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Cómo acata la investigación al Espíritu Santó




El Nuevo Testamento es el libro má s impreso y (quizá ) má s leí do
de la é poca moderna. Se le ha traducido a má s lenguas que cualquier
otro. Se le ha interpretado, dice el cató lico Schelkle, con una intensi-
dad «que supera a todo. ¿ No se habrí a agotado hace mucho tiempo
cualquier otro libro con tan exhaustiva exé gesis? ». Es posible. Pues
¿ qué otro libro, prescindiendo de los ancestros judí os, ofrece con algu-
nas cosas buenas tantas contradicciones, leyendas, mitos, tanta trans-
formació n secundaria y trabajo de redacció n, tantos paralelismos, como
muestra la Geschí chte der synoptischen Tradition de Buitmann, con los
cuentos de la literatura universal, comenzando por las viejas ficciones
chinas, pasando por los cuentos de indios y de gitanos, los cuentos de
los mares del sur hasta las leyendas germá nicas, tantos despropó sitos,
insensateces, que todos se han tomado tan en serio, y que muchos aú n
se las siguen tomando así? 140

El Nuevo Testamento es, no só lo formalmente sino tambié n en cuanto
a su contenido, tan diverso, contradictorio, antinó mico, que el concepto
de una «teologí a del Nuevo Testamento» se convirtió hace mucho para la
investigació n en algo má s que problemá tico. En cualquier caso, no hay
ninguna doctrina unitaria del Nuevo Testamento, sino grandes desviacio-
nes, incongruencias, discrepancias notables, incluso en lo que respecta al
propio «testimonio de Cristo». Só lo el hecho de que se da fe del Señ or
confiere a la totalidad una unidad sumamente heterogé nea. Pero ¡ qué no
se testimonia en la Tierra, al menos en las religiones! 141

A la vista de este resultado, hablar de inspiració n, infalibilidad, quita
el habla incluso a quien lo toma a risa. Pero los santos padres han de ir a
por todo, pues para eso se ha creado el todo y no ir a por ese todo serí a
peligroso, lo má s peligroso, motivo por el que siempre, y esto tiene con-
secuencias, realmentefunestas, fueron y van a por todo.

 


En el Concilio de Florencia (bula Cá ntate Domino de 4 de febrero
de 1442), en el Concilio de Trento (4. a sesió n del 8 de abril de 1546) y en
el Concilio Vaticano I (3. a sesió n del 24 de abril de 1870), la Iglesia cató -
lica romana ha hecho de la doctrina de la inspiració n de la Biblia, que
como se sabe conlleva la infalibilidad, un dogma de fe. En este ú ltimo
có nclave decretó que «las Sagradas Escrituras, redactadas por inspira-
ció n del Espí ritu Santo, tienen a Dios como autor». Por Í o tanto los teó lo-
gos eclesiá sticos niegan rotundamente las contradicciones o incluso la
simple posibilidad de falsificaciones en la Biblia, llegando hasta el si-
glo xx, cuando los «progresistas» se entregan a otra tá ctica, en la que por
ejemplo para el teó logo francé s Michel Clé venot ¡ «la increí ble libertad
con la que los evangelistas se atreven a contradecirse» demuestra precisa-
mente la «peculiaridad» de Jesú s! Pero la contradicció n y la infalibilidad,
la falsificació n y la santidad, la ilegitimidad y la canonicidad, difí cilmen-
te armonizan entre sí por mucha catolicidad que se les añ ada. Tambié n la
alta dignidad moral y religiosa atribuida a los autores bí blicos, su presun-
ta conciencia de la verdad estricta, se compaginan mal con todo eso. La
«autoridad» de sus libros se basa y se basó precisamente en «que repro-
ducen fielmente las profecí as sobre Cristo de los profetas y el testimonio
de Cristo de los apó stoles» (Von Campenhausen). De este modo es como
los apologistas se defendieron y se defienden, por lo general con palabras
elocuentes, contra las acusaciones de falsificació n, má xime cuando va
unido a ello una datació n posterior de estos escritos, o sea cuando en la
seudoepigrafí a novotestamentaria no puede haber una apostolicidad, «el
criterio central para la proximidad al origen». 142

Por supuesto que sigue habiendo suficientes eruditos que continú an
defendiendo la seudoepigrafí a, importante para los humanistas, los ju-
dí os, los cristianos y antañ o «determinativo for the thoughts of Dante,
Bunyan, and Milton»
(Charlesworth). Pero incluso una cabeza no exenta
de crí tica como Amold Meyer, al final de su artí culo sobre la «seudoepi-
grafí a religiosa [... I», no precisamente favorable a las Iglesias, evita la
palabra «falsificaciones» (que yo siempre prefiero a los decentes balbu-
ceos de la ciencia «seria») y «prefiere hablar de una forma antigua de la
fuerza creativa literaria, que se esfuerza en volver a dar la palabra a vie-
jas figuras, de manera tan real y eficaz como sea posible, para que la
verdad encuentre hoy lo mismo que ayer una voz digna y una defensa
lograda». 143

En realidad, las falsificaciones de los cristianos (y de los judí os) de-
ben juzgarse de una manera mucho má s rigurosa que las de los paganos.
Aunque é stos poseí an ya libros sagrados, por ejemplo en el orfismo o el
hermetismo, dichos libros no tení an el significado de una religió n mani-
festada. Las revelaciones judí as y cristianas, las doctrinas de los profetas
y de Jesú s, tení an un cará cter obligatorio, eran inviolables. Con todo, los

 


cristianos modificaron los escritos del Nuevo Testamento y tambié n de
los Padres de la Iglesia, de los có nclaves eclesiá sticos, en efecto, falsifi-
caron tratados totalmente nuevos en nombre de Jesú s, de sus discí pulos,
de los Padres de la Iglesia, falsificaron actas conciliares completas. 144

En vista de la importancia del fenó meno de las falsificaciones en la
historia de los comienzos del cristianismo sorprende en cierta medida
-aunque quizá no- có mo la propia investigació n ha respetado la hagio-
grafí a, có mo no ha tratado hasta é pocas recientes este complejo de temas
o incluso lo ha ignorado. Durante mucho tiempo se rodeó o pasó por alto
su precario campo, hasta el punto que todaví a hoy «hay que confesar
una considerable incertidumbre sobre la historia de las falsificaciones»
(Brox). 145

Resulta significativo que Norbert Brox (¡ un teó logo cató lico! ) llame
todaví a en 1973 y 1977 «incierta» a la investigació n cientí fica de la seu-
doepigrafí a protocristiana. Hasta esa fecha Brox no conoce «ninguna re-
flexió n metodoló gica consecuente para este fenó meno asentado en una
amplia base». A la investigació n en este campo la considera má s bien
«curiosamente poco comunicativa (o tambié n inactiva)», en cualquier caso
«ocupada poco y sin gran convencimiento en la seudoepigrafí a como una
forma de la literatura teoló gica del cristianismo». 146

Es cierto que por doquier surgieron miles de cuestiones, pero sorprende
«lo rudimentarias, casuales e insuficientes que fueron las respuestas [... ]
lo extraordinariamente " por satisfecha" que se dio la investigació n», có mo
en todos los inventarios amplios y representativos «quedó rá pidamente
satisfecha con valoraciones improvisadas y juicios globales obtenidos de
modo superficial». Para la filologí a clá sica má s antigua esto no constitu-
yó «ningú n tema serio». Y en lo que respecta al aná lisis de la literatura
judeocristiana bajo este aspecto, existió naturalmente tambié n «una gran
discreció n», hubo una «escasa motivació n para tratar el problema de la
falsificació n posible o real en la literatura bí blica y protocristiana». Si se
hizo o se hace, en este caso «hasta tiempos recientes la solució n resulta
muy poco complicada y con un claro objetivo [... 1 " demostrando" a pesar
de todo la autenticidad de todos los escritos bí blicos y asentando la falsi-
ficació n de repente a un nivel moral segú n escalas actuales, lo que para
cualquier escritor comprometido religiosamente (y por tanto tambié n
para los hagió grafos) debe considerarse como excluido de principio o en
todo caso debe resultar a posteriori muy inferior a sus exigencias y nive-
les morales. Tambié n donde se quiere evitar, la apologé tica toma la plu-
ma [... ]». Este teó logo cató lico sigue diciendo: «Todos esos esfuerzos in-
tentan salvarse de la calamidad de tener que atribuir a autores con proba-
das altas pretensiones é ticas y religiosas un comportamiento dudoso en el
que no se cree, y quieren delimitar de toda la masa de falsificaciones un
á rea í ntegra, motivada religiosamente y fuera de toda sospecha». 147


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