Falsificaciones en nombre de todos los apóstoles
Varios Evangelios falsificados o documentos aná logos se atribuyen a
la totalidad de los apó stoles. Pero se trata de escritos de los que sabemos
poco y lo poco conocido es incierto y objeto de polé mica. Entre ellos se
tienen el Evangelio de los Doce, la Memoria Apostolorum, El Evangelio
(maniqueo) de los doce apó stoles. El Evangelio de los setenta, así como
algunos otros Evangelios de los doee apó stoles, que son especiales falsi-
ficaciones tardí as. 237
Un apocrifon raro es la Epistuí a Apostolorum, de cuya existencia no
se sabí a nada hasta 1895, cuando Gari Schmidt la descubrió (en una ver-
sió n copta).
Los once apó stoles anunciaron en esta obra chapucera, manifiesta-
mente cató lica, sus conversaciones sobre diversos temas con Jesú s des-
pué s de su resurrecció n y sobre todo sobre ella. Lo mismo que otras falsi-
ficaciones cristianas, como la segunda epí stola de Pedro, el escrito insis-
te en el testimonio ocular, pero no se redactó hasta el siglo ü (segú n
Hamack entre los añ os 150 y 180). «(Nosotros) Juan y Tomá s y Pedro y
André s y Santiago y Felipe y Bartolomé y Mateo y Natanael y Judas
y Caifas, hemos escrito (= escribir) a las Iglesias de Oriente y Occidente,
hacia el norte y el sur, relatando y anunciando esto de nuestro Señ or Je-
sucristo, tal como nosotros + escribimos + y le hemos escuchado y le he-
mos tocado despué s de que hubiera resucitado de entre los muertos y
como é l nos ha revelado Grande, Sorprendente, Real». ¡ Entre los once
apó stoles (¿ a quié n se le ocurrió? ) no só lo estaba Pedro sino tambié n
Caifas! Y al final de la charla un cierre digno es la ascensió n de Jesú s al
cielo. 238
La Didaché o Doctrina de los doce apó stoles, que causó impacto in-
ternacional en 1883 cuando se la descubrió en la biblioteca constantino-
politana del patriarca griego de Jerusalé n, se publicó como la doctrina del
Señ or a travé s de los doce apó stoles dirigida a los gentiles, aunque proce-
de del siglo n, cuando ya no viví a ninguno de los «apó stoles originales».
Y esta falsificació n trajo tras sí otras má s o al menos ejerció sobre ellas
una fuerte influencia, como la Didaskali siria o apostó lica, «Doctrina ca-
tó lica de los doce apó stoles y santos discí pulos de nuestro Salvador». La
obra, publicada en 1854 por Lagarde en lengua siria, es un ré gimen ecle-
siá stico del siglo m y pretende, a despecho de ello, haber sido elaborado
ya en el concilio apostó lico de Jerusalé n. «Ya que toda la Iglesia estaba
en peligro de caer en la herejí a, nos reunimos los doce apó stoles en Je-
rusalé n y deliberamos sobre lo que sucedí a, y todos de acuerdo decidi-
mos escribir esta Didaskalia cató lica para el fortalecimiento de todos
vosotros. »239
Esto no lo cree hoy ni el lado cató lico, en el que un experto enlitera-
tura protocristiana como Otto Bardenhewer no es evidentemente cons-
ciente de la ironí a que supone cuando escribe que esta falsificació n (la
«reunió n celebrada bajo la má scara de los apó stoles») es «el intento má s
antiguo que conocemos de un corpus iuris canonici», entendié ndose por
tal la recopilació n de las principales fuentes del derecho eclesiá stico de la
Edad Media. 240
Constantemente, al principio, al final y durante toda esta chapuza
(que entre muchas otras cosas contiene una cronologí a totalmente nueva
de la Pasió n), el impostor, un obispo cató lico, recuerda que aquí hablan
personalmente los apó stoles; la ficció n de la autorí a apostó lica se «man-
tiene constantemente» (Strecker). Partes de la Pasió n y de los hechos de
los apó stoles se relatan en primera persona del singular y del plural. Al-
gunos, Mateo, Pedro y Santiago, destacan de los demá s. Incluso se des-
cribe la aparició n del propio escrito dicié ndose que «entre nosotros, nos
distribuimos las doce doceavas partes del mundo y nos dirigimos a los
pueblos, para predicar la Palabra en todo el mundo [... ]». Lo mismo que
muchas otras falsificaciones, tambié n la Didaskalia apostó lica se apoya
en una serie de falsificaciones, en la Didaché, el Evangelio de Pedro, los
Hechos de Pablo. w
A comienzos del siglo iv se escribió, probablemente en Egipto, un
presunto «ré gimen eclesiá stico apostó lico» (Cañ ones apostolorum eccie-
sí stí ci), conocido desde 1843. Los apó stoles hablan de modo sucesivo y
dan sus instrucciones bajo el viejo tí tulo de: Cá nones eclesiá sticos de los
santos apó stoles.
Las Constituciones apostó licas, el ré gimen eclesiá stico má s extenso
de la Antigü edad y que consta de ocho volú menes, con ordenanzas sobre
etiqueta, derecho y liturgia, fue redactado alrededor del añ o 400 en Siria
o Constantinopla. Los seis primeros libros se presentan como cartas de
los apó stoles. Estos hablan en primera persona del singular o del plural y
toda la obra parece haber sido redactada o difundida por el presunto obis-
po romano Clemente, «mediante nuestro colega Clemente», que la leyen-
da cristiana convirtió en có nsul y miembro de la familia imperial flavia.
Entre muchas otras cosas, el libro sé ptimo da incluso una lista de los
obispos consagrados por los apó stoles. El octavo libro contiene la misa
completa má s antigua y no olvida los diezmos. Con toda frialdad, el fal-
sificador miente por boca del Pseudo-Clemente: «Por eso (porque habí a
«herejes») nosotros: Pedro y André s, Santiago y Juan [... ], Felipe y Bar-
tolomé, Tomá s y Mateo, Santiago y [... ] Tadeo y Simó n, el Cananeo y
Matí as [... ] y Pablo nos hemos reunido y hemos escrito esta doctrina ca-
tó lica para vuestro fortalecimiento». En efecto, el mentiroso publica to-
das sus mentiras como si fueran un escrito del Nuevo Testamento. Y a
los 85 «cá nones apostó licos» que aparecen en el ú ltimo capí tulo del ú lti-
mo libro, el Concilio de Constantinopla (Quinisextum) celebrado en 692
le otorga fuerza legal: «El santo sí nodo decide que los 85 cá nones que
nos han sido transmitidos bajo el nombre del santo y venerable apó stol
[... 1 deberá n mantener sin cambios su validez en el futuro» (c. 2).
La mentira tuvo é xito durante má s de un milenio, se consideró como
obra del apó stol y de Clemente de Roma que lo escribió por encargo
suyo. El redactor, el Pseudo-Clemente, un amano, previene expresamen-
te contra las falsificaciones de los «herejes» bajo el nombre de un apó s-
tol. «Pues sabemos que los que estaban en compañ í a de Simó n y Cleobio
hicieron libros envenenados bajo el nombre de Jesú s y de sus discí pu-
los. » Mientras el propio falsificador falsifica, critica las falsificaciones
de los demá s, esparciendo su veneno, avisando del veneno de los «here-
jes». Recomienda el bautismo de los niñ os (sin el cual, en dos generacio-
nes las Iglesias se habrí an convertido hoy en minú sculas sectas). Exige
cuarenta dí as de ayuno antes de Pascua y prohibe totalmente la lectura de
literatura pagana. Ademá s, propaga la semana de cinco dí as. «Yo, Pedro,
y yo. Pablo, ordenamos que los cinco dí as no libres se trabaje y que el
Sabbat y el dí a del Señ or se tengan libres. »242
Igualmente falsos son los cá nones de un sí nodo apostó lico de Antio-
quí a, que nunca se convocó. (Los cá nones 2, 4 y 5 atacan a los judí os. )
Y lo mismo que al principio se falsifican colecciones de cá nones bajo el
nombre de los apó stoles, má s tarde se hace otro tanto bajo el de Padres
de la Iglesia prominentes, como es el caso del canon del Pseudo-Atana-
sio, el Pseudo-Basilio y otros. 243
Aunque algunos de estos regí menes eclesiá sticos constan en gran par-
te de «material» antiguo verdadero, los falsificadores han hecho hablar
en ellos personalmente a Jesú s y sus discí pulos. Han falsificado igual-
mente el adorno, los acompañ amientos, «leyendas de origen» comple-
tas, incluso capí tulos enteros de la parte principal. Y despué s de todo, el
«material» antiguo verdadero no es ni con mucho el má s antiguo como
se da por probado con los supuestos discursos de Jesú s y los apó stoles.
¿ Y hay algo de material vá lido incluso en el caso má s antiguo, en el ca-
nó nico? 244 i-
Tambié n termina en falsificació n el denominado credo apostó lico, llsir?
mado desde el siglo iv Symbolum Apostolorum. w; ';!
Lo mismo que con los cá nones «apostó licos» atribuidos desde hací a
mucho tiempo a los apó stoles, de la profesió n de fe de la Iglesia se hizo
un texto de los apó stoles. Pero no só lo no lo redactaron ellos sino que
tampoco refleja sus convicciones de fe. Su texto original surgió muy pro-
bablemente entre los añ os 150 y 175 en Roma, aunque era de curso co-
mú n todaví a en el siglo ni. Pero la Iglesia afirmaba que su credo lo ha-
bí an redactado los apó stoles y lo propagó desde el siglo n. San Am-
brosio, por ejemplo, manifiesta doscientos añ os despué s: «Los santos
apó stoles se reunieron en un lugar e hicieron un breve extracto de la doc-
trina, para que comprendié ramos en pocas palabras el fruto de toda la
fe». El santo apó stol, que creí a en la inminencia del fin del mundo, no
pensaba en absoluto en una «historia de la Iglesia» y el texto que se le
atribuye sobre el credo «apostó lico» no quedó firmemente establecido de
modo definitivo hasta la Edad Media. 245
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