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Parabienes papales por la «expansión del Reino de Dios», o «Todos ellos sumidos en la indigencia»




Despué s de la victoria, la mayorí a de los hombres vá ndalos perdió la
vida. Mujeres y niñ os fueron hechos esclavos. El rey fue llevado a Cons-
tantinopla y presentado en el verano de 534 en el hipó dromo durante el
triunfo allí celebrado. Despojado de la pú rpura hubo de besar el polvo
ante el trono imperial. Acabó sus dí as como vasallo en una gran propie-
dad de Galacia. Declinó la conversió n al catolicismo, pese a todos los ho-
nores que la hací an má s apetitosa. A sus compañ eros de cautiverio los
encuadraron en el ejé rcito romano y fueron a parar en su mayorí a a la
frontera persa. Se formaron cinco regimientos, los llamados Vandali lus-
tiniani.
Un regimiento, sin embargo, huyó de nuevo a Á frica despué s de
reducir a la tripulació n de la nave que debí a transportarlos desde la isla
de Lesbos. En Á frica asentaron los bizantinos grandes contingentes de
tropas. Reforzaron los puertos y las ciudades con murallas y tambié n le-
vantaron numerosas fortalezas, dispersas tierra adentro. 139

La Iglesia cató lica que elogió a Justiniano como liberador de un «cau-
tiverio de cien añ os» recuperó de inmediato todos sus bienes raí ces y
tambié n su rango por encima de las restantes religiones, de forma que, de
la noche a la mañ ana se convirtió de perseguida en nueva perseguidora.
Pues, obviamente, el clero cató lico colaboró ahora con los nuevos amos
exactamente igual que lo habí a hecho el amano con los antiguos. Otra vez
se adoptaron duras medidas contra paganos, donatistas y judí os a quienes
ahora se les expulsó por principio de las sinagogas. Pero el final del Esta-
do vá ndalo significó ante todo el final de la fe vá ndala. Justiniano mis-
mo, dispuesto ya a hacer la guerra a los ostrogodos, se inclinaba por una
polí tica religiosa moderada, pero el episcopado africano y el papa Agapi-
to le hicieron mudar de parecer. Por decreto promulgado el 1 de agosto
de 535 arrebató las iglesias a los arrí anos, y prohibió sus oficios divinos,
el nombramiento de obispos y sacerdotes. Ademá s los excluyó de todos
los cargos. Tambié n golpeó duramente a los no cató licos restantes. 140

Lo admite hasta el Manual de la Historia de la Iglesia: «Las medidas
adoptadas por el decreto en relació n con los arrí anos, donatistias, judí os
y paganos eran sobremanera duras. Tuvieron que cerrar sus templos y su-
primir todo acto de culto. Cualquier reunió n quedó prohibida; ya era
suficiente que pudieran continuar con vida. El papa felicitó al emperador
por su celo en la expansió n del Reino de Dios». 141

Pese a todas las degollinas, el arrianismo estaba aú n lejos de su erra-
dicació n en Á frica, tanto menos cuanto que pudo penetrar en las tropas
de Belisario gracias a los godos arrí anos. Pero tambié n é stos, que se vie-
ron engañ ados en la distribució n de los lotes de tierra y sojuzgados, desde
el punto de vista religioso, juntamente con los vá ndalos arrí anos supervi-

 


vientes, hubieron de morder el polvo tras duras y largas luchas. Las mu-
jeres vá ndalas que se habí an entretanto casado con ellos fueron deporta-
das. «De los vá ndalos que permanecieron en su patria -escribe Procopio-
no quedó vestigio alguno de mi é poca. Al ser pocos, fueron aplastados
por los bá rbaros limí trofes o bien se mezclaron voluntariamente con ellos
de modo que desapareció hasta su mismo nombre. » «De este modo -es-
cribe triunfante el arzobispo Isidoro de Sevilla- fue exterminado, el añ o 534,
el reino vá ndalo hasta el ú ltimo retoñ o, reino que duró 113 añ os desde
Gunderico hasta la caí da de Gelimer. »142

Pero los tiempos que se enseñ orearon de Á frica, tambié n en su aspec-
to polí tico y religioso, fueron de todo menos de paz. La administració n
bizantina estaba en gran parte corrompida, la opresió n fiscal era tal que la
població n añ oró tristemente la liberalidad de los vá ndalos. Los colonos
fueron mucho peor tratados que bajo el dominio de los «bá rbaros». Las
propias tropas amanas fueron preteridas. A otras se les pagó muy tardí a-
mente. En una palabra: aumentó el descontento de amplios sectores so-
ciales. Y a los motines y levantamientos interiores vinieron a sumarse los
ataques del exterior. 143

Ya el añ o 534 las unidades bizantinas dirigidas por el bastante capaz,
pero brutal Magister militum Salomó n, el sucesor de Belisario, se vieron
envueltas en luchas contra varias tribus nó madas. Fueron destruidas uni-
dades enteras de caballerí a. Cierto que al añ o siguiente Salomó n hizo una
degollina de, supuestamente, má s de cincuenta mil bereberes que habí an
penetrado hasta la Tunicia central. Pero los añ os que siguieron conocie-
ron no só lo nuevos ataques de los nó madas, sino tambié n graves y repeti-
dos motines de soldados. «Ese desdichado paí s -así concluye la Guerra
vá ndala
de Procopio- no hallarí a nunca una calma duradera. Salomó n cayó
combatiendo contra los moros. Su sobrino y sucesor Sergio se granjeó un
odio general y no puede hacerse fuerte allí. Justiniano enví a a su propio
sobrino Aerobindo para restablecer el orden, pero este prí ncipe no tiene
en absoluto madera de guerrero. Muere ví ctima de una conjuració n mili-
tar encabezada por un tal Gontaris, que se encumbra a una brutal domi-
nació n. A partir de ahí reina un violento caos: no importa qué oficial cree
poder llegar a ser dueñ o de Á frica. El asesinato alevoso, el arrasamiento
y el saqueo está n a la orden del dí a. Finalmente Gontaris, en tomo al cual
se han agrupado los ú ltimos vá ndalos, cae junto con é stos a manos del ar-
menio Artabanes que obtiene de Justiniano el Magisterium militare para
toda Á frica. Su sucesor Juan apaga los ú ltimos focos de la revuelta... De
la població n africana sobrevivieron muy pocos. Despué s de tantas tribu-
laciones gozaban por fin de paz. Pero ¡ a qué precio! Todos ellos sumidos
en la indigencia. »144


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