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La peregrinación en pos de una santa que probablemente nunca existió




Asia Menor tuvo una gran importancia en la historia de las peregrina-
ciones, siendo aquí los centros de peregrinaje mucho má s numerosos que
en ningú n otro lugar. Habí a allí multitud de lugares «santos» de relevan-
cia má s local, como la iglesia del má rtir Polieuctes en Melitene. En Sino-
pe, en el mar Negro, san Focas se convirtió en patró n de los marinos. En
Cesá rea, en Capadocia, se veneraba al santo má rtir Mamas; má s todaví a
a los famosos 40 santos má rtires que tení an santuarios por otros sitios, en
especial en Asia Menor, y cuyas reliquias eran recuerdos de peregrino muy buscados. 87

A todos estos lugares les superaba con creces Seleucia de Calleadnos,
destino de las peregrinaciones má s antiguas conocidas. De modo curioso
era una mujer santa la que atraí a aquí a los peregrinos, influyendo en ello
seguramente la predilecció n de los habitantes de Asia Menor por las divi-
nidades femeninas. (En Calcedonia florecí a el santuario de Eufemia, que
debí a su fama a dos milagros principales: al indescriptible aroma dulce
que desprendí a la tumba de la má rtir, al principio só lo por la noche pero
má s tarde de manera ininterrumpida. Y a una esponja que, segú n las re-
velaciones sobre sus sueñ os hechos por la santa al obispo o a otros hom-
bres dignos, se llenaba de sangre al tocarla con las reliquias santas, en
presencia del emperador, de las autoridades, del pueblo, que siempre pro-
rrumpí a en gritos de jú bilo, sobre todo despué s de que fluyera tanta san-
gre que no só lo hubo suficiente para todos los presentes sino que pudo
hacerse una especie de venta por correo a todo el mundo. )88


El centro del culto en Seleucia era santa Tecla, considerada como la
primera má rtir, la «protomá rtir», aunque salvada por un milagro, expiró
«en hermoso sueñ o». Tambié n así se puede ser má rtir. Los cató licos si-
guen celebrando su festividad el 23 de septiembre, los orientales el 24 y
los coptos el 19 de julio. En «é poca antiquí sima» (Holzhey) habí a en
Roma una iglesia de Santa Tecla en el Vaticano, y asimismo otros santua-
rios dedicados a ella. Se la veneraba en Lyon y en Tarragona, má s tarde
en la iglesia catedralicia de Augsburgo, cerca de allí, a la altura de Wel-
den, en un lujoso santuario, y tambié n Munich poseí a una capilla de Santa
Tecla. En el siglo de Hume, Voltaire y Kant se extendieron desde Españ a
varias hermandades de santa Tecla, entre otras en Viena, Praga, Munich,
Ratisbona, Maguncia, Paderbom, aquí incluso confirmada por el papa
en 1757 como «archihermandad». Un «pan de santa Tecla» especial en
recuerdo del que todos los dí as serví a un á ngel a la santa, proporcionaba
protecció n y curació n, y se consumí a en Españ a, Austria y Alemania, en
especial en la piadosa regió n de Paderbom. 89

No obstante, sobre Tecla, la presunta discí pula de san Pablo, só lo se
tienen «noticias fiables» en «ocasionales e indeterminadas (! ) alusiones de
los Padres de la Iglesia» (Wetzer/WeIte), y desde luego no histó ricas. Tuvo
su origen en las Actas de Tecla, una parte de las Acta Pauli et Theclae, aque-
lla historia puramente novelesca que falsificara un sacerdote cató lico de
Asia Menor alrededor del añ o 180, que despué s fue trasladado y suspen-
dido. Tertuliano, má s tarde un «hereje», y el Padre de la Iglesia Jeró nimo,
que era un falsificador, un santo difamador sin conciencia, juzgaron de
modo demoledor la obra del monje. Lo mismo el famoso Decretum Ge-
lasianum, atribuido al papa Gelasio I, un documento supuestamente pro-
mulgado por el sí nodo romano en 494 y en el que se condena las actas de
Pablo y Tecla, pero es a su vez una falsificació n. 90

En Seleucia, donde comenzó a florecer el culto a Tecla, la santa tuvo
que luchar contra dos competidores. Estableció un «frente de lucha»,
como se dice en la obra muy prolija pero sin ningú n valor histó rico De
vita et miraculis s. Theclae,
del arzobispo Basilio de Seleucia, «frente al
demonio Sarpedon, que habita en una grieta de la tierra junto al mar y
que mediante un orá culo hace que muchos pierdan la fe, y lo mismo con-
tra la diosa Atenas, que tiene su santuario en lo alto de la ciudad». Cuando
la peregrina Eteria apareció en Seleucia, toda la novela de Tecla, la falsifi-
cació n del presbí tero cató lico, estaba expuesta en el lugar de su martirio
como certificació n de la autenticidad del lugar de peregrinaje. Eteria leyó
estas «Actas de Tecla y agradeció a Cristo nuestro Dios, que me ha con-
cedido sin tener mé ritos el que se cumplan todos mis deseos». 91

A finales del siglo n, la novela de Asia Menor se conoce hasta en Car-
tago y se la considera verdadera, como tantas otras cosas en el cristianis-
mo, y durante siglos proporciona buenos dividendos. El culto se extiende


cada vez má s. En el siglo iv, Tecla es en Oriente en todos sitios casi tan
popular como Marí a. Se produce entonces una auté ntica actividad pere-
grinatoria. El centro se encontraba fuera de la ciudad, sobre una meseta,
donde Eteria no encontró «en la iglesia de los Santos [... ] nada má s que
innumerables celdas de hombres y mujeres», «santos ermitañ os o apotac-
titas». La presencia de estos servidores y servidoras del culto en un santua-
rio continuaba evidentemente una costumbre de la religió n pagana, como
era habitual en Asia Menor.

Sin embargo, alrededor del añ o 500, cuando culminó la actividad al-
rededor de Tecla en Seleucia, habí a allí un «distrito santo» (té menos) lleno
de iglesias y edificios anexos, tambié n con albergues para los peregrinos,
y lo mismo que en todos los centros de peregrinaje, a menudo complejos
de monasterios, en el desierto de salitre, en Palestina, Siria, Alejandrí a,
má s tarde tambié n en Occidente, sobre todo en Galia. Todos estos luga-
res disponí an de alojamientos para los peregrinos, hospicios, financiados
por los emperadores, por otras personalidades relevantes y por cristianos
acaudalados, lo que requerí a unas inversiones elevadas, sobre todo porque
los albergues en el desierto parecí an má s castillos para protegerse con-
tra los bandidos y sarracenos, y porque las reglas monacales de la Iglesia
antigua no só lo obligaban a atender a los «peregrí ni» sino tambié n a los
«pauperes», y los xenodoquios de los monasterios eran asimismo alber-
gues para pobres y enfermos. En Seleucia se levantó en relativamente poco
tiempo por tres veces una basí lica cada vez mayor (de la ú ltima, la iglesia
de la é poca de apogeo, quedan hoy só lo unas pocas ruinas). Habí a enton-
ces un total de cinco iglesias, multitud de viviendas para sacerdotes y
otros servidores y una sala de incubació n, donde los peregrinos dormí an
para recibir en sueñ os el consejo o la curació n de los santos. 92

El culto a Tecla en Seleucia prosperó má s por cuanto desde un princi-
pio le favoreció su privilegiada situació n en las comunicaciones, el cruce
de cuatro caminos. Cada vez acudí an de las cercaní as y de lejanos luga-
res má s soldados, campesinos, eruditos y funcionarios, sobre todo durante
la festividad de Tecla, que se celebraba durante varios dí as. Habí a diver-
sió n, se bebí a, se bailaba y las doncellas no tení an segura su virginidad ni
en las proximidades inmediatas del santuario; y só lo el cielo sabe cuá ntas
esperaban precisamente eso. Tambié n los obispos disfrutaban del bañ o
de multitudes y si el alboroto era excesivamente molesto en la iglesia prin-
cipal, se podí a ir al «bosque de mirtos», la «paz» de la gruta de Tecla,
donde «tambié n Tecla gustaba de permanecer», hasta que los sollozos y
alaridos de los fieles les expulsaban de allí. 93

No se conocí a la tumba de «Tecla»; perfectamente comprensible. Tam-
poco habí a reliquias al principio, aunque despué s se encontraron de todo
tipo, como la punta atascada de su traje, que quedó cuando desapareció
en la grieta de la tierra. Por supuesto, los peregrinos podí an adquirir «eu-


logias» y es probable que tambié n agua milagrosa. Habí a asimismo aceite
de lá mpara milagroso. La iglesia incluso vendí a jabó n. Muchos peregri-
nos llevaban animales como ofrenda desde las orillas del mar Negro has-
ta Egipto: grullas, gansos, palomas, faisanes, cerdos. Muchas veces Tecla
obraba a travé s de ellos un milagro, cosa nada rara entre los dioses paga-
nos; por ejemplo Sarapis cuando Lenaios rezaba con fervor por su caballo
que se habí a quedado ciego de manera sú bita «lo mismo que por un her-
mano o un hijo». Naturalmente, hubo muchos regalos valiosos. Las igle-
sias nadaban en oro y tesoros, y no só lo las de Tecla. 94

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