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Honorio, Estilicen, Alarico y las primeras incursiones de cristianos germanos




Al principio, en nombre del emperador occidental Honorio (395-423),
coronado cuando su padre Teodosio se encontraba ya en el lecho de
muerte, y que contaba só lo once añ os de edad al morir é ste, gobernó el
semivá ndalo y general del ejé rcito imperial (magister militum) Flavio
Estilicen.

Hijo de un oficial vá ndalo, que dirigió con Valente un regimiento de
caballerí a, era cató lico, aunque su polí tica religiosa sufrió grandes vaive-
nes. Así, por ejemplo, hizo arrancar de las puertas del templo de Jú piter
Capitolino los adornos de oro, ordenó la quema de los antiquí simos li-
bros sibilinos, persiguió judicialmente a los «herejes», en especial a los
donatistas, gracias a la intervenció n de Agustí n, y restableció los privile-
gios de la Iglesia. Pero, por otro lado, Estilicó n autorizó de nuevo la esta-
tua de la Victoria, e incluso, por razones de Estado, favoreció a algunos
paganos, como en el caso de la prefectura de Roma. Hubo siempre un
cierto nú mero de é stos a los que se hací an concesiones con objeto de
atraerlos hacia la casa imperial cristiana, puesto que se necesitaba tam-
bié n al Senado como contrapeso a la autoridad de Constantinopla. Con
habilidad logró satisfacer la ambició n de paganos importantes mediante
el cargo de prefecto de la ciudad, de enorme tradició n en Roma, pero al
mismo tiempo los mantuvo alejados de los puestos de decisió n polí tica. 23

Desde 384, Estilicó n estuvo casado con la sobrina de Teodosio, Sere-
na, una mujer ené rgica y faná tica, que poseí a una gran influencia en la
corte de Honorio, al que habí a cuidado desde niñ o. Estilicó n casó en 398
a su hija Marí a con el emperador, y tras la muerte de é sta, a su hija me-


ñ or, Termantia, lo que incrementó su influencia sobre el soberano, que
dependió durante toda su vida de muchos otros personajes. 24

En tiempos de Estilicen se produjo la irrupció n en Italia de los visigo-
dos, una tribu germá nica que habí a abrazado el cristianismo bastante
pronto. Los godos se convirtieron en los principales misioneros entre los
pueblos germanos. Pronto la mayorí a de los «bá rbaros» que desde me-
diados del siglo iv se habí an asentado en las provincias danubianas, so-
bre todo en Panonia y Mesia (donde en otros tiempos ya habí a «obispa-
dos»), ya no eran paganos sino arrí anos. Segú n el historiador de la Iglesia
Só crates, impresionados por su derrota frente a Constantino, es decir,
obligados por la espada, los godos «creyeron en la religió n del cristia-
nismo». Estos dé spotas ansiosos de poder les combatí an constantemente
-en 315, 323, 328-, y les vencí an, con una derrota especialmente grave
en 332, en la que sus muertos, entre los que al parecer se incluí an muje-
res y niñ os, se cifraron en cien mil. Las má s recientes investigaciones
admiten tambié n que los é xitos guerreros de Constantino y la relació n
polí tica de los godos con el Imperio romano dieron «impulso» a la cris-
tianizació n de é stos. Ya desde Teodoreto, el obispo, el padre de la Iglesia,
demostró su eficacia el curioso dicho: «Los hechos histó ricos demues-
tran que la guerra nos proporciona mayores beneficios que la paz». 25

Despué s de haber aniquilado a Valente en 378 en Adrianó polis, los
godos, reforzados con los hunos y los alanos, habí an invadido el Imperio
romano de Oriente. Sin embargo, má s tarde, Alarico I, el fundador de la
monarquí a visigoda, se alió con el emperador Teodosio, y en el añ o 394,
en la batalla de Frí gido contra Eugenio, el intenso reclutamiento de visi-
godos rindió un elevado tributo de sangre, cifrado al parecer en diez mil
muertos, lo que dio pie a la sospecha de que Teodosio los habí a sacrifica-
do intencionadamente.

Inmediatamente despué s de su muerte, Estilicen devolvió al este a sus
peligrosos compañ eros de armas. Pero una vez allí, Arcadio se negó aho-
ra a hacer má s pagos a los colonos del á rea danubiana, con lo que bajo
el mando de Alarico invadieron el Imperio -«casi sin excepció n cristia-
nos [... ], incluso cristianos convencidos» (Aland); disponí an ya de una
orden eclesiá stica propia creada por el obispo Sigishari y tambié n de
monjes-. Ocuparon los Balcanes, así como, hasta su extremo sur, la casi
inerme Grecia. Segú n Eunapios de Sardes (hacia 345-420), un fervoroso
enemigo de los cristianos, la traició n de los monjes permitió tambié n el
ataque de Alarico en las Termopilas. Sea como fuere, nunca habí a queda-
do Grecia tan devastada con anterioridad: Macedonia, Tesalia, Beocia,
Á tica. A los tebanos les salvaron sus gruesas murallas. Atenas (a la que
protegí an Atenea y Aquiles, un cuento tendencioso pagano) fue terrible-
mente saqueada. El resto del paí s, sus villas, templos y obras de arte, su-
frió durí simos castigos, Corinto fue incendiada, y Beocia quedó desolada


durante decenios. Por lo general, los godos cristianos saqueaban por com-
pleto las ciudades, segú n un testimonio contemporá neo confirmado en
multitud de ocasiones, «degollando a los hombres, pero llevá ndose a las
mujeres y a los niñ os en grupo, junto con sus bienes, como botí n» (Zó si-
mo). Por exageradas que puedan ser tales palabras, lo cierto es que la
catá strofe fue terrible. Afectó por igual al paganismo, aunque la misió n
eclesiá stica supo aprovecharlo, permitiendo a san Jeró nimo ver «toda Gre-
cia bajo el dominio de los bá rbaros» y escribir: «El alma se estremece
ante la visió n de las ruinas de nuestro tiempo». 26

El emperador Arcadio, no obstante, nombró a Alarico magister mili-
tum per Illyricum,
y Estilicen cesó la lucha contra é l. El caudillo de los
godos se mantuvo tranquilo por espacio de cinco añ os. Entonces la «per-
fidia graecorum»,
la Bizancio conspiradora con los «bá rbaros», atizada
por el miedo a la Roma de Occidente y la envidia de Rufino contra Estili-
con, se defendió, valié ndose de un mé todo que habrí a de hacer escuela:

el apartamiento de Alarico hacia el Imperio de Occidente. 27

Desde los dí as de los cimbrios y de los teutones -diezmados por Ma-
rio en Aquae Sextiae y Vercellae (102-101 a. de C. ) hasta quedar redu-
cidos a un pequeñ o resto-, é sta fue la primera invasió n de «bá rbaros» en
Italia. 28

Procedentes de los paí ses del Danubio, severamente sangrados, losí
visigodos se abrieron camino en noviembre de 401 hacia Italia. Utiliza-?
ron los puertos alpinos que ya conocí an de sus campañ as con Teodosio,
en el Bimbaumer Waid (al noreste de Trieste). El momento habí a sido
bien elegido. Estilicen habí a enviado todas sus tropas disponibles hacia
Reda para defenderse de un ataque de los vá ndalos, dejando las fronteras
desguarnecidas, y la corte -Honorio preparaba ya su huida en Occidente-?
habí a buscado protecció n en Milá n por consejo de Estilicen, adonde é ste
acudió con unidades procedentes de Galia y Bretañ a. Los godos, que en-;

tretanto habí an conquistado Venecia, fracasaron a las puertas de Milá n';

ante el gran nú mero de tropas con las que se encontraron. Una batalla
que duró hasta la noche en Pollentia (Pollenzo), ocasionando abundantes
pé rdidas, y que Estilicó n habí a iniciado el 6 de abril de 402, el lunes de
Pascua (dí a en que sus contrincantes arrí anos no querí an luchar), quedó
sin decidir. Sin embargo, su campamento, la familia de Alarico y todo el
botí n cayeron en manos de Estilicen, y entonces se acordó un alto el fue-
go. Pero en Vé rona, que invadieron ese mismo añ o o el siguiente, des- Í
pues de un cerco fueron derrotados por el generalissimus imperial, si
bien é ste no se ensañ ó con las tropas, muy debilitadas por el hambre, la
peste y las deserciones, sino que les dejó huir por los Alpes Julianos, ya
que no lograron pasar a travé s del Brennero. 29

Claudio Claudiano, el ú ltimo gran poeta romano, cantó en su é poca la
matanza de Vé rona: «Cuando el soldado [romano] agotado se retira de


la lí nea de batalla, é l [Estilicó nl emplea tropas auxiliares [bá rbaras] para
reparar el dañ o. Gracias a esta astuta artimañ a debilita a los salvajes veci-
nos del Danubio mediante la fuerza de sus parientes de sangre, y trans-
forma la lucha en una doble ganancia para nosotros, pues por ambos lados
caen bá rbaros» (Et duplici lucro committens proelia vertitlln se barba-
riem nobis utrimque cadentem). 30

La aversió n de los romanos hacia los «bá rbaros», el deseo de eliminar
germanos mediante los propios germanos aprovechando sus discordias,
algo en lo que ya sueñ a Tá cito, se pone cada vez má s de manifiesto en el
curso de la migració n de los pueblos -¡ qué vocablo tan inocente! -, agu-
dizado generalmente por el antagonismo religioso, puesto que los cató li-
cos se identificaban cada vez má s con el ideal imperial romano. Conceptos
tales como «Roma» y «romano» reflejan ahora para ellos el «orden» del
mundo deseado por Dios. Y junto a los cí rculos de la nobleza, son es-
pecialmente los padres de la Iglesia, tales como Ambrosio, Jeró nimo,
Agustí n, Orosio y Pró spero Tiro, los que crean una imagen con frecuen-
cia espantosa de la brutalidad «bá rbara», que no pocas veces supone sim-
plemente una «propaganda de horrores» (Diesner). 31

Segú n Prudencio (348-despué s de 405), el principal escritor cató lico
de la primera é poca y el má s leí do y admirado en la Edad Media, la dife-
rencia entre romanos y «bá rbaros» es la misma que existe entre el hom-
bre y el animal. La victoria no se debe a los dioses paganos, no, afirma
Honorio, sino que la fe cristiana ha reforzado a las legiones. Prudencio,
que glorifica a la Iglesia y acaba queriendo «vivir exclusivamente para
Cristo» (Altaner/Stuiber), pondera tambié n que el patriotismo y el milita-
rismo fortalecen al cristianismo. 32 (¡ Y lo sigue haciendo hasta la fecha al
pie de la letra! )

El sentimiento antigermano lo alienta en Oriente el enviado Sinesio
(fallecido en 413-414). Este terrateniente procedente de la vieja nobleza
provincial instiga sin rodeos al emperador para que muestre una mayor
actividad, ¡ y má s tarde, sin bautizar y con una actitud negativa frente al
cristianismo, es nombrado, a pesar de criticar abiertamente su escatolo-
gí a, obispo de Ptolomeo y metropolitano de Pentá polis!

En el añ o 410, Sinesio se deja ordenar por el patriarca Teó filo de Ale-
jandrí a, con la condició n de que como obispo podrá seguir manteniendo
sus ideas no cristianas, así como su matrimonio; deseaba expresamente
«muchos y bien educados hijos», puesto que aunque Dios le habí a dado
la ley, el patriarca le habí a dado a su mujer. El inventor de una nueva
arma para la lucha contra los «bá rbaros» organizó la guerra contra las tri-
bus del desierto e hizo encendidas proclamas, lo que no le convertí a en
una excepció n. Los obispos organizaban a menudo las acciones contra
los germanos y los persas. (Un ataque de estos ú ltimos, por ejemplo, con-
tra una ciudad de Tracia, lo rechazó el obispo local cuando consiguió


alcanzar de lleno al jefe de sus enemigos con una enorme catapulta que
é l mismo habí a disparado. Auté nticos hechos milagrosos nos los reseñ a
tambié n un obispo de Toulouse, que dirigió el ejé rcito durante un asedio. )

Sin embargo, Sinesio, el prelado infiel que probablemente cayó en la
lucha contra las tribus del desierto, intervino tambié n con gran dureza
contra cualquier «herejí a» que apareciera. Invitaba a «eliminar de noso-
tros a los cristianos adversarios igual que a un miembro incurable, para
que con é l no se eche tambié n a perder el resto sano del cuerpo. Pues-
to que la mancha se transmite, y quien toca a un impuro tiene parte de la
culpa [... ] Por ese motivo, la Iglesia de Ptolomeo ordena a sus hermanas
en todo el mundo lo siguiente», y aparece entonces un primer ejemplo de
bula de excomunió n contra cristianos que han caí do en desgracia: «Se les
deben cerrar todos los distritos y locales santos. El demonio no participa
del paraí so; si se introduce de manera subrepticia, se le expulsará. Exhor-
to por lo tanto a todos los ciudadanos y funcionarios a no compartir con
ellos ni el mismo techo ni la misma mesa, y en especial a los sacerdotes a
no darles la bienvenida como seres vivos ni acompañ arles cuando esté n
muertos [... ]». 33

El demonio, para el proclamador de la buena nueva, es el amor al pró -
jimo y al enemigo: ¡ el cristiano de distinta confesió n!

El prí ncipe de la Iglesia infiel Sinesio pronunciaba sermones «de una
irreprochable correcció n dogmá tica». ¡ Y podí a muy bien estar haciendo
comedia, como tantos de los suyos! Pero ¿ le molesta esto a la Iglesia?
Las disputas con é l comienzan «siempre allí donde los teó logos se toman
realmente en serio su oficio y desean hacer obligatorio para ellos y la
Iglesia la idiosincrasia de la fe cristiana» (Von Campenhausen). 34

Honorio, montado sobre el carro de la victoria y con Estilicó n a su
lado, se apresuró a dirigirse hacia Roma, por el puente Milvio, con los
gloriosos espolies de la victoria en la escolta de Cristo, como canta Pru-
dencio. Un germano cristiano habí a luchado contra germanos cristianos y
así habí a protegido de nuevo a Italia contra los germanos.

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