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Joviano, Valentíniano I y Valente




Aunque «cristiano convencido», «cristiano y cató lico» (Baur), «an
earnest Catholic» (The Oxford Classical Dictionary), aunque que se
cuenta que fue insumiso cuando el ejé rcito aú n celebraba sacrificios pa-
ganos, en el momento de acceder al trono, Joviano mandó celebrar uno
y consultar las visceras. Su primer acto de gobierno fue aquel tratado
vergonzante con los persas, en el que hizo grandes concesiones territo-
riales al ceder todas las posesiones romanas de la otra orilla del Tigris así
como una franja considerable de la suya, con varias ciudades importan-
tes como Nisibis, cuyos habitantes le habí an suplicado la autorizació n
para defender sus murallas aun despué s de la retirada de las fuerzas ro-
manas. Y mientras los persas izaban su pabelló n sobre la ciudadela y los
habitantes de Nisibis abandonaban la ciudad, los correos de Joviano ya
volaban hacia Occidente para anunciar la gran victoria del emperador. 65

Bien distinto del asceta Juliano, el emperador cató lico, de mediocre
cultura aunque aficionado a dá rselas de mecenas, celebrado por la Igle-
sia como «compañ ero de los santos», era amante del vino, las mujeres y
las fiestas. Restableció el lá baro como estandarte imperial y no só lo hizo
asesinar a un notario mayor del mismo nombre, al que temí a como posi-
ble candidato al trono, sino que ademá s depuso a numerosos funciona-
rios civiles y militares de los nombrados por Juliano, confiscando sus
bienes y desterrá ndolos o ejecutá ndolos. Segú n Teodoreto, estas medi-
das só lo afectaron a los que habí an cometido abusos contra cristianos o


contra la Iglesia cristiana. A un tal Vindaonio Magno que habí a destrui-
do una «casa de Dios» en Berytus lo condenó a muerte, pero luego le
perdonó la pena a cambio de que pagase de su bolsillo la reconstrucció n.
El paganismo no fue especialmente perseguido, aunque se cerrase o
destruyese algú n que otro templo (como el de Corfú ), se prohibiesen los
sacrificios o se quemase en Antioquí a una biblioteca establecida por Ju-
liano en el templo del Trajano (por contener principalmente obras anti-
cristianas). Un poco incapaz, pero obediente a las sugerencias del clero,
tan pronto como pisó tierras romanas Joviano restituyó sus privilegios a
los jubilosos sacerdotes, ademá s de darles otros que antes no tení an. En
el decurso del tiempo arrebataron muchos má s. Los sacerdotes deste-
rrados regresaron, los prelados se agolparon a montones en la corte, e
incluso en Oriente revivió la fe nicena. El santo Atanasio, distinguido
por el emperador con una epí stola y triunfalmente recibido en Hierá po-
lis, le profetizó a Joviano por escrito «un reinado largo y pací fico»...,
só lo que ocho meses má s tarde, el 17 de febrero de 364, el emperador
fallecí a en Dadastana (Bitinia), a la temprana edad de treinta y un añ os,
«bellamente preparado para la muerte», segú n Teodoreto, pero en rea-
lidad intoxicado por un brasero de carbó n. Lo enterraron en el templo
apostó lico de Constantinopla. 66

De nuevo rechazó la pú rpura Segundo Salutio, por lo que tras duras
discusiones los dignatarios del imperio eligieron, a finales de febrero del
añ o 364, a Valentiniano, descendiente de unos labradores de Panonia e
hijo del general Graciano. El 28 de marzo, en el campo de Marte, el nue-
vo emperador nombró corregente para la parte oriental del imperio a su
hermano Valente, «por unanimidad —ironiza Amiano—, puesto que
nadie se atrevió a contradecirle», aunque se reservó para sí mismo lapo-
tior auctoritas, 67

De Valentiniano y Valente, en cuya é poca se generalizó el uso de la
palabra pagani para designar a los adeptos de la antigua religió n, suele
afirmarse que fueron «tolerantes» para con la antigua religió n. Cierta-
mente, ostentaron todaví a, como sus predecesores, el tí tulo depontifex
maximus.
Entre los altos cargos del ejé rcito y de la administració n pre-
dominaban todaví a los paganos, aunque por ú ltima vez y por la escasa
mayorí a de 12 a 10. En la parte asignada a Valente, la nó mina de los
funcionarios conocidos nos da, junto a nueve politeí stas, un maniqueo,
tres arrí anos y diez ortodoxos. Muchos senadores prestigiosos de la é po-
ca de Juliano y de antes abandonaron el cargo, evidentemente por causa
de sus creencias. Ademá s, los corregentes promulgaron confiscaciones
de propiedades de los templos (para incorporarlas a su peculio particu-
lar), castigos contra astró logos y amenazas de pena capital para los prac-
ticantes de conjuros nocturnos. 68

Ambos emperadores se mostraron cristianos confesos; se dice inclu-
so que Valentiniano habí a sido represaliado por ello en tiempos de Ju-
liano, mientras que no consta ninguna incidencia similar para el caso de
Valente. Ambos anunciaron por decreto (suponiendo que sea auté nti-


co) que «la Trinidad está constituida por una sola esencia y tres perso-
nas, el Padre, el Hijo y el Espí ritu Santo, y ordenamos que así lo crean
todos... ». Pronto, sin embargo, hubo diferencias doctrinales entre ellos
y cada uno se dedicó a fomentar la suya; mientras Valentiniano I, el em-
perador de Occidente, permanecí a fiel al credo niceno, Valente, que
«habí a sido ortodoxo al principio» (Teodoreto), impulsaba en Oriente
las creencias arrianas; en cierto modo cabrí a decir que así se expresaba
la eterna rivalidad entre el Este y el Oeste. Ambos, y sobre todo Valen-
te, eran bastante incultos; ambos fueron brutales, en particular Valenti-
niano; y ambos tení an un pá nico cerval a la brujerí a. Ambos fueron
tambié n emperadores-soldados, militares entronizados que, en conse-
cuencia, fomentaron activamente la militarizació n y disputaron guerras
internas y externas que desangraron provincias enteras. Ninguno de los
dos retrocedió ante el perjurio ni ante el crimen; al contrario, demostra-
ron una «notable falta de escrú pulos» (Stallknecht) en sus mé todos po-
lí ticos. 69

Despué s de su proclamació n, Valentiniano y Valente viajaron juntos
a travé s de Tracia y Dacia, para separarse en Sirmium. 70

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