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Ejemplos de interpolaciones en el Nuevo Testamento




Los cristianos tení an gran apego a las interpolaciones. De manera
constante han modificado, recortado y ampliado los escritos y para ello
tení an los motivos má s diversos. Se serví an de esas interpolaciones, por
ejemplo, para reforzar la historicidad de Jesú s o para promover y afianzar
determinadas ideas de fe. No todo el mundo era capaz de modificar una
obra completa, pero sí que podí a con facilidad falsear la de un oponente
introduciendo o suprimiendo algo con fines de provecho propio. Se falsi-
ficaba asimismo para imponer opiniones impopulares que uno mismo no
estaba en condiciones de lograr, pero que bajo el nombre de alguien fa-
moso existí an má s posibilidades de conseguirlo; en la é poca del paganis-
mo tolerante con la religió n esto resultaba mucho menos necesario y por
eso fue mucho má s raro que bajo los soberanos y jerarcas cristianos, de
espí ritu perseguidor. 194

Cayeron en ello tambié n autores importantes. Taciano revisó las epí s-
tolas de Pablo por razones esté ticas y Marció n lo hizo por motivos de
contenido. Dionisio de Corinto en el siglo n y Jeró nimo en el iv se quejan
de las numerosas interpolaciones en los Evangelios. Pero san Jeró nimo,
patró n de las facultades cató licas y que realizó «las falsificaciones y los
engañ os má s vergonzosos» (C. Schneider), aceptó el encargo del papa
asesino Dá maso de proceder a una revisió n de las Biblias latinas, de las
que no habí a ni dos que coincidieran en pasajes algo largos. El patró n dé
los eruditos modificó el texto en unos 3. 500 lugares para su «legitima-
ció n» de los Evangelios. Y el Concilio de Trento declaró como auté nti-
ca en el siglo xvi esta «Vulgata», la de difusió n general, aunque la Iglesia
la hubiese rechazado durante varios siglos. 195

Bien, en este caso se trata, por así decirlo, de intervenciones de tipo
«oficial», pero por lo general se producí a de manera clandestina. Y una
de las interpelaciones má s famosas del Nuevo Testamento va unida al
dogma de la trinidad que, prescindiendo de adiciones posteriores, la Bi-
blia no proclama por muy buenos motivos.

El paganismo conocí a cientos de trinidades, ya desde el siglo iv a. C.
habí a una trinidad divina en la cú spide del mundo, todas las religiones
helenistas tení an su divinidad trinitaria, estaban los dogmas de trinidad
de Apis, de Sarapis, de Dionisios, estaba la trinidad capitolina: Jú piter,
Juno y Minerva, habí a un Hermes tres veces grande, el dios del universo
tres veces ú nico, que era «ú nico y tres veces uno», etc. Pero en los prime-
ros siglos no hubo una trinidad cristiana pues hasta bien entrado el si-
glo m no solí a considerarse ni al mismo Jesú s como Dios, y «apenas ha-
bí a nadie» que pensara en la personalidad del Espí ritu Santo, como ironiza
discretamente el teó logo Hamack. (Salvo, seamos justos, el valentiniano
Teodoto: ¡ un «hereje»! Fue el primer cristiano que, a finales del siglo II,

 


llamó Trinidad al Padre, el Hijo y el Espí ritu Santo, algo con lo que toda-
ví a ni soñ aba la tradició n cristiana. ) Segú n escribe el teó logo Weinel «ha-
bí a má s bien una masa revuelta de ideas sobre las figuras celestiales». 196

Así, incluso en el siglo iv las mayores lumbreras de la Iglesia tuvie-
ron dificultades en demostrar la unidad, la dualidad y la trinidad de las
personas divinas a partir de la Biblia. La dualidad, por ejemplo, la de-
mostró el santo obispo y Padre de la Iglesia Basilio «el Grande» a partir
de Gen. 1, 26: «Y Dios habló: hagamos un ser humano». Pues ¿ qué arte-
sano, se dice Basilio, habla consigo mismo? «¿ Quié n hablaba? ¿ Y quié n
creó? », preguntaba «el Grande», visiblemente iluminado por el Espí ritu
Santo, al que ya habí a llegado entretanto la cristologí a divinizante cató li-
ca. «¿ No ves en ello la dualidad de las personas? » Y el hermano menor
de este santo, el santo obispo Gregorio de Nyssa, «dotado de un gran don
especulativo» (Altaner/Stuiber), demostró la trinidad de las personas di-
vinas a partir del Salmo 36, 6: «Por la palabra del Señ or se afianzaron los
cielos y por el aliento de su boca toda su fuerza». Pues la palabra, segú n
Gregorio, es el Hijo y el aliento el Espí ritu Santo. 197

Pero seamos francos otra vez: las trinidades ya las habí a en su é poca
tambié n en el Nuevo Testamento, trinidades totalmente auté nticas, a sa-
ber: Dios, Jesucristo, á ngel; y con bastante frecuencia pues ya lo tení an
los judí os. Repitá moslo: todo lo que en el cristianismo no era pagano,
procede de los judí os. Otra trinidad má s caracterizaba a las «Sagradas es- *
crituras», en las Revelaciones de Juan: Dios Padre, los siete espí ritus y
Jesucristo. Pronto san Justino encuentra una tetralogí a: Dios Padre, el
Hijo, el ejé rcito de los á ngeles y el Espí ritu Santo. Como se ha dicho,
«una masa revuelta [... ]». Pero poco a poco, la antigua doctrina -que has-
ta el siglo iv estuvo muy extendida incluso en los cí rculos eclesiá sticos-,
la cristologí a de los á ngeles, cayó en descré dito, fue considerada heré tica
y en su lugar se impuso el dogma verdadero, ademá s para todas las Igle-
sias cristianas: Padre, Hijo y Espí ritu Santo. 198

Por fin se tení an las personas adecuadas todas juntas, pero desgracia-
damente todaví a no en la Biblia. Por consiguiente se la falsificó. Era ade-
má s necesario pues allí estaban, y está n, opiniones falsas, incluso de Je-
sú s. Por ejemplo en el Logion de Mateo 10, 5: «No os encaminé is hacia
las naciones de los paganos y no pongá is tampoco vuestro pie en las ciu-
dades de los samaritanos. Acudid má s bien hacia las ovejas descamadas
de la casa de Israel». ¡ De la que nos hubié ramos librado, y tambié n los
judí os, si los cristianos hubieran seguido estas palabras de Jesú s! Pero
desde hací a mucho tiempo hací an lo contrario. En evidente contradicció n
con Mateo 10, 5, el «resucitado» dice ahí mismo «Id y enseñ ad a todos
los pueblos y bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espí ritu
Santo [... ]». El primer pasaje, el mandato de la misió n de Cristo, se consi-
dera verdadero precisamente porque los cristianos pronto van de misió n


a los paganos, lo contrario del (primer) mandato de Jesú s. Y para justifi-
car esto en la prá ctica, al final del Evangelio se introduce la orden de ha-
cer misió n en el mundo. Y, dicho sea de paso, esto contení a el fundamen-
to bí blico, el locus classicus, para la trinidad. Sin embargo, prescindien-
do de que en la predicació n del mismo Jesú s falta el má s mí nimo signo
de una concepció n trinitaria y de que ninguno de los apó stoles recibió el
encargo de bautizar: ¿ có mo Jesú s, que exhorta a ir «só lo a las ovejas des-
carriadas de la casa de Israel» pero prohibe expresamente «el camino a
los pueblos paganos», có mo podrí a pedir este Jesú s hacer misió n por el
mundo? Esta orden, que desde el racionalismo se pone cada vez má s en
tela de juicio, la consideran los teó logos crí ticos como una falsificació n.
Los cí rculos eclesiá sticos la introdujeron para justificar a posterior! tanto
la prá ctica de la misió n entre los paganos como la costumbre del bautis-
mo. Y para tener un testimonio bí blico importante para el dogma de la
trinidad. 199

Precisamente por eso, en la primera epí stola de Juan se produjo otra
falsificació n, mí nima en apariencia pero de especial mala fama, el Com-
ma Johanneum.

Lo que se modificó -la Santí sima Trinidad puede saber quié n, cuá ndo
y dó nde- fue el pasaje 1 J. 5, 7: «Son tres los que lo atestiguan: el Espí ri-
tu, el Agua y la Sangre, y los tres son uno», dejá ndolo como «Son tres los
que lo atestiguan en el cielo, el Padre y la Palabra y el Espí ritu Santo, y
los tres son uno». El añ adido falta en la prá ctica totalidad de los manus-
critos griegos y en la prá ctica totalidad de las antiguas traducciones. An-
tes del siglo iv no lo utiliza ninguno de los Padres de la Iglesia griegos ni
lo citan, como ha puesto de relieve una cuidadosa verificació n, Tertulia-
no, Cipriano, Jeró nimo ni Agustí n. La falsificació n procede del norte de
Á frica o de Españ a, donde aparece por vez primera alrededor de 380. El
primero en ponerla en tela de juicio es R. Simó n, en 1689. Los exé getas
lo rechazan hoy casi con total unanimidad. No obstante, el 13 de enero de
1897, un decreto del Oficio romano proclama su atenticidad. 200

En el Evangelio de Juan hay numerosas interpolaciones, y no sin mo-
tivo.

Al principio, este Evangelio gozó de prestigio só lo en los cí rculos
«herejes», donde tambié n fue objeto de los primeros comentarios. Por el
contrario, ninguno de los «Padres apostó licos» lo menciona. Los grupos
«ortodoxos», en especial Roma, se oponí an a este escrito muy conocido
y apreciado en Asia Menor. De este modo, hacia mediados del siglo n, un
redactor lo revisó e hizo apto para la Iglesia. Aunque evitó hacer supre-
siones, no escatimó en añ adidos y unas veces los judí os aparecen como
hijos del diablo y otras como origen de la bienaventuranza. El tercer ca-
pí tulo asegura dos veces que Jesú s bautizó y el cuarto afirma lo contra-
rio. Y es que este Evangelio de Juan, muestra, en general, «las huellas de


una larga historia de creació n y redacció n». Grandes añ adidos eclesiá sti-
cos son la conocida historia de la mujer adú ltera (J. 8, 1) y todo el capí tu-
lo 21. Es «sin ninguna duda un aporte posterior» (Comfeld/Botterweck). 201

Pues bien, junto a las falsificaciones en el Nuevo Testamento hay
tambié n fuera de é l, y en mucha mayor cantidad, otras falsificaciones
cristianas; falsificaciones que imitan má s o menos las formas literarias
de los escritos bí blicos: los Evangelios, los Hechos de los Apó stoles, el
Apocalipsis, las epí stolas. Se relacionan estructural y formalmente y en
cuanto a su contenido con los gé neros del Nuevo Testamento y en la An-
tigü edad son extraordinariamente frecuentes, por lo cual trataremos aquí
las falsificaciones del Nuevo Testamento, las del perí odo patrí stico pri-
mitivo y la de la Iglesia antigua.

 


FALSIFICACIONES

EN LAS É POCAS DEL NUEVO TESTAMENTO
Y DE LA IGLESIA ANTIGUA

«Se conoce gran cantidad de falsificaciones literarias de las é pocas
del Nuevo Testamento y de la Iglesia antigua. Una buena parte de ellas
no pertenecen a la literatura heré tica, sino que pudieron originarse y ser
aceptadas en el medio ortodoxo [... ]. »

norbert BROX202

«Los cristianos proscribieron las falsificaciones de sus adversarios
y ellos mismos falsificaron. » «Muchas falsificaciones han ejercido una
influencia decisiva sobre el desarrollo de la dogmá tica eclesiá stica, la
polí tica de la Iglesia, la historia y el arte. » «Todos los falsificadores
cristianos, en su mayorí a clé rigos, contaban con la ayuda de Dios. »

. . - \                   W. SPEYER203

«Despué s de que la falsificació n lograra penetrar en la Iglesia, creció
de modo desmesurado. La importancia de los intereses puestos en juego
y la competencia de las distintas doctrinas e Iglesias dieron lugar, para
una demanda insaciable, a una reserva ilimitada de documentos
falsificados. »

J. A. FARRER204


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