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«.. Un nivel bajo», «.. un nivel bárbaro»




 

É stos son los juicios de dos eruditos modernos —Karl Baus y Josef Fleckenstein— sobre el clero y la Iglesia cató lica en el perí odo merovin-gio, pues el perfil medio de los obispos no era para nada mejor que el de la nobleza. Y precisamente desde el episcopado se difundieron la violencia y la corrupció n a travé s de todo el estado clerical. En aquella Iglesia prevalecí a «un nivel bá rbaro» (Fleckenstein). 34

Los obispos, que desde hací a largo tiempo ya no procedí an de la clase media de la sociedad —Clotario II (584-629) impuso como norma que se eligieran entre los miembros de la alta nobleza—, oprimí an a una con el resto de la clase dominante al pueblo. A veces gobernaban en su entorno cual verdaderos dé spotas. Apenas si fornicaban y bebí an menos que los laicos. Sentados a la mesa del rey, referí an sus perjurios y adulterios; del obispo Bertram de Burdeos hasta se sospechaba que habí a tenido que ver algo con la reina Fredegunde. A menudo designaban ellos mismos a sus sucesores. Las fuentes informan constantemente de


las normativas y ajustes pertinentes. Gustosos dejaban en herencia sus obispos padres a obispos hijos: Tré veris de manos de Liutwin a las de su hijo Milo; Maguncia, de las de Gerold a las de su vá stago Gewilib; Lü ttich, de las de Hubert —que má s tarde incluso fue venerado como santo— a las de su hijo Floriberto.

Otros adquirí an la sede episcopal mediante falsificació n de documentos o contra el pago de una cantidad de dinero; como hizo el obispo Eusebio de Parí s, un comerciante sirio, que superó así al hermano de su predecesor, el obispo Regnemond de Parí s. Y a la muerte de Cautino en Arvem (Clermont) escribió Gregorio de Tours: «Muchí simos hací an grandes esfuerzos por obtener el episcopado, gastando mucho dinero y prometiendo mucho má s». Tambié n en la corte trabajaban muchos con sobornos y cohechos, como el obispo Egidio de Reims. A menudo las elecciones se convertí an en luchas partidistas y hasta en actos de violencia. Má s aú n, ocurrió que alguna ciudad llegó a tener dos obispos a la vez. Así, en Digne el obispo Agapito y el obispo Bobo se repartieron los bienes eclesiá sticos, antes de que un sí nodo los depusiera a entrambos.

Algo parecido ocurrí a en los monasterios, que ademá s representaron desde el siglo v importantes puntos de apoyo en el á mbito urbano para el gobierno episcopal de las ciudades, toda vez que a partir del siglo vi se multiplicaron notablemente y desde el siglo vil pertenecieron a los má ximos terratenientes del paí s, llegando a ser con frecuencia má s ricos que las mismas catedrales de los obispos. A finales del siglo vil, cuando en todo el reino hubo má s de cuatrocientos monasterios, ¡ tales monasterios y las iglesias poseí an un tercio de la Galia! Aun así, muchos obispos y abades abandonaban sus puestos para regresar a la vida «civil». Otros continuaban y viví an como clé rigos o monjes como cualquier laico. Y no faltaban quienes tení an que buscar refugio en sus colegas, como el obispo Teodoro de Coira, que en razó n de sus diferencias con su metropolitano milanos en 599 imploró la protecció n del obispo Syagrio de Autun. 35

Pero no pocas veces los prelados mantení an con sus'propios sacerdotes una especie de guerra permanente, y así muchos obispos y archidiá conos se hací an la guerra a muerte. Los pastores odiaban con frecuencia por los motivos má s insignificantes sin medida alguna «hasta el punto de que parecí a una ley de la naturaleza el que cada obispo fuese el enemigo y perseguidor nato de su clero» (Rü ckert).

Por lo mismo los sacerdotes intrigaban y conspiraban contra sus prelados. Se les oponí an frecuentemente, formando de continuo gremios y tramando conspiraciones, para las que en ocasiones hasta reclamaban la ayuda de los laicos.

Sucedió que un solo eclesiá stico o toda una pandilla caí a sobre un obispo en su palacio y lo encarcelaba o expulsaba. Hubo tentativas de


asesinato y asesinatos efectivos y en los monasterios se dieron amotinamientos. En Rebais el abad Filiberto hubo de abandonar el monasterio y en Der el abad Berchar fue asesinado por un monje. El obispo Aprun-culus de Langres só lo pudo escapar a la muerte huyendo de noche y saltando por las murallas de la ciudad. Al obispo Waracharius lo envenenaron sus clé rigos.

En Lisieux el archidiá cono y un sacerdote conspiraron contra el obispo Eterio; pero fracasó el complot asesino así como un panfleto con el que intentaron difamarlo.

A las ó rdenes del eclesiá stico Pró culo, del abad Anastasio y del gobernador de Provenza, el clero de Marsella atacó al obispo del lugar, Teodoro, a quien se escarneció y maltrató. Repetidas veces los sacerdotes forzaron todos los edificios eclesiá sticos, saquearon las despensas y se llevaron parte de los tesoros de las iglesias. Pero aú n fue peor lo que el prelado hubo de sufrir de manos reales: «Mas no cesó la venganza de Dios, que siempre suele salvar a sus servidores de la venganza de los perros rapaces». O, como escribe Gregorio despué s de otro caso de escá ndalo: «Pues Dios toma venganza de sus servidores, que esperan en É l». La venganza, la criatura preferida de la religió n del amor.

Al arzobispo Preté xtate de Rouen lo degolló, significativamente el Domingo de Pascua de 586, mientras celebraba la misa en el altar mayor de su catedral, un esclavo de Fredegunda. Ninguno de los numerosos clé rigos que estaban a su alrededor pudo ayudarle. Como orante piadosa, la misma reina pudo deleitarse con el espectá culo del obispo moribundo. Habí a pagado por ello 100 guldes de oro, y otros 50 el obispo Melantius y otros tantos el archidiá cono de Rouen, sin má s precedentes. Má s tarde el asesino fue entregado por la reina Fredegunda y el sobrino del arzobispo lo mató, mientras que Fredegunda quedaba sin castigo: a los pequeñ os se les cuelga... 36

Continuas fueron asimismo las disputas entre clero y nobleza. Así los servidores del obispo Prisco de Lyon y del duque Leudegisel se entregaron a luchas sangrientas. En Javols los comité s se enfurecieron contra el clero y el obispo Partenio, a quien el conde Palladio tambié n le reprochó la «repugnante lascivia con sus queridas». Syagrio, hijo del obispo Desiderato de Verdun, irrumpió con sus espadones en la alcoba de su enemigo Sirivaid y lo remató. En Angoulé me hubo enfrenta-mientos entre el ordinario del lugar, Heraclio, y el conde Nanthin. Como sobrino del asesinado obispo Marachar de Angoulé me, Nanthin reclamó parte de los bienes eclesiá sticos, mató a varios laicos y a un sacerdote y saqueó y destrozó sus casas. En las postrimerí as del siglo vil Germano, abad del monasterio de Mü nstergranfelden, Alsacia, cayó sobre las huestes del duque Eticho (padre de santa Odilia), y hasta fue venerado como santo. 37


Los atracos a clé rigos fueron ya entonces frecuentes, debidos en buena medida al deseo de apoderarse de sus preciosos ornamentos y de los vasos sagrados (que generalmente llevaban consigo). Y a menudo los «monjes misioneros» fueron muertos por campesinos y cazadores, que se tomaban la justicia por su mano durante los trabajos que se llevaban a cabo en el terreno antes de la fundació n de un monasterio; curiosamente con mayor frecuencia que en la «evangelizaron» propiamente dicha.

Tambié n se violó de continuo el derecho de asilo y hasta se asesinó en las iglesias, pues eran especialmente apropiadas para la persecució n armada de prí ncipes que, por ejemplo, se preparaban para la batalla. De creer a los cronistas, só lo el rey Guntram habrí a sido liquidado tres veces en el camino de la iglesia. Y naturalmente se combatí a tambié n en las «casas de Dios», como dos familias emparentadas y de gran prestigio a los ojos de Chilperico, que se combatieron «hasta delante del altar». «Muchos fueron heridos a espada, la santa iglesia quedó salpicada de sangre y sus puertas acribilladas a golpes de lanzas y espadas» (Gregorio de Tours). 38

En la elecció n de obispo no pocas veces ocurrí a lo que pasaba en las elecciones de Roma: que fá cilmente se llegaba «a la dureza recí proca». En Clermont-Ferrand y en Uzé s se conseguí a mediante sobornos. En Rhodez desaparecieron con el mismo motivo casi todos los vasos «sagrados» de la iglesia y la mayor parte de sus riquezas. En Langres, al tiempo de la ocupació n de la sede episcopal, fue apuñ alado el diá cono Pedro, hermano de san Gregorio, en plena calle porque el tal Pedro —segú n afirmaba Fé lix, obispo de Nantes— «por el deseo del episcopado habí a matado a su obispo». 39

Aunque los concilios condenaron regularmente el que los clé rigos llevasen armas, fue un uso que mantuvieron. Con ellas iban de caza y acudí an a la batalla..., un tanto diferentes de su Señ or Jesú s. A veces mataban hombres con su propia mano, como hicieron los obispos Salonio y Sagitario. Hacia 720 marchó el obispo Savarico de Auxerre bien armado sobre Lyon para apoderarse de Burgundia; pero segú n parece cayó fulminado por «un rayo» del cielo. Repetidas veces tambié n algunos eclesiá sticos se dejaron contratar como asesinos a sueldo, para eliminar por ejemplo al rey Chü deberto o a la reina Brunichilde. Eterio, obispo de Lisieux, habrí a sido rematado por los hachazos de un sacerdote, instigado por el archidiá cono del obispo eliminado. 40

Gregorio calla sobre el asesino o los asesinos de uno de sus predecesores. Por medio de una bebida emponzoñ ada, que aqué l tomó en 529, «precisamente cuando alumbraba para el pueblo la noche santí sima del nacimiento del Señ or» (¿ só lo para el pueblo? ), murió en el lugar el obispo Francilio de Tours, un prelado de familia senatorial, sumamente rico, casado y sin hijos. Por el veneno oculto en una cabeza de pescado falleció en 576 el obispo Marachar de Angoulé me a instigació n de su suce-


sor, el obispo Frontonio. Tambié n habí an participado en el asesinato algunos sacerdotes de la iglesia local. Y ya un añ o despué s le sorprendí a a Frontonio «el juicio de Dios» (Gregorio de Tours). 41

En marzo de 630 los diocesanos de Cahors se quitaron de en medio al obispo Rú stico, sin que sepamos nada de una intervenció n de la Iglesia contra los asesinos. Impune quedó asimismo la muerte del obispo Teodardo de Maastricht, probablemente en 671-672, por unos salteadores de iglesias, habié ndole abandonado sus acompañ antes en un bosque cerca de Espira. Tambié n el sucesor de Teodardo, el obispo Lamberto de Maastricht, terminó probablemente asesinado (705), despué s de que é l hubiera hecho degollar a dos de sus enemigos, los hermanos Galo y Riold. El obispo Gaudino de Soissons, acusado pú blicamente de usura por los ciudadanos, fue arrojado a una cisterna de la aldea de Herlinum, en la que pereció ahogado. Tras la deposició n del obispo Herchenefreda, el rey Dagoberto I mandó castigar a los culpables, desterrando a unos, reduciendo a otros a esclavitud, mutilando a otros y a otros matá ndolos. 42

Pasaremos ahora revista a algunos otros representantes de aquel clero que, incluso segú n el mentado Manual cató lico de historia de la Iglesia, «por doquier, y sobre todo en el reino franco, habí a descendido a un nivel muy bajo». Ahí lo encontramos ya en la Antigü edad; pero siguió hundié ndose... 43

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