San Gregorio destruye el paganismo armenio y funda un patriarcado hereditario
San Gregorio destruye el paganismo armenio y funda un patriarcado hereditario
La conversió n de Armenia fue obra de Gregorio el iluminador, el
apó stol de los armenios. Converso al cristianismo en Cesá rea, empezó a
predicar la nueva religió n hacia el añ o 280, cuando Trdat reconquistó
Armenia. Tení a gran ascendiente sobre Khosrovidukht, una hermana
del rey, gracias a lo cual acabó gozando de la privanza del soberano..., 9
proceso bien caracterí stico, pues sabemos que el clero siempre se ha ser-
vido de las mujeres, las hermanas, las esposas o las queridas de los prí n-
cipes para llegar a dominar a é stos; por este procedimiento se logró la
«cristianizació n» de naciones enteras.
Persuadido por su hermana, el rey Trdat envió finalmente a la Cesá -
rea una delegació n encabezada por Gregorio; una vez allí, el ordinario
Leoncio le hizo obispo y cabeza espiritual de la Iglesia armenia. Poco
despué s se convirtieron Trdat y su esposo Arshken, promulgá ndose un
edicto por el cual todos los subditos (como cuenta Sozomenos, historia-
dor de la Iglesia) quedaron obligados a abrazar la religió n del monarca;
se trata de la primera proclamació n del cristianismo como religió n ofi-
cial, aunque desde el siglo iv la fecha exacta de la disposició n es objeto
de controversias, debido sobre todo a que casi todos los cronistas ecle-
siá sticos de la é poca silenciaron el caso sistemá ticamente. 10
Por extrañ o que eso pueda parecemos y mientras se sigue discutien-
do la fecha, queda el hecho de que la proclamació n del cristianismo
como religió n oficial de Armenia inicia un perí odo de tremendas perse-
cuciones contra el paganismo.
Respaldado y protegido por el rey, Gregorio se dedicó a destruir
concienzudamente los templos para reemplazarlos por iglesias cristia-
nas, que ademá s fueron dotadas con generosidad. En Ashtishat, la anti-
gua Artaxata, que habí a sido un centro destacado del politeí smo, «el
maravilloso Gregorio» (Fausto de Bizancio) arrasó el templo de Vahagn
(Hé rcules), el de Astiik (Venus) y el de Anahit; luego construyó una es-
plé ndida iglesia cristiana destinada a ser el nuevo «santuario nacional»
de Armenia. Al mismo tiempo, Gregorio hizo construir un palacio para
uso propio. Fue nombrado arzobispo, primer dignatario del reino des-
pué s del rey y katholikos. Este tí tulo, adoptado tambié n por los arzobis-
pos de Persia, Etiopí a, Iberia y Albania, resultaba muy significativo, ya
que antiguamente era el que correspondí a a un alto funcionario de la ha-
cienda pú blica. Gregorio el iluminador, venerado como santo por la Igle-
sia armenia e incluido asimismo en el martirologio romano por el papa Gre-
gorio XVI (su advocació n se celebra el 30 de septiembre), no dejó de
atender a las necesidades propias y de los suyos, utilizando las propieda-
des de la Iglesia en beneficio personal y de sus parientes. Nombró obis-
po y sucesor suyo en calidad de katholikos (325-333) a su hijo benjamí n,
Aristakes; y tan alta dignidad, que implicaba el mando sobre doce obis-
pados y la primací a espiritual de la nació n, se fue heredando en el seno
de la familia hasta que falleció, sin dejar descendencia, su ú ltimo repre-
sentante, el katholikos Sahak (390-438), tras lo cual pasó a una rama
pró xima, la de la familia Mamikonia. n
Al principio, y esto es bien significativo, el cristianismo arraigó só lo
entre la aristocracia, y podemos imaginar cuá l serí a la profundidad de
sus convicciones. La é tica del cristianismo no desempeñ aba ningú n pa-
pel en aquella corte real. El motivo de la conversió n del monarca, y de
la subsiguiente conversió n a escala nacional, no fue otro sino la descon-
fianza y la enemistad frente a los persas. En esto coincidí an los intereses
de los armenios y los de los romanos, ya que é stos se veí an en la necesi-
dad de tener en cuenta la importancia estraté gica del paí s y su constante
polí tica de juego a dos barajas entre las grandes potencias. De manera
que se produjo la alianza y la cristiana Armenia, lo mismo que la cristia-
na Roma, se embarcó en una serie de campañ as militares. 12
El primer Estado cristiano del mundo:
una guerra tras otra «en nombre de Cristo»
El escritor bizantino Fausto, autor hacia el añ o 400 de una grandilo-
cuente historia de Armenia, dedica docenas de capí tulos a las sucesivas
escabechinas que totalizaron 29 victorias a lo largo de treinta y cuatro
añ os. Si hemos de creer lo que dice este autor cristiano (de veracidad
bastante discutible), los persas armaron sucesivos ejé rcitos de ciento
ochenta mil, cuatrocientos mil, ochocientos o novecientos mil y hasta
cuatro o cinco millones de hombres. Y aunque los cristianos combatie-
ron en inferioridad numé rica de uno a diez, o incluso de uno a cien, ex-
terminaron siempre a sus enemigos..., mujeres y niñ os incluidos. En 1978,
un notable dignatario de la iglesia apostó lica armenia, Mesrob Krikorian,
se hace eco de esos ditirambos: «En cualquier caso, la religió n cristiana
asumió primordial importancia para Armenia y para todos los armenios
de la é poca... »; en cualquier caso, Fausto subraya una y otra vez que «to-
dos los soldados persas fueron pasados a cuchillo por las tropas cristianas,
no salvá ndose ni uno solo de ellos», «ni siquiera las mujeres del sé quito»,
«ni uno solo escapó con vida», «hicieron un bañ o de sangre general». 13
¡ Un nuevo y bello rostro!
La lectura de estas cró nicas recuerda vivamente el Antiguo Testa-
mento y las masacres y correrí as de los israelitas. «Los armenios realiza-
ron una incursió n por las provincias persas», «regresaron cargados de
tesoros, armas, joyas y cuantioso botí n, cubrié ndose de gloria imperece-
dera y enriquecié ndose sin cuento», «pasaron a fuego y hierro el paí s».
En ocasiones, lucharon tambié n contra la cristiana Roma, aliado o no
con los paganos persas (y con é xito no menor, como ya se comprende);
así por ejemplo, segú n Fausto, «durante seis añ os seguidos asolaron las
provincias griegas», «pasaron a cuchillo a todos los griegos de tal mane-
ra que ni uno solo se salvó », y «no hay medida ni cuenta de los tesoros
que llevaron consigo.. . »14
Siempre, naturalmente, combatiendo bajo las banderas de Dios,
fiando en Dios, venciendo en nombre de Dios; es Dios quien concede
«la suerte de las grandes victorias», es «confiando en Dios» como se
asalta el campamento de los persas. En los campos de batalla, al rey le
acompañ a siempre el katholikos, el «gran arzobispo de Armenia». «Y
vieron el bañ o de sangre realizado con las tropas derrotadas. El hedor
de los cadá veres apestaba toda la regió n [... ]. Así quedó vengado san
Gregorio en la persona del rey Sanesan y en su ejé rcito, pues no sobrevi-
vió ni uno solo para contarlo. »15
Claro es que, a veces, el servicio del Señ or producí a bajas en las pro-
pias filas. Para eso estaba entonces la Iglesia cató lica, para tranquilizar,
consolar, arengar, dar á nimos, como hací a por ejemplo «el sumo sacerdo-
te Wrthanes», otro de los hijos del «sumo Gregorio». Despué s de haber
sufrido pé rdidas especialmente graves, «sobre todo de personalidades
de la aristocracia», el patriarca Wrthanes confortó a todos los afectados,
al rey y a sus tropas, que como se nos cuenta con la habitual abundancia
de hipé rboles, «estaban presa de gran tristeza, con los ojos arrasados de
lá grimas, cariacontecidos y con el espí ritu vencido al considerar la des-
proporció n entre el nú mero de los fallecidos y el de los supervivientes». 16
Era la hora de los sacerdotes; en aquel momento menudeaban ya las
frases que no han dejado de repetir desde hace siglos: «Consolaos en
Cristo, porque los que murieron han caí do por la patria, por las iglesias
y por el consuelo de la santa religió n, a fin de que la patria no se vea ven-
cida e invadida, que las iglesias no sean profanadas con desprecio de sus
má rtires, que los sacerdotes del Señ or no caigan en manos de los impí os
e incré dulos, que se preserve la santa fe y que los hijos del bautismo no
sean llevados al cautiverio ni renegar de sus creencias para someterse al
abominable culto de la idolatrí a. [... ] No hay que llorarlos, sino honrar-
los por lo que hicieron mediante leyes que proclamen por todo el paí s
el deber de recordarlos como hé roes de Cristo y celebrar su fiesta con
alegrí a... ». 17
El katholikos Wrthanes dispuso, pues, la celebració n anual del dí a
de los caí dos, de los «testigos de Cristo», los «hé roes de Cristo», a fin de
promover imitadores de su ejemplo. Y tambié n promulgó que en ade-
lante se recordase a los caí dos en las misas, es decir, santos y hé roes casi
al mismo nivel, con el argumento de que «cayeron en la guerra como Ju-
das y los macabeos Matatí as y sus hermanos». 18
Y como tambié n cayó el general mismo, el patriarca y el rey ordena-
ron que el hijo del difunto (un niñ o todaví a) «sea educado [... ] de tal
modo que viva en la fe de sus mayores y de su padre, y emprenda heroi-
cas acciones [... ] en nombre de Cristo Nuestro Señ or sobre todo, que
atienda a las viudas y los hué rfanos, y que asuma durante toda su vida
las funciones de valiente general y famoso caudillo de los ejé rcitos». 19
El clero y la guerra... unidos en el primer Estado cristiano del mun-
do. Acciones heroicas «por Cristo Nuestro Señ or». Sin duda, los arme-
nios no necesitaban la bendició n eclesiá stica para ponerse a luchar y a
matar. Pero el caso es que la bendició n no les faltó, debidamente argu-
mentada con toda clase de razones metafí sicas, justificaciones bí blicas y
evangé licas, etcé tera. Y siguieron combatiendo, venciendo en unas
batallas y perdiendo y desangrá ndose en otras, «como fieras salvajes,
como leones», segú n el panegí rico de Fausto, añ o tras añ o, decenio tras
decenio. Luego se generalizó la fatiga; los combatientes desearon la paz
y solicitaron la ayuda del sumo pontí fice. Habí an combatido durante
treinta añ os, como é l mismo sabí a muy bien; treinta añ os sin descansar
las armas, treinta añ os sudando y portando la espada, la daga y la lanza.
«No lo soportamos má s, y no queremos seguir luchando; mejor serí a que
nos sometié ramos al rey de los persas.. . »20
Pero fue el katholikos Nerses I, otro discí pulo de aquel que dijo:
«Bienaventurados los mansos de corazó n», quien se opuso, y aun sin ser
demasiado amigo del rey invitó a seguir luchando por é l. Fausto men-
ciona con orgullo que el nuevo arzobispo, de pasado militar y funciona-
rial, «tení a aspecto de guerrero» y habí a demostrado «un envidiable vi-
gor en los ejé rcitos de armas», ademá s de fomentar siempre y en todas
partes el cristianismo, como era natural. «La luz del orden de la Iglesia
brilló en todo su esplendor, las relaciones entre las iglesias cató licas
quedaron armonizadas en el má s bello orden, y se multiplicó el nú mero
de las santas ceremonias así como el de los servidores de la Iglesia. Hizo
construir numerosos templos nuevos y reconstruir los antiguos. Muchas
fueron tambié n las vocaciones en el monacato. [... ] Nunca tuvo la tierra
armenia otro que pudiera compará rsele. »21
Un hijo auté ntico de su Iglesia, podrí amos decir, nada deseoso de
secundar los anhelos de paz de los armenios. El rey Arsakes o Arsaces
«querí a continuar la guerra» (Fausto), aunque fuese un gran pecador,
como decí a el patriarca (alabado todaví a en el Lexikon fü r Theologie
una Kirche como «gran renovador de la vida religiosa en Armenia»):
«Queré is entregaros a la esclavitud en manos de los idó latras, renegar
de vuestra vida en Dios, abandonar a vuestros prí ncipes designados
por Dios para servir a unos extranjeros, cuya erró nea religió n tené is
que abrazar; [... ] pero, aunque Arshak fuese mil veces peor, al menos
le reza al verdadero Dios; aunque sea un pecador, es vuestro rey, y tal
como dijisteis en mi presencia, hace tantos añ os que combatí s por vo-
sotros y por vuestra vida, por la tierra, por vuestras mujeres e hijos, y
lo que vale má s que todo eso, por vuestras iglesias y por el juramento de
vuestra fe en Nuestro Señ or Jesucristo. ¡ Y siempre os concedió el Señ or
la victoria en su nombre! Pero ahora no queré is vivir sometidos a la fe
de Cristo, sino a la falsa religió n de la magia y sus seguidores. [... ]
Quiera la ira del Señ or arrancaros de raí z y lanzaros para toda la eterni-
dad a la esclavitud oprobiosa de los paganos, de manera que no arrojé is
nunca má s de vosotros el yugo de la servidumbre... ». 22
Ni por é sas quisieron seguir peleando los armenios. Fausto cuenta
que la arenga del patriarca fue acogida con un gran abucheo; se formó
un tumulto «y todos retornaron a sus casas, porque no querí an seguir es-
cuchando tales palabras». 23
Debido a sus excesivas simpatí as para con la Cesá rea romana, el katho-
likos Nerses I se vio relevado por el antikatholikos Cunak. Al acceder al
trono el rey Pap, fue repuesto en su dignidad, pero murió envenenado
en 373 por instigació n del mismo soberano durante la festividad de la
Reconciliació n. Al añ o siguiente, sin embargo, Trajano, general de los
ejé rcitos romanos de Oriente, hací a asesinar al rey Pap durante un ban-
quete, por haber propugnado la independencia de la Iglesia armenia y la
aproximació n a Persia. 24
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