Descubrimientos de un padre de la Iglesia^ o «V elemento soprannaturale»
Ambrosio sentí a entonces la «necesidad acuciante» de encontrar los restos de algú n má rtir, tanto má s cuanto que los milaneses deseaban una reliquia para la basí lica Ambrosiana, que habí a hecho construir y que acababa de bendecir. Y en efecto, los santos «Gervasio» y «Protasio», hasta entonces desconocidos en todo el mundo, le comunicaron a Ambrosio en un sueñ o que reposaban en una iglesia y querí an ser llevados a la luz. Empujado por su «ardiente presagio» (ardor praesagií ) se puso manos a la obra y en la basí lica Felicis et Naboris, rodeado de su rebañ o, casi incapaz de hablar por la emoció n, desenterró «; ' corpi veneran dei Santi Martí n Gervaso e Protaso» (Zulli), a los valiosos má rtires, «incorruptos» (Agustí n). Incluso la tierra estaba enrojecida con la sangre de los hé roes, de los gigantes decapitados, «como los que surgí an en los viejos tiempos», segú n Ambrosio. (¡ Y los teó logos! ) No resulta sorprendente, pues, que los eruditos intenten averiguar a qué diabó lico perseguidor de cristianos habí a que atribuir este pavoroso y productivo crimen, y expertos como Gabriele Zulli deben admitir que: «Ancora oggi la questione non é definita [... ]». Un acto grato a Dios que «el obispo-confesor sometido a duras pruebas» (Niederhuber) escenifica de manera ostensible para excitar el fervor religioso de sus defensores -¡ solicitantes de huesos santos! -, lo que decidió su triunfo. Esto ú ltimo lo escriben al menos su bió - grafo Paulino y san Agustí n, que viví a entonces en Milá n. A pesar de ello, la corte imperial consideró que el asunto era un juego tramado. Ahora bien, en fechas má s recientes no todo el mundo jurarí a que só lo habí a imbé ciles y oportunistas. Previté -Orton habla de una «mentira piadosa», peó n de un «embuste a gran escala», mientras que el protestante Von Campenhausen no encuentra «nada que pudiera justificar la desconfianza hacia la honradez de Ambrosio», y el salesiano Gabriele Zulli consiguió un birrete doctoral triplemente consagrado (Vidimus et appro-bamus) con su defensa de los má rtires ambrosianos, por los servicios prestados, puede decirse, si se tiene en cuenta la sagacidad con la que recurre constantemente a «V elemento soprannaturale». 61 La investigació n pone de relieve las circunstancias pró ximas de la actividad martiroló gica, el hallazgo de los huesos, el rescate, la identificació n; todo lo describe Ambrosio «con sorprendente sobriedad», «extraordinariamente escueto» y dejando «abiertas muchas cuestiones»; habrí a «hecho poco ruido» por el descubrimiento de los dos santos. Tambié n sus otras «invenciones de má rtires», que algunos le atribuyen -pronto pasaremos a este tema-, «é l mismo só lo las cita con reservas o las silencia» (Dassmann). Esta modestia sorprendente en un prí ncipe de la Iglesia coincide con el hecho de que en su extensa bibliografí a falten por completo homilí as para las fiestas y aniversarios de má rtires, y que ante el milagro reaccione con una sorprendente parquedad de palabras. ¿ Y no vale la pena decir tambié n que, en un principio, querí a que se le enterrara debajo del altar de la nueva basí lica Ambrosiana, pero renunció a ello despué s de que se inhumara allí a «Gervasio» y «Protasio»? Este hecho despertó profundo respeto. Con todo, ¿ no serí a simplemente un resto de «gusto» despué s de tanta falta de gusto martiroló gica? ¿ Tan só lo el deseo de no pudrirse junto a los huesos de un cualquiera? 68
Resulta asimismo interesante la rapidez con que el obispo Ambrosio hizo desaparecer de nuevo los cadá veres apenas descubiertos. La mayorí a de los comentaristas pasan por alto este hecho sin pronunciarse. ¿ Casualidad? Y Emst Dassmann, que en 1975 reflexionó sobre esta precipitació n, la explica -sin demasiada claridad- por el aparente esfuerzo de «no volver a poner en peligro la paz» y por un -tambié n só lo supuesto- «desagrado a exponer unos huesos sin enterrar». Lo que sí está claro son las prisas del obispo por una rá pida inhumació n, y el no menor apremio del pueblo por lo contrario. Ambrosio descubrió a ambos má rtires el 17 de junio de 386 y al cabo de dos dí as se les dio sepultura definitiva. No obstante, la numerosí sima multitud habí a reclamado que el entierro se retrasara hasta el siguiente domingo y el santo se habí a opuesto a ello con todas sus fuerzas. ¿ Por qué? Bueno, era verano, probablemente hací a calor, o incluso bochorno..., ¿ tení an que comenzar ahora a descomponerse en dos dí as los adeptos «incorruptos» desde hací a varias dé cadas? ¿ Qué dice Lichten- berg? «Hacer primero un examen natural antes de pasar a las sutilezas y, siempre, buscar siempre una explicació n totalmente simple y natural. »69 El triunfo fue considerable. De inmediato se produjeron los esperados milagros, de los que es testigo nada má s y nada menos que Agustí n: un ciego, el carnicero Severo toca el relicario con su pañ uelo, y recobra la vista, endemoniados y otros enfermos se curan. Ambrosio tení a por fin su reliquia. En dos sermones ensalza a «Gervasio» y «Protasio» como defensores de la ortodoxia, y da a todo el conjunto una auté ntica explicació n: «Mirad todos, é stos son los aliados que escojo». (La tiraní a del sacerdote es su debilidad. ) Y rezaba: «Jesú s, gracias por habernos despertado de nuevo en tales tiempos el espí ritu fuerte de los santos má rtires [... ]». Poco despué s la rica matrona romana Vestina destinó a los santos má rtires mi-laneses una abundante donació n, bienes raí ces en Roma, Chiusi, Fondi y Cassino, junto con las rentas de cerca de mil sueldos de oro: titulus Ves-tinae. (Má s tarde se dejó de lado a Vestina y se cambió el nombre del titulus por el de un má rtir. ) El culto introducido a la fuerza por Ambrosio se extendió con rapidez por Europa occidental, y por Á frica de manos de Agustí n. Só lo en las Galias merovingias aparecen seis catedrales consagradas a los «má rtires Gervasio y Protasio», así como numerosas iglesias de «Gervasio» y «Protasio», llegando a Tré veris y Andemach. Finalmente, habí a tantas reliquias de ambos má rtires por doquier que para explicarlo se necesitaron nuevos relatos de milagros. 70
Animado por el é xito y llevado de su inspiració n divina, siete añ os despué s de la primera «sacra invenció n» de Milá n, estando de visita en Bolonia, el obispo descubrió, en el verano de 393, a dos santos hé roes, tambié n totalmente desconocidos: «Agrí cola» y «Vital», precisamente en un cementerio judí o. Ante una multitud de judí os y cristianos reunió Ambrosio con su propia mano diversos objetos de gran valor y los llevó a Florencia, para enriquecer una basí lica recié n construida, y patrocinada por la viuda Juliana. Se encontró incluso la cruz en la que padeció «Agrí cola», así como tal cantidad de clavos «que las heridas del má rtir debieron de ser má s numerosas que sus miembros» (Ambrosio). Finalmente^ dos añ os despué s, en 395, al final de «un periodo caratteristico del culto delle reliquie» (Zulli), el inteligente descubridor volvió a encontrarse otros dos má rtires, los santos «Nazario» y «Celso», esta vez en una huerta a las afueras de Milá n, aunque silencia estos hechos en todas sus obras, igual que só lo cita con gran reserva sus otras «invenciones de má rtires»; por su parte, Von Campenhausen parece considerar en los nuevos hallazgos de Ambrosio como otras pruebas de su «honradez». El bió grafo Paulino, que estaba allí, vio «la sangre del má rtir», «Nazario» -tambié n en este caso una total oscuridad rodea a su martirio-, «tan fresca como si se hubiera vertido el mismo dí a, y su cabeza, cortada por los perversos perseguidores, tan completa e intacta, con cabellos y barba, que parecí a
que acabaran de lavarla y prepararla [... ]». En la provincia gala de Em-brun se venera ya desde el siglo v a «Nazario» y «Celso» como apó stoles nacionales, y en la basí lica de Saint-Germain-des-Pré s, en Parí s, se guardaban sus reliquias. 71 Si en el aniquilamiento del arrianismo en el Imperio romano de Occidente, donde su ingeniosa sagacidad con los má rtires vino tan a propó sito, Ambrosio fue el hombre de mayor relieve de su tiempo, en el sangriento derribo de los priscilianistas españ oles desempeñ ó só lo un (triste) papel secundario.
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