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Las biblias del mundo y algunas peculiaridades de la Biblia cristiana




El «libro de los libros» de los cristianos es la Biblia. La traducció n
alemana Bibel aparece por vez primera en el poema moral «El corredor»
del maestro de escuela de Bambarg y forjador de versos, Hugo de Trim-
berg (nacido hacia 1230, fue asimismo autor de una colecció n de fabuli-
llas homilé ticas, de unos doscientos almanaques hagiográ ficos, etc. ). El
té rmino acuñ ado por Hugo deriva del latí n biblia, que tiene a su vez ori-
gen en el neutro plural tá biblia (los libros). 45

La Biblia es una escritura «sagrada» y textos, libros y escrituras sa-
gradas forman, en la historia de las religiones, parte del oficio, del nego-
cio, del cual depende estrechamente; y no só lo del monetario, sino tam-
bié n del polí tico y, en ú ltima instancia, de cualquiera abrigado por el
corazó n humano.

Las biblias de la humanidad son, pues, numerosas: los tres Veda de la
antigua India, por ejemplo, los cinco ching, libros canó nicos de la reli-
gió n imperial china, el Siddhanta del jainismo, el Tí pitakam del budismo
therevada, el Dharma del budismo mahayama indio, el Tripitakam del bu-
dismo tibetano, el Tao-té -ching de los monjes taoí stas, el Avesta del maz-
daí smo persa, el Corá n en el islam, el Granth de los sikh, el Gima del
mandeí smo. Hubo gran cantidad de escrituras sagradas en los misterios
helení sticos, a los que ya se hací a referencia en la é poca precristiana sim-
plemente con la palabra «escritura», o con la fó rmula «está escrito» o
«como está escrito». En Egipto las escrituras sacras se remontan a las
é pocas má s antiguas, citá ndose ya en el tercer milenio antes de Cristo un
texto sagrado. Palabras de Dios (mdw ntr). ¿ Y no ha desenterrado la mo-
derna investigació n las escrituras sagradas de tantas antiguas religiones?
Pero incluso para la é poca moderna todaví a es vá lido lo de que: sigue
siendo fecundo el seno del que salieron... Así, en el siglo xix la campesi-
na Nakayama Mikiko escribió el texto sagrado de la secta Tenrikyo fun-
dada por ella misma, con 17 revelaciones (0-fude-saki, «de la punta del
pincel») y «anotació n de antiguas cosas» (Go-Koki); e incluso tras su


muerte reveló al carpintero Iburi, su discí pulo y sucesor, los «preceptos»

(Osashizu). 46

Claro está que sabemos que la Biblia no es só lo un libro entre libros
sino el libro de los libros. No es, por consiguiente, ningú n libro que pue-
da equipararse a Plató n o al Corá n o a los viejos libros de la sabidurí a in-
dia. No, la Biblia «está por encima de ellos; es ú nica e irrepetible» (Alois
Stiefvater). Dicho sea de paso: en la exclusividad insisten especialmente
las religiones monoteí stas (¡ y por eso son precisamente, por así decirlo,
exclusivamente intolerantes! ). «Lo mismo que el mundo no puede existir
sin viento, tampoco puede hacerlo sin Israel», afirma el Talmud. En el
Corá n se dice: «Tú nos has elegido de entre todos los pueblos [... ] tú nos
has elevado sobre todas las naciones [... ]». Y tambié n Lulero se jacta:

«Nosotros los cristianos somos má s grandes y má s que todas las criaturas
[... ]». En resumen, que la Biblia es algo especial, lo que entre otras cosas
explica que la cristiandad no tuviera en sus primeros ciento cincuenta
añ os ninguna «Sagrada Escritura» propia, y por ese motivo asimiló el li-
bro sagrado de los judí os, el Antiguo Testamento, que segú n la fe cató -
lica precede «al Sol de Cristo» como «estrella matutina» (Nielen). 47

El nombre de Antiguo Testamento (griego diathé ke, alianza) procede
de Pablo, que en 2 Cor. 3, 14 habla de la Vieja Alianza. La sinagoga, que
naturalmente no reconoce ningú n Nuevo Testamento, tampoco habla del
Antiguo sino de Tenach (fnak), una palabra artificial formada por las ini-
ciales de torah, nebi'im y ketubim: ley, profetas y (restantes) escritos. Se
trata de los escritos del Antiguo Testamento, que tal como los transmitie-
ron los hebreos son hasta la fecha las Sagradas Escrituras de los judí os.
Los judí os palestinos no establecieron el textus receptas definitivo hasta
el Sí nodo de Jabne (Jamnia), entre los añ os 90 y 100 d. C., que son 24 li-
bros, igual nú mero que las letras del alfabeto hebreo. (Fueron las biblias^
judí as del siglo xv las primeras que procedieron a una divisió n distinta y
dieron lugar a 39 libros canó nicos). En cualquier caso. Dios, al que remi-
ten estas Sagradas Escrituras y del que proceden, necesitó má s de un mi-;

lenio para su recopilació n y redacció n definitiva; aunque no resulta un
perí odo tan largo si se tiene en cuenta que para é l mil añ os son como
un dí a. 48

Lo singular de la biblia cristiana es que es que cada una de las distin-
tas confesiones tiene tambié n biblias distintas, que no coinciden en su
conjunto y que lo que unos consideran sagrado a otros les parece sospe-
choso.

La Iglesia cató lica -que distingue entre escritos protocanó nicos, es
decir, que nunca se han discutido, y deuterocanó nicos, cuya «inspira-'
ció n» durante algú n tiempo fue «puesta en duda» o se consideró incierta-
posee un Antiguo Testamento mucho má s amplio que el de los judí os, del
que procede. Ademá s del canon hebreo, recogió en sus Sagradas Escritu-^


ras otros tí tulos, en total (segú n el recuento del Tridentino en su sesió n
del 8 de abril de 1546, confirmado por el Vaticano I en 1879) 48 libros,
es decir, ademá s de los llamados deuterocanó nicos: Tobí as, Sabidurí a, Ecle-
siá stico, Baruch y cartas de Jeremí as, Macabeos I y II, oració n de Aza-
rí as, himno de los tres jó venes en el homo, historia de Susana, historia de
Bel y el dragó n, Ester 10, 4-16, 24.

Por el contrario, el protestantismo, que otorga autoridad exclusiva-
mente a los libros que aparecen en el canon hebreo, no considera como
canó nicos, como manifestados por Dios, los deuterocanó nicos añ adidos
por el catolicismo, les concede escaso valor y los llama «apó crifos», o
sea, que lo que los cató licos llaman libros nunca tuvieron validez canó ni-
ca. (Lulero, al delimitar lo que pertenecí a al canon, se apoya en el «testi-
monio espiritual interior» o en el «parecer interno». El segundo libro de
los Macabeos, por ejemplo, lo elimina porque le perturbaba el pasaje so-
bre el purgatorio, cuya existencia é l negaba y que introdujo su contrin-
cante Eck. Sobre ese mismo libro y tambié n sobre el de Ester, opinaba
que «tienen demasiados resabios judí os y paganos». No obstante, consi-
deraba que los escritos deuterocanó nicos eran «ú tiles y buenos para
leer». De todas maneras no estaban inspirados por Dios; en cualquier
caso menos que el «parecer interno» del reformador. ) En el Sí nodo de Je-
rusalé n, la Iglesia griega tomó en 1672 la resolució n de incluir entre la
palabra divina otras cuatro obras que no aparecí an en el canon normativo
de Jabne -Sabidurí a, Eclesiá stico, Tobí as, Judit-, con lo cual resultaba
má s exagerada que los protestantes pero no tanto como la Iglesia cató lica
romana. 49

Mucho má s amplio que el Antiguo Testamento era el canon del ju-
daismo helenista, la Septuaginta (abreviada: LXX, la traducció n de los
70 hombres, vé ase la carta de Aristeo). Fue elaborada para los judí os de
la diá spora en Alejandrí a por diversos traductores en el siglo ni antes
de Cristo, fue el libro de la revelació n sagrado de los judí os de lengua
griega, es la transcripció n má s antigua e importante del Antiguo Testa-
mento al griego, la lengua universal de la é poca helení stica, y como bi-
blia oficial del judaismo de la diá spora entró a formar parte de la sina-
goga. La Septuaginta, sin embargo, recogió má s escritos que el canon
hebreo y má s tambié n de los que má s tarde consideraron vá lidos los ca-
tó licos. Con todo, las citas al Antiguo Testamento que aparecen en el
Nuevo (con las alusiones 270 a 350) proceden en su mayorí a de la Sep-
tuaginta y é sta constituyó para los Padres de la Iglesia, que la utilizaron
con insistencia, el Antiguo Testamento, considerá ndola como las Sagra-
das Escrituras. 50


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