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Todas las «epístolas católicas» del Nuevo Testamento, siete en total, son falsificaciones




Entre las llamadas epí stolas cató licas se cuentan la primera y la se-
gunda de Pedro, la primera, segunda y tercera de Juan, la de Santiago y la
de Judas. Todaví a en el siglo iv, en la é poca del Padre de la Iglesia Euse-
bio, aunque se las leí a en la mayorí a de las iglesias, se consideraban au-
té nticas de modo uná nime só lo dos: la primera de Juan y la primera de
Pedro. No es hasta finales del siglo iv cuando se consideran canó nicas en
Occidente todas las «epí stolas cató licas». La situació n es ahora distinta y
a todas ellas se las designa como «escritos anó nimos o seudoepigrá fi-
cos», por mucho que la Iglesia antigua las introdujera con el nombre de
un autor (Baí z). Salvo en el caso de las epí stolas de Juan, tambié n la for-
ma de todo el grupo es ficticia. 185

Bajo el nombre de Pedro, un cristiano ortodoxo falsificó tambié n dos
epí stolas.

Esto es cierto con toda seguridad para el escrito má s tardí o del Nue-
vo Testamento, la segunda epí stola de Pedro, algo que incluso los erudi-
tos cató licos no ponen ya en duda. Sin embargo, esta carta que, sospe-
chosamente, es casi copia literal en muchos pasajes de la de Judas, gozó
de poca confianza en la antigua Iglesia. Durante todo el siglo n ni se la
cita. El primero en afirmar su indiscutibilidad fue Orí genes, pero toda--
ví a en el siglo iv, el obispo Eusebio, el historiador de la Iglesia, afirma
que no es auté ntica, y Dí dimo el Ciego, un famoso erudito alejandrino
entre cuyos discí pulos se contaban Rufino y san Jeró nimo, dice que está
falsificada.

«Simó n Pedro, siervo y apó stol de Jesucrito», así comienza el falsifi-
cador y afirma para legitimizarse como testigo ocular y auricular, haber;

«visto é l mismo» la magnificencia de Jesú s y tambié n haber oí do la lla-
mada de Dios «desde el cielo» en su bautizo; no só lo advierte a los fieles
que Dios les encuentre «sin mancha ni dignos de castigo», sino que arre-
mete contra los «falsos profetas», los «falsos maestros», y aconseja cap-,
turarlos y matarlos «como animales irracionales».

La segunda epí stola de Pedro, que se pretende tomar como el testa-
mento del apó stol, se escribió bastante tiempo despué s de su muerte, qui-
zá tres generaciones má s tarde, y se le atribuyó con objeto de contrarres-
tar las dudas en la parusia. El escrito rebosa de polé mica contra los «he-
rejes» en todos sus sentidos, atacando especialmente a los blasfemadores
«que pasan por la vida a su antojo y dicen: ¿ dó nde está su prometido re-
greso? Desde que murieron los padres, todo permanece tal como fue al
comienzo de la creació n». El osado falsificador, que pretende la misma
autoridad apostó lica que Pablo, simula desde el prescrito, desde los co-
mienzos de la epí stola hasta el final y de un modo consecuente y expreso,

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la ficció n de Un origen petrino. Lo apoya en sus propios testimonios vis-
tos y oí dos, y apelando a «los profundos sentimientos de sus amados»
reivindica para sí tambié n la primera epí stola de Pedro, a pesar de que las
grandes diferencias entre ambas cartas excluyen la posibilidad de que
procedan de un mismo autor. 186

Pero es notorio que tambié n está falsificada la primera epí stola de Pe-
dro, que en 1523 es para Lutero «uno de los libros má s nobles del Nuevo
Testamento y el auté ntico Evangelio». Y es precisamente el evidente pa-
rentesco con las epí stolas paulinas, confirmado por la exé gesis moderna
y que tanto entusiasmaba a Lutero, lo que ya de principio hace que resul-
te poco probable la autorí a de Pedro. Má s aú n, el lugar donde se redacta es al parecer Roma, pues al final el autor saluda expresamente «desde
Babilonia», un nombre secreto frecuente en la apocalí ptica para la capital
del Imperio, donde debió de estar Pedro y sufrir martirio en el añ o 64.
Sin embargo, el nombre de Babilonia para designar a Roma aparece con
toda probabilidad a causa de la impresió n provocada por la destrucció n
de Jerusalé n, y esto sucedió en el añ o 70 d. C, es decir, varios añ os des-
pué s de la muerte de Pedro. Resulta tambié n sumamente extrañ o que el
famoso í ndice canó nico de la Iglesia romana, el canon Muratori (hacia
el 200) no cite la epí stola de Pedro, la carta de su presunto fundador. Pa-
saremos por alto otros criterios, tambié n formales, que hacen cada vez
menos probable un origen petrino.

Los conservadores mantienen que este escrito procede de alguno de
los secretarios del apó stol; al final dice: «A travé s de Silvanus, hermano
fiel -como creo- os he escrito unas pocas palabras [... ]». Pero prescin-
diendo de que «a travé s de» tambié n puede referirse al escriba que lo
toma al dictado o simplemente al mensajero de la carta, la «hipó tesis de
los secretarios» fracasa sobre todo por el cará cter fuertemente paulino
de la teologí a de esta epí stola, «un argumento de peso contra Pedro como
autor» (Schrage). Tambié n de esta primera epí stola de Pedro, cuya pri-
mera palabra «Pedro» lleva la coletilla de «un apó stol de Jesucristo», re-
cientemente afirma Norbert Brox, en su libro Faische Verfasserangaben,
que por su contenido, cará cter y circunstancias histó ricas no muestra
«ninguna relació n con la figura del Pedro histó rico [... ] que nada en esta
epí stola hace creí ble este nombre». Hoy se la considera «por completo
[... ] una seudoepigrafí a» (Marxsen), «sin ninguna duda un escrito seudó -
nimo» (Kü mmel), en suma, una falsificació n má s del Nuevo Testamento,
urdida, como se supone, entre los añ os 90 y 95, en la que el engañ ador no
se recata en invocar a Cristo, exigir ser «santos en todo vuestro paso por
la vida», «rechazar toda maldad y falsedad», no decir «mentiras», «exi-
gir siempre leche espiritual pura». 187

Segú n la doctrina eclesiá stica, tres cartas bí blicas proceden del apó stol
Juan. Sin embargo, en ninguna de ellas quien lo escribe cita su nombre.

 


 

La primera epí stola de Juan se cita como muy pronto hacia mediados
del siglo ii y ya entonces es objeto de crí ticas. El canon Muratori reseñ a,
alrededor del añ o 200, só lo dos epí stolas de Juan, la primera y una de las
dos llamadas pequeñ as epí stolas. No es hasta comienzos del siglo ffl
cuando Clemente Alejandrino da fe de las tres. Sin embargo, las segunda
y la tercera no se consideraron canó nicas en todos sitios hasta bien entra-
do el siglo iv. «No se las reconoce uná nimemente -escribe el obispo
É usebio-, se adscriben al evangelista o a otro Juan. »188

La primera epí stola de Juan se parece tanto en su estilo, vocabulario
e ideario al Evangelio de Juan que la mayorí a de los investigadores de la
Biblia atribuyen ambos escritos al mismo autor, como desde siempre es
la tradició n. Pero ya que este ú ltimo no procede del apó stol Juan, tam-
poco la primera epí stola de Juan podrá ser de é l. Y puesto que la segun-
da epí stola es por así decirlo una edició n abreviada (13 versos) de la pri-
mera y de modo casi uná nime se atribuyen ambas al mismo autor, tam-
poco esa segunda epí stola puede ser del apó stol Juan. Y que escribiera
la tercera es algo que ya la Iglesia antigua puso en tela de juicio y que,
entre otros motivos, excluye la autodenominació n de «presbí tero». (Di-
cho sea de paso: mientras que la segunda combate a los «herejes», di-
ciendo que no se les debe acoger en casa ni saludarles, en la tercera sos-
tienen una controversia dos «altos dignatarios» eclesiá sticos, el autor
ataca a Diotrefes, que quiere «ser venerado»: «habla con malas palabras
en contra nuestra y no se da por ello por satisfecho, sino que se niega a
admitir a los hermanos y lo prohibe a quienes quieren hacerlo, expulsá n-
dolos de la comunidad». La religió n del amor, ¡ y ya en el Nuevo Testa-
mento! )189

Incluso los biblió logos conservadores admiten hoy que el autor de las
tres epí stolas de Juan no es el apó stol como ha venido enseñ ando la Igle-
sia durante dos milenios, sino que fue uno de sus discí pulos y que la «tra-
dició n juaní stica» lo transmitió. Acerca de la epí stola principal, la prime-
ra, la que desde el principio no fue objeto de discusiones, Horst Baí z dice
ahora: «Tal como no puede considerarse al apó stol Juan, hijo de Zebe-
deo y hermano de Santiago, autor del Evangelio homó nimo, tanto menos
puede estar detrá s de la primera epí stola de Juan». 190

Tambié n se falsificó la carta presuntamente de Santiago. Lo mismo
que la mayorí a de las «epí stolas cató licas», só lo imita la forma epistolar;

es un simple ropaje, ficció n. Este texto (especialmente) difí cil de fijar
temporalmente contiene en proporció n pocos rasgos cristianos. Va enri-
quecido con numerosos elementos de la filosofí a cí nica y estoica y con
todaví a muchos má s de los libros de la sabidurí a del Antiguo Testamento
judí o, por lo que muchos autores lo consideran un escrito judí o ligera-
mente retocado. Aunque la epí stola pretende haber sido escrita por San-
tiago, hermano del Señ or, muchas e importantes razones excluyen esta

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posibilidad. Así por ejemplo, só lo dos veces cita el nombre de Jesucristo,
su hermano divino. No pierde ni una sí laba de las leyes del ritual y el ce-
remonial judí os, pero, a diferencia de la mayorí a de los autores de cartas
bí blicas, utiliza al comienzo los formulismos epistolares griegos. Escri-
be en un griego desacostumbradamente bueno, en especial para un autor
del Nuevo Testamento, sorprendiendo con su rico vocabulario y con
sus mú ltiples formas literarias tales como paronomasia, homoioteleuron,
etc. Esto y muchos otros datos ponen de manifiesto que esta epí stola,
que constantemente predica a los que apostrofa como «queridos herma-
nos», la «fe en Jesucristo, nuestro Señ or en la Gloria», es una «versió n
má s trabajada de falsificació n literaria» (Brox) que la primera epí stola
de Pedro.

Es curioso que la epí stola de Santiago, canonizada en Occidente má s
tarde, esté ausente en el Canon Muratori, en Tertuliano, en Orí genes y
que el obispo Eusebio informe sobre el poco reconocimiento de que goza
y la puesta en duda de su canonicidad. Tambié n Lulero la tacha (debido a
sus innegables contradicciones con el apó stol, con la sola gratia y sola

1 fide paulina) de «curiosa epí stola carente de todo orden y mé todo» y pro-
metió su bonete de doctor a quien pudiera «poner en consonancia» la

p epí stola de Santiago (que postula «el autor de la palabra») con las cartas
de Pablo. Lutero llega a amenazar con «arrojar al fuego aquella macana»^
y «expulsarla de la Biblia». 191

Por ú ltimo, tambié n la breve carta de Judas, la ú ltima de las epí stolas
del Nuevo Testamento, que en el primer verso pretende haber sido escri-
ta por «Judas, esclavo de Jesucristo, el hermano de Santiago», se inclu-
ye dentro de las numerosas falsificaciones de las «Sagradas Escritu-
ras», aunque queda excluido «que el dato corresponda a la realidad his-
tó rica». Esta epí stola delata tambié n «é pocas claramente posteriores»
(Marxsen). 192

Es un hecho «que ya en los primeros tiempos se hicieron falsificacio-
nes bajo el nombre de los apó stoles» (Speyer); que en ellas se atestigua la
autenticidad, que los «apó stoles» dan sus nombres y que se escriben en
primera persona. Es asimismo un hecho «que de todos los escritos del Nue-
vo Testamento», como pone de relieve el teó logo Marxsen «só lo pode-
mos dar con exactitud los nombre de dos autores: Pablo y Juan (el autor
del Apocalipsis)». Y, finalmente, es tambié n un hecho, y uno de los má s
dignos de atenció n, que má s de la mitad de todos los libros del Nuevo
Testamento no son auté nticos, es decir, han sido falsificados o aparecen
bajo un nombre falso. w

Se mostrará parspro toto que, ademá s, en el «Libro de tos libros» hay
toda una serie de falsificaciones en forma de adiciones.

 


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