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Roma abandona a Ravena y se pasa al bando bizantino




El vuelco polí tico efectuado por Justino determinó tambié n, poco a
poco y por razones tanto polí ticas como religiosas, un empeoramiento de
las relaciones entre Bizancio y Ravena. La tendencia antigó tica, encu-
bierta mientras aú n viví a Teodorico aunque é ste la intuí a perfectamente,
sometió finalmente a este rey a un serio acoso y condujo, bajo sus desa-
fortunados sucesores, a la reconquista de Italia por Justiniano.

Todo ello respondí a a la naturaleza de las cosas y estaba ostensible-
mente planeado desde un principio por má s que, de momento, se hizo todo
lo posible para embobar a los godos. De ahí que Justino no só lo adoptase


al hijo y sucesor de Teodorico, Eutarieo, sino que lo convirtió en su cole-
ga consular para el añ o 519. Pero todos los hombres conspicuos del nue-
vo gobierno, Justino, Vitaliano y Justiniano, habí an conspirado ya con el
papa antes de la eversió n polí tica buscando claramente una alianza con
é l. Y «la paz eclesiá stica de Justino conduce rectamente a la guerra de
Justiniano contra los godos» (Rubí n). Pues la «paz eclesiá stica» no entra-
ñ aba, naturalmente, una paz real, sino una paz entre «los hombres de bue-
na voluntad». A otros efectos, era una alianza militar entre Bizancio y
Roma, que ahora cambiaba de bando. 23

Justino, cató lico comprometido, habí a abandonado inmediatamente el
Henotikon, eliminando así el obstá culo principal interpuesto entre los ca-
tó licos de Italia y el emperador. El papado, que hasta entonces habí a sido
nolens volens, acomodaticio frente al «rey de herejes», de quien en todo
caso continuó aprovechá ndose, se inclinó ahora fuertemente hacia Bizan-
cio, cosa que tambié n hizo el senado romano. Por su parte Teodorico co-
menzó a vigilar má s de cerca a los cató licos, pero ya era demasiado tar-
de. Si al principio existí a un frente comú n entre el reino godo y Roma
contra Bizancio, ahora se constituyó un nuevo frente, mucho má s peli-
groso, con Roma y Bizancio contra los godos. Pues los contemporá neos
de principios del siglo vi veí an aú n en el Imperio bizantino, cristiano y ab-
solutista, el centro del mundo. En un principio, ciertamente, Justino con-
descendió con los «bá rbaros» haciendo concesiones a los godos arrí anos
de Oriente y eximié ndolos de los pogroms generales contra los «here-
jes». Despué s, sin embargo, retiró esas concesiones y persiguió tambié n
a quienes hasta entonces habí a tolerado. Desde la transició n del añ o 524
al 525 procedió con todo rigor contra los disidentes religiosos de entre
los godos. Muchas iglesias amanas fueron cerradas, confiscadas o con-
vertidas en cató licas. Tambié n sus grandes posesiones fueron confiscadas
en favor de los cató licos. Los arrí anos fueron excluidos de los cargos pú -
blicos y del ejé rcito y muchos de ellos forzados a convertirse. Comenza-
ron las conversiones en masa, momento en que intervino Teodorico. 24
Para ello se sirvió, lamentablemente, del papa.
Hormisdas no viví a ya. Habí a muerto el 6 de agosto de 523, siendo
enterrado en San Pedro: su epitafio fue obra de su propio hijo, el futuro
papa Silverio. Pero tampoco el sucesor inmediato, Juan I (523-526), de
quien la historia sabe muy poco y sí, en cambio, mucho la leyenda, ape-
nas sentí a deseos de implorar una tolerancia en favor de los malditos
«herejes» de Constantinopla como la que el mismo Teodorico dispensaba
en Italia a los cató licos; eso pese a que la atmó sfera entre Roma y Rave-
na se habí a enfriado notablemente desde el añ o 519. Así pues, el papa
Juan emprendió, estando ya enfermo, viaje a Constantinopla, donde resi-
dió desde noviembre de 525 hasta la pascua de 526. Fue objeto de un re-
cibimiento y de celebraciones triunfales. Tras todo aquello estaba, natu-


raí mente, el deseo de unidad religiosa y de unidad del imperio. Teodorico
habí a cometido un error diplomá tico, apreciando probablemente de for-
ma totalmente erró nea al papa y al papado. Pero incluso sin ello, las co-
sas habrí an ido, lo má s seguro, en la misma direcció n. El emperador cayó
de rodillas ante el sacerdote «como si fuera el mismo san Pedro». El co-
municado romano afirma incluso que el soberano «adoró al papa Juan»
(adoravit). É ste realizó de inmediato un milagro devolviendo la vista a un
ciego, pero, por lo demá s, no consiguió gran cosa en favor del rey de los
«herejes» y los «bá rbaros». Su é xito como papa fue, en cambio, tremen-
do: el bió grafo papal pretende incluso que lo «obtuvo todo» del empera-
dor. Justino devolvió ciertamente las iglesias confiscadas, pero rechazó
el retomo al arrianismo de los convertidos a la fuerza, y es harto probable
que en ello coincidiese con Juan. Cuando é ste volvió enfermo y fatigado
por el viaje a Ravena, muriendo de allí a poco, el 18 de mayo de 526, la
leyenda cató lica tomó pie de este fin tan poco glorioso en la corte del rey
«hereje» para transfigurarlo en martirio precedido de un horrible cautive-
rio. Senadores y pueblo se disputaron las reliquias ya en su lecho de
muerte y durante su entierro tuvo lugar un nuevo milagro. En su epitafio,
en la sala de la basí lica de San Pedro, el «obispo del Señ or» figura ya
como ví ctima sacrificada por amor a Cristo. El Lí ber pontificalis lo llama
«má rtir», mientras que el «rey de herejes», segú n el bió grafo papal, «ar-
dí a en có lera y quena ahogar a toda Italia con su espada». ¡ Qué metá fora
tan acertada! (Má s tarde, algunas leyendas cristianas demonizan a Teo-
dorico. A finales de aquel siglo, en cambio, Gregorio I registra ya mila-
gros realizados por Juan todaví a en vida y el obispo Gregorio de Tours,
que fabrica uno tras otro libros cuajados de milagros, nos comunica fi-
nalmente que el furioso perseguidor de cató licos, aprisionó al papa y lo
aherrojó: «Yo te quitaré la costumbre de seguir pronunciando maledicen-
cias contra nuestra secta» y «en medio de muchas mortificaciones [... ] el
santo de Dios» entregó su espí ritu. )25

¡ Así escriben la historia los cristianos!

Al añ o siguiente, en 527, Justino promulgó una ley contra los «here-
jes», que arruinaba prá cticamente la existencia civil de todos los no cató -
licos. Pues «aquellos que no honran a Dios de manera recta deben tam-
bié n ser privados de los bienes humanos». Pero todo el que no pertenecí a
a la Iglesia cató lica debí a ser considerado «heré tico». Objeto de menció n
expresa fueron los siguientes grupos: maniqueos, samaritanos, judí os y
helenos, es decir, paganos. 26


 


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