Science and Secular wisdom [alone] can't bring peace unto the World
Science and Secular wisdom [alone] can't bring peace unto the World
«Should someone tells you- “There is [secular] wisdom among the [gentile] nations”, believe him. Should he say to you- “There is Torah [moral wisdom] among the [gentile] nations”, do not believe him». The meaning of the former maxim is that, although God has endowed the gentile nations of the World with secular wisdom, this type of knowledge is no substitute for the moral wisdom that can be achieved only by those who learn [and practice] God's moral Law. Why? Simply because knowledge alone can't turn men into better people, as it can also make for more devious [and cunning] individuals.
In fact, not secular wisdom, but only practical spirituality (Justice, mercy, truthfulness, and Humility) can turn men into real human beings. And this is attested by the fact that, no less than one third of Nazi death camps commanders, had either a masters degree, or a doctoral degree. In short, intelligence and schooling alone cannot change people's nature. Although secular wisdom can prove to be an useful tool, our free will can always give us the option to use it for evil, thereby turning it into a deadly weapon.
The fact of the matter is that, in order to achieve “true humanity”, our minds [and hearts] must first pledge allegiance to Torah's moral standard.
This godly standard (also displayed by nature thru the law of “sowing and reaping”, or “action and reaction”), was summarized by the Hebrew prophets with the following words: “He has showed you, O man, what is good. And what does the Lord require of you but to do justly, and to love kindness and mercy, and to humble yourself and walk humbly with your God? ”- Micah 6: 8.
Or, as stated in an ancient Hebrew Midrash: “What is hateful to you, do not to your neighbour: that is the whole Torah, while the rest is the commentary thereof; go and learn it”- Babylonian Talmud, Shabbat 31a.
Don't make Science your personal God!
La ciencia es buena. Pero serí a ingenuo pensar que la ciencia es siempre objetiva, e incapaz de ser afectada por la corrupta influencia de intereses particulares (es decir, por las grandes empresas farmacé uticas; los ricos intereses bancarios y/o monetarios; las poderosas agendas sociales, culturales y polí ticas; etc. ). Ademá s, hay que tener en cuenta que, “Demasiado hacia el Oriente, es Occidente”. En otras palabras, “la ciencia abstracta” debe guiarse tanto por el sentido comú n como por la realidad empririca [“¡ la carreta debe seguir a los bueyes! ”]. No hay ningun problema con ser un fiel adepto de la ciencia, pero tenga presente que “la realidad, es la realidad”, mientras que “la ciencia” solo puede ser [en el mejor de los casos] una aproximació n de la realidad. ¡ No cometa usted el error de entusiasmarse tanto con la ciencia, que termine conviertié ndola en una secta religiosa! ¿ Como? Pues tratando de que la realidad empí rica [es decir, aquella realidad concreta y observable] se ajuste al dogma cientí fico, en vez de hacer que el dogma cientí fico se ajuste a la realidad empí rica.
El Maravilloso Plan Divino para toda la Humanidad
La Escritura Hebrea intima la existencia de una jerarquí a de autoridad Divina; de una cadena de autoridad que comienza con la mas elemental realidad fí sica, extendié ndose ininterrumpidamente hasta el Infinito [es decir, hasta la Infinita y Suprema Autoridad que es el mismo Creador]. Y, como parte de esa escala infinita de jerarquí a, a cada ser humano se le habrá de asignar un puesto directamente proporcional a la estatura moral que, durante su existencia terrenal, haya logrado alcanzar.
La Escritura revela que, la manifestació n de lo que en si mismo es El Creador, es tan abarcadora e infinita, como la vida que le distingue. ¿ Que es precisamente la vida? ¿ En que nú mero infinito de formas y maneras puede esta ú ltima manifestarse? ¿ Está vivo un virus? ¿ Esta vivo un planeta? ¿ Y que de una galaxia? ¿ Podrá estar vivo un universo?
Así, el Creador es algo tan increí blemente avanzado a nuestra realidad fí sica y moral, que el lenguaje laico carece de los elementos necesarios para conjugar la suma de todo lo que tendrí a que describirse. Una ilustració n que podrí amos utilizar, es la fabula acerca de tres animales; un oso polar, un á guila, y una lagartija tropical. Estos animales fueron un dí a llevados dentro de un cuarto oscuro y cerrado. El techo de este cuarto, consistí a de tres ventanas de vidrio. Todas las ventanas estaban cubiertas. El vidrio de la primera ventana, era blanco; el segundo, era azul; y el tercero, era verde. Una vez descubiertas las ventanas, el dueñ o del edificio pidió a cada animal que identificase a travé s de cual de todas las ventanas entraba “la luz verdadera”.
El oso polar contestó que, “la verdadera luz”, entraba por la ventana blanca. Su razó n para ello era muy sencilla: el blanco, no solo era el color de su propia piel, sino el de el helado á mbito en el que habitaba. Por su parte, el á guila contestó que, la verdadera luz, entraba por la ventana azul; pues este era el color tanto del cielo como de los mares que surcaba. En cambio, la lagartija afirmó que, la verdadera luz, entraba por la ventana verde. ¿ Por que? Pues porque, el bosque donde habitaba, eran de ese mismo color.
Cuando el dueñ o del edificio procedió a preguntar a los animales si deseaban saber cual era “la luz verdadera”, todos asintieron al uní sono. Entonces, apuntando hacia la puerta, el dueñ o procedió a decir: “¡ La verdadera Luz, esta afuera del edificio! ”. La moraleja de esta historia, es que todos percibimos a Dios dentro de los limites que nos impone nuestra realidad existencial; pero, la Divinidad misma, es mas amplia, diversa, y multiforme, que lo que puede captar nuestra limitada percepció n, surcando los lindes y fronteras teoló gicas, culturales, y nacionales que producen nuestra inhabilidad de comprender a Dios como un todo infinito, y unificador.
La realidad es que, las Escrituras Sagradas de los diversas tradiciones religiosas, sirven como apuntadores a una concepció n de Dios que no puede en si misma ser restringida por la revelació n. La razó n para ello, es que esta ú ltima no podí a explí citamente exceder la capacidad cognoscitiva, ni la limitació n existencial del receptor. Por poner un ejemplo, en las escrituras, Dios no nos habla de ciencias fí sicas, no por que no quiera que nos interesemos en esa materia, sino porque los antiguos no habrí an sido capaces de comprender tal grado de revelació n.
Es decir, si Moisé s hubiese hablado explí citamente en su Torah acerca de micro organismos bacterioló gicos, o acerca de la creació n del tiempo, sus enseñ anzas habrí an sido consideradas por sus contemporá neos como el producto de una mente desquiciada. Siendo así las cosas, encontramos a Dios revelando estas cosas solo de forma sucinta e indirecta, utilizando argumentos como el mandamiento acerca del lavado de manos, así como el del relato edé nico, donde se utiliza la designació n “dí a y noche” (té rminos usamos para designar el tiempo mismo), antes de mencionar la creació n del sol y la luna (por cuyos ciclos medimos el paso del tiempo). Este es el gran misterio que parece estar velado a los ojos del moderno mundo religioso: que Dios es mas que lo que los escritos sagrados parecen revelar; es mas noble, justo, y misericordioso que lo que el Texto Sagrado logra mostrar. Y, del mismo modo, su plan para con los seres humanos, es infinitamente superior a lo que nuestro sencillo entendimiento puede sospechar.
Es que, segun la Escritura, Dios crea un planeta entero, para luego ponerlo en manos del primer hombre, a fin de que este ú ltimo señ oree sobre el planeta. Es decir, este primer hombre [Adá n] vino a ser “un pequeñ o dios”; el embajador del Creador (o “su representante”), en este mundo. Pero, a diferencia del Creador, el reino de Adá n estaba limitado, pues no incluí a entes morales, ya que reinar sobre entes morales requerí a un conocimiento que, hasta ese momento, solo el Creador poseí a. ¿ Cual era tal conocimiento? Pues el conocimiento del bien y el mal.
Cuando Dios creó a Adam, estampó sobre é l su imagen, la imagen de aquel que es Infinito. Y, esta esencia del Infinito, le impide al hombre hallar satisfacció n alguna sino hasta el momento en que su vida asume espontá neamente la aptitud que le compele a extenderse hacia ese infinito que, instintivamente, reconoce como parte de su propia naturaleza. De ahí el que los seres humanos necesitemos pertenecer a algo mas grande que nosotros mismos; De ahí la necesidad de vivir persiguiendo siempre una meta mas alta y ennoblecedora.
Es que fuimos creados para extendernos hacia ese Infinito que, en el ultimo aná lisis, no es otra cosa sino el mismo Creador. El relato Edé nico narra que, inicialmente, Dios moldeó a Adá n del polvo de la tierra; pero luego Dios espiritualiza esta “tierra” que es nuestra humanidad, dá ndole eternidad por medio del acto de poner dentro de ella algo de lo que inicialmente estaba dentro del Creador. Esto no fue otra cosa sino “el aliento de vida”; la verdadera vida- No la vida que corresponde a nuestro finito cuerpo animal, sino la vida de Dios- una vida sin fin.
Ese impulso de extenderse hacia el infinito [puesto por Dios dentro de cada hombre], hace que este ú ltimo anhele ser igual a su Creador. Este impulso, no es en sí mismo malo; de hecho, en un sentido muy real, esta en armoní a tanto con el propó sito como con las circunstancias de la creació n de la raza humana. Pero, para llegar a ser igual al Creador, el hombre tení a primero que adquirir un conocimiento que solo Dios poseí a: el conocimiento del bien y el mal. El Creador tiene una existencia propia e independiente, es decir, fuera de tiempo y espacio. Pero el hombre existe, y esta circunscrito, a tiempo y espacio. Es decir, el hombre esta sujeto a “causa y efecto”. Esta limitació n se traduce en que, para conocer realmente las implicaciones del bien y el mal, este hombre creado por Dios tení a que vivir (o sea, experimentar en carne propia), ese mal que le impedí a extenderse hacia ese infinito que anhelaba alcanzar. Así las cosas, Dios no intercede para impedir la caí da de Adá n. Al igual que en la historia de José y de sus hermanos, el Eterno decide utilizar lo que a primera vista podrí a parecer una tragedia humana, para llevar a cabo un plan mucho mas abarcador. Adá n quiere ser como Dios, y para llegar a esta meta, decide utilizar el camino de la desobediencia, de la separació n del Creador. En el camino de este plan que llevara a cabo el Creador, este ú ltimo le mostrará al hombre la forma correcta de alcanzar su preciada meta. Pero, en la gracia Divina, Dios no solo cumplirá el deseo de Adá n, sino que incluirá en ese deseo a toda su descendencia, es decir, a toda la raza humana.
Y, al final de este maravillosos plan, los seres humanos finalmente comprenderemos que, no nos hacemos divinos constituyé ndonos en nuestros propios modelos de divinidad; en nuestro propio “está ndar”, separados y opuestos al Creador. Es que, por definició n misma, nada creado podrá jamas ser una mejor norma que su Creador. Así las cosas, Dios hizo del tropiezo de Adá n, un trasfondo para proveernos una experiencia existencial donde se nos ayude a entrar en el camino correcto hacia la divinidad- es decir, el ser “Uno con Dios”; ser, tal y como es el Creador, “luz en medio de las tinieblas”; el dejar que los atributos de Dios (justicia, amor y misericordia) se conviertan en nuestros propios atributos.
La Escritura Hebrea ha descrito a Dios como “La Vida del Mundo (o “la vida del Universo”). Como esta escrito: “El hombre vestido de lino… alzó su diestra y su siniestra hacia los cielos, y le oí jurar por aquel que es la vida del Mundo”- Daniel 12: 7, Biblia Hebrea. Y alguien ha dicho que, cada ser humano es, en sí mismo, un micro universo. Es en este sentido que nuestro espí ritu puede verse como “el dios de nuestro propio universo”. Pero, como el Creador se manifiesta en nuestro plano de existencia por medio de la justicia, la misericordia, y la humildad (Deut. 32: 4 & Miqueas 6: 8), no podremos ser iguales al Creador, sino hasta que nuestro micro universo esté tambié n lleno de estos mismos atributos. Es solo hasta entonces, que habremos logrado ser “uno con Dios”, estando así preparados para reinar con É l sobre el resto del universo, alcanzando de ese modo la esperanza ú ltima de redenció n mesiá nica.
Cuando lleguemos a la Eternidad, miraremos hacia atrá s (al pasado), y comprenderemos que, el sufrimiento que experimentamos durante nuestra vida terrenal, fue absolutamente necesario; pues fue la mejor manera de entender con claridad las funestas implicaciones de la maldad.
Es que, no podemos “ascender” a nuestra pró xima etapa de existencia, ni tampoco se nos puede dar inmortalidad, ni poder sobrenatural para reinar sobre otros mundos (y sobre otros seres morales), sin que primero hayamos aprendido a aborrecer la maldad. Y, esto ú ltimo, no como producto de un conocimiento de segunda mano (como el que podrí amos adquirir de alguien que intentase explicarnos el sufrimiento que invariablemente produce la maldad), sino por la experiencia de haberlo vivido en carne propia, y de haber sufrido sus consecuencias.
Es por esto que, en la Fe Hebrea, la salvació n viene por el arrepentimiento. Es decir, el propó sito ultimo para el cual nos trajo Dios a esta existencia, no se cumplirá en nosotros sino hasta que renunciemos voluntariamente a la maldad, y abracemos en cambio el bien. Cuando llega ese momento, ya estamos listos para partir hacia la eternidad; a un plano superior de existencia.
Son muchos los textos Sagrados que aluden a esta interpretació n del propó sito de la vida. Incluso el Talmud judí o hace claras referencias a este tema. Pero, como toda interpretació n demasiado radical para la mente comú n, a menudo fue expuesto de forma sucinta, e indirecta. Por ejemplo, el libro de Bereshit (Gé nesis 1: 26) menciona a Dios diciendo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza….. ” implicando así que Dios hace a sus “mensajeros” copartí cipes de la administració n de su creació n. Luego, cuando los tres á ngeles aparecen a Avraham (Gen 18: 22), uno de ellos habla y actú a como si fuese el mismo Dios. Claro, a diferencia de la noble fe Cristiana, la tradició n Hebrea prefigura al Creador como existiendo fuera de tiempo y espacio; así que, cada vez que se le adscribí a deidad a un “malach” (á ngel o mensajero), o a cualquier otra manifestació n fí sica, el judí o entendí a inmediatamente que se trataba de un representante divino, y no de la Divinidad en si misma.
Por ejemplo, la Torah dice en É xodo 23: 20-21: “He aquí yo enví o mi á ngel delante de ti, para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que Yo he preparado. Guardate delante de é l, y oye su voz; no le seas rebelde; por que é l no perdonara vuestra rebelió n, porque mi nombre esta en é l”. Y el verso 23 del mismo capitulo, dice: “Por que mi á ngel ira delante de ti y te llevara a la tierra del amorreo…. ”. En la literatura talmú dica, a este á ngel se le da el nombre de “Metatron”, o “El Precursor”. Tambié n es conocido como el “Á ngel de la Presencia”. Este á ngel, representa con tanta fidelidad al Creador, que se dice que “el nombre de Dios esta en é l”.
Desde la perspectiva Hebrea Talmú dica, se entendí a que a cada nació n se le asignaba un á ngel en particular. Por ejemplo, el á ngel puesto sobre Egipto, era llamado “Mizraim”; mientras que, el á ngel sobre Babilonia, era llamado “Kal”. Desde esta perspectiva, se reconocí a una jerarquí a de dignidad que seguí a una cadena que llegaba hasta cada individuo. Por citar un ejemplo; un Midrash dice que, a cada individuo, se le asignaban dos á ngeles para que le acompañ asen durante toda su vida. En el otro extremo de la Jerarquí a, la tradició n decí a que, aun los elementos (aire, tierra, fuego, agua. etc. ) estaban bajo la asignació n de algú n á ngel en particular. Por ejemplo, un midrash relata que, el á ngel a cargo del fuego, es llamado “Gabriel”; mientras que, el á ngel puesto a cargo del granizo, es llamado “Yurkami”.
Así, no debe sorprendernos que la exé gesis que de la Escritura Hebrea hací an los sabios de Israel postulase que, a cada justo, habrá de asigná rsele al menos un mundo sobre el cual reinar (de hecho, una tradició n postula que no sera un mundo, sino que será n 310 mundos). Y esto esta claramente expresado en el siguiente midrash talmú dico:
Se cuenta que, en una ocasió n, cuando el Rabino Simeó n Ben Halafta retornaba a su casa un viernes en la tarde, encontró que no tení a dinero para comprar lo necesario para la cena del Shabbat (Sá bado). Así descorazonado, salió solo fuera de la ciudad, y oró a Dios por su necesidad. De inmediato, una piedra preciosa le fue dada desde el Cielo. Fue entonces a los cambiadores de dinero, y vendió la piedra. Con lo que obtuvo, procedió a comprar comida para el Sá bado. Sin embargo, su esposa le pregunto: “¿ De donde viene toda esta comida? ” El contestó: “De lo que ha provisto el Santo de Israel”. Ella le dijo: “Si no me dices de donde vino verdaderamente todo esto, no tocaré ni un bocado”. Así que é l procedió a contar todo lo que habí a sucedido, para concluir dicié ndole: “Oré a Dios y, desde el Cielo, É l me proveyó la piedra preciosa”. Ella dijo en incredulidad: “No voy a tocar ni un bocado hasta que me prometas que, al finalizar el Shabbat, devolverá s la piedra preciosa”. É l preguntó: “¿ Y por que habrí a de hacerlo? ” Ella contestó: “¿ Quieres que tu mesa (en el Cielo) este falta de recompensas, mientras que la de tus colegas este llena de ellas? ” Ante tales palabras, Simeó n fue y contó lo ocurrido al Rabino Judah I (el Patriarca), quien le contestó diciendo: “Vuelve y di a tu esposa que, lo que falte en tu mesa celestial, yo lo completaré de la mí a”.
Cuando volvió, y relató estas palabras a su esposa, esta le tomó de la mano, y le dijo: “Ven y volvamos a aquel que te enseñ ó esa Torah”. Cuando llegaron de vuelta, ella le dijo al Rabino Judah: «Maestro, en el Mundo que ha de venir, ¿ podrá un hombre ver a su colega? ¿ No tendrá cada justo un mundo para si mismo? Por que la Escritura dice en Eclesiasté s 12: 5, “El hombre va a su propio mundo (o sea, su casa en la eternidad)”». Tan pronto como el Rabino Simeó n Ben Halafta oyó lo que su esposa dijo, se apresuró a tornarse y devolver al Cielo la piedra preciosa. Los sabios de Israel dijeron: “El segundo milagro, fue aú n mas grande que el primero”; por que, tan pronto como el Rabino Simeó n extendió su mano para devolver la piedra al Cielo, un á ngel descendió para tomarla de su mano (y una tradició n dice que el Cielo da, pero no toma de vuelta)- Avodah Zara 3: 1, 42c; Exod. R. 52: 3; Yalkut, Prov., 890
Quizá s aú n mas contundente, sea el siguiente relato talmú dico: El Rabino Joshua Ben Levi dijo- En el mundo que vendrá, el Santo de Israel (sea su nombre bendito) hará que cada justo herede trescientos diez mundos, como se intima en el verso en Proverbios 8: 21-“Para otorgarles “yesh” a aquellos que me aman…”. Si bien el significado de la palabra “yesh” (que a veces se traduce como “sustancia” o “riqueza”) es incierto, el valor numé rico de la palabra original, es de trescientos diez: la letra “yod” [que tiene un valor numé rico de diez], seguida por la letra “shin” [cuyo valor numé rico es de trescientos].
Otra cita donde se intima que el propó sito de la existencia humana es prepararnos para ser [en una esfera mas alta de existencia], algo similar a lo que el á ngel Metatron es a esta existencia, se encuentra en Proverbios 82: 6- El texto dice: “Yo dije, vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altí simo”. Otra inferencia adicional, se encuentra en el texto en É xodo 4: 16, que dice: “Y el (entié ndase Aaró n) hablará por ti al pueblo, y el será tu portavoz, y tu jugará s el papel de Dios para é l”.
Para resumir: hay una jerarquí a de autoridad Divina, que comienza con nuestra realidad fí sica mas elemental, y que se extiende hacia el Infinito [es decir, en direcció n a la Infinita y Suprema Autoridad que es el Creador]. En esta infinita escala de jerarquí a, se le asignará a cada ser humano un puesto directamente proporcional a la estatura moral a la que haya aspirado durante su vida terrenal. Es decir, mientras mas nos acerquemos al perfecto paradigma de justicia, de misericordia, y de humildad que es nuestro Creador, tanto mas honrosa será la jerarquí a Divina que se nos habrá de asignar.
Tanto la Torah como el Talmud Hebreo, muestran de modo alegó rico estas mismas verdades. ¿ Como?, pues enseñ ando que, “la cena” que disfruta el creyente [una vez ha llegado el dí a de Shabbat], consiste de lo que ha preparado con anterioridad [durante la ví spera del Shabbat]. Y esto surgí a del hecho de que estaba prohibido que el hombre encendiese un fuego durante el Shabbat [y pudiese por ende cocinar].
Así, en la anterior alegorí a, la ví spera del Shabbat representa la vida presente; mientras que, el dí a de Shabbat, no es otra cosa sino el Mundo que ha de venir (o “la Eternidad”); por otro lado, “la cena del Shabbat”, es la recompensa deparada para el hombre en el mundo que ha de venir; y, lo que preparamos durante la ví spera del Shabbat, no es sino el bien que “cocinamos” (o “realizamos”) durante el tiempo en que habitamos nuestro cuerpo mortal.
Independientemente de la exactitud teoló gica de lo hasta aquí expuesto, si el mensaje de la Ley Divina logra fortalecer la fe del creyente Hebreo, de modo que este ú ltimo deje de percibir la imitació n de los valores Divinos (la obediencia a los diez mandamientos) como una pesada e impositiva carga; sino que los perciba en cambio como la maravillosa oportunidad que le provee Dios de ser co-partí cipe del plan Divino [y a la vez arquitecto de su propio futuro], sentiremos que el nombre de Elohim (bendito sea) ha sido de ese modo apropiadamente glorificado.
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