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La apocalíptica judía




La apocalí ptica (del griego apoká lypsis) desempeñ a un papel impor-
tante, una especie de papel de transició n entre el Antiguo y el Nuevo Tes-
tamento, en especial en la é poca que va del siglo u a. C. hasta el n d. C.
En la apocalí ptica se puede ver una especie de escatologí a judí a, por así
decirlo, una escatologí a no oficial, que se extiende a lo có smico, al má s
allá, junto a la nacional oficial de los rabinos. A diferencia de é sta, la lite-
ratura apocalí ptica era universalista; englobaba la Tierra, el cielo y el in-
fierno. No obstante, sus seguidores llevaban má s bien una existencia de


conciliá bulos (poco diferente a lo que sucede hoy con muchas sectas y
sus relaciones con las Iglesias).

La investigació n ve en estos escritos un «eslabó n» entre el Antiguo
y el Nuevo Testamento y asigna la apocalí ptica a un perí odo intermedio
entre ambos. Esto resulta tanto má s ló gico por cuanto que (precisamente)
los apocalí pticos -judí os cuyo origen exacto (esenios, fariseos) es difí cil
de establecer- son falsarios, gente que no escribe bajo su propio nombre
sino con seudó nimo; que atribuyen sus revelaciones de secretos divinos,
; de la é poca primigenia, de la ú ltima hora, del má s allá, sus misterio-
sas manifestaciones del futuro, a sueñ os, estados de é xtasis (en ocasiones
hasta el cielo como, entre otros, Enoc y tambié n el apocalí ptico cristiano
^ Juan), a «visiones», mientras que los profetas se basan generalmente en
«audiciones». Con frecuencia, los iluminados que han de iluminar vienen
acompañ ados de un intermediario revelador, un á ngel exé geta, un á nge-
lus interpres,
que les explica lo sucedido y, naturalmente, a nosotros.

Tí pico de las falsificaciones plagadas de oraciones es su concepto
dualista del mundo, profundamente influenciada por ideas iraní es, su teo-
rí a de los dos eones, uno temporal y otro eterno. Tí pico es que los suce-
sos visionados del fin de los tiempos, los «dolores del Mesí as», se descri-
ben como inminentes. Todo esto va desde horribles catá strofes humanas
y có smicas (las mujeres dejan de dar a luz, la tierra se vuelve esté ril, las
estrellas chocan) hasta el Juicio Final y un esplendor mesiá nico pintado
lleno de fantasí a; se incluyen por supuesto los sufrimientos de los im-
pí os, lo que proporcionaba un fuerte consuelo, unido a imperiosas adver-
tencias de penitencia y conversió n. La espectativa de la proximidad del
final es igual de tí pica que la esperanza en el má s allá y el determinismo,
pues «Dios lo tiene todo previsto» (4 Esra 6), el comienzo y el fin. «Este
mundo lo ha creado el Altí simo para muchos, pero el futuro só lo para
unos pocos» (4 Esra 8, 1), una nueva demostració n de su Suma Miseri-
cordia. Es asimismo caracterí stico de estos testamentarios intermedios
que introduzcan en su obra, que está llena de misteriosas figuras (anima-
les, nubes, montañ as) y un complicado simbolismo numé rico, un cori-
feo religioso de tiempos anteriores, sugiriendo y dá ndoles forma de
Adá n, Enoc, Abraham, de Esra, Moisé s, Isaí as, Elias, Daniel; su escritura
es oculta o conocida só lo por un grupo de elegidos, pero ahora Dios quie-
re que se propague. 95

Los impostores representan a menudo sus visiones de la historia
como profecí as, en forma futura. Naturalmente, escribiendo por lo general
muchos siglos despué s de haber vivido quizá los «grandes» y poniendo
en labios de ellos sus presagios, vaticinan todo con gran precisió n. Sus
lectores quedan maravillados y creen, predispuestos, todo lo que aquellos
profetizaban para un lejano futuro sobre los horrores del final y su mag-
nificencia. Esta pí a fraus, esta «representació n de la historia como vatici-


nium ex eventu» (Vielhauer), tiene lejanos paralelismos veterotestamen-
tarios en el mismo Pentateuco (Gen 49, Nú m 23 y ss., Deut 33) pero su
auté ntico modelo está, quizá, en la literatura oracular sibilina de la é po-
ca helení stico-romana. 96

Ademá s de la falsificació n bí blica del libro de Daniel que ya hemos
visto, está tambié n el libro de Baruc, presuntamente escrito por Baruc
ben Narija, el escriba, acompañ ante y amigo del profeta Jeremí as. «Ba-
ruc», que aparece como mensajero de Dios y experimenta multitud de vi-
siones, pretende haber redactado su propio libro en Babilonia, despué s de
la destrucció n de Jerusalé n. Tambié n é l dice saber y quiere decir mucho
má s que los profetas; y todaví a en 1931 el cató lico Lexikonfü r Theologie
und Kirche
no «veí a motivo alguno para dudar de la autorí a de Baruc».
Hoy son muy pocos los que aseguran la autenticidad de esta obra del An-
tiguo Testamento (lo mismo que del «Daniel» falsificado) siendo como
fue escrita medio milenio despué s de Baruc: la primera parte quizá en el
siglo i a. C. (el momento má s lejano), la segunda parte probablemente a
mediados del siglo i d. C. 97

Amé n del libro de Baruc hay otros escritos suyos falsificados, como
por ejemplo su apocalipsis sirio, que se cuenta entre los seudoepí grafes
del Antiguo Testamento, má s o menos del siglo n d. C.; tambié n un apo-
calipsis griego de Baruc vá lido para el má s allá, conservado asimismo en
versió n eslava, que relata los viajes de Baruc por cinco (o dos) cielos
-una falsificació n originalmente judí a, pero que vuelve a ser falsificada
por manos cristianas y que se debió escribir como muy pronto sobre el
añ o 130 d. C. -, por no citar toda una serie de otros libros producidos bajo
el nombre de Baruc. 98

Asimismo, bajo el nombre de Moisé s se falsean textos extrabí blicos;

el Apocalipsis de Moisé s milenio y medio despué s de la presunta é poca
en que vivió por un autor judí o bien informado. Y en la Assumptí o Mosí s,
utilizado en las cartas de Judas en el Nuevo Testamento, el hé roe del tí tu-
lo brilla como profeta sin par, augurando el futuro de Israel hasta la
muerte del rey Heredes, augurio, eso sí, facilitado asimismo por el falsi-
ficador judí o de ese siglo i d. C. 99

Otros apocalipsis judí os, sometidos a una fuerte manipulació n cristia-
na, son: el apocalipsis de Elias, el de Sofoní as, el libro apó crifo de Eze-
quiel, el testamento de Abraham, que relata su viaje de ida y vuelta al
cielo, el apocalipsis de Abraham, en el que é ste predice en visiones el fu-
turo de su estirpe y de Israel (en realidad con el falsario mirando hacia
atrá s unos dos mil añ os despué s) y otros má s. 100

Las falsificaciones surgieron casi siempre como una necesidad inter-
na a partir del gé nero apocalí ptico, ampliamente utilizado por los cristia-
nos; se hizo tí pico de ellos. ¿ Qué era má s ló gico, má s sencillo que encon-
trar precisamente las «obras» de autoridades antiguas o antiquí simas, las


de los hombres de un pasado «mejor», las de los doce patriarcas así como
las de Daniel y Enoc, cuya autenticidad ya poní a en tela de juicio Orí ge-
nes, las de Abraham, Moisé s, Isaí as y Esdras, en conjunto una lista de
veinte nombres, ya que sus profecí as, sus revelaciones, comenzaban a
cumplirse?

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