Arcadio, Rufino, Eutropo
Arcadio, que siendo todaví a niñ o fue nombrado Augusto en el añ o 383 y en 384 se convirtió en soberano independiente de Oriente, fue educado primero por su madre Aelia Flaccilla, una cató lica estricta, y despué s por el diá cono Arsenio, que procedí a de Roma. Aunque no carente de formació n -hasta un pagano, Temistios, prefecto de Constantinopla, habí a sido su maestro-, el monarca dependió siempre de sus asesores y tambié n de su mujer Aelia Eudoxia (madre de santa Pulcheria y de Teodosio II), una decidida antigermana, a la que Arcadio empujó tambié n contra los «herejes» y los seguidores de la antigua fe, y que dirigió en buena medida su polí tica interior. El 7 de agosto de 395, el emperador, que contaba entonces diecisiete añ os, censuró la negligencia de las autoridades en la persecució n de los cultos idó latras. 10 Pero sobre todo, tras la muerte de su padre, el joven prí ncipe cayó en las manos del galo Flavio Rufino, su tutor. El praefectus praetorio orientis, al que no se menciona en la mayorí a de las historias de la Iglesia, aconsejó al parecer a Teodosio, el promotor de su carrera, que ordenara el bañ o de sangre de Tesaló nica, una de las masacres má s abominables de la Antigü edad, que el propio Agustí n tachó de repugnante. Rufino de Aquitania, hermano de la virgen Silvia, era un «cristiano faná tico» (Clauss). Interrumpió los contactos con los paganos Simaco y Libanio. Construyó la iglesia de los Apó stoles en Chalquedonia y la enriqueció con (presuntas) reliquias de Pedro y Pablo procedentes de Roma, y fundó, en las proximidades de la anterior, un monasterio para monjes egipcios. Brilló por sus donaciones a la Iglesia, lo mismo que por su ené rgica defensa de la «ortodoxia» frente a los paganos y los «herejes». Los obispos le adulaban. Nada menos que Ambrosio, santo y padre de la Iglesia, le llamaba «amigo», si bien es cierto que admití a tambié n lo mucho que se odiaba y temí a a Rufino. Lo primero que hizo fue desplazar de palacio a su rival, el general y antiguo có nsul Promotos, un pagano, trasladá ndole como castigo disci- plinario a su unidad, despué s de lo cual fue asesinado, hecho que se atribuyó de manera generalizada a Rufino. En el añ o 392 se encargó del derrocamiento del praefectus praetorio Tatiano, un pagano erudito, y ocupó é l mismo su puesto. El 6 de diciembre de 393 hizo decapitar (ante los ojos de su padre) a Proculus, hijo de Tatiano y prefecto de la ciudad de Constantinopla, con tanta diligencia que no le llegó el perdó n del emperador. Arrebató a Tatiano sus bienes y le expulsó al exilio como a un mendigo. Tambié n fue obra suya el asesinato de Luciano, en 395, un cristiano y hombre de sorprendente sabidurí a jurí dica, cuyos bienes pasaron a manos de Rufino. Tras las quejas de un pariente del emperador, hizo detener a Luciano en medio de la noche en Antioquí a, su sede oficial, y sin juicio ordenó que ante sus ojos le azotaran hasta la muerte con bolas de plomo. El amigo de los curas se enriqueció de todos los modos posibles a costa de ricos y pobres. Concedí a cargos al mejor postor, vendí a esclavos del Estado, premiaba a los delatores, hací a falsas denuncias, se dejaba sobornar en los procesos y amasó tan enormes tesoros que Sima- / co, el representante de la romanidad tradicional má s importante de su¿ é poca, habla de un «robo en el orbe». Ademá s de referir su codicia, que;
el poeta Claudiano censuró especialmente, los historiadores antiguos lia-? man a Rufino arrogante, cruel, corrompido, cobarde. Al parecer tambié n é l inició la enemistad entre la Roma de Oriente y la de Occidente. Y, por ú ltimo, al intentar casar a su hija con Arcadio, pretendió hacerse con todo el Imperio. " Pero precisamente cuando Rufino esperaba así subir al poder, é l mis-; mo perdió la cabeza. En todos sus planes se cruzó su enemigo má s encar- t nizado, el antiguo eunuco y ahora ministro Eutropo, un sirio comprado en el mercado de esclavos y castrado desde el comienzo de su juventud, ^ que reinaba defacto en el Imperio de Oriente y dirigí a al estú pido empe- r rador «como a una cabeza de ganado» (Zó simo). Quizá s confabulado con Estilicó n, en noviembre del añ o 395 Eutropo hizo que las tropas godas, í ante los ojos del soberano, acuchillaran a Rufino hasta reducirlo a una masa informe: destrozar el rostro, sacar los ojos, despedazar el cuerpo; despué s, pasearon su cabeza por la ciudad, clavada en una lanza. Al final, Eutropo se apoderó de buena parte de los bienes robados por Rufino. Tambié n en todos los restantes aspectos se hizo cargo de su herencia, con una codicia sin lí mites: destierros arbitrarios, confiscaciones, chantajes, intrigas, aunque en general sin comportarse cruelmente. 12 Poco a poco Eutropo fue corrompié ndolo todo, al soberano, a la emperatriz, que era una estricta cató lica, y a la Iglesia, cuyos privilegios recortó en favor del Estado. Limitó su derecho de asilo y las funciones de los tribunales episcopales. Nombrado patricio en 398 y có nsul (primer eunuco que alcanzaba tal cargo) en 399, ese mismo añ o cayó en desgracia. Y no fue otro que san Juan Crisó stomo, que debí a a Eutropo la silla patriarcal, quien en un famoso sermó n predicado en la catedral, con un doble sentido muy clerical, declaró que «habí a actuado injustamente» contra el clero. «Luchas contra la Iglesia y te hundes a tí mismo en el abismo», si bien el santo no querí a «insultar» al eunuco, «escarnecerle» o «reí rse de su desgracia». Al poco, Arcadio insultó al que hasta entonces habí a cubierto de honores, llamá ndole en un edicto condenatorio «vergü enza del siglo», «sucio monstruo». Desterró a Eutropo a Chipre y en 399 le hizo ejecutar en Chalquedonia bajo la injusta acusació n de haber usurpado insignias del emperador. (La forma habitual de ejecució n era decapitació n o estrangulamiento. )13
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