Un padre de la Iglesia que predica el saqueo y la matanza
Y llegó la hora de Firmico Materno, quien manifestaba con alegrí a
que «si bien en algunas regiones rebullen todaví a los miembros mori-
bundos de la idolatrí a, parece pró xima la erradicació n completa de tan
perniciosa aberració n en todas las provincias cristianas», lo que le serví a
para lanzar esta proclama a los emperadores cristianos: «¡ Fuera todos
los ornatos paganos de los templos! ¡ A la ceca y al crisol con el metal de
las estatuas idó latras, para que se fundan al calor de las llamas! ». Y les
recordaba la obligació n que tení an de «corregir y castigar», de «perse-
guir por todas las maneras posibles a los seguidores del culto idó latra»,
prometiendo siempre a cambio «el premio celestial» y «cuantiosos bene-
ficios. Obrad, por tanto, segú n está escrito y dispuesto... ». Con razó n
ha escrito Schulze que la lucha del Estado contra la religió n pagana,
«desde sus comienzos bajo Constantino hasta su pleno desarrollo bajo
Constancio, estuvo presidida por la anuencia y aun la colaboració n de la
Iglesia», que «ejerció una influencia activa en cuanto a la legislació n»
(Gottiieb). 22
Julio Firmico Materno, siciliano de familia senatorial oriunda de Si-
racusa, segú n parece no efectuó su pú blica conversió n al cristianismo
hasta que quedó claro que los hijos de Constantino se pronunciaban en
favor de dicha religió n con má s claridad que su padre. En la diatriba So-
bre el error de las religiones paganas, redactada hacia el añ o 347, Firmico
incita a los emperadores Constancio y Constante, llamados «sacratissimi
imperatores» y «sacrosancti», al exterminio, sobre todo, de los cultos
misté ricos, los competidores má s peligrosos del cristianismo; se trataba
de los cultos a Isis, Osiris, Serapis, Cibeles y Atis, Dionisio-Baco y Afro-
dita, y el culto solar del mitraí smo, el má s pujante de la é poca, caracteri-
zado por numerosos y sorprendentes paralelismos con la religió n cristia-
na. El caso es que nuestro renegado fue persona instruida, de gran cultu-
ra, y tanto que siendo todaví a pagano escribió un erudito y muy piadoso
estudio sobre «los cultos sagrados» (Weyman), así como un tratado de
astrologí a, Matheseos librí VIH, el má s completo y voluminoso de la
Antigü edad; en cambio, como cristiano polemizó acremente contra el
culto a los elementos (agua, tierra, aire y fuego) habitual en las religio-
nes orientales. Muchos autores cató licos niegan todaví a (pese a haberse
demostrado incontestablemente en 1897) que Firmico fuese el autor de
aquellas diatribas sanguinarias, que se desacreditan por su mismo estilo
faná tico y recargado de pleonasmos, prototipo de futuras retó ricas pan-
fletarias del catolicismo. 23
Cristo, se congratula el padre de la Iglesia, «ha derribado la columna
en donde tení a su imagen el demonio», que aparece así «casi vencido,
convertido en fuego y cenizas». «Poco falta ya para que el diablo, total-
mente avasallado por vuestras leyes, quede totalmente destruido ponien-
do fin al nefasto contagio, una vez exterminado el culto a los í dolos, ese
veneno [... ]. Celebrad con jú bilo la aniquilació n del paganismo, cantad a
plena voz el aleluya [... ], pues habé is vencido como soldados de Cristo. »24
Todaví a no, sin embargo. Aú n existí an las religiones profanae, aú n
continuaban en pie casi todos los templos y aú n acudí an los paganos a
sus santuarios. Por este motivo, el agitador reclama la confiscació n de sus
bienes, la destrucció n de los centros de adoració n. Que se ponga té rmi-
no a la necedad, exige con má s é nfasis que ningú n otro cristiano antes
que é l. «Tollite, tollite, securi... Quitad, quitad sin temor, santí simo em-
perador, los ornatos de los templos. Fundid las figuras de los dioses y
acuñ ad con ellas vuestra moneda; incorporad los exvotos al erario impe-
rial. El Señ or os ha llamado a empresas má s altas, cuando hayá is coro-
nado la tarea de aniquilar todos los templos. »25
La propagació n del cristianismo, é sa era la empresa má s alta, junto
con la erradicació n de las perniciosas doctrinas paganas. Claro está, los
paganos no opinaban que fuese así, sino al revé s. «Cobraba cada vez
má s fuerza la opinió n de que con la irrupció n del cristianismo en el
mundo habí a empezado una decadencia general de la especie humana»
(Friedlander). Pero prescindiendo de que la vida y el pensamiento fue-
sen mucho má s libres durante la é poca del paganismo, hay que tener en
cuenta que é ste conoció tambié n —tal como ha señ alado Kari Hoheisel
en un voluminoso estudio sobre el tratado de Firmico—, «junto a los as-
pectos turbios de la agitació n orgiá stica, una aspiració n ascé tica y una
prá ctica de la castidad que eran la admiració n de muchos cristianos. En
aquel tiempo, los rasgos obscenos de la mitologí a habí an desaparecido
frente al rigorismo, o circulaban en todo caso bajo un disfraz secular.
[... ] Las religiones antiguas ofrecí an refugio y consuelo a sus partida-
rios; les ayudaban a comprender la existencia, ordenaban las relaciones
entre los hombres y daban un sentido a las cuestiones trascendentes de
la existencia. [... ] Casi todas las doctrinas sal vincas que estudió Firmico
eran potencias espirituales de gran vitalidad». 26
De ahí precisamente el fanatismo, la rabia frené tica, la incitació n al
pogromo. Por eso los paganos só lo podí an ser «necios», «infames»,
«apestados», y era preciso que «tales abominaciones sean erradicadas y
exterminadas por nuestro santí simo emperador». Por eso el santo padre
postula «leyes severí simas», el saqueo de los templos, la aplicació n de
«el fuego y el hierro», la persecució n «por todos los medios». Siempre
invocando al Yahvé del Antiguo Testamento, como es ló gico; hasta en-
tonces ningú n cristiano se habí a reclamado con tanto é nfasis heredero
de las hecatombes bí blicas, ni habí a utilizado de manera tan sistemá tica
el precedente para justificar el recurso a la brutalidad y al terror. Dios
amenaza incluso a la familia y a los hijos de los hijos, «para que no so-
breviva la semilla maldita, [... ] y no quede ni rastro de las generaciones
paganas». «Ni al hijo ni al hermano perdonará, e incluso traspasará con
la espada el cuerpo de la esposa amada; al amigo perseguirá con noble
intransigencia, y el pueblo entero se alzará en armas para destrozar a los
infames. »27
Tan pronto como la Iglesia se encontró en una posició n de fuerza,
dejó de rechazar la violencia para pasar a ejercerla «por todos los me-
dios», como dice el teó logo Cari Schneider. La vieja apologé tica que
hablaba de libertad de cultos queda desplazada por el libelo y la diatri-
ba; la ideologí a del martirio y las vidas ejemplares de los má rtires no
interesan ya, es la hora del fanatismo perseguidor, de «los poderosos
llamamientos a la cruzada» por parte de un Firmico «denigrador de las
religiones no cristianas como ningú n otro antes que é l» (Hoheisel). Los
emperadores, ciertamente, eran quienes disponí an de los medios para
aplicar la coerció n y la violencia; pero ellos tambié n eran cristianos y no
será n necesarias muchas pruebas para suponer que el libro de Firmico
Materno, dedicado a los emperadores Constancio y Constante, no deja-
rí a de influir en alguna medida sobre la polí tica antipagana de los mis-
mos, sus prohibiciones y sus amenazas. Y é stas, a su vez, determinarí an
la postura del autor de ese panfleto cristiano. 28
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