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Eulalio contra Bonifacio, «la cumbre apostólica»




Durante varios meses se produjeron luchas alrededor de la sede roma-
na despué s de la muerte del papa Zó simo (417-418), que fue el primero
en remitir a los obispos romanos las pretendidas palabras de Jesucristo
sobre unir y desunir, exigiendo para ellos, con una asombrosa argumen-
tació n, los mismos poderes y veneració n que Pedro. En efecto, Zó simo
afirmaba que tení a tan grande autoridad que nadie podí a poner en duda
sus sentencias: «ut nullus de nostra possit retractare sententia». Y esta
insolencia la coronó con otra todaví a mayor, ¡ que los «padres» habrí an
reconocido esta autoridad como apostó lica! A pesar de su breve pontifi-
cado, Zó simo fortaleció aú n má s la auctoritas sedis apostolicae tan ro-
tundamente anhelada por é l, aunque, eso sí, provocando una resistencia
no menos rotunda, sobre todo por parte de la Iglesia africana. 56

El mismo dí a del entierro de Zó simo, el 27 de diciembre, el archidiá -
cono Eulalio (418-419), el má s anciano de los diá conos, fue elegido en la
basí lica de Letrá n como la cabeza espiritual de Roma. Segú n el partido
contrario, mientras que todaví a se celebraban los funerales ocupó la igle-
sia, bloqueó las puertas y obligó al «moribundo obispo de Ostia» (Wetzer
y Welte), carente de voluntad pues estaba medio muerto, a que le consa-
grara. Al dí a siguiente, la mayorí a de los presbí teros, que estaban en con-
tra del colegio diaconal, y la mayorí a del pueblo -aunque las noticias se
contradicen, como sucede tan a menudo en lo que respecta a las cifras-
eligieron en la iglesia de Santa Teodora al ya anciano presbí tero Bonifa-
cio I (418-422) como pastor supremo de Roma. Era hijo del sacerdote
Secundio y representante de Inocencio I en la corte de Constantinopla.
(Al apocrisiario de la residencia imperial se le consideraba como un can-
didato a papa con muchas posibilidades de ser elegido. )

Esto puso en apuros al irresoluto Honorio. Un primer rescrito del em-
perador del 3 de enero de 419 reconocí a la elecció n de Eulalio y relegaba
a Bonifacio. Un segundo rescrito del 18 de enero disponí a que ambos
candidatos a obispo acudieran a Rá vena para negociar. Pero al agudizarse
la situació n, al fracasar tambié n un acuerdo sinodal propiciado por Hono-
rio debido a la falta de unanimidad de los mismos prelados neutrales, un
tercer rescrito, de 25 de enero, expulsaba a los dos aspirantes al alto car-
go. El 30 de marzo encargó dirigir las ceremonias de la festividad de la


Pascua a un obispo forastero, Aquileo de Spoleto; era tal la humillació n
que de inmediato hizo falta toda una serie de nuevos decretos imperiales:

al prefecto pagano de la ciudad Aurelio Anicio Simaco (sobrino del fa-
moso prefecto homó nimo de Roma, que antañ o luchara tan inú tilmente
por la estatua de la diosa Victoria), al obispo Aquileo, al Senado, al pue-
blo de la ciudad. Pero el partido diaconal no deseaba aceptar la ignomi-
nia del espoletino encargado por el emperador ni permitir en ningú n caso
que la Pascua la celebrara en Roma un obispo ajeno a la ciudad; aunque
como atestigua san Ireneo, con anterioridad no se habí a celebrado aquí
todos los añ os. Quizá los diá conos, que ya entonces mantení an una fuer-
te rivalidad con los presbí teros, vieron en esto solamente una ocasió n fa-
vorable para intervenir. En cualquier caso, el 18 de marzo Eulalio regresó
a Roma para celebrar é l mismo la fiesta de Pascua en Letrá n. Poco des-
pué s apareció tambié n en la ciudad el obispo Aquileo de Spoleto y se
produjeron detenciones, interrogatorios, motines populares y nuevas lu-
chas sangrientas por las iglesias.

Pero esta vez el emperador Honorio se puso del lado de Bonifacio,
por quien intercedí an ahora fuerzas poderosas en la corte. La princesa
Gala Placidia hizo propaganda de su protegido en cartas dirigidas a cató -
licos prominentes tales como Agustí n, Aurelio de Cartago y Paulino de
Ñ ola. Sin embargo, quien al final decidió la lucha por la silla de Pedro a
favor de Bonifacio fue Flavio Constancio, que má s tarde serí a emperador
y al que le gustaba intervenir en los conflictos internos de la Iglesia. Ho-
norio, que primero estaba a favor de Eulalio, dejó ahora que persiguieran
a é ste, y en vista de la «caza de cargos» {ambitiones} de los clé rigos ro-
manos dispuso el primer reglamento electoral para los papas, aunque es
bien cierto que en la prá ctica careció de toda importancia: en el caso de
una doble elecció n en Roma, ninguno de los elegidos tendrí a en el futuro
la posibilidad de negociar, sino que serí a toda la comunidad la que nom-
brarí a al obispo en una nueva elecció n. 57

En realidad, las disputas y las desavenencias en las elecciones de los
obispos romanos se habí an hecho tan habituales, que en una misiva diri-
gida a Celestino I (422-433), el sucesor de Bonifacio, Agustí n comienza
diciendo, al felicitarle: «Tal como tenemos noticia. Dios te ha elevado a
la sede de Pedro, sin que lograra prosperar ninguna escisió n de la comu-
nidad [... I». 58

El antipapa Eulalio fue má s tarde obispo de Nepe. Sin embargo, Bo-
nifacio I, jurista como Inocencio I, se remitió con firmeza a las ambicio-
nes papales de sus antecesores y, siempre con la vista fija dirigida hacia
el episcopado universal de la Iglesia romana, continuó urdié ndolas como
era habitual con digresiones bí blicas e histó ricas, con ejemplos «histó ri-
cos», con «documenta». Lo decisivo aquí no era la realidad sino, por el
contrario, la idea petrista, a la que cada vez se daba mayor importancia,


resumiendo, que el pasado era contemplado con ojos papales y en conse-
cuencia interpretado de igual modo. 59

Para Bonifacio, que con anterioridad a su elecció n era desde hací a
mucho tiempo un experto sobre Oriente, Iliria poseí a a sabiendas una es-
pecial importancia. De nueve de las cartas que se conservan de é l, tres
tratan de la jurisdicció n sobre el llamado vicariado papal de Tesaló nica.
Accediendo a los ruegos de los obispos locales insatisfechos con Roma y
del patriarca Á tico, un edicto del emperador Teodosio II, del 14 de ju-
lio de 421, somete su jurisdicció n a la Iglesia de Constantinopla, «que
goza de las prerrogativas de la antigua Roma». Inmediatamente protestó
Bonifacio, apoyado por el emperador de Occidente, Honorio, ante el que
se queja «de la traició n de algunos obispos ilí ricos» e incluso tiene é xito.
Con los pertinentes versí culos de la Biblia y ejemplos «histó ricos» insis-
tió lo mismo que sus antecesores en la primací a de Roma, la monopoliza-
ció n del cargo de Pedro, la doctrina petrista, cuyo rasante vuelo en altura
comienza realmente con é l, y favoreció al má ximo la idea del dominio
monocrá tico, el «favor apostolicus». El origen y la autoridad de gobierno
de la Iglesia romana se basan en el bienaventurado Pedro, y Roma es la
cabeza de todas las Iglesias del mundo... Quien se oponga a ello será ex-
cluido del reino de los cielos, pues só lo puede abrirlo «la benevolencia
del portero» Pedro (gratia ianitoris). La doctrina, defendida ya por Zó si-
mo, de la indiscutibilidad de las decisiones y los dogmas petrí sticos, se
ahonda ahora todaví a má s mediante la altanera declaració n de que: «Na-
die debe osar levantar su mano contra la cumbre apostó lica (apostó lico
culminí ),
no estando permitido a nadie impugnar sus decisiones». Resu-
miendo, la Iglesia descansa en Pedro y su sucesor y de é l depende «la to-
talidad de las cosas», só lo quien le obedece alcanza a Dios. 60

Sin embargo, con eso no se resolvieron las dificultades en Iliria. La
oposició n del episcopado local no cesó, pero Bonifacio hizo valer su au-
toridad. Invitó a su vicario a una resistencia resuelta, le presentó el ejem-
plo de Pedro como hé roe (que no fue siempre tan valiente) y se encoleri-
zó: «Tienes al bienaventurado apó stol Pedro, que puede luchar ante ti
por sus derechos [... ]. El pescador no permite que, por mucho que pug-
nes, su sede pierda un derecho [... ]. Te prestará apoyo y someterá a los
infractores del canon y a los enemigos del derecho eclesiá stico». «¿ Qué
queré is? -escribe otra vez con aspereza, remitié ndose a Pedro-. ¿ Debo
ir hacia vosotros con la vara o con amor y espí ritu manso? Pues ambas
cosas, como sabé is, le son posible al bienaventurado Pedro, tratar al man-
so con mansedumbre y domar al soberbio con la vara. Por eso conserva
la sumisió n que se debe a la cabeza. » De todas las maneras, Bonifacio
querí a ver «eliminados» (resecarí ) algunos casos. De tal suerte logró
imponerse el romano en Iliria que, precisamente en los ataques contra la
oposició n ilí rica, consiguió llevar la pretensió n de Roma de dominar en


toda la Iglesia «hasta unos niveles no alcanzados hasta ese momento»
(Wojtowytsch). 61

Así, de la miseria y la divisió n en polí tica interna cada vez mayor de
Occidente, el papado -segú n le hiciera falta luchando con el Estado o
contra é l- se transformó en una potencia polí tica, en uno de los mas po-,
derosos y longevos pará sitos de la historia, «La Santa Sede -se dice con
una errata significativa en el Archivum Historiae Pontificiale de la Uni-
versidad Pontificia, 1978- fue reconocida de manera má s o menos franca
como custodio de la ortodoxia. »62

Pero con mayor furia aú n que en Roma por la «Santa Sede», en Orien-
te se luchó por las grandes sedes episcopales.


NOTAS

Los tí tulos completos de las fuentes primarias de la antigü edad, revis-
tas cientí ficas y obras de consulta má s importantes, así como los de las
fuentes secundarias, se encuentran en la Bibliografí a publicada en el pri-
mer volumen de la obra, Historia criminal del cristianismo: Los orí ge-
nes, desde el paleocristianismo hasta el final de la era constantiniana
(Ediciones Martí nez Roca, colecció n Enigmas del Cristianismo, Barcelo-
na 1990, pp. 315-362), y a ella debe remitirse el lector que desee una in-
formació n má s detallada. Los autores de los que só lo se ha consultado
una obra figuran citados ú nicamente por su nombre en la nota; en los de-
má s casos, se concreta la obra por medio de su sigla.

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