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Padres conciliares sin escrúpulos y el patriarca Jorge, un «lobo» arriano, monopolista y mártir




El gran concilio doble celebrado en 359 es muy instructivo. En mayo se reunieron en Rí mini los occidentales, unos 400 obispos, entre ellos 80 arrí anos, y en septiembre en Seleucia (Silifke), cerca de la costa meri­dional de Asia Menor, los orientales, unos 160 obispos, homoioí stas, se-miarrianos y seguidores del dogma de Nicea.

Primero, invocando el dogma niceno, cientos de padres conciliares re­chazaron el credo arriano postulado por Constancio, recurriendo a la lla­mada cuarta fó rmula sí rmica, propuesta en la curia y acordada por los di­rigentes eclesiá sticos de ambos partidos, en la que se dice: «Pero porque el Hijo es similar (homoios) al Padre en todo, creemos que las Sagradas Escrituras lo dicen y lo enseñ an». Estos testigos de la fe negaban incluso admitir la manutenció n gratuita por parte del emperador. Sin embargo, ya que al parecer é ste no concedí a el permiso de regreso hasta que no tuviera la aprobació n de todos, cientos de ellos volvieron a cambiar de opinió n y profesaron la fó rmula homoica. (Se conservan las palabras «por su natura­leza» y «en todo», pero desaparecen las expresiones homoú sios y homoiu-sios. ) «Por orden tuya -(te imperante), aseveró el concilio-, hemos firma­do la confesió n, felices de ser adoctrinados por ti sobre la fe. »74

En el sí nodo de Seleucia, que se reunió en septiembre, se enfrentaron los representantes del homusianismo, del anhomoí smo, del homousianis-mo y del homoí smo. Y tambié n aquí el emperador acabó imponiendo su fó rmula, la que dice que el «Hijo» só lo es «parecido» (homoios), no de «naturaleza aná loga» (homoiusios), al «Padre». Como quiera que un sí ­nodo de los acacianos reunido a comienzos del añ o 360, en el que se ele­vó el homoí smo a dogma de fe, suspendió tanto al dirigente de los anho-moí stas como al de los semiarrianos, Constancio consiguió el acuerdo de todos. «Todo el mundo romano gritó entre suspiros y se sorprendió de ser arriano», escribí a estremecido san Jeró nimo. 75

Puede verse que centenares de obispos cambian de opinió n repetidas veces, que traicionan sus convicciones «má s sagradas», que, como se ha demostrado con frecuencia, les interesa menos la fe que su cargo. Lo mis­mo que la prá ctica totalidad de ellos se doblegaron en Arles (353) y en Milá n (355) a la voluntad del emperador, tambié n firmaron en 359 en Rí ­mini y en Seleucia un credo arriano. Pero, apenas muerto Constancio, los prelados de Iliria y de Italia, que habí an perdido en Rí mini, volvieron a proclamar la confesió n nicena, mientras que los obispos galos se retracta­ron ya en 360, en Parí s, de su firma. Cuando el 21 de febrero de 362 Ata-nasio visita de nuevo Alejandrí a, celebra poco despué s su «sí nodo de la paz» y garantiza a los arrí anos la permanencia en sus sedes si abjuran de


 

la «herejí a» y reconocen el dogma de Nicea, cientos de obispos vuelven a ser cató licos; sin embargo, los dirigentes, «que con ardides», segú n el obispo Liberio, «intentaron hacer que la luz fuera oscuridad y la oscuri­dad se convirtiera en luz», perdieron sus sedes episcopales. Tambié n el acomodaticio Acadio, que en 360 se pasó a los arrí anos con la aproba­ció n del emperador, se retractó inmediatamente en cuanto el emperador Joviano comenzó a mostrar su preferencia por el dogma de Nicea. 76

Mientras tanto, la lucha por las iglesias habí a seguido haciendo estra­gos. Se produjeron escenas de violencia, proclamas de la policí a y llama­mientos del ejé rcito a las armas. Decenas de obispos fueron desterrados o huyeron. En muchos lugares gobernaban dos al mismo tiempo y en An-tioquí a, en algunos momentos, tres.

Sin embargo, la victoria de los antinicenos parecí a segura, dado que Constancio habí a derrotado a sus dos oponentes clericales má s peligro­sos, Atanasio e Hilario. A este respecto, Setton llama, al menos a este ú ltimo -y no sin razó n-, valiente «behind the emperor's back than in his presence» (a espaldas del emperador en vez de en su presencia). Sin embargo, só lo cuando se encuentra a una distancia segura le insulta diciendo de é l que es un «hereje» arriano, personificació n del anticris­to, «cará cter endiablado», «lobo feroz»; en tanto que, cuando está en el exilio, má s cerca del emperador y esperando una audiencia, puede apos­trofarle de «piissime imperator», «optime ac religiosissime imperator», cristiano deseoso de santidad, ¡ a pesar de que su fe era exactamente la misma! 77

Oportunamente, Jorge de Capadocia, un ultra arriano, se hizo con el poder en Alejandrí a; era uno de los adeptos del soberano que aparecen aquí cada vez con mayor frecuencia y que unen a su cargo eclesiá stico un sorprendente sentido de las finanzas.

El patriarca Jorge levantó un monopolio funerario, aunque al parecer tambié n adquirió el del carbonato só dico e intentó comprar las lagunas de papiros, junto con las salinas egipcias. Entre sus proyectos religiosos preferidos estaban las herencias, un campo especial de los salvadores de almas cristianos a lo largo de todos los siglos. El obispo Jorge no só lo procuraba que los herederos perdieran lo que les habí an dejado sus pa­rientes, sino que manifestó incluso al emperador que todos los edificios de Alejandrí a eran patrimonio pú blico. Resumiendo, el primado egipcio «sacó provecho de la ruina de muchas personas», por lo que, como escri­be Amiano, «todo el mundo, sin distinciones, odiaba a Jorge». 78

Aunque ordenado para Alejandrí a ya en el añ o 356, no se puso en marcha hacia allí hasta finales de febrero de 357, con una furia salvaje, «como un lobo o un oso o una pantera» (Teodoreto). Hizo que delante de una hoguera llameante se golpeara en la planta de los pies a viudas cató ­licas y a doncellas, al parecer totalmente desnudas, con ramas de palmera


o que las quemaran a fuego lento; hizo «azotar de una manera totalmente nueva» (Atanasio) a 40 hombres; muchos murieron. Atanasio informa de correrí as, asaltos, el apresamiento de obispos, que eran encadenados, en­carcelamientos, el exilio de má s de treinta obispos «con tal falta de con­sideració n que algunos de ellos se suicidaron en el camino y otros en el destierro». En el otoñ o del añ o 348, Atanasio recurre a la violencia. El patriarca Jorge se salva de un intento de asesinato en la iglesia y debe huir. El 26 de noviembre de 361 regresa, para su desgracia (aunque ma­yor es la suerte por ello), sin conocer el fallecimiento de su protector Constancio. Rá pidamente es encerrado, el 24 de diciembre, pero cató licos y paganos le sacan y, junto con dos funcionarios imperiales muy impopu­lares, es arrastrado por las calles y golpeado sin cesar hasta morir. Sin embargo, poco antes el obispo Jorge habí a llamado al estratega Artemio, gobernador militar de Egipto, y con su ayuda habí a perseguido tambié n a los paganos, destruido el templo de Mitras, derribado estatuas y saquea­do los santuarios paganos, por supuesto en provecho de las iglesias cris­tianas que se querí an construir. (Juliano hizo decapitar en el añ o 362 al destructor de templos Artemio, con lo que a é ste se le veneró como má r­tir arriano. ) Los cató licos y los «idó latras» pasearon por las calles el ca? -í dá ver del obispo Jorge a lomos de un camello. Durante horas se ensañ a­ron con el muerto. Despué s le quemaron y dispersaron sus cenizas, mez­cladas con las de animales, por el mar. Y mientras que el tan salvaje lobo arriano se convierte en má rtir, precisamente en Navidad, Atanasio regre­só una vez má s y, por fin -despué s de que el pagano Juliano le volviera a desterrar en 362, el cató lico Joviano le hiciera volver en 363 y el arriano Valente le exiliara otra vez, la ú ltima, en 365-366-, durmió en el Señ or el 2 de mayo de 373, anciano y muy apreciado. 79

Al parecer, Atanasio habí a pensado para su trono en un tal Petros II, aunque habí a hecho los cá lculos sin contar con los arrí anos. É stos se apo­yaron en Valente e hicieron consagrar a Lucio como obispo. El «admira­ble Petros», sorprendido por la «inesperada guerra», fue a prisió n, aunque logró salir y refugiarse en Roma en el añ o 375. Mientras tanto, en Alejan­drí a el obispo Lucio, que busca «sus guardaespaldas entre los idó latras», como muchos otros, y parece remedar las «malas acciones de un lobo», encarcela de manera eficaz a los cató licos, les persigue, destruye las casas de muchos de ellos y de nuevo comete «vilezas innombrables contra don­cellas consagradas a Cristo». Se las captura en la iglesia, se las desviste, y desnudas, «tal como vinieron al mundo», se las lleva por toda la ciudad. A muchas, a las que «la prá ctica de las virtudes ha dado el aspecto de á n­geles santos», se las violó, a otras «se las golpeó con mazos en la cabeza hasta quedar tendidas sin vida». Se alejó a los monjes levantiscos, los pre­lados opuestos fueron exiliados y sus ovejas maltratadas. «Quienes lucha­ron por la fe verdadera fueron tratados peor que criminales, pues sus cadá -


 

veres quedaron sin enterrar; los que lucharon con valentí a sirvieron de alimento a los animales salvajes y las aves [... ]» (Teodoreto). Sin embar­go, tras el edicto de tolerancia de Valente, promulgado el 2 de noviembre de'377, Petros regresa y Lucio es expulsado de la iglesia principal. 80

No obstante, desde que murió Atanasio, su «hombre fuerte» de Orien­te, la Iglesia cató lica tiene un nuevo «hombre fuerte» no menos poderoso en Occidente. Y no só lo deja la impronta en su historia sino tambié n, en mayor medida que Atanasio, en la «gran» polí tica.


CAPITULO 2

AMBROSIO, DOCTOR DE LA IGLESIA (HACIA 333 O 339-397)

«[... ] Una personalidad sobresaliente en la que se aunaban la virtud del romano con el espí ritu de Cristo para dar una unidad completa: hombre, obispo y santo de los pies a la cabeza; junto con Teodosio el Grande, la figura má s importante de su tiempo, el consejero de tres emperadores, el alma de su polí tica religiosa y el sosté n de su trono; un formidable paladí n de la Iglesia. »

johannes niederhuber, TEÓ LOGO CATÓ LICO'

«Ambrosio, el amigo y consejero de tres emperadores, fue el primer obispo al que acudí an los prí ncipes para apoyar su trono tambaleante [... ]. Su extraordinaria personalidad emanaba una enorme influencia, llevada por el pensamiento má s puro y el má s completo altruismo [... ] junto con Teodosio I, la figura má s brillante de su tiempo. »

berthold altaner, TEÓ LOGO CATÓ LICO2

«Ambrosio es un obispo que, en cuanto a la importancia y alcance de su actividad, deja en la sombra a todos los demá s [... ] no só lo supera a los papas de la primera é poca, sino tambié n a todos los restantes guí as de la Iglesia occidentales que conocemos. »

kurt aland, TEÓ LOGO PROTESTANTE3

«Todos los seres humanos que está n bajo el poder romano (ditione romana) os sirven a vosotros, sus gobernantes y emperadores del mundo. Pero vosotros luchá is por el Señ or Universal y por la santa fe. »

AMBROSIO4


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