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Primeros asaltos a los templos. Torturas y terrorismo judicial bajo Constancio




Así se entiende mejor la santa ira contra el paganismo, que todaví a
tení a muchos seguidores entre los campesinos, los muchos retores y filó -
sofos; tambié n se conservaba entre la aristocracia cultivada, sobre todo
las má s rancias familias senatoriales, incluso entre las del imperio de
Oriente. 29

En el añ o 341, un decreto atribuido a Constante comenzaba no con la
clá sica exposició n de motivos, sino con un grito propagandí stico: «¡ Que
cese la superstició n! ¡ Que sea abolido el desvarí o de los sacrificios! »
(caesat superstitio sacrificiorum aboleatur insania}', consecuente con
ello, el soberano dispuso en 346 el cierre, con efectos inmediatos, de
los templos sitos en las ciudades; en 356, se ordenaba la clausura de to-
dos los templos. La cuestió n estribaba en impedir que los malvados
(perditi) siguieran haciendo sus cosas malas, lo que desencadenó una
oleada de asaltos contra los templos. La confiscació n de bienes y la muer-
te por pisar un templo, o por participar en la «aberració n» de los sacrifi-
cios o adorar una imagen, era uno de los puntos de las leyes de Constan-
cio: «Quien tales cosas haga, sea abatido por la espada vengadora».
Tambié n amenazaba con la confiscació n de bienes a los gobernadores
que no pusieran celo suficiente en el cumplimiento del decreto. Un añ o
despué s, en 357, el regente amplió la pena de muerte a las prá cticas adi-
vinatorias y astroló gicas. «Que callen ahora y de una vez para siempre. »
En realidad, aú n habí a muchos paganos incluso entre el alto funciona-
riado; en su mayor parte, la aristocracia romana vieja y el mundo de la
cultura seguí an fieles a la antigua fe, motivo por el cual muchas de estas
leyes fueron, de momento, papel mojado. Pero eran sí ntomas del auge
de la intolerancia, y mientras tanto los pastores cristianos iban aumen-
tando el nú mero de sus cabezas. 30

Pero no siempre quedaron en papel mojado. Libanio, retor pagano
de Antioquí a, ha contado que Constancio heredó de su padre «la chispa
de la inclinació n a las malas acciones, convertida por é l en un gran in-
cendio, pues hace saquear los tesoros de los dioses, derriba los templos,
anula los sagrados cá nones». Libanio comenta que Constancio «genera-
lizó a la retó rica [logoi} el desprecio del culto pagano, y no es de extra-
ñ ar, porque ambas cosas, el culto y la retó rica, está n emparentadas y
van unidas»; el lector contemporá neo entenderá que con esto acusaba al
emperador de ir al mismo tiempo contra la religió n y contra la cultura
del paganismo. 31

Los cristianos má s faná ticos atentaban ya contra los altares y los
templos. El diá cono Cirilo de Helió polis, por ejemplo, se hizo famoso
con sus acciones. En Aretusa de Siria, el sacerdote Marco hizo derribar
un antiguo santuario (lo que luego, siendo obispo y durante la reacció n
pagana de Juliano, le valió una grave paliza). En Cesá rea de Capadocia,


la comunidad cristiana arrasó un templo de Zeus, patrono de la ciudad,
y otro de Apolo. En Alejandrí a, el arriano Georgios destruyó toda una
serie de lugares sagrados del paganismo. En una palabra, vemos que ya
entonces hací a estragos «el mismo fanatismo religioso por el que unos
cristianos tomaban las armas contra otros —como ha escrito Johannes
Geffcken—, aunque algunos excesos obedecerí an má s bien al mó vil de
la codicia». 32

Cierto que cuando Constancio visitó por primera vez Roma, en mayo
de 357, toleró la subsistencia del panteó n, el templo de Jú piter sobre el
Capitolio donde residí a la Tyche romana; impresionado por las tradicio-
nes de la ciudad, toleró e incluso patrocinó los ritos paganos de la mis-
ma, confirmó los privilegios de las vestales y contribuyó con dinero a las
festividades. Sin duda, se trataba de contemporizar con la poderosa
aristocracia romana, pero estas demostraciones de favor producí an re-
surgimientos del paganismo en toda Italia, posiblemente con la excep-
ció n de Sicilia. De manera que Roma siguió siendo una plaza fuerte de
la religió n antigua. 33

Una generació n má s tarde, sin embargo, todo esto habí a cambiado
bastante. Durante una visita del general en jefe de los ejé rcitos occiden-
tales del emperador Teodosio, la esposa de aqué l descubrió que la esta-
tua de la Gran Madre lucí a un precioso collar y se lo apropió para usarlo
personalmente. Una anciana, la ú ltima vestal, que se atrevió a criticar el
latrocinio perpetrado por la distinguida visitante, fue expulsada del tem-
plo y pronunció una maldició n que, segú n cuenta Zó simo, se cumplió. 34

Constancio persiguió a los acusados de prá cticas má gicas aú n má s
que a judí os y paganos, pues tení a un pá nico cerval a cuanto oliese a
brujerí a o artes diabó licas, aparte los prejuicios contra los paganos que
daban el mó vil religioso habitual.

En el añ o 357, el emperador decretó la pena de muerte contra adivi-
nos, magos, clarividentes y arú spices. Los astró logos y los inté rpretes de
sueñ os podí an ser torturados ante el tribunal para obligarlos a confesar.
Incluso un paseo nocturno por un cementerio podí a constituir indicio de
prá cticas de magia negra {magicae artes). Bastaba con usar un amuleto
para arriesgarse a perder la cabeza. La revelació n de sueñ os de conteni-
do equí voco podí a dar lugar a una denuncia por alta traició n. «El que
consultase a un adivino [hariolus] acerca del chillido de un murcié lago o
porque se le hubiese cruzado un tejó n en su camino u otras señ ales simi-
lares —asegura el contemporá neo Amiano Marcelino— era llevado ante
los tribunales y reo de muerte. » Pero no se trata de un informante impar-
cial; Amiano suele exagerar las actuaciones del dé spota a quien odiaba
para sustanciar la acusació n de terrorismo judicial. 35

En el añ o 358, el emperador amenazaba con la tortura por prá cticas
de brujerí a y adivinació n incluso a los antes privilegiados de su entorno
y a los miembros del sé quito del cesar. En caso de falso testimonio del
«culpable», é ste era condenado al suplicio del caballo de madera, consis-
tente en desgarrar los flancos de la ví ctima con unas garras metá licas. Por


lo visto, la fe del soberano, como la de otras muchas generaciones futu-
ras de cristianos, era magní ficamente compatible con la tortura y el ajus-
ticiamiento. «La sinceridad de sus convicciones cristianas está por encima
de toda duda. [... ] El Sí mbolo de la Fe no era una simple fó rmula para
é l, sino elemento regulador de todas sus acciones en materia de é tica re-
ligiosa, de toda su personalidad» (Schuitze). 36

Agobiado de miedo y de maní a persecutoria, cargado de «maní as de
vieja» (Funke), Constancio II mantuvo una nutrida policí a secreta. En
otoñ o de 359, se produjo en Escitó polis (la actual Beth Sheab, de la
Jordania occidental) un proceso por consulta de orá culos, celebració n
de sacrificios, uso de amuletos y visitas nocturnas a sepulcros; el empe-
rador encargó la instrucció n de la causa a un tal Paulo, motejado Tar-
tareus
(Paulo el infernal), «capaz de sacar negocio incluso de los trebe-
jos del suplicio, lo mismo que cualquier tratante de esclavos», y que,
segú n nos cuenta Amiano, inauguró en Palestina un auté ntico ré gimen
de terror. 37

Paulo, oriundo de Hí spanla y llamado tambié n Catena (cadena, gri-
llete), era posiblemente arriano. En la corte imperial, su cargo de nota-
rius
le asignaba competencias para misiones especiales, y sobre todo para
la persecució n de los delitos de alta traició n, en todo el á mbito del impe-
rio. Tal vez se trate del mismo Paulo que inició hacia el añ o 345, siendo
todaví a emperador Constante, la persecució n contra los donatistas en el
norte de Á frica. En el añ o 353, se dedicaba a buscar en Britania a los
partidarios del usurpador Magnencio; dos añ os má s tarde, a los seguido-
res del usurpador Silvano. Este ú ltimo, que era franco y cristiano, ad-
versario de Constancio en la batalla de Mursa, habí a sido enviado a la
Galia para luchar contra unos invasores germanos. Asediado por sus
enemigos en la corte y acusado de alta traició n mediante cartas falsas,
el 11 de agosto de 355 se hizo proclamar emperador por las tropas galo-
germanas en Colonia. Pero pocas semanas despué s, mientras huí a y es-
taba refugiado en una capilla, fue asesinado por sus bracchati y cornuti
(cuerpos de ejé rcito formados tambié n, en parte, por germanos) que ha-
bí an sido sobornados por Constancio. El soberano mandó supliciar a to-
dos los amigos y colaboradores de Silvano. En verano de 359, Paulo
estuvo en Alejandrí a, investigando a los partidarios de Atanasio, pero
en 361 fue quemado vivo en Calcedonia por sentencia de Juliano, en el
curso de las represalias ordenadas por é ste contra los sicarios de su
predecesor. 38

El notario Paulo quedaba excluido del procedimiento judicial en las
actuaciones contra los seguidores de Magnencio y de Silvano; lo mismo
pasó en el proceso de Escitó polis, donde las fuerzas en litigio eran el po-
der estatal, por una parte, y los paganos por otra (sin duda serí an paga-
nos de los má s decididos). Por eso, el Estado se saltó las competencias
del juez ordinario, Hermó genes, prefecto de Oriente hacia 358 o 359,
porque era tambié n pagano, habí a consultado el orá culo en la corte por
encargo de Licinio, y hacia 353 y 358, siendo todaví a procó nsul Archiae


en Corinto, a menudo habí a pasado dí as enteros en el santuario de la
Diké. En su lugar nombraron instructor al cristiano Modesto. La conse-
cuencia fue que de entre los acusados, los má s poderosos o influyentes
salieron bien librados; en cambio, varios individuos desconocidos o de
posició n modesta fueron ejecutados por infracciones má s bien banales,
como por ejemplo llevar un amuleto contra las fiebres. 39

Domicio Modesto, el comes Oriens, era otro personajillo repelente
de la corte; lo mismo que Paulo, se hizo cristiano cuando accedió al po-
der Constancio II. Bajo el emperador Juliano se hizo pagano igual que
el emperador, lo que le valió la prefectura de Constantinopla. A la muer-
te de Juliano se hizo bautizar por un sacerdote arriano, y en 370 ascen-
dió a la prefectura imperial, uno de los cargos má s importantes que podí a
nombrar el emperador arriano Valente, y que desempeñ ó persiguiendo
sin tregua a los cató licos; incluso se atrevió a meterse con Basilio, padre
de la Iglesia, aunque luego tuvo correspondencia con é l. Este reiterado
transfuguismo de Modesto no só lo fue beneficioso para su carrera; aun
siendo teó ricamente «pobre» con su salario de comes Oriens, en tiem-
pos de Valentiniano y de Valente se convirtió en propietario de grandes
latifundios. 40

 

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