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Teudeberto I, «magnus», «religíosus», «christianus princeps» y «una especie de cumbre»




 

Si los godos avanzaron, como bajo Witigis, cuando en 537 pusieron cerco a Roma y atacaron a los bizantinos en Dalmacia, los francos enviaron tropas auxiliares hacia Venecia, que saquearon ferozmente. Mas cuando Witigis en 538 se encontró en apuros, se le enviaron diez mil burgundios para que sitiasen Milá n. Y al añ o siguiente el propio Teudeberto irrumpió en Italia con un ejé rcito de al parecer 100. 000 hombres. Primero se adueñ ó de Retia, todaví a ostrogoda, por la importancia de sus desfiladeros alpinos. Y, despué s que los godos le facilitaron el paso del Po, batió sucesivamente a godos y bizantinos, con no poca sorpresa de unos y otros. Tomó Genova asaltá ndola, devastó la Emilia con saqueos salvajes aterrorizando a todo el paí s, avanzó casi hasta Venecia y só lo el hambre y la peste, que pudieron matar a un tercio de sus hombres, le obligaron a retirarse. Pero detrá s dejó guarniciones, restableció má s tarde la coalició n con godos y bizantinos, hacia 545 envió nuevos ejé rcitos contra Venecia, rehusó su ayuda al rey Totila al derrumbarse el poder de los godos y murió en 547-548, antes de la ofensiva final de los bizantinos. 25

En Italia septentrional Teudeberto no tuvo má s que un interé s: el no permitir que ganase ninguno de los partidos contendientes, para poder sacar el mayor provecho posible: De ahí que atacase tan pronto a unos como a otros, y en ocasiones a unos y a otros a la vez. Agregó a su territorio Retí a, Baviera e Innernoricum (Carintia), y en una carta a Justiniano alardeaba de que la ampliació n de su reino representaba a la vez la difusió n de la fe cató lica. De hecho tambié n los obispos de Saben, Teurnia y Agunt en el valle del Puster fueron instituidos por arzobispos francos. 26

Teudeberto fue el primer franco que se autotituló Augustus y que se sentí a sucesor de los cesares romanos y gustaba de adoptar actitudes imperiales hasta acuñ ar con su imagen monedas de oro que podrí an calificarse de ilegales, mandó celebrar juegos circenses en Arles a la manera de los emperadores, y hasta debió de pensar en la conquista de

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Constantinopla, acariciando la esperanza de hacerse con la dignidad imperial y con el dominio del mundo mediante una incursió n contra Bizancio, planeada conjuntamente con gé pidos y longobardos. Un  hombre así tení a que estar naturalmente en buenas relaciones con la Iglesia y en ella se apoyó a sabiendas para su polí tica de dominio universal. Envió sus obispos a los concilios nacionales, convocó su propio concilio en Clermont (538) y hasta mantuvo relaciones con la sede romana: en 538 se informó sobre la «disciplina penitencial» por el papa  Vigilio (537-555), asesino de su predecesor Silverio, hijo de un papa, y tal vez implicado asimismo en la muerte de Agapito I, predecesor de Silverio.

Nada tiene de extrañ o que Teudeberto, depredador y saqueador a gran escala, que emprendió una campañ a contra su tí o y combatió a godos y bizantinos, fuese celebrado por obispos cató licos como un gobernante adornado de todas las virtudes de gobierno dá ndole el sobrenombre de «magnus», mientras que san Aureliano, obispo de Arles le califica de «religiosas» y «christianus princeps». «Gobernó su reino con justicia, honró a los obispos, hizo donaciones a las iglesias, ayudó a los pobres y a muchos hizo grandes favores con un corazó n piadoso y afable», escribe san Gregorio.

De hecho el rey Teudeberto fue un benefactor de la Iglesia, a la que «eximió de obligaciones fiscales y... favoreció de forma premeditada» (Zó llner), mientras que a sus subditos francos no hizo má s que sangrarlos con impuestos a la manera romana. Bien significativo es el hecho de que su ministro de finanzas, Partenio (nieto del obispo Ruricio de Limoges, asesino de su mujer y de su amante), a la muerte de Teudeberto y no obstante la protecció n episcopal, fue sacado en Tré veris de una iglesia, escupido, golpeado y apedreado por el pueblo enfurecido. Por otra parte, vuelve a sentirse el elogio de Gregorio, obispo y cronista: «Todos los tributos que las iglesias de Auvernia habí an aportado al tesoro estatal, se los devolvió ». (Una hermana del rey fue la fundadora de Saint-Pierre-le Vif en Sens. )

Tambié n la historiografí a posterior se ha inclinado ante el triunfador a lo largo de los siglos. Todaví a en los umbrales del siglo xx hay un historiador, que entona este elogio: «¡ Una personalidad imponente este Teudeberto! Acuciado por un deseo salvaje de placer y por un orgullo indomable; desleal y sin escrú pulos en la elecció n de los medios, en un grado tal que hasta en aquella é poca apasionada sobrepasó con mucho la pauta de lo habitual; audaz y desmesurado en sus planes y objetivos..., Teudeberto se nos aparece como el vé rtice deslumbrante del linaje de sangre caliente pero bien dotado de los merovingios. En una ascensió n continuada... llegó a coronar una especie de cumbre» (Schultze). 27


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