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Una ola de terror inunda los países




En amplias zonas del Este y del Oeste se destruyen obras de arte irrem-
plazables, se destrozan imá genes de dioses y altares, se incendian á rboles
sagrados, se queman y arrasan templos. Los monjes son quienes ocupan
habitualmente los campos y los obispos conquistan las ciudades. En Asia
Menor, el paganismo desaparece prá cticamente ya en el siglo iv. Siria,
donde se desata furioso un terror implacable, se ve cubierta de ruinas de
templos. En Egipto tenemos testimonio de muchas luchas libradas toda-
ví a en el siglo v. «Los dioses y los í dolos egipcios caen en medio de san-
grientas masacres -escribe J. Lacarrié re-, Cada revuelta da siempre lugar
al mismo " escenario" con las mismas atrocidades, con los mismos tumul-
tos de masas, con los mismos griterí os plenos de odio y el mismo tras-
fondo de í dolos despedazados y hechos trizas, arrastrados por las calles,
Con templos incendiados, con paganos perseguidos hasta el interior de los
santuarios. » Del lado de los vencidos se tiene la sensació n de la proximi-
dad del fin del mundo. «Si todaví a vivimos -escribe uno de ellos-, en-
tonces es que la misma vida ha muerto. »83

En Capadocia, que se vanagloria de ser «una provincia santa y por to-
dos conocida a causa de su piedad», san Gregorio de Nacianzo só lo co-
noce templos «en ruinas o en continua merma». En toda la Hé lade, en el
Peloponeso, los antiguos santuarios, las admiradas obras de arte se con-
vierten en cascote y cenizas a manos de los cristianos: Eleusis, cuyos sa-
cerdotes fueron todos asesinados. Esparta, Corinto y Olimpia son devas-
tadas como sedes de la idolatrí a. Delfos, saqueada ya por Constantino, es
clausurada por Teodosio. ¡ Las obras de Teopompo, de Anaxandridas y de
otros acerca de los tesoros robados en Delfos se perdieron! En Corfú se
demolió un templo helení stico y se grabó una inscripció n en la que el
emperador Joviano, que nunca pisó la isla, se glorí a como destructor del


templo y constructor de una iglesia cristiana. En correspondencia con ello,
el nú mero de sedes obispales en Grecia experimenta un crecimiento ga-
lopante desde principios del siglo iv, en que habí a entre 10 y 15, hasta
llegar a casi 50 a mediados del siglo v. 84

Pese a todo, el paganismo perduró aú n por mucho tiempo, especial-
mente en cí rculos griegos, debido a lo cual el té rmino «helenos» equiva-
lí a entre los coptos al de «paganos». Tambié n en el siglo v viven y se
mantienen creativos pagani insignes. El primero de ellos Proclo, influ-
yente cabeza rectora de la academia plató nica, un filó sofo fuertemente
impregnado de sentido religioso, del que sin embargo se perdieron mu-
chas cosas: entre ellas su escrito contra los paganos. Nonnos de Panó polis,
el má s destacado de los escritores é picos griegos de la Antigü edad tardí a,
escribió por entonces las Dionysiaka, la historia del dios Dionisos, ú lti-
mo gran poema pagano. Ya muy mayor escribió, siendo ya seguramente
cristiano, la Metabolé (de gran debilidad mé trica y estilí stica), una pará -
frasis en hexá metros del evangelio de san Juan. Aú n siguen trabajando
historiadores paganos: Eunapio de Sardes, enemigo resuelto del cristia-
nismo e idolatrador del emperador Juliano, Olimpodoro de Tebas (Egip-
to), que prosigue má s o menos la obra del anterior con 22 libros sobre
el imperio de Occidente. O bien Zó simo, adversario de los cristianos, que
produjo su obra en la transició n al siglo vi, y de quien nos ha quedado
una nea Historia, una historia de los emperadores romanos en seis libros. 85

Todas las instituciones paganas fueron, no obstante, paulatinamente
desmanteladas. La biblioteca de Antioquí a, en la que predominaba, a
buen seguro, la literatura anticristiana y habí a sido instalada por Juliano,
fue quemada ya bajo el sucesor de é ste. Gobernando aú n Juliano, fue en-
tregado a las llamas el templo Daphne en esa misma ciudad. Los Juegos
Olí mpicos tuvieron lugar por ú ltima vez en 394. «¿ Pues qué es el certa-
men olí mpico sino la fiesta del diablo que hace escarnio de la cruz? » (el
Doctor de la Iglesia Basilio). Cuando el prefecto urbano Leoncio (434-
435) intenta celebrar unos Juegos Olí mpicos en Calcedona, el proyecto fue
truncado por la encarnizada resistencia del monje Hipacio, que veí a en
ello la reanimació n de la idolatrí a. Todas las festividades paganas fueron
prohibidas, siendo la de las Lupercalias la que perduró por má s tiempo,
hasta ser prohibida por el papa Gelasio I. La universidad de Atenas -«the
oniy stable institution ofthe time»
(Frantz)- fue clausurada en 529 (no es
verdad que persistiese despué s de ello, como suponen algunos investiga-
dores) y se decretó la confiscació n de su patrimonio fundacional. Con
todo, numerosos profesores, escritores y funcionarios griegos permanecie-
ron imperturbablemente fieles al paganismo hasta finales del siglo vi. 86

A lo que los adeptos a la antigua fe ya no podí an aspirar -eso quedaba
ya muy lejos- era a hacer carrera. Incluso su vida religiosa se vio cre-
cientemente constreñ ida y, desde la transició n del siglo iv al v, casi im-


posibilitada. Desalojada de los templa de las ciudades, su religiosidad se
desplegaba a lo sumo en los/ana, en los santuarios y capillas paganas del
agro. ¡ A aquellos fieles se les denominaba por ello fanaticü (Los té rmi-
nos «fanatismo», «faná tico», el poseí do por Dios, el que enloquece por
Dios, provienen, como es sabido, de la esfera religiosa. ) Commodian, un
cristiano seglar de vida ascé tica y poeta de poca monta que querí a atraer
a los paganos a Cristo a travé s de su arte, menciona una vez en su De si-
mulacris eorum
(se. deorum dearumque) el «exiguo nú mero y la pobre-
za, que les fuerza a la mendicidad, de los sacerdotes idó latras». Lamenta-
blemente los historiadores no saben ni de dó nde era nativo Commodian,
si de Gaza, Á frica del Norte, Roma o las Galias, ni tampoco si vivió en el
siglo m, iv o v. 87

Ya en el paso del siglo iv al v, el paganismo se arrastra exhausto, des-
heredado, castigado, perseguido. En aquellos dí as «crepusculares para el
paganismo» (Kaegi) é ste só lo reacciona esporá dicamente, a escondidas,
de manera, valga la expresió n, lú dica: en las fichas de juego. Algunas de
é stas, de las que Andrá s Alfoldi afirma que «apenas es posible imaginar-
se nada má s ruin e insignificante», muestran las deidades Serapis, Isis,
Jú piter y, sobre todo, a Juliano, cuyos dí as se añ oraban. Propaganda anti-
cristiana en la mesa de juego, apenas catalogable como delito. Con todo,
ello indujo a los cristianos a producir fichas ortodoxas. Confeccionadas de
una calidad muy superior por grabadores profesionales, esas fichas mues-
tran a los emperadores cristianos Honorio o Arcadio o bien un pez con el
cristograma constantiniano. 88

Só lo quedaron algunas islas de paganismo desperdigadas aquí y allá:

finalizando el siglo v, los creyentes de Isis en Menuthis, por ejemplo, que
posiblemente se mantuvieron ú nicamente porque «los cristianos estaban
allí en tal inferioridad numé rica y era tal la debilidad de su fe», escribe
un cronista, «que tomaban dinero de los paganos y a cambio no les estor-
baban en sus sacrificios». 89

A comienzos del siglo vi, el obispo Jacobo de Sarug, que pasó la ma-
yor parte de su vida cerca de Edesa, describe la situació n cultural y reli-
giosa: «Los templos de los dioses está n abandonados y en sus palacios
anidan los erizos [... ]; sus adoradores está n expuestos al desprecio. Las
reuniones se dispersan y no hay persona que visite sus fiestas. En las ci-
mas de los montes se erigen iglesias en lugar de los templos de los dioses
de la fortuna; sobre las colinas se levantan casas de Dios en lugar de los
santuarios de los dioses; sobre las solitarias alturas habitan eremitas». Y
leyendo este texto, casi nos parece estar viendo, literalmente, los ú ltimos
estertores del paganismo: «Mientras Satá n erige de nuevo la imagen de
un dios, otra cae rodando al suelo. Mientras aqué l acude presuroso a al-
zar a un dios de su caí da, oye el estruendo causado por el derrumbamien-
to de un templo». 90


La lucha antipagana llegó a su cé nit con el emperador Justiniano. Al
acoso de los enojosos impedimentos legales, a la quema de libros paga-
nos, a la destrucció n de templos, a la confiscació n de patrimonios, a la
expulsió n y encarcelamiento de sacerdotes, vinieron a sumarse las ejecu-
ciones. En realidad la primera majestad cristiana, Constantino, habí a dado
ya ejemplo para ello al segar la vida del filó sofo Sopatros. Tambié n el
gramá tico Pamprepio, expulsado bajo el poder de Zenó n, fue ejecutado
posteriormente, siendo é se el inicio de una persecució n de filó sofos pa-
ganos. Y bajo Zenó n, el filó sofo Hierocles fue azotado, a causa de su con-
ducta anticristiana, hasta hacerle salpicar sangre. Ahora, bajo Justiniano
fueron ejecutados varios reos de «helenismo»: el ex refrendario Macedo-
nio, el cuestor Tomá s, un tal Pagesio con sus hijos. El tambié n inculpado
ex prefecto Asclepiodoto se anticipó a su condena tomando veneno; lo
mismo hizo de ahí a poco cierto Focas, a quien el emperador hizo ente-
rrar vilmente, como «si fuese un asno». A raí z de ello, muchos paganos
se convirtieron en Constantinopla a la ú nica religió n verdadera. 91

Tambié n el obispo monofisita Juan de É feso, que tení a a gala denomi-
narse a sí mismo «maestro de los paganos» y «triturador de í dolos», or-
ganizó, con «la ayuda de Dios» y bajo el poder de Justiano, expediciones a
las má s remotas comarcas del Asia Minor. Con sus có mplices, monjes faná -
ticos sobre todo, demolió numerosos templos, taló á rboles sagrados, quemó
unos 2. 000 escritos paganos, liberó supuestamente a 70. 000 (u 80. 000) pa-
ganos «del error de la idolatrí a» y construyó en total 99 iglesias y 12 mo-
nasterios. Cuando en la ciudad de Darí o, situada en una altiplanicie de la
comarca de Tralles, arrasó hasta sus fundamentos un «enorme y famoso
templo de la idolatrí a», construyendo sobre sus ruinas un «imponente mo-
nasterio», entró en conflicto con el obispo local, que veí a vulnerados sus
derechos en la dió cesis. 92

Veinte añ os despué s de que, en el verano de 559, varios paganos dete-
nidos fuesen conducidos a travé s de las calles de Constantinopla y sus li-
bros e imá genes fuesen quemados en el kynegion, el añ o 579 se produjo
una masacre de paganos en Helió polis (Baalbek), provocada por una or-
den de Tiberio II (578-582). De las declaraciones de algunos, obtenidas
mediante la tortura, se desprendí a la existencia de centros paganos en di-
versas ciudades orientales, especialmente la de una comunidad de culto
secreto en Antioquí a: la ú ltima noticia que se tiene de una comunidad re-
ligiosa pagana en esta ciudad. Perseguido por los esbirros imperiales, el
sumo sacerdote de Antioquí a, Rufino, se quitó la vida. Un tal Anatolio y
otros paganos fueron llevados a Constantinopla ante el juez. Pero como
quedasen libres y circulase el rumor de que los jueces habí an sido sobor-
nados, el pueblo se rebeló gritando: «¡ Que se exhumen los cadá veres de
los jueces! ¡ Que se exhumen los cadá veres de los paganos! ¡ Que se glori-
fique la fe cristiana! ». El populacho no se detuvo ni ante el fuego ni ante


el asesinato. Agarró a dos paganos, un hombre y una mujer, los arrastró
hasta el mar, los puso en un botecillo y los quemó juntos. Despué s tuvo
lugar una revisió n del proceso y se produjeron nuevas detenciones en Asia
Menor y en Siria, inducidas en parte por motivos polí ticos o de otra í ndo-
le, por las querellas, verbigracia, en la alta sociedad bizantina. Las cá rceles
de la capital se abarrotaron. Los paganos condenados, muchos de ellos
senadores, fueron ejecutados, arrojados a los animales salvajes y despué s
calcinados. Con todo, los procesos se fueron dilatando hasta el gobierno
del emperador Mauricio, debido al gran nú mero de acusados, al ansia
vindicativa de los cristianos, siempre deseosos de dar con el rastro de
má s paganos y de entregarlos a «su justo castigo». Y cuando Mauricio, en
las postrimerí as del siglo vi, persiguió a los monofisitas en Edesa y clau-
suró el monasterio de los «orientales», de los que fueron asesinados 400,
el obispo de Carrhae seguí a dando caza a los paganos, entre ellos a Akyn-
dinos, el hombre má s distinguido de la ciudad. 93

En el Imperio Bizantino hubo en el siglo vil, e incluso má s tarde, pe-
queñ os cí rculos de fieles de la antigua religió n, dispersos generalmente
por regiones muy apartadas y sin ejercer la menor influencia. Só lo entre
las tribus eslavas de los Balcanes estaban aú n difundidos los cultos pre-
cristianos, pues é stas só lo cayeron -parcialmente- bajo la soberaní a bi-
zantina a finales de ese siglo. Todaví a en los añ os 691-692, el Concilio
Trullano, bajo la presidencia de Justiniano II, adoptó medidas -poco efi-
caces- para combatir el paganismo, exigiendo la erradicació n de los ú l-
timos reductos de la locura «helení stica», de las costumbres y fiestas pa-
ganas, de los juramentos, etc., y ello con tal intensidad que hemos de
. concluir que el costumbrismo pagano habí a experimentado un refloreci-
miento en el siglo vil. La fiesta de la Brumalias, prohibida tambié n por el
Trullanum, se celebró en el Imperio Bizantino hasta la Alta Edad Media. 94

Las sedicentes costumbres paganas estaban aú n ampliamente difundi-
das en el siglo vil y ostensiblemente entre todas las capas sociales, tanto
entre la població n urbana como en la rural. «Hasta en el seno del clero
habí a no pocas personas que cultivaban esas costumbres» (Rochow). Al-
gunas de ellas adquirieron carta de naturaleza en el folclore balcá nico.
Los concilios de los siglos vi y vil prohiben reiteradamente la magia y los
augurios; condenan a los encantadores, adivinos y toda clase de «idola-
trí a». Es má s, apenas hay nada que escape a la solemne condena de la
Iglesia, desde los bailes pú blicos hasta el que las mujeres lleven ropa mas-
culina, algo vetado ya en el siglo iv -y censurado todaví a en el siglo xiv-.
En las Galias, hasta muy entrado el siglo vi, y en las islas Frisonas hasta
el vill, sigue habiendo cultos a favor de Jú piter, Mercurio, Diana y Venus.
Hay testimonios de la existencia de imá genes del politeí smo en Palmos,
alrededor del 1100, y en Creta incluso hacia el 1465. Í dolos que pronun-
ciaban orá culos fueron venerados en Occidente hasta la Alta Edad Media. 95


A los suecos só lo se les pudo «convertir» por esa é poca, y en cuanto a
los pueblos bá lticos hubo que esperar hasta el siglo xv. Despué s de ello,
el paganismo quedó prá cticamente liquidado en Occidente. Pues frente a
toda veneració n (worship) no cristiana de Dios, la actitud que perduró en
la Iglesia fue «one ofwar, and war ofthe bitter end» (Dewick). 96

Pero al igual que pasó con el paganismo, tambié n llegará el dí a en que
el cristianismo vegete hasta su extinció n.


OBSERVACIÓ N FINAL

Raras veces en las recensiones, pero sí con frecuencia en las discusio-
nes, algunos cristianos (segú n mi experiencia son a menudo aquellos que
-por si acaso- ni siquiera me han leí do) me objetan que por muchos crí -
menes eclesiá sticos que recopile («¡ Usted escribe novelas criminales! »,
me espetó un eclesiá stico en la Emisora Freies Berlí n) ello no hace tam-
balear para nada su fe cristiana. Ahora bien, en todos estos volú menes, yo
no solamente presento el aspecto é tico del cristianismo, sino, de vez en
cuando, tambié n el dogmá tico. Y en ese punto, el pí o argumento resulta
inocuo. Ya el capí tulo má s largo del volumen 4, el primero de ellos, redu-
ce al absurdo, histó ricamente, todo argumento que se remita a la fe cris-
tiana. 1

Es cierto: para los «creyentes» no son los problemas histó ricos, fi-
losó ficos y é ticos lo decisivo, ni lo es la verdad o, por usar un té rmino
má s modesto, la verosimilitud. Lo decisivo es su propio problema. Ellos
«creen»; no podrí an vivir sin su fe. Eso pese a que si fuesen indostá nicos,
por ejemplo, tendrí an probablemente una fe totalmente distinta. Y de ser
africanos, a su vez, otra diversa. Aspecto é ste que relativiza de antemano
toda fe. Mi vida me indica que se puede vivir perfectamente sin una «fe».
Y millares de adhesiones que me han llegado por escrito, a menudo estre-
mecedoras, testimonian que tambié n otras personas pueden, tras renunciar
a su fe cristiana, vivir mucho mejor que antes y con mucha mayor liber-
tad: es má s, só lo entonces comienzan a vivir y apenas má s «inmoralmen-
te» que los cristianos.


NOTAS

Los tí tulos completos de las fuentes primarias de la Antigü edad, revis-
tas cientí ficas y obras de consulta má s importantes, así como los de las
fuentes secundarias, se encuentran en la Bibliografí a publicada en el pri-
mer volumen de la obra Historia criminal del cristianismo: Los orí genes,
desde el paleocristianismo hasta el final de la era constantiniana
(Edi-
ciones Martí nez Roca, colecció n Enigmas del Cristianismo, Barcelona,
1990), y a ella debe remitirse el lector que desee una informació n má s
detallada. Los autores de los que só lo se ha consultado una obra figuran
citados ú nicamente por su nombre en la nota; en los demá s casos, se con-
creta la obra por medio de su sigla.

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