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Algunos métodos eclesiásticos de obtener y gastar dinero legítimamente




Por lo que respecta a Egipto, donde el patriarca de Alejandrí a partici-
pa, ya en el siglo ni, en las transacciones de un comerciante de ultramar,
se puede documentar a partir de comienzos del siglo iv que la Iglesia po-
seí a una flota mercantil propia. Con ayuda de ella, el patriarcado desarro-
lla el comercio con Palestina, con Sicilia, con las costas adriá ticas y con
la sede obispal de Roma. Y por cierto que la Iglesia y casi toda la Patrí s-
tica habí an prohibido el comercio estrictamente y mucho tiempo atrá s.
¡ Valgan los ejemplos de Ambrosio o de Jeró nimo, quien escribió que ha-
bí a que rehuir como la peste al clé rigo que practicase el comercio! A fi-
nales del siglo vi, la iglesia alejandrina posee ya 13 barcos de navegació n


por alta mar, de los que al menos el má s grande de entre ellos (pero quizá
tambié n los otros) navega hasta Inglaterra. El patriarcado, que poseí a en-
tonces 8. 000 libras de oro, construyó estos barcos en astilleros propios y
obtuvo la madera de fincas de la Iglesia italiana. Pero tambié n las igle-
sias territoriales de Egipto poseí an barcos y talleres que dejaban en al-
quiler. 158

Tan só lo por lo que respecta a la Iglesia de Constantinopla se puede
documentar para aquel entonces la existencia de 1. 100 locales comercia-
les establecidos en suelo de su propiedad. Y a esa riqueza contribuyó
como mí nimo uno de sus patriarcas, quien a causa de sus sentencias de
bellas resonancias, algunas, y no las má s apagadas, sociales, por no decir
socialistas e incluso comunistas, fue denominado «Pico de Oro». Que Cri-
só stomo tení a ademá s una mano de oro, capaz de apalearlo con la má xi-
ma diligencia, mientras su gran compromiso social le empujaba a conde-
nar discurso tras discurso la sed de aquel metal, es algo que se desprende
de su modo de obrar. Pues como todo auté ntico prí ncipe de la Iglesia no
só lo se preocupaba de la salvació n de las ovejas de su grey, sino tambié n,
y con particular esmero, de sus herencias y especialmente de las de las
viudas ricas. Y cuanto má s ricas eran, mayor era, ló gicamente, su esme-
ro. De ahí que el santo patriarca cuyos escritos representan el punto cul-
minante de la literatura patrí stica despreciativa -sobre el papel- del dinero
-para é l no era otra cosa sino fango- no só lo realizase negocios immobi-
liarios muy lucrativos, sino que ademá s consagró sus personalí simos es-
fuerzos a la situació n de la viuda de un armador y senador, una tal Tecla. 159

Especialmente apetecible, sin embargo, hallaba aquel santo «comu-
nista» el dinero y el oro de una tal Olimpia.

El padre de esta joven señ ora era un Comes palatii, un alto funcionario
imperial. Su tí a era la esposa del rey de Armenia. Su padre, que la con-
virtió en viuda a los veintiú n añ os, era el prefecto de Constantinopla. Su
herencia sumaba la friolera de 250. 000 piezas de oro, por no hablar de la
plata, así como de innumerables fincas rú sticas y urbanas. El mismo em-
perador Teodosio intervino como competidor de la Iglesia proponiendo a
Olimpia el matrimonio con uno de sus parientes. Con todo, las mucha-
chas de aquel tiempo (y tambié n las de todos los tiempos posteriores) sa-
bí an a travé s de la madre Iglesia que la virginidad valí a má s que todo ma-
trimonio y que el matrimonio en segundas nupcias valí a todaví a mucho
menos. De ahí que Olimpia diera calabazas al emperador y la Iglesia
abrigase fundadas esperanzas. '60

Ahora bien, la pesca de los discí pulos de Pedro no tuvo un é xito rá pi-
do ni completo. El emperador se avinagró y puso las posesiones de Olim-
pia bajo administració n estatal forzosa. Tambié n sometió a vigilancia los
contactos entre aqué lla y el obispo de Constantinopla, Nectario (381-397),
un hombre a quien é l habí a aupado antañ o hasta la sede patriarcal aunque


no estaba ni bautizado. Nectario, jurista de formació n, un verdadero zo-
rro y bien curtido, amante del lujo y venerado todaví a como santo en
Oriente, consagró cuatro añ os má s tarde y en un santiamé n a Olimpia,
que disponí a otra vez de su riqueza, como diaconisa. Cierto que ello, por
lo que respecta a las viudas de menos de sesenta añ os, estaba prohibido
por una ley estatal, pero a pesar de ello Nectario obtuvo así un derecho
preferencial sobre el codiciado patrimonio. Olimpia comenzó inmediata-
mente a desparramar su dinero entre el clero y la Iglesia de Dios y cuan-
do Nectario murió, en 397, su sucesor, Crisó stomo, que tanto y tan insis-
tentemente abominaba de la riqueza, pudo atrapar todaví a un resto sucu-
lento. 16'

Contamos con la siguiente lista de las donaciones que Olimpia «hizo
a la excelsa iglesia de Constantinopla por mediació n del santí simo pa-
triarca Juan»:

- 10. 000 libras de oro.

- 10. 000 libras de plata.

- La totalidad de los denominados inmuebles de Olimpia, entre los
que figuran el edificio de un juzgado, unos bañ os pú blicos y una
panaderí a.

- La totalidad de los inmuebles sitos en la cercaní a de los bañ os pú -
blicos de Constanza.

- La totalidad de los denominados «inmuebles de Evandro».
. «- Todas las fincas rú sticas situadas en tomo a la ciudad.
/fr Las fincas de Tracia, Galacia, Capadocia, Bitinia... 162

No hemos de admiramos de que Olimpia se convirtiera en santa de la
Iglesia de Oriente y de la de Roma. ¡ Quien regala de ese modo -a la Igle-
sia, se entiende- ha de ser santo a la fuerza! Cuando su amigo, el santo
Doctor de la Iglesia, cayó en desgracia ante la corte y fue deportado has-
ta las estribaciones del Cá ucaso, donde murió, su joven amiga no le so-
brevivió mucho tiempo. Con todo, antes de ello recibió, con á nimo total-
mente postrado, turbada y deshacié ndose en lá grimas a causa de la sepa-
ració n, nada menos que diecisiete cartas del patriarca, una de las cuales
dice así: «Bien puedes ver cuan terrible es la lucha exigida para soportar
pacientemente la separació n del amigo, cuan doloroso y amargo es [... ].
A quienes se aman no les basta estar unidos en el espí ritu, pues ello no
les es suficiente como consuelo, sino que exigen tambié n la proximidad
corporal. Y cuando han de abstenerse de é sta, su felicidad sufre un detri-
mento nada pequeñ o... ». 163

Ni que decir tiene que un obispado como el de Roma no podí a ser
pobre. Ya rico en la é poca preconstantiniana, la Iglesia urbana de Roma
conoció un enorme auge material bajo el primero de los emperadores


cristianos: ¡ fustigado por Dante como «semilla de perdició n», causante
de la alegrí a del «primer Padre rico»!

Ya en 312, con ocasió n de su primera estancia en Roma, regaló Cons-
tantino a su obispo la Domusfaustae, el palacio laterano, futura residen-
cia papal. Ademá s de ello, le regaló una iglesia obispal, junto al latera-
no, cuyas tierras se extendí an, má s allá de Roma y sus cercaní as, abar-
cando fincas situadas en el sur de Italia y en Sicilia. Donó asimismo una
fastuosa basí lica bajo la advocació n de Pedro, a la que pertenecí an tie-
rras en Antioquí a, Alejandrí a, Egipto y la provincia del Eufrates. Esta
Iglesia obtuvo tambié n tierras hasta en Tarso y en otras ciudades sirias.
Hasta finales del siglo iv, el nú mero de iglesias titulares romanas deriva-
das de fundaciones piadosas se elevó a 25. Tan só lo las propiedades fun-
darí as traspasadas por Constantino a su favor permití an a la Iglesia ro-
mana disponer de unos ingresos anuales de má s de 400 libras de oro. En
cualquier caso, enajenó bien pronto, segú n toda probabilidad, sus pro-
piedades orientales, que apenas podí a explotar o administrar. ¡ De las ga»
nancias obtenidas se hicieron tres tercios destinados a la Iglesia, el clero
y el papa! 164

Estas mismas iglesias eran extremadamente costosas y se tragaban su-
mas ingentes. Algunos sacerdotes romanos, enemigos del papa Dá maso,
protestaron airadamente en un escrito de sú plica al emperador Teodosio I
contra «unas basí licas cuajadas de oro, revestidas de lujoso má rmol,
asentadas sobre pomposas columnas». Contra semejante derroche del pa-
trimonio -una constante a lo largo de los siglos y que se toma a repetir
tambié n, y muy especialmente, a finales del siglo XX, mientras mueren de
hambre millones de criaturas «hechas a imagen de Dios»- se protesta
contadí simas veces. Permí taseme citar una excepció n: la de Gottfried Ar-
nold, cuya Historia imparcial de la Iglesia y de los herejes (la ú nica
fuente a la que acudió Goethe para informarse acerca de la historia del
cristianismo), una historia de la Iglesia como apenas se ha escrito otra en
el espacio de cada siglo, constata: «Al igual que pasó con la construcció n
del templo de Jerusalé n. -los grandes dispendios y la pompa desplegada
son má s bien muestra de una miserable decadencia y del despilfarro del
cristianismo y no de un auté ntico espí ritu cristiano como el que debie-
ra haber reinado a imitació n de los antiguos cristianos [... ]. Así obró é l
[Constantino] y con su derroche dio un mal ejemplo que influyó en gran
manera sobre el clero, cuya amistad se granjeó de ese modo [... ]. Verdad
es que muchos de ellos guardan nostalgia de ese tiempo en el que todas
las iglesias mostraban tanta magnificencia y ostentació n. Só lo los má s
sensatos sienten pesar ante ello». Justiniano (527-575) construyó en la
ciudad de su corte Santa Sofí a, empleando para ello cinco añ os y diez mil
obreros e inviniendo una suma que Hans v. Schubert (¡ a principios del si-
glo xx! ) cifraba en 361 millones de marcos del Reich. 165 (¡ Puestos de tra-


bajo! ¡ Al precio que sea!, para constmir cañ ones o iglesias. ¡ Ambas co-
sas se compaginan perfectamente! Vé ase el caso de Justiniano... )

Pero habí a otras muchas iglesias con grandes posesiones en tierras y, no
pocas veces, con dinero. Mencionemos, por dar algunos ejemplos de Oc-
cidente, a los obispos Eterio de Lisieux, Egidio de Reims y Leoncio de
Burdeos. 166

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