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El Significado ético y moral de la fiesta Hebrea de las Cabañas (Sukkot), así como de toda la Ley de Moisés




El significado de la fiesta Hebrea de Sukkot, así como el de toda la Ley de Moisé s, es uno y el mismo. Es decir, la Escritura no es un juego de distintos mensajes, de entre los cuales tenemos que escoger cual sea el mas vigente, o el mas relevante. No es como dice la noble tradició n Cristiana; que alega que el mensaje de Dios cambia-- que primero fue la Inocencia; luego, la Ley; y mas tarde, fue la Gracia.
¡ No! Dios no decidió “jugar a esconderse”; ni tampoco falló en prever que, un mensaje cambiante, condenarí a a los creyentes a vivir en un perpetuo estado de incertidumbre, donde nunca sabrí an con certeza si siguen o no el ú ltimo mensaje; o si el ú ltimo mensaje es el de Jesus, el de Muhammad, o el de José Smith. ¡ No! La Escritura tiene un solo mensaje.
Y, ese mensaje, tiene muy poco que ver con teologí a, pues es uno de naturaleza é tica, y moral. Este mensaje, está prefigurado en todos los mandamientos; en todos los ritos; en todas las figuras, en todos los relatos, y en todas las ordenanzas de la Ley. Y las fiestas anteriores y posteriores a Sukkot (la fiesta Hebrea de los taberná culos) son un maravilloso ejemplo de todo esto. Verá usted, este periodo de fiestas comienza con “Rosh ha Shanah”, es decir, el añ o nuevo Hebreo.
La tradició n Hebrea dice que, en Rosh Ha Shanah, Dios juzga al mundo entero, y decide quien ha de morir, y quien ha de vivir; quien ha de enfermar, y quien ha de sanar; quien ha de enriquecer, y quien ha de empobrecer. Y esto significa que todo hombre debe reconocer la existencia de un Juez y un juicio en el Universo. Entonces, luego de Rosh Ha Shanah, se concede un periodo de diez dí as de gracia, hasta que llega la pró xima fiesta, llamada “Yom Kippur”.
Yom Kippur es el dí a de la expiació n. Y durante los diez dí as que trascurren entre Rosh Ha Shanah y Yom Kippur, Dios concede a cada persona la oportunidad de buscar el perdó n Divino; mostrando de ese modo su su sincera contrició n y arrepentimiento.
Así, durante estos diez dí as, los creyentes Hebreos tratan de hacer todo el bien posible; de alimentar al hambriento, de mostrar misericordia al que sufre, y de hacer la paz con sus enemigos.
Al llegar Yom Kippur (el dí a del juicio), el decreto es finalmente “sellado”. Es decir, si se habí a escrito algú n decreto negativo, o alguna condena contra esa persona, el arrepentimiento que mostró durante esos diez dí as, borra y anula ese mal decreto.
Pero, inmediatamente despué s de Yom Kippur (es decir, inmediatamente despué s de este “juicio final”), viene la fiesta de”Sukkot”. Y, en Sukkot, los Hebreos hacen una pequeñ a cabañ a; una frá gil y humilde vivienda portá til. De hecho, el techo de esta humilde vivienda debe estar “quebrado”.
Es decir, debe estar suficientemente incompleto como para que, a travé s de é l, podamos ver las estrellas. Durante los pró ximos siete dí as, el creyente Hebreo debe abandonar la comodidad de lo que, hasta esa é poca, fue su có modo y permanente hogar; para morar en cambio en esa humilde y quebradiza vivienda temporera, que es la Sukkah.
La Sukkah tiene la intenció n de recordarnos la jornada que realizaron nuestros ancestros en el desierto. Pero, esa jornada en el desierto, es en realidad un prototipo de nuestra jornada en este mundo.
Es que, esta vida, no es sino la “jornada externa” que nos provee el Creador; una realidad circunstancial externa, cuyo propó sito es darnos la oportunidad de realizar una “jornada interna”; una jornada que ni siquiera el Creador puede realizar por nosotros, pues tenemos que realizarla nosotros mismos. Y, esa jornada interna, está prefigurada en estas fiestas.
Es que, como acabamos de decir, Sukkot conlleva abandonar la comodidad de nuestra vivienda principal, el lugar donde hemos habitado la mayor parte de nuestra vida, para ahora morar en una humilde, frá gil, quebrantada, y transitoria habitació n. Y esto significa que, la jornada que debe realizar cada hombre (tipificada en la jornada que en el desierto hicieron nuestros padres espirituales) es la siguiente...
Reconocer primeramente que hay un Juez y un Juicio en el Universo; Que hay un Dios que habrá de juzgar nuestras obras y nuestra vida. Y que, entendiendo esto, debemos proceder al arrepentimiento; procurando el perdó n de tal Dios; de ese Juez que un dí a habrá de juzgarnos.
Y, cuando ese juicio se efectú a, y nos hemos reconocido faltos ante el Juez, el pró ximo paso es demostrar la sinceridad de ese arrepentimiento por medio de la “Sukkah”; es decir, haciendo que nuestras vidas se conviertan en una Sukkah. ¿ Como? Pues viviendo una vida humilde, y haciendo que nuestro corazó n de piedra que no reconoce a Dios y vive de espaldas al Creador (sin reconocer sus mandamientos ni su voluntad) sea “quebrantado”.
Ese quebrantamiento (es decir, el encontrarnos “incompletos” o “faltos”) nos hace “mirar las estrellas”. Es decir, volvernos al cielo (al Creador). La Escritura dice que, cuando Ha Shem dio la Torah (o Ley) a Moisé s, la escribió en Tablas de piedra. Pero, ante la indignació n del pecado de Israel, Moisé s procedió a romper esas piedras.
¡ Eso es lo que quiere Dios del ser humano!; que, ante la indignació n por el pecado en su vida, el hombre proceda a quebrantar su corazó n de piedra. Y, que el producto de ese corazó n quebrantado, sea un cambio de vida; abandonar el “confort” (la comodidad) de la vida alejada de Dios, para vivir una vida de humildad; una vida que demuestre un corazó n quebrantado y arrepentido. ¡ Esa es la Sukkah!: la vida de arrepentimiento.
Luego de la fiesta de Sukkot viene inmediatamente otra fiesta que se conoce como “Simja Torah”; esta frase significa, “el gozo de haber recibido la Torah”.
Y de eso es de lo que se tratan las fiestas: de que entendamos que, cuando el hombre ha reconocido finalmente que hay un juez; ha reconocido que hay un juicio que se avecina; ha procedido al arrepentimiento, y ese arrepentimiento ha producido a su vez un cambio de vida, ese hombre puede entonces gozarse de que ha recibido la Torah; porque, esta, es la verdadera Torah.
Es que el verdadero mensaje de la Escritura Hebrea no es un mensaje teoló gico ni dogmá tico, sino un mensaje é tico y moral; un llamado a abandonar la maldad, a darle la espalda al orgullo y a la rebeldí a, para comenzar en cambio a vivir la vida de humildad, de sencillez, y de quebrantamiento de corazó n que agrada al Creador-- Esa, es toda la Torah.
La tradició n Hebrea cuenta que un gentil vino una vez ante el sabio Hillel, y le dijo: “me convertiré a la Fe Hebrea, si puedes enseñ arme toda la Torah (toda la Ley) en el corto tiempo en que puedo sostenerme sobre una sola pierna”.
Y Hillel le contestó diciendo: “Aquello que es odioso para ti (aquello que no te gustarí a que te hicieran a ti mismo), no lo hagas tu a tu pró jimo. Esta es toda la Torah (es todo lo que hay que saber acerca de ella); el resto, es solo comentario. Ahora puedes ir, y aprender el comentario”.
Y es precisamente esto de lo que tratan las fiestas Hebreas. Aquí en este mundo, los Hebreos tienen “yeshivot” (escuelas) donde se estudia la Torah, el Talmud; los “Midrashim”; los mandamientos; las tradiciones Hebreas y Judí as.
Y, al final de los estudios, los Judí os confieren al estudiante un tí tulo de “rabino”. Este ú ltimo, es un tí tulo conferido por los hombres. Pero la tradició n afirma que hay un titulo de Rabino que es conferido directamente por el Creador.
Es que se nos cuenta de un Rabino (que en realidad nunca ejerció formalmente como Rabino), cuyo nombre fue “Eliezer Ben Dordia”. La historia cuenta que no hubo una prostituta en el mundo que Eliezer Ben Dordia no hubiese patrocinado.
Un dí a, oyendo que en una ciudad cercana al mar habí a una hermosa prostituta que demandaba por su servicio una bolsa llena de denares, Eliezer echó mano de una de esas bolsas, y salio a visitarla; cruzando para ello siete caudalosos rí os (como intimando que estaba dispuesto a exponerse a los riegos que fuesen necesarios, con tal de satisfacer sus apetitos sexuales).
Cuando finalmente llegó al lugar, y ya se encontraba en la cama con la meretriz, está ú ltima “erutó ” repentinamente, y procedió a decir a Eliezer: “Así como este aire nunca volverá al lugar de donde ha salido, así mismo tu arrepentimiento nunca será aceptado”. Estas palabras calaron tan profundo en el corazó n de Eliezer Ben Dordia, que fue y se sentó entre dos montes y collados.
Entonces dijo: “Montes y collados, pidan misericordia por mi”. Pero los montes y los collados le contestaron diciendo: “Antes de pedir misericordia por ti, tenemos que pedir misericordia por nosotros mismos, pues escrito está: “Porque los montes se moverá n, y los collados temblará n... ”- Isaí as 54: 10.
Entonces Eliezer dijo a los cielos y a la tierra: “¡ Pidan misericordia por mi! ”. Pero estos le contestaron: “Antes de pedir misericordia por ti, tenemos que pedir misericordia por nosotros mismos, pues escrito está: “porque los cielos será n desechos como humo, y la tierra se envejecerá como ropa de vestir”- Isaí as 51: 6.
Entonces pidió al Sol y a la Luna que intercedieran por é l, pero estos le contestaron: “Antes de pedir misericordia por ti, tenemos que pedir misericordia por nosotros mismos, pues escrito está: “La luna se avergonzará, y el Sol se confundirá... ”- Isaí as 24: 23.
Entonces dijo: ¡ Estrellas y planetas, pidan misericordia por mi! pero estos le contestaron: “Antes de pedir misericordia por ti, tenemos que pedir misericordia por nosotros mismos, pues escrito está: “Y todo el ejercito de los cielos se disolverá ”- Isaí as 34: 4.
Finalmente, Eliezer entendió que su perdó n dependí a de é l mismo; de su propio arrepentimiento. Así que, poniendo la cabeza entre sus rodillas, comenzó a llorar delante de Dios; a llorar en alta voz y a quebrantar su corazó n por causa de su maldad y su pecado, de suerte que comenzó a temblar.
Y continuo llorando, hasta que su alma salió de é l. Entonces, una “bat kol” (es decir, una voz celestial) se oyó decir: “¡ El Rabino Eliezer Ben Dordia ha sido destinado a tener vida en el mundo que ha de venir! ”.
Cuando mas tarde el Rabino Judah Ha Nasi (el Patriarca espiritual de su é poca) oyó todo esto, lloró amargamente, y dijo: “¡ Dios mio! ¿ Como es posible que algunos logremos la vida eterna solo despué s de largos añ os de arduo estudio y trabajo, de aprendizaje, de oració n y de meditació n; mientras que otros la ganan en solo una hora? ”.
Entonces añ adió: “¡ Y no solo se perdona a quien se arrepiente, sino que hasta se le otorga el titulo de “Rabino”!
¿ Podrá haber algo mas maravilloso que esto? ¡ Que el mismo Creador haya llamado “Rabino” a Eliezer Ben Dordia, confirié ndole así el honor de llevar ese titulo? ¿ Y por que? Pues porque Eliezer Ben Dordia aprendió todo lo que habí a que saber acerca de la Torah: que el propó sito de todos los mandamientos de la Escritura, y de todas las leyes, es que el hombre proceda al arrepentimiento; a abandonar la maldad; a no hacer al pró jimo el mal que no desearí a para si mismo.
De eso es que se trata la Torah: de que el hombre reconozca que hay un Juez, y que hay un Juicio en el Universo (¡ eso es Rosh Ha Shanah! ); que hay un dí a de juicio (Yom Kippur); que tiene que cambiar su estilo de vida (¡ eso es Sukkot! ); y que, cuando hace esa jornada en su alma [es decir, psiquis interna], ya puede regocijarse de que ha recibido la Torah (¡ eso es Simja Torah! ); de que finalmente ha entendido de lo que realmente trata la Ley de Dios; y de que, al igual que Eliezer Ben Dordia, el Cielo ya le concede el titulo de Rabino; pues ya conoce todo lo que hay que saber acerca de la Torah, y por ende puede ya enseñ arla a otros.
Por esto es que la Torah no puede ser corrompida, como reclaman nuestros hermanos musulmanes, quienes alegan que los antiguos Hebreos tergiversaron el mensaje de la Torah. Es que el mensaje de la Torah no puede ser tergiversado alterando esta o aquella otra palabra, pues su mensaje no tiene nada que ver con teologí a, ya que no es un mensaje de naturaleza dogmá tica.
El mensaje de La Torah (así como el de toda La Escritura), es en cambio un mensaje é tico y moral; y, cada una de sus enseñ anzas, cada uno de sus ritos, y cada una de sus imá genes, tiene el propó sito de darnos ese mismo mensaje, no importa cuan extrañ o parezca ser.
Un buen ejemplo de ello lo era el que la Torah ordenaba que cuando una mujer daba a luz un niñ o, era inmunda durante cuarenta dí as. Y todo lo que esa mujer tocaba era tambié n inmundo. Pero alguien podrí a preguntarse, “¿ por que era inmundo el parto? ”; Y, “¿ que culpa tení a la mujer de dar dar a luz, si para eso mismo fue ella creada? ”.
La respuesta está en que, tal mandamiento, no tení a en realidad nada que ver con inmundicia ritual, ni tampoco dogmá tica. El mandamiento tení a el propó sito de proveer a la parturienta un respiro de todas sus responsabilidades domé sticas. Es decir, como todo lo que tocaba era inmundo, no se le podí a exigir que lavase la ropa, que fregase los platos, que barriese el piso, que cocinara la comida, que tuviera que mover nada, que cargase a ninguno de sus niñ os, ni que hiciese labor manual alguna.
En fin, la mujer permanecí a en la cama durante cuarenta dí as (el numero cuarenta tipifica el conocimiento profundo del verdadero espí ritu de la Torah, pues Moisé s tuvo que permanecer 40 dí as en el Sinaí para poder recibirla). Y, durante todo este tiempo, sus familiares y amigos realizaban por ella todas las labores del hogar. Y esto daba a la mujer la oportunidad de recuperarse de su difí cil parto.
Recordemos que en la antigü edad no existí an los hospitales; no habí a anestesia, y tampoco existí a la opció n de “parto por Cesá rea”-- El parto era un proceso sumamente doloroso, y a menudo la mujer no lograba sobrevivirlo.
Así, vemos como un mandamiento que a primera vista aparenta no tener nada que ver con hacer lo bueno, o con la é tica y la moral, es en realidad eso mismo: un llamado a hacer lo bueno. Es decir, haciendo inmunda a la mujer parturienta, la Ley “forzaba” a sus familiares y amigos a tratarla con la misma deferencia y consideració n que desearí an para ellos mismos, si estuviesen en la misma situació n.
Y esto es el Samaritanismo Reformado: entender que el mensaje de la Ley de Moisé s es un llamado a tratar al pró jimo (a Dios, a nuestros semejantes, y a nosotros mismos) con la misma deferencia y consideració n que desearí amos para nosotros mismos. La anterior má xima, encarna la vida de arrepentimiento y servicio que agrada al Creador.
Es que, no podemos amar directamente al Creador; no podemos besarle, ni podemos abrazarle, no le podemos dar de comer, ni le podemos dar de beber. Pero, cuando amamos al pró jimo (que esta hecho a imagen y semejanza de Dios), estamos “matando dos pá jaros con una sola pedrada”, pues no solo amamos al pró jimo, sino tambié n amamos (indirectamente) al Creador.

 

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