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Todos estamos llamados a ser el Mesías




La noble religió n Cristiana, es un camino perfectamente vá lido para acercarse a י ה ו ה (Adonai Yah, El Señ or del Universo). Pero, desafortunadamente, esta noble tradició n ha heredado del antiguo Judaí smo farisaico, la errada noció n de que el Mesí as serí a un hombre particular, y exclusivo. Y nuestros hermanos Cristianos identifican a ese hombre con la figura de Jesú s de Nazaret (paz y bendició n sean con é l).
Pero esta noció n, no solo contradice lo revelado por Dios en la Tanak (la Ley, los Profetas, y los Escritos), sino aú n las mismas palabras adscritas al Nazareno.
Tratemos de ilustrarlo por medio de un ejemplo: Suponga usted que vive en una compuesta por 1500 personas. Suponga en adició n que, 800 de esas personas, deciden obrar el mal, y comenzar a ingerir grandes cantidades de comida con un alto contenido de Nitrato de Sodio (un conocido agente cancerí geno). Como resultado, " el cá ncer" llega a estas 800 personas. ¿ Como es que " el cá ncer" pudo llegar a estas 800 personas, pero no a las restantes 700 personas?
¡ Sencillo! La explicació n es que, " el cá ncer", no es uno solo, sino muchos (un cá ncer por cada individuo). Y así mismo sucede con " el Mesí as", o " el hijo del hombre". ¿ Como puede " el hijo del Hombre" (o " Mesí as" ) llegar para unos [los que obran el mal], pero no para otros [quienes obran el bien]? ¡ Sencillo! La explicació n es que, al igual que sucede con " el cá ncer", " el hijo del hombre", no es uno solo, sino muchos.
Por eso Jesú s es citado diciendo las siguientes palabras: «Por tanto, tambié n vosotros estad preparados; porque El HIJO DEL HOMBRE vendrá a la hora que no pensá is. ¿ Quié n es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señ or (el hijo del hombre) sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo? Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señ or (el hijo del hombre) venga, le halle haciendo así. De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá.
Pero si aquel SIERVO MALO dijere en su corazó n: Mi señ or tarda en venir; y comenzare a golpear a sus con-siervos, y aú n a comer y a beber con los borrachos, vendrá el señ or (el hijo del hombre) de aquel siervo en dí a que é ste no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipó critas; allí será el lloro y el crujir de dientes»- Mateo 24: 44-51.
Asumamos para propó sitos ilustrativos que las anteriores palabras no son solamente ciertas, sino que, en adició n, tuvieron el propó sito de ser interpretadas en su estricto sentido literal.
Entonces, como estas palabras se dijeron casi dos mil añ os atrá s, la ló gica dicta que, durante esos largos siglos, tuvieron que haber existido varias personas (sacerdotes, obispos, cardenales, monjas, frailes, pastores, ministros, presbí teros, predicadores, reformadores, diá conos, etc. ) que cumplieron con la descripció n y la conducta que el anterior pasaje adscribe al " siervo malo" (un ejemplo de estos lo podrí a ser " Dió trefes", un lí der de la antigua iglesia Cristiana, descrito por el apó stol Juan en III Juan 1: 9-10).
Así, si es cierto que Mateo 24: 44-51 es literal, entonces el HIJO DEL HOMBRE vino en el momento en que esos malos siervos no lo esperaban, y los castigó duramente, poniendo su parte con los hipó critas, hacié ndoles sufrir " el lloro y el crujir de dientes".
Entonces, si esto fue así, ¿ como es posible que “el hijo del hombre” (el Mesí as) haya venido para castigar a esos " siervos malos", pero no haya venido para recompensar a los " siervos buenos" de la é poca correspondiente? De nuevo, la respuesta es que " el hijo del hombre" (el Mesí as), no es uno solo, sino muchos.
Es decir, así como en el anterior ejemplo habí a " un cá ncer" distinto para cada individuo, de igual modo hay un " hijo del hombre" (Mesí as) para cada " hijo de un hombre" (para cada individuo, pues todos estamos llamados a ser el Mesí as). Jesú s (" el hijo del hombre" ), era solo un miembro de una familia extendida de " hijos del hombre" (Mesí as); uno de entre muchos hermanos, hermanas, y madres.
Como Jesú s mismo confirmo, cuando dijo: «El les respondió diciendo: ¿ Quié n es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de é l, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. PORQUE TODO AQUEL QUE HACE LA VOLUNTAD DE DIOS, É SE ES MI HERMANO, Y MI HERMANA, Y MI MADRE»- Marcos 3: 33-35.
Lo que el Galileo trataba de decir era que, su concepto de Mesí as (hijo del hombre), no era uno exclusivo y particular; decí a que si usted o yo querí amos ser " su hermano Mesí as", solo tení amos que hacer la voluntad de Dios; que si usted o yo querí amos ser mas grandes que el Mesí as (la Madre del Mesí as), solo tení amos que hacer la voluntad de Dios.
En fin, Jesú s querí a enseñ ar que, todo aquel que hace la voluntad del Creador, guardando sus mandamientos, es tambié n Mesí as.
La realidad es que, no importando lo emocionalmente gratificado que pueda sentirse un Hebreo ortodoxo (o un cristiano), cuando afirma que hay un solo (y exclusivo) Mesí as, la idea sigue siendo tan errada, como lo es afirmar que hay un solo y exclusivo cá ncer.
De igual modo, decir (como lo hace el Cristianismo) que solo Jesú s (la paz de Adonai sea con el) ha vivido una vida justa, y que solamente é l puede librarnos de la ira Divina, es totalmente errado, y equivale a arrojar de sobre nuestros lomos el yugo del Reino de los Cielos, rechazando lo que, durante siglos, fue la inequí voca enseñ anza Divina.
Es que la Torah enseñ aba que Avraham dijo a י ה ו ה que serí a injusto de su parte destruir la ciudad de Sodoma, mientras aú n hubiese justos morando en medio de ella. El texto dice así: “Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impí o, y que sea el justo tratado como el impí o; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿ no ha de hacer lo que es justo? ”
Note que las palabras de Avraham presuponen una interpretació n teoló gica que niega la postura cristiana que dice que no hay un solo hombre justo; y que, por ende, todos nacimos destinados a la destrucció n. La respuesta de Dios niega esta perspectiva, y valida la interpretació n Abrahá mica; que, de paso, es la interpretació n que ha heredado la fe Hebrea.
Dios no solo validó la interpretació n de Avraham, sino que procedió a mostrarle una verdad aú n mas grande: que la vida justa, no solo puede ser alcanzada, sino que debe ser la meta de todo hombre. ¿ Por que? Pues porque una pequeñ a minorí a de justos morando en una comunidad, proveen a Dios la excusa necesaria para perdonar a la gran mayorí a de injustos que moran en esa misma comunidad.
Dios le revelo esto a Avraham en el pasaje que dice: “Y volvió a decir: No se enoje ahora mi Señ or, si hablare solamente una vez: quizá se hallará n allí diez (justos). No la destruiré, respondió (Dios), por amor a los diez (justos)”. Y el Señ or se fue, luego que acabó de hablar a Avraham; y Avraham volvió a su lugar”- Gé nesis 18: 32-33. Cuando Avraham termino de hablar con Dios, quedo una serí a duda en su corazó n.
Es que, si bien Avraham sabí a que su sobrino Lot era justo, no estaba seguro si el numero de justos en Sodoma llegarí a a diez. De no ser así, su sobrino corrí a el riesgo de ser destruido junto con el resto de la ciudad. Pero Dios tení a guardada otra sorpresa para Avraham: Iba a mostrarle que, cuando El Creador juzga a una comunidad, siempre inclina su balanza a favor de esa comunidad.
¿ Como? Pues no juzgando la comunidad en base a los mé ritos de sus injustos, sino en base a los mé ritos de sus justos. En otras palabras, el merito de un solo hombre justo, puede librar del juicio divino a toda su comunidad. Por eso se relata que los á ngeles dijeron a Lot que no podí an hacer nada hasta que no saliera de Sodoma, y llegara a Zoar.
Lot, el ú nico justo en Sodoma, abandonaba la ciudad, para morar ahora en Zoar. Por tanto, Sodoma (que perdí a su ú nico hombre justo) serí a destruida, mientras que Zoar (que adquirí a un hombre justo) serí a perdonaba.
El pasaje dice así - “He aquí ahora esta ciudad está cerca para huir allá, la cual es pequeñ a; dejadme escapar ahora allá (¿ no es ella pequeñ a? ), y salvaré mi vida. Y le respondió: He aquí he recibido tambié n tu sú plica sobre esto, y no destruiré la ciudad de que has hablado. Date prisa, escá pate allá; porque nada podré hacer hasta que hayas llegado allí. Por eso fue llamado el nombre de la ciudad, Zoar. El sol salí a sobre la tierra, cuando Lot llegó a Zoar. Entonces El Señ or hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Dios desde los cielos”- Gé nesis 19: 20-24.
La anterior historia acerca del juicio de Sodoma, es un iluminador ejemplo de la perspectiva que dio origen al concepto de Mesí as. La palabra Mesí as literalmente significa “ungido”. Y un Mesí as no es sino un hombre ungido por Dios para vivir la vida de justicia que habrá de servir al Creador como excusa para perdonar a los injustos de la comunidad. Así, el merito de un Mesí as, puede salvar del juicio a aquellos que le rodean.
Es por esto que todos estamos llamados a luchar por vivir la vida de justicia que agrada al Creador, pues esto asegura que nuestra comunidad cuente en nosotros con al menos un Mesí as; alguien cuyos mé ritos puedan librar a toda la comunidad.
Quizá s alguien podrí a argumentar que esto es irrazonable; que no es prá ctico esperar que nadie se sacrifique a si mismo, para asegurar el bien de aquellos que le rodean. Pero pensar así serí a un grave error. Vera, hay una ley de siembra y de cosecha, que garantiza que todo el bien que hagamos será ampliamente recompensado.
Quienes luchan por vivir la vida de justicia que corresponde a un Mesí as (entié ndase, un ungido de Dios), son como quienes ahorran una inmensa cantidad de efectivo. Dios utiliza el interé s de esa cantidad para salvar, durante esta vida, a sus empobrecidos vecinos, pero deja intacta la suma principal, a fin de devolvé rsela al dueñ o en la vida que ha de venir.
Lo anterior no es una idealizació n fantasiosa, ni una realidad abstracta e inalcanzable; es una enseñ anza practica y funcional. De hecho, el relato Talmú dico contiene una historia verificable, que ilustra de forma casi sobrenatural la verdad de lo que acabamos de exponer. Vera, durante el tercer siglo de la era cristiana, vivió un ungido de Dios cuyo nombre era Eleazar Ben Shammua.
A pesar de ser rico, este ungido de Dios (o Mesí as), era un hombre justo. En una ocasió n, Eleazar Ben Shammua subí a a Jerusalé n, transitando por la orilla del mar Mediterrá neo. Entonces, vio un barco que era castigado por el mar. En un abrir y cerrar de ojos, el barco se hundió, junto a todos sus pasajeros. Entonces, noto que un hombre logro sobrevivir, aferrá ndose a un pedazo de madera.
Este hombre fue finalmente arrojado [desnudo], a la orilla de la playa. Cuando volvió en si, el hombre procedió a esconderse entre las piedras del lugar. Todo esto sucedió mientras los Hebreos de esa comarca subí an a una fiesta en Jerusalé n.
Viendo a los peregrinos que pasaban, aquel el hombre les grito diciendo: “Yo soy un descendiente de Esaú, vuestro hermano. Dadme por favor cualquier tipo de vestidura, para cubrir mi desnudez, pues el mar me ha dejado sin nada”. A lo cual los Hebreos respondieron: “Que así como el mar ha hecho contigo, haga tambié n con todo tu pueblo”.
Mientras el hombre miraba alrededor, noto que el Rabino Eleazar Ben Shammua caminaba entre esos peregrinos. Entonces el naufrago le dijo: “Veo que eres un hombre venerable, y respetado por tu pueblo; se que, en tu sabidurí a, reconoces la dignidad de cada ser humano. Ayú dame, y dame un vestido para cubrir mi desnudez, pues el embravecido mar me ha despojado de todo lo que poseí a”.
Al oí r esto, el Rabino Eleazar Ben Shammua se quito uno de los siete mantos que llevaba puestos, y se lo dio a aquel hombre. Entonces le tomó y, volviendo a su casa, le dió de comer y de beber. Luego, procedió a darle doscientos denarios, y le regaló la mula en la que cual solí a cabalgar, de modo que aquel hombre pudo volver a su patria con gran honra y honor.
Algú n tiempo despué s, murió el perverso Cesar; y, aquel hombre que habí a naufragado, fue elegido para reemplazarle. Entonces, procedió a emitir un decreto contra aquella provincia. El decreto ordenaba que todos los hombres fueran ejecutados, y que las mujeres fueran tomadas como botí n de guerra.
Entonces los Hebreos de aquella comunidad dijeron a Eleazar ben Shammua, “¡ Ve e intercede por nosotros! ”. El Rabino Eleazar les contestó, “¿ no sabé is que este gobierno no hace nada sin que se le pague? Ellos dijeron, “aquí hay cuatro mil denarios- Ve, e intercede por nosotros”. El los tomo, y se fue.
Cuando llego al portó n del palacio imperial, dijo a los guardias, “decid al emperador que hay un Hebreo parado frente al portó n, y que quiere saludarle”. Al oí rlo, el emperador dijo, “¡ trá iganlo! ”.
Pero cuando el emperador vio que el Hebreo no era otro sino el Rabino Eleazar, salto inmediatamente de su trono, y postrá ndose ante Eleazar le dijo, “mi Señ or, ¿ que has venido a buscar aquí, y porque te has molestado en llegar hasta este lugar? El Rabino Eleazar contestó diciendo, “en nombre de aquella provincia, he venido a pedirte que anules el decreto que has emitido”.
El emperador contestó, “¿ Hay algo en la Torah que sea falso? Eleazar respondió, “¡ No! ”. El emperador dijo, “¿ No está escrito en vuestra Torah, ‘Un Amonita o un Moabita no entrará n en la Asamblea del Señ or’ (Deut. 23: 4)? ¿ Y por que razó n?: ‘Porque no os recibieron con pan y agua en el camino’ (Deut. 23: 5). Pero tambié n está escrito, ‘No aborrecerá s al Edomita, por que es tu hermano’ (Deut. 23: 8).
¿ No soy yo un descendiente de Esaú vuestro hermano? ¡ Y a pesar de todo eso, los Hebreos de esa provincia no me trataron con la bondad que se les ordeno! Y cualquiera que transgrede la Torah, incurre en pena de muerte”. Entonces el Rabino Eleazar dijo, “Aunque contra ti son culpables, perdó nalos, y ten misericordia de ellos”.
El emperador le contestó diciendo: “¿ No sabe mi Señ or que este gobierno no hace nada sin que se le pague? ”; Eleazar contestó: “Tengo conmigo cuatro mil denarios. Tó malos, y ten misericordia de este pueblo”; El emperador le dijo: “te presento de vuelta esos cuatro mil denarios, en pago por los doscientos denarios que me diste.
Y, a cuenta del bien que me hiciste, y en recompensa por la comida y la bebida que me diste, perdonare a toda aquella provincia. Ahora, entra en la casa de mi tesoro y, en recompensa por el manto que me regalaste, toma de allí los setenta mantos que mas te complazcan. Entonces, vuelve en paz a los tuyos”.
Cuando el Rabino Eleazar Ben Shammua volvió a su comunidad, sus vecinos le aplicaron el verso que dice, “echa tu pan sobre las aguas, porque despué s de muchos dí as lo hallaras”- Eclesiasté s 11: 1.
En resumen, el compromiso del Rabino Eleazar Ben Shammua con la vida de justicia, misericordia, y humildad prescrita en la Torah, terminó convirtié ndolo en el ungido (Mesí as) que salvó de la muerte a su comunidad. De ese mismo modo, todo creyente está llamado a vivir la vida de obediencia a Dios que le permitirá convertirse en el Mesí as (ungido de Dios) cuyos mé ritos pueden salvar a su comunidad.

 

 

 

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