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Celso y Porfirio: los primeros adversarios del cristianismo




Si bien es cierto que los primeros emperadores cristianos ordenaron
la destrucció n de las obras anticristianas de esos filó sofos, como era ló -
gico, ha sido posible reconstruirlas en parte, entresacando de los trata-
dos de sus mismos adversarios; la obra de Celso, en particular, se dedu-
ce de una ré plica en ocho libros escrita por Orí genes hacia 248. El teó -
logo má s influyente de los primeros tiempos de la cristiandad se tomó
evidentemente mucho trabajo en refutar a Celso, cosa tanto má s difí cil
por cuanto en muchos pasajes se ve obligado a confesar las razones que
asisten a su adversario. Pese a ser uno de los cristianos má s honestos
que se puedan citar, y pese a sus propias protestas de integridad, en mu-
chos casos Orí genes tuvo que acudir a subterfugios, a la omisió n de pun-
tos importantes, y acusa de las mismas prá cticas a Celso, autor desde lue-
go no exento de tendenciosidad pero má s fiel a la realidad de los hechos.
Orí genes le reitera la calificació n de necio de primera categorí a, aunque
el haberse molestado en escribir una ré plica extensa «vendrí a a demos-
trar má s bien lo contrario», como dice Geffcken. 57

La Palabra verdadera {Alethé s Logos) de Celso, originaria de finales
del siglo II, es la primera diatriba contra el cristianismo que conocemos.
Como obra de alguien que fue filó sofo plató nico, el estilo es elegante en
su mayor parte, los argumentos matizados y há biles, otras veces iró ni-
cos, y no del todo desprovisto de cierta voluntad de conciliació n. El au-
tor se muestra buen conocedor del Antiguo Testamento, de los Evange-
lios, y tambié n de la historia interna de las comunidades cristianas; poco
sabemos de su figura, pero segú n su obra ciertamente no fue un perso-
naje vulgar. 58

Celso distinguió con claridad los puntos má s precarios de la doctrina
cristiana, por ejemplo la mezcla de elementos judaicos con otros del es-
toicismo, del platonismo, y aun de las creencias y cultos misté ricos egip-
cios y persas. Opina que «todo esto se expresó mejor entre los griegos
[... ] y sin tanta altanerí a ni pretensió n de haber sido anunciadas por
Dios o el Hijo de Dios en persona». Celso hace burla de la^vanidad de

los judí os y los cristianos, de sus pretensiones de ser el pueblo elegido:

«Por encima de todos está Dios, y despué s de Dios nosotros, creados
por É l y semejantes a É l en todo; lo demá s, la tierra, el agua, el aire y
las estrellas, es todo nuestro, puesto que se creó para nosotros y por tan-
to debe ponerse a nuestro servicio». Para rebatir esto, Celso compara
«la ralea de los judí os y cristianos» con «una bandada de murcié lagos,
o un hormiguero, o una charca llena de ranas que croan, o de lombri-
ces. .. », afirmando que el hombre no lleva tanta ventaja al animal y que es
só lo un fragmento del cosmos, cuyo creador atiende só lo a la totalidad. 59

De ahí, Celso se ve obligado a preguntar por qué descendió el Señ or
entre nosotros. «¿ Acaso necesitaba ponerse al corriente acerca del esta-
do de cosas reinante entre los hombres? Si Dios lo sabe todo, ya debí a
estar enterado, y sin embargo nada hizo por poner remedio a tales situa-
ciones antes. » ¿ Por qué precisamente entonces, y por qué debí a salvarse
só lo una parte minú scula de la humanidad, condenando a los demá s «al
fuego del exterminio»? Y ¿ có mo podí a resucitar un cuerpo ya descom-
puesto y presentarse incó lume? «Como no saben qué replicar a eso, uti-
lizan el muy socorrido subterfugio de asegurar que Dios lo puede todo. »60

En lo tocante a la é tica cristiana, Celso, buen conocedor de la histo-
ria comparativa de las religiones, no encuentra nada nuevo. Con bastan-
te razó n dice que «es la misma de los demá s filó sofos, y no una ciencia
venerable, ni nueva». Incluso el mandamiento del amor al enemigo le
parece «muy antiguo y mejor expresado por otros antes», y «no en té r-
minos tan rú sticos». Así cita como ejemplo el famoso pasaje 49 B-E del
Gritó n plató nico. El diá logo entre Só crates y Critó n subraya la idea de
que «bajo ninguna circunstancia es lí cito obrar injustamente», ni tam-
poco «cuando se nos ha infligido una injusticia», «por grande que fuese
el mal padecido»; que «nunca es lí cito hacer lo que no es justo, ni de-
fenderse devolviendo injusticia por injusticia... ». Celso incluso da a en-
tender que, antes de Plató n, otros hombres inspirados habí an propug-
nado la misma opinió n, con lo que alude posiblemente a las doctrinas pi-
tagó ricas. 61

Con toda la razó n desde el punto de vista de la historia de las religio-
nes, aduce el pagano que la figura de Cristo no reviste tanto cará cter
excepcional en comparació n con Hé rcules, Esculapio, Dionisos y otros
muchos que realizaron prodigios y ayudaron a los demá s. «¿ O acaso
pensá is que lo que se cuenta de esos otros son fá bulas y deben pasar por
tales, mientras que vosotros habé is dado mejor versió n de la misma co-
inedia, o má s verosí mil, como lo que exclamó antes de morir en la cruz,
y lo del terremoto y la sú bita oscuridad? » Antes de Jesú s hubo divinida-
des que murieron y resucitaron, legendarias o histó ricas, lo mismo que
hay testimonios de los milagros que obraron, junto con otros muchos
«prodigios» y «juegos de habilidad que logran los prestidigitadores». «Y
s! esos son capaces de realizar tales cosas, ¿ tendremos que tomarlos por
Hijos de Dios? » Aunque, naturalmente, «los que desean que se les en-
gañ e siempre está n prestos a creer en apariciones como la de Jesú s». 62

Celso subraya repetidas veces que los cristianos se recluí an entre los
cí rculos má s incultos y má s propensos a creer en prodigios, que su doctri-
na só lo convence a «las gentes má s simples», ya que ella misma «es simple
y adolece de cará cter cientí fico». En cambio, a las personas cultas, asegu-
ra Celso, los cristianos las evitan, sabiendo que no se dejan embaucar.
Prefieren dirigirse a los ignorantes para contarles «grandes maravillas» y
hacerles creer que «no se debe hacer caso de padres ni de maestros, sino
escucharles ú nicamente a ellos. Que aqué llos só lo dicen tonterí as y ne-
cedades [... ] y que só lo los cristianos tienen la clave de las cosas y que sa-
ben có mo hacer felices a las criaturas que les siguen. [... ] Así hablan
ellos. Pero cuando ven que se acerca un maestro con instrucció n y dis-
cernimiento, o incluso el padre en persona, entonces los má s prudentes
prefieren alejarse a toda prisa; pero los má s descarados incitan a la deso-
bediencia, dicié ndoles a los niñ os que no se puede hablar de cosas im-
portantes delante de los padres y maestros, puesto que ellos no quieren
nada con personas tan profundamente corrompidas y encenagadas en la
maldad, que só lo saben imponer castigos. Y les insinú an que, si quie-
ren, pueden abandonar a sus padres y maestros... ». 63

La veracidad de lo que se cuenta en estos pá rrafos apenas puede po-
nerse en duda, si tenemos presente el fanatismo con que muchos siglos
despué s los padres eclesiá sticos siguen incitando a desobedecer a los pa-
dres naturales, cuando é stos pretenden oponerse a sus fines.

Un siglo despué s de Celso, el relevo de la lucha literaria contra la nue-
va religió n lo toma Porfirio. Nacido alrededor de 233 y seguramente en
Tiro (Fenicia), a partir de 263 Porfirio se estableció en Roma, donde
vivió durante decenios y se dio a conocer como uno de los principales
seguidores de Plotino (pensador é ste que, pese a sus virtudes, segú n el
padre Firmico, quedó refutado por completo al enfermar de la lepra y
morir miserablemente). De los quince libros de Porfirio Contra los
cristianos,
fruto de una convalecencia en Sicilia, hoy se conservan só lo
algunas citas y extractos. La obra propiamente dicha fue ví ctima de los
decretos de prí ncipes cristianos, Constantino el primero, y luego, ha-
cia 448, los emperadores Teodosio II y Valentiniano III, que ordena-
ron la primera purga de libros en interé s de la Iglesia. 64

Por desgracia, las referencias conservadas de la obra no dan una idea
tan completa como en el caso de Celso. Podemos suponer que Porfirio
conoció la Palabra verdadera de aqué l; algunos argumentos se repiten
casi al pie de la letra, cosa por otro lado bastante ló gica. Tambié n Porfi-
rio se pregunta, por ejemplo, qué tení an que aguardar tantas naciones
anteriores a la venida del Cristo. «¿ Por qué fue preciso esperar a una
é poca reciente, permitiendo que se condenaran tantí simas personas? »
Porfirio parece má s sistemá tico que Celso, má s erudito; le supera como
historiador y filó logo, así como en el conocimiento de las Escrituras cris*
tianas. Domina los detalles má s a fondo y critica con severidad el Anti-
guo Testamento y los Evangelios; descubre contradicciones, lo que le
convierte en un precursor de la crí tica racionalista de la Biblia. Niega

decididamente la divinidad de Jesú s. «Aunque hubiese entre los griegos
alguno tan obtuso como para creer que realmente los dioses residen en
las imá genes que tienen de ellos, ninguno lo serí a tanto como para admi-
tir que la divinidad pudo entrar en el vientre de Marí a virgen, para con-
vertirse en feto y ser envuelta en pañ ales despué s del parto. »65

Porfirio critica tambié n a Pedro, y sobre todo a Pablo, personaje que
le parece (lo mismo que a otros muchos hasta la fecha de hoy) notable-
mente antipá tico. Le juzga ordinario, oscurantista y demagogo, y le acu-
sa de codicia, cosa que antes é l habí an señ alado ya algunos cristianos,
pues por algo dijo el mismo Pablo: «¿ Quié n milita jamá s a sus expensas?
¿ Quié n planta una viñ a, y no come de su fruto? ¿ Quié n apacienta un
rebañ o, y no se alimenta de la leche del ganado? », acogié ndose acto se-
guido a la Ley de Moisé s: «No pongas bozal al buey que trilla». Porfirio
incluso afirma que Pablo, como era pobre, predicaba para sacar dinero
a las damas ricas y que no era otra la finalidad de sus mú ltiples viajes.
Hasta san Jeró nimo reparó en la acusació n de que las comunidades cris-
tianas estaban regentadas por mujeres y que el favor de las damas deci-
dí a quié nes podí an acceder a la dignidad del sacerdocio. 66

El pagano tambié n censura la doctrina de la salvació n, la escatologí a
cristiana, los sacramentos, el bautismo, la comunió n; el tema central de
sus crí ticas es, de hecho, la irracionalidad de las creencias y no ahorra
improperios, pese a lo cual Paulsen podí a escribir en 1949: «La obra de
Porfirio fue un alarde tal de erudició n, de intelectualismo refinado y
de capacidad para la comprensió n del hecho religioso, que jamá s ha sido
superada, ni antes ni despué s, por ningú n otro tratadista. Anticipa toda
la crí tica moderna de la Biblia, a tal punto que muchas veces el investi-
gador actual, mientras lo lee, no puede sino asentir en silencio a tal o
cual pasaje». Y el teó logo Harnack escribe que «Porfirio todaví a no ha
sido refutado», «casi todos sus argumentos, en principio, son vá lidos». 67

Verdad es que Porfirio, hombre de su tiempo al fin y al cabo, junto a
su crí tica ilustrada nos sorprende por su firme creencia en orá culos y de-
momos. En la obra de su predecesor hallamos asimismo muchas inge-
nuidades, aunque tambié n a Celso le reconoció el teó logo Ahiheim,
en 1969, «una crí tica devastadora de la imagen de Jesú s que transmitieron
los Evangelios». Y cuando Celso termina «en tono conciliador» propo-
niendo a los cristianos que tomen parte en la vida pú blica, que presten el
servicio militar, ellos atendieron a la sugerencia y no con poco interé s,
segú n opina el teó logo: «De la noche a la mañ ana se pasaron al lado de
Constantino, junto con los poderosos y los opresores. Comenzaba en
ese momento la desgraciada alianza entre el trono y el altar». 68

Los inicios de dicha alianza, cuyas graví simas consecuencias perdu-
ran hasta hoy, será n objeto de nuestro capí tulo siguiente.

CAPÍ TULOS

SAN CONSTANTINO,
EL PRIMER EMPERADOR CRISTIANO,
«SÍ MBOLO DE DIECISIETE SIGLOS
DE HISTORIA ECLESIÁ STICA»

«En todas las guerras que emprendió y capitaneó, alcanzó brillantes
victorias [... ]. »
san AGUSTÍ N, PADRE DE LA IGLESIA1

«De entre todos los emperadores romanos, é l solo honró a Dios,
el Altí simo, con extraordinaria devoció n, é l solo anunció con valentí a
la doctrina de Cristo, é l solo exaltó a su Iglesia como nadie desde que
existe memoria humana; é l solo puso fin a los errores del politeí smo
y abolió toda clase de culto a los í dolos. »

EUSEBIO DE CESÁ REA, OBISPO2

«Constantino era cristiano. El que obra así, y sobre todo en un mundo |
que todaví a era mayoritariamente pagano, tiene que ser cristiano 'i
de corazó n, y no só lo con arreglo a las demostraciones externas. » »
KURT ALAND, TEÓ LOGO3

«La cristiandad tuvo siempre ante sus ojos, como ejemplo luminoso,
la figura de Constantino el Grande. »

PETER STOCKMEIER, TEÓ LOGO4

«Tambié n sus posturas espirituales fueron las propias de un verdadero
creyente. »

KARL BAUS, TEÓ LOGO5

«Ese monstruo Constantino. [... ] Ese verdugo hipó crita y frí o,
que degolló a su hijo, estranguló a su mujer, asesinó a su padre

y a su hermano polí ticos, y mantuvo en su corte una caterva
de sacerdotes sanguinarios y cerriles, de los que uno solo se habrí a
bastado para poner a media humanidad en contra de la otra media
y obligarlas a matarse mutuamente. »

PERCY BYSSHE SHELLEY6


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