Falsificaciones en honor de la Santa Virgen
En el campo de la Iglesia se falsificó tambié n en honor de Marí a. La
madre de Dios, apenas tomada en consideració n en la é poca primitiva, fue
imponié ndose poco a poco desde finales de la Antigü edad a comienzos
de la Edad Media. Aparecieron así Evangelios de Marí a y otras ficciones
marianas bajo los nombres del apó stol Santiago, de Mateo, del evangelis-
ta Juan, de Melito, discí pulo de Juan, de Evodio, discí pulo de Pedro, de
José de Arimatea, etc. Se tienen tambié n un sermó n falsificado bajo el
nombre de Cirilo de Alejandrí a, un Evangelio copto de los doce apó sto-
les y otros «apó crifos» de Marí a, que aunque no ejercieron una gran in-
fluencia sobre la teologí a sí alcanzaron mayor importancia en la devo-
ció n popular y el arte. No obstante, estos documentos falsos apoyaron las
afirmaciones dogmá ticas, realizadas en especial en el siglo v, sobre Ma-
rí a y su rango cada vez má s histé ricamente sobresaliente. 231
El Protoevangelio de Santiago, falsificado en el siglo u por el lado
«ortodoxo», tiene como pretendido autor nada má s y nada menos que a
Santiago el Menor, hermano del Señ or y Salvador y «obispo» de Jerusa-
lé n. Este autotestimonio es claro: «Pero yo, Santiago, que escribí este re-
lato en Jerusalé n, cuando se produjeron disturbios por la muerte de Here-
des me retiré al desierto, hasta que los alborotos finalizaron en Jerusalé n,
alabando a Dios que me concedió la capacidad y la sabidurí a para escri-
bir este relato».
Lo que interesa sobre todo a estos embusteros es obtener un «relato
verdadero» sobre la juventud de Marí a, de la que no se sabí a absoluta-
mente nada, así como de propagar su permanente virginidad. Poco des-
pué s de su nacimiento, el bebé desaparece en un santuario para hijas in-
maculadas, a partir del cuarto añ o en el templo recibe su alimento de
las manos de un á ngel, a los doce añ os es entregada, por indicació n del
cielo, al cuidado de san José (un viudo que por seguridad ya es anciano)
y a los diecisé is añ os queda embarazada por el Espí ritu Santo. Tras el na-
cimiento del Salvador la comadrona constata el himen sin destruir de
Marí a. A una mujer llamada Salomé, que duda de la virginidad de Ma-
rí a y examina su estado «colocando un dedo», se le cae de inmediato la
mano, pero le vuelve a crecer con rapidez cuando, por indicació n de un
á ngel, sostiene en sus brazos al niñ o celestial. El Padre de la Iglesia Cle-
mente Alejandrino y Zeno de Verona propagaron el dogma de la eterna
virginidad de Marí a recurriendo a este «relato histó rico». 232
Mientras que esta falsificació n, a la que se incorporaron posterior-
mente de forma evidente varios capí tulos, gozó en Oriente de gran apre-
cio traducié ndose al sirio, armenio, georgiano, copto y etí ope y difun-
dié ndose tambié n ampliamente en cí rculos eclesiá sticos, fue rechazada
en Occidente. La «marioí ogí a» repleta de leyendas y milagros no só lo
continuó influyendo en la iconografí a y en la liturgia, sino tambié n in-
cluso en en la historia del dogma {virginitas in partu! ), desempeñ ando
un cierto papel en los devocionarios y en las artes plá sticas incluso del
siglo xx. 233
El mito cató lico de Marí a contribuyó en buena medida tambié n a un
Evangelio de Mateo falsificado con un intercambio epistolar (¡ destinado
a servir de testimonio! ) de los obispos Cromado y Heliodoro, una co-
rrespondencia que fue asimismo falsificada, y a un escrito igualmente
falso. De nativitate Sanctae Marí ae, con una carta de Jeró nimo falsifica-
da, un embuste de Pascasio Radbertus, abad de Corbie a mediados del si-'
glo ix y santo de la Iglesia cató lica. (Se sintió unido «de manera espe-
cial» al convento de Soisson, cuya abadesa Theodora tení a una hija natu-
ral, Imma, que má s tarde fue tambié n allí abadesa. )234
Damas piadosas, ¡ có mo no! Tambié n bajo el nombre de algunas san-
tas mujeres circularon evangelios como el Evangelio de Marí a, La Genna
de Marí a o Las preguntas de Marí a, a las que el Señ or responde ostensi-
blemente con prá cticas obscenas. En cualquier caso, segú n el arzobispo y
experto perseguidor de «herejes» Epifanio, Jesú s hace tambié n la si-
guiente revelació n a Santa Marí a: la llevó consigo hasta la montañ a, don-
de rezó. Despué s extrajo de su propio costado una mujer y comenzó a
unirse camalmente con ella. De ese modo, tomando su propio semen, le
mostró có mo «hay que obrar para que vivamos». Marí a, evidentemen-
te sorprendida, desconcertada, cayó al suelo; pero el Señ or la incorporó
nuevamente (como siempre) hasta ponerla de pie y le habló así: «¿ Por
qué has dudado, mujer de poca fe? ». 235
La investigació n erudita tiene la impresió n de que tales «preguntas»
«pertenecí an al tipo habitual de los Evangelios gnó sticos», por así decir-
lo a revelaciones especiales, que el Salvador hací a a creyentes elegidos,
aunque se supone tambié n que la «interiocutora del Salvador» no serí a la
madre del Señ or «como en otras obras del mismo gé nero» sino Marí a
Magdalena (Puech). 236 \
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