Главная | Обратная связь | Поможем написать вашу работу!
МегаЛекции

El «Libellus Hormisdae»




El papa Hormisdas, padre del futuro papa Silverio, querí a, desde lue-
go, llegar aú n má s lejos: hasta la sumisió n total. Algo que Roma desea
cada vez que se ofrece la ocasió n. Y sus ambiciones iban, por supuesto,
mucho má s allá de la supresió n de las directrices eclesiá sticas de un Ze-
nó n, de un Anastasio, má s allá, en suma, del á mbito puramente religioso.
Pues en el fondo, lo que está siempre enjuego es el dinero, el prestigio y
el poder. De modo que, tambié n en esta ocasió n, la sede romana aspiraba
a la «ampliació n de la influencia papal sobre la vida interna del Imperio
oriental en general, sobre su polí tica y sobre otros aspectos de la compli-
cada maquinaria de gobierno» (Vasiliev). 16

Hormisdas trasmitió sus exigencias y muchas cartas por medio de una
legació n en enero de 519: un presbí tero y dos diá conos, de los que uno de
ellos serí a má s tarde el papa Fé lix. El 25 de marzo, el senado en pleno y a
su cabeza Justiniano y tambié n el campeó n de la fe Vitaliano, que ya lle-
vaba tiempo reincorporado a su antiguo cargo (a los dos ú ltimos los lla-
maba Hormisdas «mis amados hijos»), los acogieron diez millas antes de
llegar a Constantinopla. La legació n fue recibida en la capital con teas ar-
dientes y cá nticos de alabanza y al emperador le fue entregada una carta
que perfumaba con abundante incienso al matarife coronado. Hormisdas
le ensalzaba como predestinado por Dios, como pacificador nato. No era
el Imperio una gloria para é l, sino é l una gloria para el imperio. Hací a ya
mucho tiempo que los pueblos esperaban anhelantes un Justino y su
«dulce perfume» habí a llegado ya previamente a Roma, donde valí an es-
tas palabras: «Yo ya te conocí a antes de que te crease en el vientre de tu
madre [.,. ]». 17

Realmente, el papa Hormisdas habí a tenido buen olfato. Así como
Anatolio tuvo en su dí a que suscribir la carta pastoral de Leó n bajo la
presió n de Marciano y Pulquerí a, Juan II de Constantinopla tuvo que su-
frir ahora una humillació n total. Por orden de Justino firmó el Libellus
Hormisdae
en su versió n plena y literal. Acacio fue anatematizado pú bli-
camente. Los nombres de Zenó n y de Anastasio fueron, incluso, borrados
de los dí pticos eclesiá sticos. Aparte de ello el patriarca y el emperador
reconocieron en un escrito que no tiene par en la historia, su respuesta a
la carta del papa, el derecho de aqué l a regir toda la Iglesia. ¡ Y prestaron
su asentimiento nada menos que 2. 500 obispos! Una sumisió n total; vic-


toria de Roma, 4e las que hacen é poca. Claro que, como ya se encargarí a
de demostrar los decenios siguientes, fue una victoria má s bien pí rrica.
Pues no son pocos los que ven el reinado de Justiniano, el emperador
cató lico, como «una de las derrotas má s vergonzosas del papado» (H. Rah-
ner, S. J. ). De momento, sin embargo, Hormisdas exultaba: «Gloria in ex'
celsis Deo
[... ]». 18

La unió n entre Constantinopla y Roma, que condujo al restableci-
miento de un gran Imperio cató lico-romano a la par que al total extermi-
nio de dos pueblos germá nicos, tambié n habí a causado la mayor de las
escisiones conocidas hasta entonces en Oriente.

Incluso durante la estancia de los legados papales (hasta el 9 de julio
de 520) en Constantinopla se puso drá sticamente de manifiesto cuan pro**
fundos eran aú n allí los enfrentamientos, cuan firme era la adhesió n de
algunos obispos al Henotikon, cuan difí cil les resultaba mandar postuma-
mente al diablo a sus predecesores, especialmente a Acacio.

La cuestió n estaba relacionada con las firmas estampadas al pie del
mencionado Libellus, las «Regulaefidei Hormisdae», que presuponí an el
primado de Roma, el reconocimiento del Concilio de Calcedonia y de
«todas las cartas» del papa Leó n I. El metropolitano Doroteo de Tesaló -
nica envió por ello, en 519, dos obispos con dinero de soborno a Cons-
tantinopla, que, en palabras del legado papal Juan, «hubieran podido fas-
cinar no só lo a los hombres sino a los mismos á ngeles». Y cuando el mis-
mo obispo Juan vino personalmente a Tesaló nica para conseguir la firma
de Doroteo al pie del Libellus de su señ or, el arzobispo no estaba dis-
puesto a ello, presentó objeciones y soliviantó finalmente a la feligresí a
cistiana para que cayese sobre Juan. Dos servidores del prelado y su anfi-
trió n pagaron con la muerte. El mismo legado resultó gravemente herido.
Só lo la policí a impidió que su martirio fuera completo. Cuando Hormis-
das citó a Doroteo a Roma al objeto de «instruirle en la fe cató lica», é ste
no só lo no obedeció, sino que escribió a Su Santidad: «¿ A qué perderse
en largos discursos ya que Jesucristo, nuestro Dios y Señ or, os lo puede
revelar todo y daros satisfacció n en todo [... ]? ». Pretendió hacer creer al
romano que fue é l quien protegió a su legado exponiendo gravemente su
propia vida. Y el papa, que no pudo conseguir del emperador la deposi-
ció n del arzobispo, tuvo que dar, apocado, marcha atrá s y replicó final-
mente que quien no reconocí a su culpa debe tener presente que «se ha
apartado del camino cristiano». 19

En el fondo, Hormisdas, como todo papa inteligente hasta el siglo xx,
no tení a nada en absoluto contra un poco de persecució n: eso da nuevos
alientos, despierta a los dormidos y les hace apretar filas en tomo a la
cruz. «Hermanos mí os, la persecució n no es nada nuevo contra la Igle-
sia», escribió Hormisdas en el mismo comienzo de los contiendas en tor-
no a la polí tica eclesiá stica de la dinastí a justiniana. «Y sin embargo: pre-


cisamente cuando es humillada, se yergue y se enriquece con las pé rdidas
que se le hayan causado. Los creyentes lo saben por experiencia: con la
muerte del cuerpo se gana la vida del alma. Caduca lo í nfimo y a cambio
se obü ene lo eterno. La persecució n pone a prueba [... ]. Nuestro Señ or
fue el primero en subir a la cruz. »20

Tampoco la cú spide de los cató licos pudo evitar el pago de cierto tri-
buto de sangre a raí z del cambio de poder.

Poco despué s de iniciadas las tareas de gobierno, Justino, Justiniano y
Vitaliano se habí an garantizado seguridad mutua mediante santo jura-
mento, prestado en la iglesia de Santa Eufemia de Calcedonia, el templo
donde se habí a reunido el concilio del mismo nombre. Despué s comulga-
ron. El hombre de confianza del papa, Vitaliano, «nuestro celebé rrimo
hermano», como se decí a en una carta de Justiniano a Hormisdas, habí a
laborado mucho tiempo ha en pro de la unió n con Roma y era, como
campeó n de la fe, mucho má s popular que el mismo Justiniano y, por ello
mismo, temido por é ste. Vitaliano adquirió gran ascendiente y escaló las
má ximas dignidades. Pronto llegó a Magister militum presentabais y,
en 520, a có nsul. Pero en junio de aquel mismo añ o, Justiniano, cuya po-
lí tica se centraba por entero en asegurar su sucesió n, lo hizo asesinar, jun-
tamente con otros oficiales, en el transcurso de una fiesta en palacio: posi-
blemente no a manos de la soldadesca, sino de monofisitas radicales. 21

Este final de su «amado hijo», perpetrado por otro «hijo amado», no
debió de preocupar gran cosa a Su Santidad y no protestó, por supuesto.
En cambio, sí que apremió al emperador para que en la cuestió n de la re-
conciliació n «no retirase su mano antes de consumar la obra, ni aflojara
en su propó sito por causa de la resistencia de algunos». No era en modo
alguno legí timo «ceder a la voluntad de los subditos cuando é sta fuese
contraria a su salvació n». Hasta el mismo Justino acabó quejá ndose
pronto, el 9 de septiembre de 520, recordá ndole que uno de sus predece-
sores, Anastasio, habí a sido má s tolerante. 22

Поделиться:





Воспользуйтесь поиском по сайту:



©2015 - 2024 megalektsii.ru Все авторские права принадлежат авторам лекционных материалов. Обратная связь с нами...