tierra de los vivientes” (Salmo 101: 7, É xodo 23: 7, Proverbios 13: 5, Salmo 52: 3-5). Y este constante mentir, a fin de justificar la idolatrí a por el Maestro de Galilea (paz sea con é l) pueda quizá s explicar el singular fenó meno que observamos solamente en el Nuevo testamento; uno donde tanto los demonios como los espí ritus inmundos se sienten tan có modos con la teologí a Cristiana, que hasta se ocupan en predicarla.
¿ Como? Pues anunciando a viva voz que [en abierta oposició n a lo dicho por Dios en É xodo 4: 22] Jesú s es el Hijo de Dios; y que, la adoració n de Jesú s, es el camino de Salvació n. Como esta escrito: «Tambié n salí an demonios de muchos, dando voces y diciendo: “Tú eres el Hijo de Dios”»- Lucas 4: 41; «Y los espí ritus inmundos, al verle, se postraban delante de é l, y daban voces, diciendo: “Tú eres el Hijo de Dios”»- Marcos 3: 11;
«Aconteció que mientras í bamos a la oració n, nos salió al encuentro una muchacha que tení a espí ritu de adivinació n… Esta, siguiendo a Pablo y a nosotros, daba voces, diciendo: “Estos hombres son siervos del Dios Altí simo, quienes os anuncian el camino de salvació n”»- Hechos 16: 16-17.
¿ Significa lo hasta aquí dicho que tanto Cristianos como Musulmanes está n perdidos, y por ende condenados al fuego? ¡ Absolutamente no! Lo que significa es que, si bien su arrepentimiento y obediencia son aceptas al Creador, no podrá n experimentar la completa libertad mental y espiritual que su servicio a Dios promete, sino hasta que hallan abandonado la idolatrí a que abre la puerta de sus corazones a un espí ritu impuro de mentira y falsedad. Y la tradició n Samaritana prefiguraba todo esto diciendo que, si un hombre decidiese agarrar en su mano un reptil, tal hombre se harí a inmediatamente impuro.
Y, aun si este hombre se sumergiese en todas las aguas del Mundo, mientras mantenga en su mano al reptil, seguirí a siendo inmundo. Pero, tan pronto escoja soltar al reptil, solo necesitara sumergirse en un pequeñ o balde de agua, a fin de obtener su purificació n.
Que el Dios de Abraham tenga misericordia de nuestros amados hermanos Cristianos, así como de nuestros amados hermanos Judí os, Musulmanes, y Samaritanos, a fin de que nada ni nadie pueda robarles la bendició n que tiene el Creador preparada para todo aquel que le busca en espí ritu y en verdad. Amen.

 

 

 

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