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Gracias a las donaciones, los centros de peregrinaje cristianos se fueron enriqueciendo con rapidez




Surgieron templos cristianos enteros. Por ejemplo, la iglesia de san Juan
de Rá vena gracias a Gala Placidia por haberse salvado de un naufragio.
El interior de estos edificios sacros recibió igualmente numerosas dona-
ciones. Muchas veces un ú nico peregrino equipaba una parte de la igle-
sia. Y sobre todo, en los lugares centrales de peregrinació n como la tumba
de san Fé lix en Ñ ola, el santuario de Menas en Egipto, el santuario de
Focas en Sinope, etc., se acumulaban casi sin fm los ricos exvotos. «Orna-
menta infinita»,
escribe el anó nimo de Piacenza sobre las donaciones de
los peregrinos en el Gó igota. La escala habitual va desde copias de miem-
bros en plata u oro hasta ganado, dinero y tierras, pasando por costosos
cortinajes, candelabros, cruces de todo tipo, pieles, tapices, coronas de oro
(por ejemplo de los reyes visigodos), alfombras y seda del rey de los per-
sas. La costumbre se mantuvo «a lo largo de los siglos» (prelado Sauer).
Lo que ló gicamente no duró en general fueron las piezas valiosas, mien-
tras que las carentes de valor estelas, tablas y columnillas votivas, las ins-
cripciones y los cientos de ampollas para aceite y agua todaví a perduran
hoy, lo que demuestra tanto la estupidez de los creyentes como la astucia
del clero. Las donaciones se podí an enajenar; aunque en el siglo xx sim-
plemente con la autorizació n de la Santa Sede. 95

Seguramente que los peregrinos no hací an donaciones só lo como agra-
decimiento sino tambié n porque esperaban ayuda. Sin embargo, los teó lo-
gos só lo mencionaban los exvotos de agradecimiento; se pagaban mejor.
Los que habí an sanado llevaban imá genes de pies, manos y ojos, figuras de
casi todas las partes del cuerpo, a veces de madera, aunque otras de oro.
Con ocasió n de una enfermedad del prí ncipe heredero de Galicia, el padre
entregó el equivalente en oro y plata del peso de su hijo enfermo a la tumba
de san Martí n. Esos sacrificios sustitutivos eran frecuentes en la Edad Me-
dia. Menos gasto tuvo el ex có nsul Ciro; para agradecer la curació n de su
hija simplemente grabó una inscripció n en la columna del estilita Daniel. 96


Era habitual llevar a los centros de peregrinaje animales como ofren-
da, de nuevo un paralelismo exacto con los centros de peregrinació n pa-
ganos. Y lo mismo que en é stos era frecuente el parque de animales tam-
bié n en los cristianos, sobre todo en Oriente, donde constantemente se
restituí an los animales sacrificados. Parece ser que a Tecla le gustaban las
aves: gansos, cisnes, grullas, faisanes, palomas, etc. En Egipto se preferí an
cerdos. Al parecer, alrededor de Menas habí a todo un rebañ o, que a veces
atraí a a ladrones (necesitados). 97

Aunque el parque de animales era una especialidad de los centros de
peregrinació n orientales, tambié n en Occidente se regalaba a las iglesias
ovejas, temerá s, cerdos, caballos. Y mientras que hoy en los templos cris-
tianos suele haber una pegatina en la entrada con la imagen de un perro
que anuncia: No podemos entrar..., antañ o se llevaban los animales (que
ademá s permanecí an en la iglesia) al altar y se les bendecí a. Hasta llegar
allí se consideraba un sacrilegio hurtarlos, como «robo al templo», «robo
a Dios». Otros animales -segú n el viejo punto de vista cristiano cosas,
carentes de alma- se sacrificaban, se serví an a la mesa con ocasió n de los
á gapes de peregrinos y el resto se daba a los pobres, en recuerdo del man-
damiento de amar al pró jimo como a sí mismo. 98

Seleucia tení a abundancia de animales pero estaba tambié n llena de
oro y otros tesoros de los peregrinos ricos, por lo que isaurios y bandidos
asolaban constantemente el santuario, que parecí a casi una fortificació n.
Aunque la propia Tecla custodiaba sus tesoros y los peticionarios volví an
a reponer las propiedades robadas, se creó una pequeñ a fortaleza y una
guardia del templo que estaba al mando del obispo. No obstante, en caso
de peligro de ataque se guardaba en la ciudad lo má s valioso, y a veces
se dejaba que los ciudadanos protegieran los bienes de la Iglesia; como
en el fondo casi siempre, la Iglesia tení a la correspondiente autoridad de
mando. Si se recuperaba el botí n de los bandidos, se restituí a bajo him-
nos solemnes. 99

El caso de Tecla demuestra el modo en que el obispo local propaga un
culto. Segú n el jesuí ta Beissel «para que una peregrinació n se mantenga
en flor, habí a que estimular y dar confianza al pueblo mediante resulta-
dos visibles, con milagros y respuestas a las oraciones». 100

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