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La peregrina Eteria: su «modo ingenuo [..] y crédula sencillez [..] tienen algo extrañamente atractivo y seductor» (obispo August Bludau de Ermiand)




Poco se sabe acerca de ella. Incluso su nombre es objeto de contro-
versias entre los eruditos. Es probable que fuera pariente del Praefectus
praetorio Orientis, el galo Flavio Rufino, en ocasiones casi todopodero-
so, un ené rgico cristiano al tiempo que un monstruo repugnante, que de
hecho reinaba en el Imperio de Oriente en el añ o 395, cuando Eteria pe-
regrinó a Palestina. Por lo tanto el clero la lisonjeó y bendijo y hasta los
anacoretas má s alejados se apresuraron a acudir a su presencia, aunque
Eteria era como mucho priora de un convento, si es que no una simple
monja, que durante su ausencia de casi cuatro añ os fue relatando de ma-
nera conveniente a las hermanas su viaje. 39

El diario, redactado de modo sencillo pero grá fico a su regreso a Cons-
tantinopla, no fue descubierto hasta 1884 y está incompleto. Ademá s del
tí tulo faltan el comienzo y el epí logo, así como algunas hojas interme-
dias. No se dice en la parte conservada cuá ndo fue escrita esta extensa
epí stola a las monjas de su convento occidental, ni a dó nde. La mayorí a de
los autores suponen como fecha de redacció n el final del siglo iv y como
patria de la peregrina el sur de Francia o el norte de Españ a. En cualquier
caso, su gran viaje a Oriente hacia la pení nsula del Sinaí, Egipto, Palesti-
na, Mesopotamia y Asia Menor no lo emprendió por motivos de estudio
ni por placer, sino por devoció n, «gratia religiosa», como dice el obispo
de Edesa, y esto siempre alegra a los obispos, ya sean de la Antigü edad o
del siglo xx. Para ellos los fieles no son nunca lo suficientemente cré du-
los. Así, el obispo de Ermiand, August Bludau, en su libro sobre Eteria
elogia «el modo ingenuo con el que está redactado este relato del viaje, el
candor y la cré dula sencillez que de é l emanan, que tienen algo extrañ a-
mente atractivo y seductor». 40


Nuestra Deo vota es desde luego conocedora de la Biblia y deseosa
de saber, pero no conoce el escepticismo. La duda sobre la autenticidad o
identidad de lo que la mostraban debió considerarla como pecado, o como
una criptoblasfemia. De todos modos, se permite un cauteloso «se dice»,
que suena má s piadoso que prevenido. Y la má xima restricció n que se
concede podrí a ser la cautelosa frase de «como decí a al menos el santo
obispo». Imperturbable, querí a ver el lugar de cada una de las leyendas
bí blicas, «sin poner nunca en apuros a los monjes del lugar. La é poca an-
tigua se alegraba sin turbarse de las cosas que encontraba», opina el obis-
po Bludau de Ermiand. 41

Pero si esta mujer de alto rango y en modo alguno carente de forma-
ció n aceptaba prá cticamente todo lo que le mostraban los obispos, sacer-
dotes y monjes que la guiaban, ¡ con cuá nta credulidad debieron de admi-
rarlo y venerarlo despué s las masas de peregrinos!

Eteria ve el monte sobre el que Moisé s rezaba mientras Josué vencí a
a los amalecitas. Ve la piedra contra la que rompe Moisé s las primeras ta-
blas de la ley y en el Sinaí la gruta en la que por segunda vez recibe del
propio Dios las tablas. Ve el espino ardiente donde estaba Moisé s y se
percata de que «todaví a hoy se cubre de verde y echa brotes». Piadosos
monjes que conocen cada uno de los lugares citados en la Biblia le mues-
tran dó nde se fundió el becerro de oro, dó nde Moisé s vio los instintos sa-
crilegos de los hijos de Israel, el lugar donde é l ordenó a los levitas matar
a los idó latras, dó nde se quemó el becerro de oro y llovió maná. Afirma
el obispo August Bludau: «La piadosa peregrina se muestra satisfecha en
su interior por lo que se le enseñ a, y só lo raras veces se abre en su relato
una ligera duda». 42

En la ciudad de Ramses el venerable y santo obispo le presenta dos
grandes estatuas de Moisé s y Aaró n, construidas por los israelitas en su
honor, y un sicó moro apreciado por los patriarcas, que todaví a se llama
«dendros alethiae» (á rbol de la verdad) y cuyas ramas ayudan contra la
indisposició n. En Livias ve los cimientos del campamento en el que Moi-
sé s se lamentó durante treinta dí as, tambié n los lugares donde escribió el
Deuteronomio y donde bendijo a su pueblo por ú ltima vez antes de su
muerte. Se la llevó igualmente hasta una fuente de deliciosa agua de la
que daba de beber a los hijos de Israel en el desierto. En el monte Nebo,
los monjes y el obispo de Segor le enseñ aron el lugar donde los á ngeles
enterraron a Moisé s, a pesar de que en la Biblia se dice que «nadie cono-
ce su tumba» (Deut 34, 6). 43

Sin embargo, la columna de sal en que se convirtió la pobre mujer de
Lot en el mar Muerto y a la que acudí an la mayorí a de los peregrinos a
Palestina, ya no podí a verse, «y por eso no os puedo engañ ar sobre este
asunto», admite Eteria a sus hermanas, a pesar de las palabras, como pone
de relieve, de las «Sagradas Escrituras». Sin embargo, segú n dice al me-


nos el obispo de Sengor, la mujer de Lot convertida en sal podí a verse to-
daví a hasta hace pocos añ os. Segú n Clemente de Roma, san Justino y san
Ireneo aú n estaba en su é poca, y August Bludau, obispo de Ermiand, re-
¿ mite en una nota a pie de pá gina al trabajo cientí fico de M. Abel «in Rev.
1 bibl. 1910, 217-233» acerca de «los traslados y transformaciones que sufre
^ la " mujer de Lot" a lo largo del tiempo». Y aunque a finales del siglo iv
'-ya brillaba por su ausencia, segú n la guí a (520-530) del archidiá cono
í Teodosio, vuelve a aparecer en el siglo vi, aumentando con luna crecien-
; '? te y reducié ndose con la menguante. Tambié n un peregrino de Piacenza

atestigua su existencia alrededor de 570; segú n oye decir, no ha dismi-
aí nuido de tamañ o a pesar de que la han lamido los animales. ¡ Milagro tras
milagro! 44

Convencida por los monjes, Eteria visita el sepulcro de Job en Hau-
ran, un «fatigoso viaje de ocho jomadas (per octo mensiones}, si es que
S puede hablarse de cansancio cuando se ve cumplido un deseo». Por el ca-
;; mino ve la ciudad del rey Melquí ades, el rí o donde actuaba Juan el Bau-
tista y el valle donde los cuervos alimentaban a Elias en la é poca del rey
Akab. Finalmente y lo mismo que hace en los lugares especialmente san-
tos, solicita al obispo en la tumba de Job recibir la comunió n y tambié n su
si? bendició n. Desde luego, en la mayorí a de estos santos lugares hay igle-
? s sias, hombres santos, se reza, en ocasiones se bendice, a menudo se canta
un salmo o se dice un sermó n y siempre se lee el correspondiente pasaje
de la Biblia, por así decirlo, la auté ntica demostració n. La piadosa virgen
if nunca habla de «cosas profanas» con sus santos acompañ antes, sino que
mantiene siempre una «conversació n piadosa». 45

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