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Las falsificaciones literarias entre los griegos




Es cierto que los griegos apreciaban en grado sumo la verdad. Se ha
afirmado que el perí odo clá sico de su literatura habrí a estado, de modo
excepcional, libre de las falsificaciones literarias, que no ofrece ningú n
ejemplo auté ntico de tales falsificaciones, argumentá ndolo con la obser-
vació n de que «las falsificaciones literarias no pueden prosperar en una
é poca de creatividad intelectual». Y a pesar de ello, tambié n los literatos
y los sacerdotes griegos falsificaron en proporciones inimaginables. 18

Uno de los primeros falsarios es el autor Onomakritos de Atenas, que
vivió en el siglo vi antes de Cristo en la corte de los Pisistrá tidas; ó rfi-
co que gozó de gran estima, fue amigo y consejero del tirano Pisí strato,
pero que con motivo de haber falsificado orá culos y haber interpolado


los de Museo fue desterrado de la ciudad. Tambié n bajo el nombre de Or-
feo, el famoso cantor mí tico, al que se considera má s antiguo que Horne-
ro y Hesí odo, parece haberse dedicado a su arte. En cualquier caso, pron-
to circularon textos, editados como de Orfeo (y de Museo) y que sus
seguidores consideraron como «escrituras sagradas» {hieroi logoí }, en in-
finidad de variantes, resú menes, suplementos y revisiones. En la é poca
helení stica, y especialmente en la imperial, se multiplicaron las produc-
ciones que pretendí an proceder de personajes histó ricos de la é poca de
las guerras troyanas o incluso de poetas ó rficos anteriores. Y aunque re-
bosaban de anacronismos evidentes, las referencias plató nicas, estoicas,
neoplató nicas o incluso bí blicas consiguieron en la Antigü edad ser consi-
deradas en general como histó ricas, en particular las que procedí an de
los Padres de la Iglesia. Por el contrario, Aristó teles fue ya el primero, si
bien de modo aislado, en mostrarse bastante escé ptico al respecto, hasta
el punto de que Ciceró n escribiera: «Orpheum poetam docet Aristó teles
numquam fuisse».
19

Bajo el nombre de Hipó crates de Cos (hacia 460-370 a. C. ), el funda-
dor de la medicina como ciencia e ideal absoluto del mé dico, se difundie-
ron escrito tras escrito a lo largo de medio milenio. Sin embargo, de sus
130 presuntas obras (tambié n estas cifras varí an) los investigadores reco-
nocen como auté nticas apenas la mitad. Y tambié n é stas sufrieron diver-
sas alteraciones y deformaciones. 20

En la literatura filosó fica hubo tambié n muchas falsificaciones, entre
ellas docenas de textos apó crifos de Plató n e infinidad de Aristó teles. En
cuanto a las cartas de Plató n no se ha logrado todaví a hoy el consenso en-
tre los expertos. Se discute si la sé ptima, y quizá tambié n la octava, son
auté nticas; la mayorí a, sin embargo, son falsas con total seguridad. Un
intercambio epistolar falsificado entre el pitagó rico Arquitas y Plató n da
fe de autenticidad y recomienda escritos falsificados del pitagó rico Oce-
los. De este modo una falsificació n ayudaba a otra. 21

Con frecuencia se le han imputado libros a Pitá goras, precisamente
porque, lo mismo que Só crates o Jesucristo, nunca los escribió. Y esto se
sabí a. Sin embargo, en vista de la multitud de autoridades magistrales en
pugna y al objeto de ser competitivas, se suplí a la total falta de textos
auté nticos del maestro con infinidad de falsificaciones. Con ello se de-
mostraba que los filó sofos griegos (posteriores) dependí an de Pitá goras.
Y lo mismo que entre los ó rficos, tambié n entre los neopitagó ricos, los her-
metistas o los apocalí pticos, se convierte en regla el empleo de la falsifica-
ció n literaria con fines de conseguir una propaganda má s eficaz; y muchas
de estas falsificaciones son parecidas a las judí as y las cristianas. 22

Muchos discursos tampoco eran auté nticos.

Así, en la é poca de Augusto el retó rico y crí tico literario griego Ceci-
lio de Cale Acte (Sicilia), que con Dionisio de Halicamaso es considera-


do el fundador del aticismo literario, considera que no son auté nticos 6
de los 71 discursos atribuidos a Demó stenes, 25 de los 60 de Antifonte
(ejecutado en 404-403 a. C. ) y 28 de las 60 de Isó crates (Dionisio 25).
Asimismo, 25 de los 77 discursos de Hipé rides (ejecutado en 322 a. C. ),
discí pulo de Isó crates (segú n otros de Plató n), y 192 de los 425 de Lisias
se consideran falsos. Evidentemente, muchas de estas plá ticas que circu-
laban bajo pabelló n falso no se habí an redactado al principio con inten-
ciones de engañ ar. La mayorí a eran ejercicios -muy há biles- de estu-
diantes que debí an escribir discursos ficticios en sus prá cticas, que los
griegos llamaban melé tai y los romanos suasoriae, y que despué s los li-
breros de la Antigü edad, que no gozaban de excelente reputació n, hicie-
ron circular como auté nticos. En cualquier caso, está comprobado que un
nú mero considerable de discursos apó crifos se ha atribuido intencionada-
mente a los grandes maestros. 23

El punto á lgido, al menos numé ricamente, lo alcanza la falsificació n
literaria de los griegos en las literatura epistolar. Alfred Gudeman encon-
tró que «apenas habí a una personalidad famosa de la literatura o la histo-
ria griegas, desde Temí stocles hasta Alejandro, a la que no se asignara
una correspondencia má s o menos extensa». R. Bentley demostró en 1697
y 1699 que 148 cartas de Fá laris, el tirano de Agrigento (570-544 a. C. ),
eran falsificaciones de la Antigü edad, aunque falsificaciones de tan alto
nivel literario que Bentley (si bien exagerando un poco) comparó a las de
Ciceró n. Tambié n las cartas de Bruto, consideradas a menudo como au-
té nticas, que como escritor era muy polifacé tico redactando tratados aca-
dé micos, historias, discursos, etc., «deben considerarse como definitiva-
mente descartadas» (Syme). 24

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