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El papa Gregorio I galantea con «un animal político salvaje»




 

Corriendo el añ o 592 habí a muerto en el reino franco el má s anciano de los reyes merovingios, Guntram, tras una serie de amenazas y atentados. Y habí a muerto sin dejar descendencia. Pero tras la muerte de sus propios hijos habí a adoptado a su nieto mayor, todaví a menor de edad, Childeberto II (575-596) dejá ndole parte de su reino. De forma que é ste gobernó dos reinos parciales: Austrasia y Francoburgundia. Childeberto, que en el ú ltimo perí odo de su vida sometió en el oeste a los bretones rebeldes y en el este a los vamos levantiscos —un pueblo turingio entre los nos Saale y Elba—, pronto cayó de lleno bajo la influencia de su madre.

La poderosa Brunichilde, la figura má s descollante del reino franco, habí a impuesto en 575 el dominio de su hijo de cinco añ os en Austrasia y habí a resuelto la subsiguiente lucha por el poder con los nobles austrios del bando de Guntram en su favor y en favor de la realeza. Esto encontró su expresió n en el tratado de Andelot, que frenó las divisiones diná sticas internas y recortó la influencia de la aristocracia. Asimismo tras la muerte temprana de su hijo Childeberto (596) —ví ctima probablemente, como su mujer, del veneno—, gobernó Brunichilde en nombre de los hijos de aqué l, con diez y nueve añ os respectivamente, sus nietos Teuderico II de Burgundia y Teudeberto II de Austrasia, jugando un importante papel polí tico cada vez mayor.

En el lado opuesto, en Neustria, donde Clotario II (584-629) con só lo tres meses de edad habí a sucedido a su padre Chilperico, fue su madre Fredegunde la que, lo má s tarde al comienzo de los añ os noventa, alcanzó una influencia decisiva. La honda enemistad entre ambas reinas se desfogó sin traba alguna a la muerte de Guntram, estando todas las probabilidades a favor de Brunichilde y de Childeberto II. Mantuvieron en sus manos casi todo el reino franco, con la excepció n de las pequeñ as franjas costeras del noroeste de Parí s. Cierto que en un asalto rá pido conquistó Fredegunde Parí s y otras ciudades occidentales; pero murió en 596 o al añ o siguiente. 5

Naturalmente que muchos obispos, y entre ellos Sigimundo de Ma-


 

guncia y su sucesor Leudegasio, se pusieron del lado de la cada vez má s poderosa Brunichilde, personalmente afecta a la Iglesia, devota de san Martí n y promotora de su culto, a la vez que fundadora de muchas casas religiosas y benefactora del clero cató lico. Tambié n Gregorio I le hizo la corte. Y su abundante correspondencia con la reina de mala reputació n y sin escrú pulos está marcada por la adulació n má s viscosa, que el papa practicaba tambié n con el imperial perro sanguinario de Fokas. Todo habla en favor de que el papa conocí a perfectamente los mé todos de aquella «mujer terrible» (Nitzsch): una soberana ambiciosa, que bastante a menudo caminó sobre cadá veres, «un animal polí tico salvaje, dispuesta a todo con tal de mantener el poder» (Richards).

Pese a todo, el santo padre ignora en sus cartas por completo la espantosa discordia familiar de Brunichilde. La ve a ella, a su hijo, su reino y todos los otros reinos ganados para la recta fe «cual lá mparas explendorosas que brillan e iluminan en medio de las tinieblas nocturnas de la incredulidad». Le agradece repetidas veces el apoyo que ha prestado a sus misioneros ingleses en su viaje de paso por el reino franco. Exalta su «amor al prí ncipe de los apó stoles, Pedro, de quien sois devota de todo corazó n, como yo sé ». Y le solicita, a menudo en vano, su ayuda contra simoní acos, grupos cismá ticos y cultos paganos. Gregorio exhorta a Bumichilde a que impida por la fuerza la adoració n de á rboles sagrados y otras idolatrí as y le recomienda el empleo de flagelaciones, torturas y cá rcel para obtener la conversió n de los paganos rebeldes. (Pero cuando Juan el Ayunador de Constantinopla hizo condenar y castigar con varas a un monje ortodoxo por «herejí a», Gregorio intervino ené rgicamente el añ o 595-596 en favor del flagelado. )

Y por supuesto que el papa envió tambié n reliquias a la reina. Má s aú n, a igual que a petició n de Childeberto, el hijo de ella, habí a nombrado vicario apostó lico al obispo de Arles, así tambié n confirió el palio —aunque fuese a regañ adientes— al favorito y consejero de la reina, Syagrio de Autun, y sin que se conociera ninguna tradició n al respecto ni ningú n caso precedente, y sin que ni siquiera el propio prelado hubiera considerado necesario solicitarlo personalmente del papa; incluso aunque el obispo estaba bajo sospecha de apoyar a los cismá ticos y hasta de haber enviado a Roma a un cismá tico como su representante. (Syagrio fue asimismo declarado santo: su fiesta el 27 de agosto. )

Por añ adidura Autun no era sede metropolitana. El metropolitano de Syagrio. y por tanto superior a é l, era el obispo de Lugdunum. Así cuando solicitó el palio del papa, Gregorio rechazó la demanda por no existir ningú n caso precedente en tal sentido. Evidentemente só lo querí a otorgar el tal palio a protegidos especiales de la corona. En efecto, cuando Childeberto lo demandó en 595 para el arzobispo Virgilio de Arles, el papa satisfizo de inmediato el deseo real. Por el contrario, no


 

pensó en distinguir con ese honor al culto obispo Desiderio de Vienne, que asimismo deseaba el palio. Cierto que Desiderio pertenecí a al ala reformista de la Iglesia franca, cosa que debí a atraerle la simpatí a del papa; pero justo por ello no gozaba del aprecio de la corte. Desiderio era persona non grata a la reina, la cual lo hizo deponer de su cargo el añ o 602-603 por el concilio de Chalon-sur-Saó ne aduciendo como causa su lascivia, lo hizo desterrar al monasterio de una isla y, a su regreso el 23 de mayo de 607, le hizo apedrear.

El papa Gregorio tomó tambié n bajo su especial protecció n el monasterio de San Martí n, fundado en Autun por Brunichilde y por el obispo Syagrio (en 1099 sus monjes envenenaron al abad Hugo). La piadosa reina fundó tambié n un xenodochium u hospital para forasteros (que despué s se transformó en una abadí a femenina). El monasterio de monjas St-Jean-le-Grand de Autun se debe asimismo a la reina Brunichilde, a la cual el Lexikon fü r Theologie und Kirche le atribuye en general «arbitrariedad y prepotencia frente a la Iglesia» (con vistas a rebajar la alta traició n de Pipino y del santo obispo Arnulfo de Metz). 6

Gregorio I escribió a la poderosa reina, que supuestamente mandaba en la Iglesia, cerca de una docena de cartas, en un tono por lo general de adulació n almibarada, que tambié n empleaba con la casa imperial, tanto con la ví ctima (posterior) como con el asesino.

Todaví a con cierta contenció n empezaba la primera epí stola papal:

«El cará cter de Vuestra Excelencia, digno de alabanza y grato a Dios, se echa de ver tanto en vuestro gobierno como en la educació n de vuestro hijo». Pero pronto subí a de tono. Y, mientras el «canto gregoriano» nada tiene que ver de hecho con Gregorio, aquí podí a cantar con tonos cada vez má s elevados: «Cuan grandes son los dones que Dios os ha otorgado y con qué clemencia la gracia del cielo hincha vuestro corazó n, no só lo lo certifican vuestros muchos otros mé ritos, sino que se reconocen especialmente en el hecho de que goberná is los toscos corazones de los pueblos paganos con el arte de una cauta prudencia y por cuanto, lo que aú n es má s meritorio, la potestad regia se acompañ a con el adorno de la sabidurí a». Y es que en definitiva Brunichilde no só lo era poderosa sino tambié n ú til a la Iglesia. Le hizo numerosas donaciones y construyó abadí as, por lo que el papa hasta solicitó su apoyo con vistas a la reforma de la Iglesia franca y la protecció n de los bienes eclesiá sticos.

Mas tan pronto como el poder de Brunichilde empezó a perder terreno, tambié n cambió el tono de Gregorio. «Cuidad de vuestra alma, cuidad de vuestros nietos a los que deseá is un gobierno pró spero, cuidad de las provincias y pensad en la correcció n del criminal antes de que el Creador extienda su mano para el castigo... »7


 

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