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La simonía




Segú n las má s antiguas definiciones canó nicas, se entiende por simo-
ní a la adquisició n de una dignidad eclesiá stica, de un cargo obispal, sa-
cerdotal o diaconal, es decir de la consagració n como clé rigo, por medio
de dinero o valores pignorables. Sin embargo, tambié n se entiende bajo
ese té rmino la compra o venta sacrilegas de las denominadas gracias, de
los dones y bienes espirituales (spirí tualid) a cambio de ventajas «tempo-
rales» (temporalia), la adquisició n de sacramentos y objetos sacramen-
tales. Los estipendios por misas, derechos de estola, tasas y obligaciones
pueden, en cambio, ser embolsados legí timamente para lo cual se remi-
ten al Nuevo Testamento (Mat. 10, 12; Lú e. 10, 7; I Cor. 9, 13, etc. ). Anti-
guos intentos de prohibir donaciones por administrar los sacramentos
acabaron, significativamente, en fracaso. Las iglesias llegan, incluso, a
exigir por ello sumas que rebasan lo legal y tambié n por lugares para se-
pultura. 174

Como primer convicto de simoní a se consideraba en el siglo IV a Si-
mó n el Mago, quien, en la Historia de los Apó stoles, quiso comprar de
é stos el poder del Espí ritu Santo. Ya en el siglo ni, fue puesto, por así de-
cir, al frente de todos los «herejes». Desde entonces existe asimismo la
simoní a, desconocida, al parecer, en los dos primeros siglos: evidentemen-
te, los cargos sacerdotales no eran aú n suficientemente rentables para ser
comprados. A mediados del siglo ni, en cambio, cuando la sede episcopal
comenzó a ser atractiva financieramente, se da ya la simoní a y é sta, tras
el reconocimiento del cristianismo como religió n del Estado, con el con-
siguiente incremento lucrativo de las dignidades eclesiá sticas, se extien-
de cada vez má s y de forma imparable. Las prohibiciones, iniciadas a co-


mienzos del siglo iv y profusamente reiteradas despué s, resultaron total-
mente vanas. '75

Ya en el siglo iv, se dieron casos de obispos que exigieron tasas por la
consagració n de Iglesias, por el enví o de hostias y por consagrar el acei-
te. Tambié n hubo sacerdotes que administraron sacramentos, casaron y
enterraron previo pago en metá lico. Al filo del siglo iv, apenas se podí a
ser cristiano sin pagar. Se hizo habitual que los recié n bautizados deposi-
taran dinero en la vasija bautismal. Naturalmente, la corruptela aumentó
exuberante de siglo en siglo y a mayor abundancia entre las altas esferas.
Durante el dominio godo en Italia, cada vez que habí a elecció n de papa,
todo, hasta los vasos sagrados, se poní a en venta. 176

Las primeras prohibiciones y medidas punitivas contra la simoní a las
hallamos, a comienzos del siglo iv, en el Concilio de Elvira y poco des-
pué s en los Cá nones Apostó licos. En ese momento, las ordenaciones sa-
cerdotales así como la distribució n de cargos eclesiá sticos a cambio de
dinero se hicieron algo tan escandaloso que muchas asambleas eclesiá s-
ticas tomaron medidas contra ello: el Concilio de Calcedonia (451), el
de Constantinopla (459), los de Roma (499, 501 y 502), los de Orleans
(533, 549), el de Tours (567). Contra la venta de las sedes obispales hubo
tambié n intervenciones imperiales: de Leó n I y Antemio, el añ o 469, y
de Glicerio, el 473, en Ravena. En esos momentos, la venta clerical de
cargos hací a tales estragos que el emperador Glicerio hubo de constatar
que la mayor parte de los obispados se adquirí a no por mé ritos, sino por
dinero. Las intervenciones estatales y eclesiá sticas contra las prá cticas
simoní acas se hicieron cada vez má s frecuentes. Justiniano, que amena-
zó con severos castigos la compra de la elecció n o la consagració n de
obispos, amplió la prohibició n de la simoní a a todo el clero. Pese a todo,
la venta sacerdotal de cargos fue en continuo aumento a lo largo del si-
glo vi y especialmente en Occidente, donde, por ejemplo, en los obispa-
dos de Franconia se hizo algo habitual. Cuando en 591 murió el obispo
Ragnemond de Parí s y su hermano, el sacerdote Faramod, presentó sus
aspiraciones a la sede vacante, el comerciante sirio Eusebio ascendió al
trono obispal «despué s de repartir muchos regalos». Por cierto que tam-
poco fueron casos aislados los de conversiones logradas mediante el pago
de dinero. 177

A partir de mediados del siglo vi la simoní a toma la denominació n de
simoniaca haeresis y pasó a ser considerada como la peor de todas las
«herejí as». Es cierto que la Iglesia ha intentado erradicarla una y otra vez,
pero todo ha sido en vano. Nunca lo consiguió hasta la Edad Moderna.
Ocurrió má s bien que ciertas formas de simoní a se convirtieron en «usos
muy arraigados» en la Alta Edad Media (Meier/ Weicker). 178


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