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«.. Y se encaminaron a Marsella», o sin judíos el cristiano goza de salud




 

La hostilidad cristiana contra los judí os arranca del Nuevo Testamento, especialmente de Pablo y del denominado Evangelio de Juan. Y la mayor parte de los padres y doctores de la Iglesia antigua, incluidos los má s prominentes, contribuyó a la transmisió n de esa hostilidad agravá ndola a menudo enormemente.

Siguiendo las huellas de muchos predecesores cató licos tambié n el doctor de la Iglesia, Isidoro de Sevilla, lanzó a la luz pú blica un escrito Contra Judaeos. Y tambié n san Juliá n, arzobispo de Toledo, que personalmente era de ascendencia judí a, escribió en 686 una obra de tendencia antijudí a. Mientras que el concilio XII de Toledo (681) decretaba no menos de 28 leyes contrarias a los judí os, el concilio XVI (693) las refrendaba perjudicá ndolos sobre todo en el aspecto econó mico. Pero el concilio XVII (694) declaraba esclavos a todos los judí os por sus maquinaciones contra el Estado y sus ofensas a la cruz de Cristo; sus bienes fueron confiscados y se les retiró a los hijos que habí an cumplido los siete añ os.

En el reino merovingio la Iglesia prohibió cualquier unió n entre sus fieles y los judí os, que se habí an establecido sobre todo en las ciudades comerciales de la Galia. Los cató licos no podí an casarse con gentes judí as y ni siquiera comer con ellas. Ningú n judí o podí a sentarse en presencia de un sacerdote sin su permiso. Se amenazaba con penas graves a los judí os que intentasen convertir a sus esclavos cristianos. Y en el caso


de que se convirtieran al judaismo, su manumisió n se declaraba invalidada. Y desde el concilio de Macó n (581-583) ya no se les permitió a los judí os que tuvieran esclavos cristianos. 51

En el siglo vi los concilios prohibieron a los judí os todos los cargos pú blicos en el reino merovingio, incluidos los militares. En el siglo vil pudieron continuar en sus cargos, si se abrazaban a la cruz; es decir, si se hací an bautizar. Por tanto, contaban ú nicamente los motivos religiosos, o los que se entendí an como tales. 52

La persistente hostilidad de la Iglesia cató lica contra los judí os dio naturalmente sus frutos.

Así, por ejemplo, san Avito de Vienne —a quien todaví a en el siglo xx el Lexikon fü r Theologie und Kirche exalta cual «columna de la Iglesia en el reino burgundio»— no só lo trabajó «incansablemente en la extirpació n de la herejí a» sino tambié n en la del judaismo, aunque ciertamente no se dice. Pues «con mucha frecuencia» —segú n refiere san Gregorio de Tours— exhortaba Avito a los perversos judí os a que se convirtieran. Las cosas habí an llegado tan lejos, que una vez, justo durante una procesió n «el dí a santo en que el Señ or, tras haber obrado la redenció n de la humanidad, subió gloriosamente al cielo, cuando el obispo marchaba entre cantos del coro desde la catedral a una iglesia, toda la muchedumbre que le seguí a se precipitó sobre la escuela judí a y la destruyó hasta los cimientos, asolá ndola por completo».

¿ Un acto de terror? ¡ Oh, no!. Al dí a siguiente el santo tan tolerante enviaba ya un mensaje a los judí os: «No deseo obligaros por la fuerza a convertiros al Hijo de Dios». No, é l, «que habí a sido puesto como pastor de las ovejas del Señ or», tení a simplemente la obligació n como su Señ or, de «conducir tambié n a las otras ovejas, que no eran de su redil, para que no hubiera má s que un solo pastor y un solo rebañ o. Por lo mismo, si queré is creer como yo —de eso se trata en toda su historia desgraciada: ¡ o creerlo todo como ellos o irse al diablo! —, tené is que formar un solo rebañ o y yo seré vuestro pastor; de lo contrario, abandonad este lugar». Realmente un mensaje claro y sublime, a la vez que cristiano y cató lico por los cuatro costados. Y así quisieron creer unos, y se dejaron convertir de esa manera «mansa». Pero otros, «que habí an rechazado el bautismo, salieron de la ciudad y se encaminaron a Marsella».

Así de simple: y se encaminaron a Marsella... Por lo demá s, Gregorio só lo declara que «nuestro Dios nunca se cansa de glorificar a sus sacerdotes... ». 53

Tambié n la orientació n de san Gregorio es —¡ naturalmente! — antijudí a por completo; lo que a menudo se trasluce, como cuando estigmatiza la «có lera» y la «maldad» de los judí os, su «sentimiento, que se cebó con la sangre de los profetas» y que despué s deseó en justa ló gica


matar «injustamente al Justo». Incluso san Martí n, que sin embargo obraba milagro tras milagro, es impotente, y hay que llamar a un mé dico judí o; como en el caso de Leunast, archidiá cono de Bourges, que estaba ciego, recuperó milagrosamente la vista y de nuevo la perdió tambié n milagrosamente: «porque habrí a quedado curado si, tras la acció n milagrosa de Dios, no se hubiera llamado al judí o». 54

El piadoso rey Guntram, que trata a los judí os de «perversos y desleales» y «siempre de corazó n pé rfido», y que se negó a permitir la reconstrucció n de la sinagoga que poco antes habí an destruido los cristianos, cuenta con toda la simpatí a del obispo Gregorio: «j0h tú, rey glorioso y sumamente sabio! ». 55


 

 

NOTAS

 

Los tí tulos completos de las fuentes má s importantes y abreviaciones se hallan en las pp. 259 y 260. Los tí tulos completos de las fuentes secundarias citadas no se han trascrito en esta versió n. Los autores de los que só lo se ha consultado una obra figuran citados só lo por su nombre en la nota; en los demá s casos se concreta la obra por medio de su sigla.

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