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Los prelados y la alta nobleza se disputan el poder




 

Chilperico, que para Gregorio de Tours fue el «Neró n y Herodes de su tiempo», fue posiblemente la ví ctima de los cí rculos conspiradores de la nobleza de todos sus territorios, y tal vez tambié n de su esposa Fredegunde. Primero le habí a engañ ado, en efecto, hacié ndole creer que el hijo de ella, Clotario, era un vastago merovingio y asegurarle despué s, con el apoyo de má s de 300 juramentados, civiles y eclesiá sticos, y entre é stos tres obispos, la paternidad de Chilperico. Y tras la muerte de los dos hermanos a manos asesinas la lucha se agudizó entre las mujeres de ambos, pese a que (¿ o precisamente por ello? ) entretanto habí an desaparecido del escenario polí tico tantos personajes siniestros. 12

Así los hijos de Chilperico, habidos de su primer matrimonio con Audovera, habí an ya abandonado este mundo. Teudeberto habí a caí do en la guerra de 575 y su cadá ver fue saqueado en el mismo campo de batalla. Merovec encontró la muerte en la cacerí a de Fredegunde. Clodoveo, el ú ltimo hijastro de é sta fue a parar a una finca apestada. Logró sobrevivir, pero fue acusado de hechicerí a, encarcelado y estrangulado alevosamente en 580. Horribles torturas padecieron su querida, la madre de é sta y Audovera, la madre de Clodovec, mientras que su propia hermana Besina desaparecí a en el monasterio de Poitiers. Libre de sus enemigos má s peligrosos, pudo entonces Fredegunde entrar en el juego polí tico con su hijo Clotario, preparando varios intentos de asesinato contra el rey Guntram, contra Childeberto y Brunichilde, e irritada por los fallidos atentados redujo al silencio a los frustrados asesinos.

Pero la cabeza dirigente de la conspiració n contra la casa soberana de los francos orientales fue el obispo Egidio de Reims, cuyo tesoro rebosaba de oro y plata. Una noche estalló la rebelió n. El «pueblo inferior» (minar populas) se levantó contra é l y contra los duques del rey, por cuanto «vendí an su reino y entregaban sus ciudades a la soberaní a de otro». Se intentó echar mano al pastor supremo y a los nobles; pero Egidio huyó dejando atrá s a todos sus acompañ antes, «y tan grande era su miedo que, habiendo perdido una bota del pie, ni siquiera tuvo tiempo de volver a calzá rsela».

Se recurrió al soborno («dos mil piezas de oro y muchos objetos preciosos»), la alta traició n y la maquinació n de una guerra civil y fratricida, sobre todo por parte del abad Epifanio, «que siendo conocedor de todos


 

sus planes secretos», hizo confesar al obispo Egidio, tras haberlo negado constantemente, que «como traidor a la majestad merecí a la muerte», «pues yo siempre he actuado contra la voluntad del rey y de su madre y por mi consejo se han llevado a cabo guerras frecuentes que desolaron muchas regiones de Galia» (Gregorio). En 590 fue depuesto por el Concilio de Metz y condenado a muerte, mas por intervenció n de los prelados profundamente entristecidos Childeberto lo desterró a Estrasburgo. Y al abad Epifanio se le relevó de su cargo. 13

Si en la muerte de Sigiberto sus dignatarios, capitaneados por el obispo Egidio, se pasaron al bando de Chilperico, en la muerte de é ste fueron muchos los nobles que se pusieron al servicio de Childeberto, hijo de Sigiberto.

Nacido en Pascua, bautizado en Pentecosté s y consagrado rey en Navidad, Childeberto II (575-596) apareció en la corte merovingia como una especie de «promesa de la beatificante proximidad divina» (Kari Hauck). (De ello se aprovechó, entre otros, especialmente el obispo Agerico de Verdun, padrino de Childeberto. Cierto que no habí a podido expulsar «el espí ritu impuro» de una muchacha, mas parece que impresionó de tal modo al joven rey con un milagro —una multiplicació n del vino—, que é ste le hizo grandes donaciones. ) Por otra parte, la viuda de Chilperico, a la que entonces abandonaron muchos hombres prominentes, buscó refugio con su hijo de cuatro meses en el obispo Regnemond de Parí s. Y allí se presentó en seguida el rey de Burgundia, a quien ella habí a llamado en su ayuda en el otoñ o de 584, que era el ú nico hijo superviviente de los cuatro de Clotario. Tambié n san Guntram prometió su protecció n a Fredegunde, pero pronto desplazó a su hijo de la «cathedra regni» quedá ndose con la mayor parte de la herencia de Chariberto. 14

Con un estado de cosas cada vez má s desolado en los distintos reinos, las continuadas incursiones de guerra y pillaje de los reyes luchando por la propia supremací a, la dinastí a merovingia se estaba debilitando, mientras que se fortalecí a la clase de los grandes terratenientes feudales, y muy especialmente la clase superior, la alta aristocracia. É sta ya no se sentí a dependiente de la monarquí a, sino má s bien frenada por ella, siendo los reyes los que necesitaban cada vez má s de la alta nobleza sometié ndose a ella poco a poco.

Al igual que entre los gobernantes tambié n entre los grandes señ ores hubo enfrentamientos armados, ocupaciones de condados y obispados, así como apropiaciones por la fuerza de bienes inmuebles y de braceros casi a diario. Y como las propiedades rurales estaban muy dispersas, hallá ndose muchas veces en varios reinos, podí an pasar ya a un rey ya a otro. Fueron sobre todo las familias dirigentes las que aprovecharon la anarquí a cada vez mayor para ampliar sus posesiones y po-


tenciar su fuerza de combate pasando gradualmente al primer plano, hasta que con las continuas luchas por el poder acabaron por dar jaque a los reyes debilitados. 15

 

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