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En el Nuevo Testamento aparecen seis «epístolas de Pablo» falsificadas




De este modo varios escritos del Nuevo Testamento pasan por ser
obras de los apó stoles. Aunque en algunos de ellos pueda dudarse de la
intenció n de engañ ar, en otros es evidente y en otros má s totalmente se-
guro; no obstante, y contra toda evidencia, se atestigua expresamente su
autenticidad. La idea principal es calificar como «apostó lico» todo lo que
ya está hecho, y sobre todo lo que se está haciendo, y hacerlo vinculante
como norma. 177

Se falsificaron así en el Nuevo Testamento varias epí stolas bajo el
nombre del autor cristiano má s antiguo. Pablo, quien confiesa abierta-
mente que só lo se'trata de proclamar a Cristo, «con o sin segundas inten-
ciones».


Totalmente falsas en el Corpus Paulinum son las dos epí stolas «A Ti-
moteo» y «A Tito», las llamadas cartas pastorales. Eran conocidas en la
cristiandad desde mediados del siglo n y se acabaron incluyendo en el
Nuevo Testamento entre las epí stolas sin poner reparos... hasta comien-
zos del siglo xix. Pero en 1804-1805, J. E. Chr. Schmidt puso en duda la
autenticidad de la primera epí stola a Timoteo, en 1807 Schieiermacher
la rechazó por completo y en 1812, el erudito de Gotinga Eichhom veri-
ficó la falsedad de las tres epí stolas.

Desde entonces esta idea se ha ido imponiendo entre los investigado-
res protestantes y ú ltimamente cada vez má s entre los exé getas cató licos,
si bien hay todaví a unos pocos autores conocidos que siguen defendien-
do esa autenticidad, o al menos una autenticidad parcial (se habla de una
hipó tesis de fragmentos). 178

En las tres epí stolas, que probablemente se redactaron en Asia Menor
a comienzos del siglo n, el falsificador se llama a sí mismo desde un
principio «Pablo, un apó stol de Jesucristo». Escribe en primera persona y
se jacta de haber sido nombrado «predicador y apó stol -digo la verdad,
no miento-, maestro de los paganos en la fe y la verdad». Arremete con
dureza contra los «herejes», de los que a má s de uno «entrega a Satá n».
Fustiga «los cuentos de viejas irreligiosos», «la hipocresí a de los mentiro-
sos», «los charlatanes y encantadores inú tiles, en particular los de los jur
dios, a los que habrí a que cerrar la boca». Pero tambié n calla a las muje-
u. res: «a una mujer no le permito que adoctrine, tampoco que se eleve por
encima del hombre, sino que ha de permanecer en silencio». Y lo mis-
mo deben someterse los esclavos y «respetar a sus señ ores». 179

: Estas tres falsificaciones, que significativamente faltan en las colec-
ciones má s antiguas de las epí stolas de Pablo, ya las considera apó crifas
Marció n al hacer referencia a Pablo. Es muy probable que fueran redac-
tadas precisamente para poder rebatir a Marció n a travé s de Pablo, como
ya sucedió en los siglos n y m con otras falsificaciones eclesiá sticas.
Y habla por sí solo el hecho de que estas falsas «epí stolas de Pablo»,
muy posteriores a Pablo y por lo tanto desde el punto de vista teoló gico y
de derecho canó nico mucho má s evolucionadas, gozaron pronto de gran
popularidad en el catolicismo; que los má s importantes escritores de la
Iglesia las citaran con predilecció n y las utilizaran en contra de las epí s-
tolas paulinas verdaderas; que precisamente estas falsificaciones hicieran
del casi hereje Pablo un hombre de la Iglesia cató lica. Con ellas, infini-
dad de veces los papas han condenado a sus «herejes» y han luchado para
que se reconocieran sus dogmas. 180

En contra de la autenticidad de estas cartas pastorales hay razones
histó ricas, pero aun má s de tipo teoló gico y de lenguaje, razones que no
só lo han ido aumentando con el tiempo sino que se han hecho má s preci-,
sas. «Para los investigadores evangé licos -escribe Wolfgang Speyer, uno


de los mejores conocedores actuales de las falsificaciones de la Antigü e-
dad-, la seudoepigrafí a de los dos escritos a Timoteo y de la epí stola a
Tito se considera probada. » El teó logo Von Campenhausen habla de una
«falsificació n de extraordinaria altura moral» y se las atribuye a san Poli-
carpo, el «anciano prí ncipe de Asia» (Eusebio). El teó logo cató lico Brox,
asimismo un experto en este campo tan poco tratado por la investigació n,
dice de «la manipulació n literaria que es perfecta», si bien «es reconoci-
ble como ficció n», un «engañ o realizado metó dicamente, una presunció n
de autoridad consciente y realizada de manera artí sticamente refina-
da», desde luego «la obra cumbre» de la falsificació n dentro del Nuevo
Testamento. Eruditos má s conservadores en vista de la discrepancia con
las epí stolas paulinas (ciertamente) verdaderas, recurren a la «hipó tesis
del secretario», segú n la cual el autor habrí a sido el secretario de Pablo,
que debió acompañ arle durante mucho tiempo. («Bien es cierto que la
tradició n no sabe nada de tal hombre»: Bibel-Lexikon. } O bien aparece
la «hipó tesis de los fragmentos», el supuesto de que entre los textos fal-
sos de Pablo se encuentran tambié n piezas auté nticas. Pero incluso para
Schelke, las cartas pastorales «no só lo parecen ser distintas a las epí stolas
de Pablo sino tambié n posteriores a ellas». 181

Tal como se supone a menudo y con razones de mucho peso, es muy
probable que la segunda epí stola a los tesalonicenses fuera «concebida
premeditadamente como falsificació n» (Lindemann) atribuyé ndosela a
Pablo.

La autenticidad de la segunda epí stola a los tesalonicenses fue puesta
en entredicho por primera vez en 1801 por J. E. Chr. Schmidt, imponié n-
dose definitivamente la tesis de la falsedad sobre todo gracias a W. Wre-
de en 1903. A comienzos de los añ os treinta, investigadores como A. Jü -
licher y E. Fascher opinaban que dejando establecida una autorí a no pau-
lina de la epí stola «no hemos perdido mucho». Nosotros no, pero sí los
fieles de la Biblia. ¿ Pues qué les parece que durante dos milenios (no
só lo esta) falsificació n estuvo y está en sus «Sagradas Escrituras»? ¿ Que
el falsificador, que sobre todo pretende disipar las dudas sobre la parusia,
el que no se produjera el regreso del Señ or, testifique al final de la epí sto-
la su autenticidad recalcando la firma de mano del propio Pablo? «Aquí
mi saludo, el de Pablo, de mi propia mano. Esta es la señ al de todas mis
cartas: así lo escribo [... ]» Có mo el falsificador, al que no conocemos, no
vacila en prevenir contra las falsificaciones para eludir de este modo el
problema de la autenticidad en su caso. Nadie debe desistir, «ni mediante
una revelació n en el Espí ritu, ni por una palabra ni por una carta, como la
enviada por nos, como si ya hubiera llegado el dí a del Señ or. No permitais que nadie os cinfunda, de ningú n modo [….. }» Es totalmente consciente de su engañ o. Pero no se confunda con é ste: con una epí stola de Pablo falsa quiere desautorizar una auté rntica. Asi, son «muy pocos» los

 


que defienden hoy la autenticidad de la segunda epí stola a los tesaloni-

censes (W. Marxsen). i82          ,

Tambié n la mayorí a de los investigadores consideran la epí stola a
los colosenses como «deuteropaulina», como «no paulina». Y con mu-
cha probabilidad tambié n se falsificó «conscientemente» la epí stola a
los efesios, estrechamente relacionada con la anterior y que desde un
principio se consideró perteneciente a Pablo. Resulta significativo el
hecho de que se encuentren aquí reminiscencias de todas las epí stolas
paulinas importantes, en especial de la destinada a los colosenses, de la
que proceden casi literalmente formulaciones completas; el estilo es
muy retó rico y en realidad má s que una epí stola es una especie de «me-
ditació n sobre los grandes temas cristianos», un «discurso sobre los
misterios o la sabidurí a» (Schiier). Y en ninguna otra epí stola de Pablo
se utiliza la palabra «Iglesia» de manera tan exclusiva en el sentido ca-
tó lico. 183

La epí stola a los hebreos, escrita quizá en el siglo i por un autor
desconocido, se transmitió inicialmente de modo anó nimo y ningú n
escrito antiguo la relacionó con Pablo. Ni siquiera contiene el nom-
bre de é ste, pero al final muestra «de modo intencionado la fó rmula
final de una epí stola paulina» (Lietzmann). Sin embargo, hasta media-
dos del siglo iv no se la consideraba apostó lica, paulina ni canó nica,
pero apareció en el Nuevo Testamento como una carta de «Pablo» y'
como tal se la tomó de manera generalizada hasta Lutero. Pero el re-
formador lo puso en tela de juicio, encontrando en ella paja y madera,
«una epí stola formada por numerosas piezas». En la actualidad, inclu-
so por el lado cató lico, raras veces se atribuye a «Pablo» la epí stola a
los hebreos.

No obstante, desde el siglo n fue admitida por la tradició n ortodoxa.
Aparece en los libros litú rgicos y oficiales de la Iglesia cató lica como
«Epí stola del apó stol san Pablo a los hebreos». Igual aparece en la tra-
ducció n latina del Nuevo Testamento (no así en el texto griego). En reali-
dad no sabemos ni dó nde ni quié n la escribió, y todos los nombres que se
han citado o puedan citarse sobre su autor no son má s que especulacio-
nes. Aunque la teologí a crí tica considera auté nticas otras epí stolas de Pa-
blo tambié n contienen diversas falsificaciones, lo mismo que otros libros
del Nuevo Testamento. 184

No menos de seis epí stolas atribuidas a Pablo por propio testimonio
son en realidad deuteropaulinas, o sea no pertenecientes a Pablo, pero
a pesar de eso aparecen como tales en la Biblia. Si se añ ade la epí stola a
los hebreos serí an siete.


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