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Los cristianos falsificaron más conscientemente que los judíos y con mucha mayor frecuencia




Hemos de tener presente en primer lugar un hecho relevante: de nin-
gú n Evangelio, de ningú n escrito del Nuevo Testamento, y desde luego
de ninguno bí blico, poseemos un original, por mucho que hasta el si-
glo de la Ilustració n histó rica se afirmara tener el original del Evangelio
de Marcos, incluso por duplicado, uno en Venecia y el otro en Praga, y
ambos originales en una lengua en la que ninguno de los evangelistas es-
cribió, el latí n. Pero faltan tambié n las primeras copias. Só lo tenemos co-
pias de copias de copias, y constantemente aparecen nuevas. (En 1967 se
contaban má s de 1. 500 manuscritos del Antiguo Testamento griego y
5. 236 del Nuevo, aunque con cierta frecuencia uno mismo ha sido regis-
trado erró neamente varias veces. Muy pocos de ellos, ademá s, contienen
el Nuevo Testamento completo y la mayorí a son relativamente recientes.
Ú nicamente los papiros se remontan a tiempos má s lejanos, algunos de
ellos hasta los siglos ü y ni. No obstante, son muy fragmentarios; el má s
antiguo de todos está formado por unas pocas palabras: J. 18, 31-33, y
37-38. )148

Puesto que en la Antigü edad los libros só lo se reproducí an a mano,
las falsificaciones eran má s sencillas y al copiar podí an hacerse en cual-
quier momento cambios en el texto, introducir pá rrafos, hacer supresiones
o incluso completarlos. En los manuscritos del Nuevo Testamento sur-
gieron de este modo, a veces sin querer y otras intencionadamente, erro-
res, equivocaciones por falta de atenció n o desconocimiento y tambié n
falsificaciones conscientes; estas ú ltimas sobre todo en los siglos i y u,
cuando el Nuevo Testamento no poseí a todaví a una validez canó nica y
no existí a el má s mí nimo reparo, como nos demuestran muchas otras fal-
sificaciones, en modificar el texto. Los copistas, los redactores y los glosa-
dores intervinieron constantemente, se suprimió a voluntad, se amplió, s6
reordenó, se acortó. Se uniformó, se pulió, se armonizó y parafraseó, cada
vez fue mayor la confusió n, la degeneració n, «una jungla de versiones
contrapuestas» (Lietzmann), un caos, que hoy nos imposibilita establecer
en muchos lugares «con seguridad o al menos con probabilidad» cuá l es
el texto original (Knopf). 149

Si muchos cristianos difí cilmente se conforman con estos hechos in-
negables, tanto má s irrita a su «fe en el Nuevo Testamento», a sus sentí "
mientos hacia la gran é poca del cristianismo primitivo, que los escritos
del Nuevo Testamento, los libros de la Biblia «infalible», que las obras
de'la primitiva Iglesia, tratados teoló gicos, epí stolas y sermones sean fal-
sos, que lleven un nombre falso o falsificado. A esa imputació n, ya sea
por parte del autor o en el curso de su transmisió n, se la llama seudoepi-
grafí a.

 


Algunas obras cristianas falsificadas, sobre todo las de la é poca má s
antigua, pueden haberlo sido «de buena fe», «con buena intenció n» y por
consiguiente, no son en sentido psicoló gico estricto un «engañ o», un de-
lito, sino que subjetivamente está n justificados; pero objetivamente, su
acció n no deja de ser una falsificació n, un engañ o. Por supuesto, nadie
duda que muchos datos de autorí a incorrectos pueden haberse producido
por accidentes casuales, confusiones, errores, por equivocaciones del co-
pista o del editor. Y nadie podrí a o querrí a llamar falsificaciones a esas
falsas atribuciones; aunque afeen el rostro de escritos supuestamente in-
falibles, inspirados por Dios, rara vez salen a la luz.

De todos modos, el Antiguo Testamento queda mejor parado en com-
paració n con el Nuevo y la literatura cristiana primitiva, puesto que los
judí os de aqué l, en especial los de é pocas má s antiguas, estaban mucho
menos versados sobre la falsificació n y todo lo que ello implica. Todas
esas personas no tení an todaví a la relació n y el sentido de la realidad de
los posteriores cristianos, que pensaban, si bien só lo comparativamente,
de manera algo má s racional, menos extasiados por el mito y con un pun-
to de vista má s histó rico. Los seudoepí grafes de los antiguos judí os no
surgieron todaví a en una aura marcada por la lucha constante contra los
«herejes», de mutuas sospechas, de corrosiva desconfianza. Por ese moti-
vo no se les atacó, sino que má s bien se les recibió con entusiasmo. Estas
personas apenas estaban preparadas para las. falsificaciones y mucho me-
nos tení an en cuenta sus posibilidades. Los reproches de falsificació n no
se generalizaron durante mucho tiempo entre los judí os como lo serí an
má s tarde entre los cristianos, cuando cada una de las numerosas «sec-
tas» falsificaba para imponer sus teorí as de fe frente a la «gran Iglesia» y
é sta, por medio de contrafalsificaciones se afirmaba, a veces incluso sim-
plemente destruyendo los escritos contrarios. Pero donde hablar y oí r
de falsificaciones se convirtió en una constante, es difí cil que alguien haya
falsificado de buena fe. La redacció n de una seudoepigrafí a religiosa ver-
dadera (! ) es «bastante improbable» y es evidente que «en el á mbito cria-
tiano ocupa un espacio esencialmente má s reducido que en el judí o o el
pagano» (Speyer). Es decir: los cristianos falsificaron má s, fueron los
que má s lo hicieron. 150

Sin duda, en la jungla de su seudoepigrafí a no todo es falsificació n
premeditada, no todos los datos falsos de autorí a lo son conscientemen-
te y muchas cosas son simple error o equivocació n. Con frecuencia, la
igualdad de nombre de distintos autores (homonimia) provocó que se hi-
cieran asignaciones falsas, a menudo tambié n el contenido idé ntico de di-
versos escritos. Muchas veces, un tratado que circulaba sin nombre (ano-
nimí a) -por descuido, olvido o pé rdida del nombre- recibí a uno conoci-
do, algo que en realidad podí a suceder de un modo má s o menos casual
y que entonces con excesiva frecuencia se convertí a en manipulació n


(consciente), en una asignació n falsa buscada, enun abuso metó dico» in-
cluso falsificació n. 151

Resulta significativa la intenció n consciente de engañ o cuando, por
ejemplo en é poca muy posterior a los tiempos apostó licos, un escrito
cualquiera pretende una autorí a apostó lica. «La realizació n literaria del
engañ o se ha hecho con una exactitud tan desenvuelta y se ha mantenido
" histó ricamente" sin tan pocos escrú pulos, que no es posible hacer una
descripció n distinta a la de que se trata de un abuso buscado de la buena
fe de los lectores con ayuda de trucos literarios para conseguir un objeti-
vo determinado con lo que se ha escrito. » (Brox)152

En innumerables casos se trata así de embaucos (conscientes), de
mentiras, de engañ os. Y precisamente allí donde se osa hablar «en nom-
bre del Santo y Grande», entonces «se falsifica mucho y con serias inten-
ciones» (A. Meyer). Esto es vá lido en especial para la seudoepigrafí a
cristiana. Al menos en casi todos los incontables escritos apó crifos que
van del siglo m hasta la Edad Media, «los datos falsos del autor no pue-
den explicarse por una vivencia religiosa ni por una ficció n literaria. Se
realizaron con plena consciencia para engañ ar» (Speyer). 153

Antes de que pasemos a contemplar los Evangelios desde esta pers-
pectiva, tenié ndolos en cuenta tanto a ellos como a la literatura protocris-
tiana trataremos la cuestió n de los motivos y mé todos de los falsifica-
dores.

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