¿Por qué y cómo se falsificó?
Bueno, para el por qué hay multitud de razones. Un motivo importan-
te fue el aumento de autoridad, si bien a menudo só lo fue una circuns-
tancia concomitante. Se intentaba conseguir respeto y difusió n para un
escrito hacié ndolo pasar por el de un autor renombrado, o bien alterando
su edad, o sea, datá ndolo en é pocas anteriores para que formara parte del
pasado evangé lico. Así procedieron los «ortodoxos» y los «herejes»,
confundiendo el falsificador a sus lectores acerca del autor, el lugar y la
copia. Pues al crecer las comunidades cristianas, segú n pasaba el tiempo
iban surgiendo de modo natural nuevos problemas, situaciones e intere-
ses a los que no podí a dar una respuesta la antigua tradició n literaria, la
llamada é poca clá sica, los primeros tiempos apostó licos. Pero ya que se
necesitaba su beneplá cito o al menos reflejar la continuidad legí tima con
los orí genes, se fabricaron en consecuencia escritos y «revelaciones»,
obras falsas que se databan en é pocas anteriores, como «norma al princi-
pio», que evidenciaban una verdad segura. Se escribieron bajo el nombre
de un famoso cristiano, se pretendí a su autorí a por Jesú s, los apó stoles,
sus discí pulos o Padres de la Iglesia prominentes. De este modo no só lo
se incrementaba el prestigio de la falsificació n, sino que se garantizaba
tambié n su amplia difusió n y se esperaba al mismo tiempo protegerla
contra el desenmascaramiento. 154
Los cató licos falsificaron para poder resolver «apostó licamente» en el
sentido de Jesú s y de sus apó stoles, o sea con autoridad, los nuevos pro-
blemas que surgí an de la disciplina eclesiá stica, del derecho de la Iglesia,
de la liturgia, la moral, la teologí a. Tambié n falsificaron los «ortodoxos»
para luchar mediante contrafalsificaciones contra las falsificaciones de
los «herejes», a menudo muy versadas y muy leí das por su correspon-
diente autoridad, como por ejemplo las de los gnó sticos, los maniqueos,
los priscilianistas, etc., como es el caso del Kerygma Petrou, las actas de
Pablo, la Epistula Apostolorum. Esas contrafalsificaciones avisan contra
las falsificaciones «heré ticas», como en la tercera Epí stola a los Corintios.
Insultan y maldicen a sus contrincantes falsificadores practicando exac-
tamente lo mismo, a menudo incluso de modo má s refinado, menos ma-
nifiesto. Y los «herejes» falsificaron sobre todo para conseguir imponer y
para defender sus creencias divergentes del dogma de la Iglesia. 155
Se falsificó asimismo por razones de polí tica de Iglesia y de patriotis-
mo local, por ejemplo para demostrar la fundació n «apostó lica» de una
sede episcopal, para fundar conventos, para garantizar o ampliar sus po-
sesiones, para propagar a un santo. En especial desde el siglo IV se insti-
tuyeron las reliquias, se crearon falsas vidas de santos y monjes, docu-
mentos para conseguir ventajas legales y financieras. 156
Finalmente, se falsificó tambié n para garantizar mediante una falsifi-
cació n la «autenticidad» de otra. Se falsificó tambié n para perjudicar a
enemigos personales, para desacreditar a los rivales. Aunque má s raras
veces, se llegó tambié n a defender a amigos mediante una falsificació n,
como muestran las pretendidas cartas del comes Bonifacio. 157
Pero só lo muy raras veces nos ha llegado el nombre de un falsifica-
dor, como el del cató lico Juan Malalas (retó rico o escolá stico), sobre el
que no sabemos nada má s. Debió ser en 565 patriarca de Constantinopla
y luchar en Alejandrí a contra los monofisitas mediante falsificaciones,
utilizando para ello el nombre del antipatriarca monofisita Teodosio de
Jerusalé n, el de Pedro de los í beros y el del obispo de Majuma (cerca
de Gaza), asimismo monofisita. Zacarí as Rhetor, un monofisita, informa
al respecto en su historia de la Iglesia diciendo que Juan querí a «ser del
agrado» de la multitud, o sea de los diofisitas bajo el patriarca Preterios,
«hacerse un nombre, acumular oro y ser celebrado por esta fatua gloria
[... 1. Puesto que consideraba posible ser censurado por el contenido de
sus libros, no los publicó bajo su propio nombre sino que atribuyó uno a
Teodosio, obispo de Jerusalé n, y otro a Pedro de los í beros, para que los
fieles (es decir, los monofisitas) se confundieran con ellos y los acep-
taran». 158
¿ De qué mé todos se valí an los falsificadores?
El mé todo má s sencillo y tambié n má s frecuente de falsificació n fue
la utilizació n de un nombre falso aunque ilustre de un autor del pasado;
esto sucedí a en el mundo pagano de manera similar a como en el judí o,
pero en la é poca cristiana fue sistemá tico. Hacia finales de la Antigü edad
y con posterioridad, una autoridad preté rita contaba por regla general
má s que una nueva, sobre todo cuando el autor falsificador -requisito ha-
bitual para sus acciones- se sentí a inferior, no tení a un «nombre». Recu-
rrir a un contemporá neo conocido era demasiado arriesgado y é ste podí a
descubrir en cualquier momento la falsificació n haciendo una declara-
ció n, reduciendo sus efectos. Aunque una obra con el nombre del autor
falsificado no tiene por qué ser una falsificació n en sí misma, el falseador
es por lo general tambié n el autor de la obra. Infinidad de libros «apó cri-
fos», aun textos del Nuevo Testamento, surgieron con el propó sito de en-
gañ ar, son falsificaciones conscientes de un gé nero literario de gran pre-
dicado durante la Antigü edad, chapucerí as que pretenden proceder de la
pluma de un autor totalmente distinto, de un hombre que no es idé ntico a
su autor, una personalidad que como má s antigua es tachada de venerable
y santa. 159
Con muchos de estos falsificadores los graves desatinos, las contra-
dicciones y los anacronismos prima facie resultan sospechosos ya menu-
do son suficientes para declarar su falta de autenticidad, en especial
cuando van acompañ ados de exagerados testimonios de autenticidad.
Faltas de este tipo son, por ejemplo: previsiones demasiado llamativas,
proyectos fechados con anterioridad, vaticinio ex eventu, plagio evidente
de un autor posterior o un patró n literario que se repite incensantemente,
cliché s estilistas. Sin embargo, los falsificadores redomados emplean a
menudo los trucos má s osados, los detalles má s sorprendentes, con ob-
jeto de simular autenticidad, inmediatez, la unicidad. Imitan de modo
asombroso el estilo. Hacen las afirmaciones má s ené rgicas con aparente
autoridad. Simulan datos biográ ficos y de situació n, dan indicaciones
precisas sobre el momento y el lugar, sucesos histó ricos há bilmente en-
cajados en su tiempo. Cuidan tambié n lo accesorio, los detalles, para ge-
nerar la sensació n de autenticidad, para hacer tanto má s creí ble la cues-
tió n principal y por tanto má s seguro el é xito de la falsificació n. Entre-
mezclan alusiones a circunstancias legendarias o histó ricas que sugieren
una autenticidad sin cortapisas, la impresió n de historicidad. Aportan
nombres falsos pero há bilmente introducidos (en especial nombres raros,
que sugieren credibilidad, o bien otros corrientes, que no despiertan sos-
pechas). No só lo toman prestados grandes nombres de la historia, sino
que inventan tambié n los garantes adecuados.
Los falsificadores, al falsificar advierten, con tanta sangre frí a como
habilidad, contra los falsificadores. Avisan con maldiciones y amenazas.
Establecen criterios de autenticidad y de este modo hacen má s factible su
propia falsificació n, recalcando su «autenticidad» en multitud de cartas
mediante su firma. Así, el papa cató lico escribe a la emperatriz Helena:
«Saludo de paz enví o yo, papa, con mi letra a tu creyente real alteza».
Algunos falsificadores aseveran paté ticos testimonios oculares y auricu-
lares, algunos firman y sellan, algunos hacen al comienzo y al final de la
falsificació n juramentos sagrados de decir solamente la verdad, como el
autor de una epí stola dominical que se presenta como el apó stol Pedro.
Otro falsario, Jeró nimo, en su transcripció n de un pretendido Evangelio
de Mateo promete: «Traduciré el texto tal como está en el original
hebreo, cuidadosamente, palabra por palabra». Otros cristianos, para
aumentar la confianza en su falsificació n no se recatan en acusar a otros
de falsificació n. Otros má s intentan que sus embustes tengan mayor efi-
cacia mediante amenazas. «Pobres de aquellos -advierte el falsifica-
dor cató lico de la Epistula Apostolorum- que falsifiquen esta mi pala-
bra y mi mandamiento. » Y el Apocalipsis seudoepigrá fico de Esra ame-
naza: «Pero quien no crea en estos libros, arderá igual que Sodoma y
Gomorra». 160
Entre los mé todos de los falsificadores estaba tambié n hacer má s
creí ble la aparició n repentina de presuntos escritos de antiguos autores
mediante maravillosas historias de hallazgos o con el descubrimiento de
copias o de traducciones de originales en otros idiomas en tumbas, en bi-
bliotecas famosas o en archivos, lo que explicarí a su desconocimiento
hasta entonces y el posterior descubrimiento de contenidos importantes.
Tambié n las «revelaciones en sueñ os» condujeron al descubrimiento de
falsificaciones o la invocació n a «transmisió n secreta». Los impostores
gustaban de tener visiones de Cristo, Marí a o los apó stoles y legitimiza-
ban esas visiones mediante nuevos engañ os. 161
En especial, los falsificadores de muchas de las vidas de santos utili-
zan la primera persona y recurren a los testigos oculares para fortalecer
sus mentiras. Y no menos eficaces eran sobre todo los falsificadores de
los libros de revelació n cristianos, prometiendo a los lectores y propaga-
dores de sus producciones el azul del cielo, pero amenazando a sus de-
tractores. Los farsantes presentaban testigos jurados como fiadores de
sus mentiras y para reforzar la confianza incluso decí an algunas verdades
en los aspectos accesorios. Y como en todos sitios, tambié n aquí hay mo-
dos y mé todos variables, otros procedimientos té cnicos y temá ticos, pero
siempre formas recurrentes, por no decir caracterí sticas, si bien pocas co-
sas generales, tí picas. 162
I. o anterior es vá lido sobre todo para la é poca posterior al Nuevo Tes-
tamento y en parte tambié n para la anterior. Está claro que ya a los anti-
guos cristianos no les perturbaba mucho el problema, en particular el de
la seudoepigrafí a, y que en este punto (tampoco) fueron muy escrupulo-
sos. A fin de cuentas, en el cristianismo, por la voluntad de Dios (y la ex-
clamació n de «¡ por Dios! » nunca significa algo bueno) -la historia nos lo
enseñ a-, todo está permitido. En la Antigü edad la mayorí a de las falsifi-
caciones se realizaron para apoyar la fe. (En la Edad Media se falsifica
particularmente para asegurar o ampliar las posesiones y el poder. Ya en
el siglo ix se falsifican documentos papales en todo Occidente, natural-
mente por parte de los eclesiá sticos. ) El caso es que el porcentaje de los
seudoepí grafes es muy grande en el protocristianismo, la prá ctica de la
falsificació n sin escrú pulos la ha habido siempre, incluso en los comien-
zos del cristianismo. «Desgraciadamente -confiesa el teó logo Von Cam-
penhausen-, la veracidad en este sentido no es una de las virtudes cardi-
nales de la Iglesia antigua. »163
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