Главная | Обратная связь | Поможем написать вашу работу!
МегаЛекции

El emperador Teodosio «el Grande»: Lucha en favor del catolicismo y «sangre vertida como agua»




En Teodosio I (379-395) encontró el padre de la Iglesia Ambrosio un ené rgico compañ ero de viaje. «Apenas hay añ o de su reinado -afirma el


teó logo protestante Von Campenhausen- en que no se proclame una nue­va ley u otro tipo de medida para luchar contra el paganismo, para repri­mir la herejí a y para favorecer a la Iglesia cató lica. » «La total aniquila­ció n de quienes pensaban de modo distinto fue desde el principio la meta de su gobierno, y la tradició n eclesiá stica, que describe a Teodosio como un protector infatigable del catolicismo y enemigo de todas las herejí as y del paganismo, le ha retratado con toda fidelidad. »36            :

Teodosio, cuyo padre homó nimo, un cristiano «ortodoxo», habí a os­tentado ya el cargo de magister equitum praesentalis antes de perderlo,;, junto con su cabeza, bajo el hacha, por orden del cató lico Valentiniano, creció en los campamentos militares. Desde 367 habí a luchado en Bre­tañ a y tambié n contra los alamanes. En la dé cada de 370 destaca como dux, jefe militar, de la provincia de Mesia I (hoy en territorio servio) con­tra los sá rmatas. Este cató lico ascendido a altos cargos, notablemente hermoso y, cuando querí a, amable en extremo, pudo «verter sangre como agua» (Seeck). «Por desgracia» -dice en su honor el benedictino Baur-, fue el ú ltimo talento militar que hizo brillar de nuevo el prestigio guerre* ro del antiguo Imperio romano. »37                             í

El 19 de enero de 379, tras la heroica muerte de Valente, Gracianof proclamó a Teodosio, de treinta y un añ os de edad, regente, emperador, un emperador que consideró urgente diferenciar los estamentos capitali­nos mediante una estricta ordenació n de los ropajes, lo mismo que fijar de manera má s detallada las leyes de Valentiniano sobre rango, preferen­cias y tí tulos, como por ejemplo conceder tí tulos senatoriales a las espo­sas de los senadores. Teodosio I tendí a al derroche, a la ostentació n pala­ciega, al nepotismo y, no en ú ltimo lugar, a una enorme explotació n eco­nó mica, sobre todo de los campesinos y los colonos. Incluso tras la confiscació n de todos los bienes obligaba a los deudores, por medio de la tortura, a seguir pagando, con la esperanza de que los parientes ayuda­ran al desafortunado. Sin embargo, era estricto con la honestidad. Aun en contra de uno de los muchos fieles có nyuges imperiales, excluyó el adul­terio de sus amnistí as y castigaba con dureza el segundo matrimonio de una viuda celebrado antes de finalizado el añ o de luto. Incluso se ajusti­ciaba a los acusados de adulterio que, aunque absueltos, se casaban entre ellos. A los pederastas se les quemaba en pú blico delante del pueblo, una pena de muerte agravante frente al Antiguo Testamento y a un edicto de Constantino. En suma, un emperador «que pensaba má s en la salvació n de su alma que en la prosperidad del Estado» (Cartellieri). Motivo sufi­ciente para que la Iglesia, poco despué s de su muerte, le concediera el so­brenombre de «el Grande», que en este caso constituye como suele ocu­rrir, una especie de señ as de filiació n abreviadas. 38                

Teodosio desarrolló como emperador todo su amor hacia Cristo y hacia la carrera militar.


 

Lo mismo que Constantino, el amano Constancio II y el cató lico Valentiniano I, Teodosio fue tambié n un hé roe de guerra cada vez má s vio­lento. Volvió a fortalecer al ejé rcito, gravemente dañ ado en Adrianó polis. Sus fuerzas combatientes comprendí an 240 unidades de infanterí a y 88 regimientos de caballerí a, sus «tropas defensoras de la frontera», 317 unidades de infanterí a y 258 de caballerí a, ademá s de 10 flotillas fluviales, que sumando daban en total medio milló n de soldados. Me­diante una fó rmula creada en su remado, tení an que jurar, por la Santí si­ma Trinidad y por el emperador, amar y honrar a é ste inmediatamente por detrá s de Dios. Puesto que: «Si el emperador ha recibido el nombre de Augusto, se le debe fidelidad y obediencia, así como un servicio sin descanso, como a un Dios actual y en persona». Así se expresa el cris­tiano Vegetio, en aquellos tiempos escritor militar y autor de un tratado sobre la guerra. 39

Sin embargo, el mé rito especial del soberano cató lico consistió en una nueva polí tica hacia los germanos. En su reorganizació n del ejé rcito, gra­vemente cercenado, incorporó «bá rbaros» (seguí an una tendencia que existí a ya desde Constantino) hasta en la cú pula de mando: francos, alamanes, sajones y sobre todo godos, y con este ejé rcito «godificado» «lim­pió » los Balcanes de godos, que aunque oficialmente pertenecí an al Im­perio no eran ciudadanos sino siervos. En su primer añ o de reinado con­siguió así victorias sobre los godos, los alanos y los hunos. 40

¿ Pertenece a las muchas ví ctimas del «gran» Teodosio tambié n el prí ncipe godo Atanarico? Expulsado por los godos caucasianos, quizá s sus parientes, buscó refugio en Constantinopla; fue recibido el 11 de ene­ro de 381 con todos los honores por Teodosio, y dos semanas despué s, el 25 de enero, de manera sorprendente y a una edad no avanzada, falle­ció «de muerte natural» (Wolfram). No puede decirse lo contrario. Sin embargo, ¿ cabe excluir esa posibilidad tratá ndose de un hombre como Teodosio? ¿ Se opone sin ninguna sombra de duda la recepció n real que se deparó a Atanarico al enterramiento asimismo real? 41

Teodosio, segú n dicen siempre lleno de «magnanimidad hacia los vencidos» (Thiess), «el ú ltimo gran protector de los germanos en el trono imperial romano» (Von Stauffenberg), no planteó nunca ninguna batalla en toda regla. Siguiendo la caza de cabezas godas de Valente, llevó a cabo má s bien una especie de guerra de guerrillas, para lo cual sacrificó «sin escrú pulos o intencionadamente» tambié n las propias tropas godas (Aubin). Lo mismo que Graciano, buscaba aniquilar uno tras otro los dis­tintos grupos de «bá rbaros». Así, atacaba a contingentes godos aislados allí donde creí a conveniente, como por ejemplo en el añ o 386 a una tropa de ostrogodos dirigidos por el prí ncipe Odoteo. En otoñ o habí an solicita­do en la desembocadura del Danubio permiso para cruzar el rí o, aunque en un principio Promotus, el magister militum que mandaba en Tracia, lo


 

denegó. Sin embargo, una noche oscura los atrajo hasta el rí o para que cayeran en manos del ejé rcito romano. Se dispusieron a cruzarlo unos tres mil botes -el rí o quedó lleno de cadá veres- y fueron inmediatamente derrotados, mientras que las mujeres y los niñ os quedaron en cautiverio. Con todo, seguramente la polí tica goda del emperador habrí a sido distin­ta si hubiera dispuesto de suficiente fuerza. Teodosio se apresuró a pasar revista al lugar de la hazañ a y el 12 de octubre, con su carroza tirada por elefantes (regalo del rey persa), entró triunfante en Constantinopla, don­de hizo levantar una columna conmemorativa de 40 metros de altura en recuerdo de esta y otras masacres de «bá rbaros». Algunos añ os despué s, su general Estilicen causó un grave descalabro a otro grupo de godos. El obispo Teodoreto informa con jú bilo sobre «matanzas» con «muchos miles» de «bá rbaros» masacrados. Por otra parte, los prisioneros de tales operaciones inundaron los mercados de esclavos de todo Oriente. Y a partir de entonces, gracias a los «mé ritos» de Teodosio, en todas las ba­tallas de la invasió n de los bá rbaros hay germanos luchando en ambos bandos. 42

Aunque ¡ qué era esto en comparació n con sus obras religiosas! «Pue­des estar contento en las batallas y ser digno de alabanza -le glorificaba Ambrosio-, la cumbre de tus actos fue siempre tu piedad. »43

La primera medida de gobierno importante del emperador fue el edic­to de religió n Cunctos populus, dictado el 28 de febrero de 380 en Tesa-ló nica, un añ o despué s de su subida al trono, tras haber pacificado de nuevo a los godos mediante há biles negociaciones y haber superado una enfermedad que puso en peligro su vida.

Al parecer sin ayuda episcopal, el entonces todaví a sin bautizar pro­mulgó la obligatoriedad de fe, declarando, de manera breve y rotunda, con un lenguaje de un «fanatismo religioso casi demencial en el trono» (Richter), el catolicismo como la ú nica religió n legal en el Imperio, y lla­mando a todos los restantes cristianos «maniacos y dementes». «Primero les debe alcanzar la venganza divina y despué s el castigo de nuestra có le­ra», proclamó Teodosio de acuerdo con la voluntad de Dios (ex caelesti arbitrio). El emperador habí a prometido someter no solamente los cuer­pos sino tambié n las almas, influido quizá s por el faná tico obispo local Ascholios despué s de que recibiera de é ste el bautismo, cuando se encon­traba gravemente enfermo y esperaba la muerte. El Codex lustinianus pone el edicto al principio de todas las leyes. Ese mismo añ o siguieron otras disposiciones de religió n por parte del soberano y posteriormente nuevos decretos antiheré ticos muy severos, corroborando el Concilio de Constantinopla, convocado por é l y al que faltaron tanto el papa Dá maso como un legado de Roma, las leyes estatales; la confesió n de fe «grande» o niceno-constantinopolitana, el credo cristiano vigente hasta la fecha, el ú nico que aceptan todas las Iglesias cristianas, adoptó casi literalmente


las fó rmulas de Nicea, pero presentó como novedad la total divinidad del Espí ritu Santo, sobre el que en Nicea no se habí an hecho manifestaciones má s precisas, aunque se le incluyera de modo nominal. Como religió n del Estado, el catolicismo alcanzó una posició n de monopolio, mientras que todas las restantes confesiones quedaron en condiciones muy pre­carias, sobre todo el arrianismo -apoyado por los godos todaví a por es­pacio de algunos decenios- y todo lo que se entiende por tal. Tropas bajo sus ó rdenes reprimieron por doquier tumultos y levantamientos, se desterró a los obispos arrí anos y sus iglesias pasaron a manos de los ca­tó licos. 44

En Constantinopla, que era entonces todaví a casi amana en su totali­dad, la ví spera de Pascua del añ o 380 los arrí anos asaltaron la iglesia de los cató licos, atentando gravemente contra los monjes y las mujeres. A finales de noviembre el emperador destituyó como obispo al anciano Demó filo, que no querí a ser niceno, y le desterró. Protegido por las ar­mas ocupó su cargo un atanasista, el padre de la Iglesia Gregorio Nacian-ceno. Se produce un gran alboroto, «como si yo», relata é l mismo, «en lugar de un Dios quisiera introducir varios dioses». Por calles y plazas se manifestaron los seguidores de Demó filo. La iglesia de Gregorio es asal­tada incluso durante los servicios religiosos, especialmente por monjes. Una lluvia de pedradas cae a su lado cuando se encuentra en el altar, y se plantea seriamente la posibilidad de su asesinato, pues hay tambié n mu­chos cató licos que son sus enemigos. En 381 Teodosio nombra patriarca de la capital al jurista Nectarios, un laico que ni siquiera está bautizado y que es un perfecto desconocido en los cí rculos eclesiá sticos, razó n por la cual todaví a no se le odiaba. Inmediatamente despué s de ser bautizado se le consagra obispo. Ningú n niceno, que antes con tanta frecuencia pre­gonaban en voz alta la libertas ecciesiae, protesta contra la arbitrariedad del emperador. Al contrario, tambié n el sí nodo de Roma (382) aprueba la elecció n. Aunque en 388 queman el palacio de Nectarios, vuelve a re­construirlo, extraordinariamente grande y lujoso, y conserva su trono hasta el añ o 397. Todaví a hoy se le sigue considerando un santo en la Iglesia bizantina. 45

Sin embargo, como santo, el catolicismo tambié n venera a Ambrosio, no desde luego a pesar de que sometiera con tanta falta de escrú pulos como é xito a todos (paganos, «herejes», judí os; de hecho, fue promotor de incontables tragedias), sino precisamente por eso.

Поделиться:





Воспользуйтесь поиском по сайту:



©2015 - 2024 megalektsii.ru Все авторские права принадлежат авторам лекционных материалов. Обратная связь с нами...