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El error de Jesús




A comienzos del cristianismo apenas hay falsificaciones, suponien-
do que Jesú s de Nazaret sea histó rico y no el mito de un dios transpor-
tado al ser humano. Sin embargo, se presupone aquí la historicidad,
pues es -prescindiendo de algunas excepciones- la communis opinio
del siglo xx: pero ninguna demostració n. Tan gratuitas como desfa-
chatadas son las cientos de tonterí as apologé ticas en circulació n, como
la del jesuí ta F. X. Brors (con imprimá tur): «Pero ¿ dó nde se encuentra
en algú n sitio una personalidad cuya existencia esté tan garantizada
histó ricamente como la persona de Cristo" ]
Podemos entonces mitifi-
car tambié n a un Ciceró n, un Cé sar, incluso a Federico el Grande y a
un Napoleó n: má s garantizada que la existencia de Cristo no es la
suya». 118

Por el contrario, lo que está claro es que no hay ningú n testimonio de-
mostrativo de la existencia histó rica de Cristo en la llamada literatura pro-
fana. Cada uno de estos testimonios no tiene má s valor que el dato oca-
sional de la altura de Cristo de 189 cm y la de Marí a de 186 cm. Todas
las restantes fuentes extracristianas no dicen nada sobre Jesú s: Suetonio
y Plinio el Joven por parte romana, Filó n y, especialmente importante,
Justus de Tiberiades por la judí a. O no les toman en consideració n, como
los Testimonia de Tá cito y Flavio Josefo, lo que admiten hoy incluso muchos
teó logos cató licos. Incluso un reputado cató lico como Romano Guardini
sabí a por qué escribí a: «El Nuevo Testamento constituye la ú nica fuente
que informa sobre Jesú s». 119

Por cuanto atañ e al juicio que merecen Nuevo Testamento y su fia-
bilidad, la teologí a histó rica crí tica lo ha mostrado de una manera tan
amplia como precisa, y con un resultado en gran medida negativo. Pero
segú n los teó logos cristianos crí ticos los libros bí blicos «no está n intere-
sados en la historia» (M. Dibelius), «son só lo una colecció n de ané cdo-
tas» (M. Wemer), «deben utilizarse só lo con extrema cautela» (M. Go-
guel), está n llenos de «leyendas religiosas» (Von Soden), «historias de
devociones y entretenimiento» (C. Schneider), llenos de propaganda,


apologismo, polé mica, ideas tendenciosas. En resumen, aquí todo es la
fe, la historia no es nada. 120

Esto es vá lido tambié n, precisamente, para las fuentes que nos ha-
blan casi de modo exclusivo de la vida y la doctrina del nazareno, los
Evangelios. Todos los relatos de la vida de Jesú s son, como escribió su
meior conocedor, Albert Schweizer, «construcciones hipoté ticas». Y en

consecuencia, tambié n la moderna teologí a cristiana, toda aquella que se
muestra crí tica y no está aferrada al dogmatismo, pone en tela de juicio
de modo general la credibilidad histó rica de los Evangelios, llegando
por unanimidad a la conclusió n que de la vida de Jesú s no se puede ave-
riguar prá cticamente nada, que tambié n las noticias sobre su doctrina
son secundarias, por lo que los Evangelios no reflejan en modo alguno
la historia sino la fe: la teologí a comú n, la fantasí a comú n de finales del
siglo I. 121

Por tanto (! ) en los comienzos del cristianismo no hay ni historia
ni falsificació n; pero como punto central, como su auté ntico motivo: el
error. Y este error se remonta nada menos que a Jesú s.

Sabemos que el Jesú s de la Biblia, especialmente el sinó ptico, se en-
cuentra plenamente dentro de la tradició n judí a. Es mucho má s judí o que
cristiano; por lo demá s, tambié n a los miembros de la comunidad primiti-
va se les llamaba «hebreos»; só lo la investigació n má s reciente les llama
«judeocristianos». Pero su vida apenas se diferencia de la de los restantes
judí os. Consideraban tambié n como preceptivas las Escrituras Sagradas ju-
dí as y siguieron siendo miembros de la sinagoga durante muchas genera-
ciones. Jesú s propagaba una misió n só lo entre judí os. Estaba fuertemente
influenciado por la apocalí ptica judí a. Y é sta, en especial la tradició n apo-
calí ptico-enoquí tica, influyó poderosamente sobre el cristianismo. No en
vano Buitmann titula un estudio Ist die Apokalyptik die Mutter der christii-
chen Theologie?
(¿ Es la apocalí ptica la madre de la teologí a cristiana? ).
En cualquier caso, el Nuevo Testamento está plagado de ideas apocalí pti-
cas. Delata en todos sus pasos esa influencia. «No puede haber duda de
que fue un judaismo apocalí ptico en el que la fe cristiana adquirió su pri-
mera y bá sica forma» (Comfeld/Botterweck). 122

Pero el germen de esta fe es el error de Jesú s acerca del fin inminente
del mundo. Esas creencias eran frecuentes. Tampoco significaban siem-
pre que el mundo fuera a finalizar, sino quizá el comienzo de un nuevo
perí odo. Ideas similares se conocí an en Irá n, en Babilonia, Asirí a, Egip-
to, y los judí os las tomaron del paganismo, las incorporaron en el Anti-
guo Testamento como la idea del Mesí as. Jesú s fue uno de los muchos
profetas, anunció, como los Apocalipsis judí os, los esenios, Juan el Bau-
tista, que su generació n era la ú ltima; predicó que el tiempo presente se
habí a acabado y que algunos de sus discí pulos «no probarí an la muerte,
hasta ver llegar con fuerza el reino de Dios»; que no acabarí an con la mi-


sió n en Israel «hasta que llegue el Hijo del Hombre»; que el juicio final
de Dios tendrí a lugar «en esta misma generació n»; que no cesarí a «hasta
que no haya sucedido todo esto». 123

Aunque todo esto estuvo en la Biblia durante un milenio y medio,
Hermann Samuel Reimams, el orientalista hamburgué s fallecido en 1768,
fue el primero en reconocer el error de Jesú s, publicando má s tarde Les-
sing partes del amplio trabajo de este erudito, que ocupaba má s de 1. 400
pá ginas. Pero hasta comienzos del siglo xx el teó logo Johannes Weiss no
mostró el descubrimiento de Reimarus, desarrollá ndolo el teó logo Albert
Schweitzer. El reconocimiento del error fundamental de Jesú s se consi-
dera el acto copemicano de la teologí a moderna y lo defienden de modo
general sus representantes crí ticos de la historia y adogmá ticos. Para el
teó logo Buitmann no hace falta «decir que Jesú s se equivocó en la espe-
ra del fin del mundo». Y segú n el teó logo Heiler «ningú n investigador
serio discute la firme convicció n de Jesú s en la rá pida llegada del juicio
final y del fin [... ]». 124

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