El fin justifica los medios: La mentira piadosa está permitida en el cristianismo desde el comienzo
Ciertamente, esto tení a tan poco de novedoso como el resto. La opi-
nió n de que el fin justifica los medios, de que la ficció n y la mentira está n
permitidos al servicio de la religió n, de lo má s sagrado, de la defensa de
la fe, que se trata de «mentiras de emergencia» o, en el caso de las con-
trafalsificaciones, de una especie de «defensa de emergencia», la teorí a
de que para su propio bien habí a que engañ ar a la masa «como a los ni-
ñ os o los enfermos mentales», fue ya moneda de uso corriente en tiem-
pos precristianos, en especial entre los pitagó ricos y los plató nicos. 345
Plató n, que condenó con severidad la mentira, permitió sin embargo
en ciertos casos la inducció n a error, la mentira contra enemigos y ami-
gos como «medio ú til», «irreprochable y provechosa». A pesar de los re-
paros que en principio tiene en contra de esto, permite que los doctos, los
elegidos por así decirlo, embauquen a las personas para su provecho, para
protegerles contra las fatalidades o para servir a una ciudad. Plató n admite
asimismo como justificació n del engañ o los motivos privados y los polí -
ticos. De manera similar, el erudito judí o Filó n de Alejandrí a -que sobre-
vivió a Jesú s alrededor de veinte añ os, pero que en sus cerca de cincuen-
ta escritos no le cita a é l ni a Pablo- aconseja la mentira para provecho
del individuo o de la patria. 346
Los cristianos podí an remitirse a estos puntos de vista o a otros simi-
lares y muchos así lo hicieron. El hecho de una tradició n patrí stica de este
tipo es incuestionable. Si no se trata de la mayorí a de los dirigentes de la
Iglesia, sí que constituyen, como mí nimo, un considerable grupo con opi-
niones profusamente implantadas en el cristianismo. 347
Lo mismo que má s tarde se aprueba prá cticamente la guerra de reli-
gió n, la explotació n y los actos de violencia, así fue al principio con el
engañ o, que por mucho que se le llame «piadoso» no por eso es mejor.
Una larga serie de antiguos Padres de la Iglesia defendió con elocuen-
cia la falsificació n, la mentira, al menos la «mentira necesaria» con un
objetivo «bueno» o «piadoso», entre otros Clemente de Alejandrí a, Hilario
de Poitiers, Didimos el Ciego, Sineio, Casiano, Teodoreto de Kyros, Pro-
copio de Gaza, Martí n de Braga, Juan Klimakos, Germanos de Constan-
tinopla. Nietzsche sabí a muy bien de qué hablaba al escribir: «El cristia-
no, esa ultima ratio del engañ o, es el judí o redivivo, má s aú n, triplemente
redivivo». 348
El autor má s antiguo del Nuevo Testamento, san Pablo, está bajo sos-
pecha de haber reforzado la «verdad» cristiana mediante engañ os y afir-
ma: «Pero si a causa de mi mentira la veracidad de Dios ha puesto tanto
má s de relieve su glorificació n, ¿ por qué seré juzgado como pecador? ». 349
Para Clemente de Alejandrí a (fallecido antes de 215), la mentira y el
engañ o está n permitidos bajo ciertas circunstancias, como puede ser en un
contexto estraté gico o de salvació n de las almas, de historia de la biena-
venturanza. Segú n Clemente, el cristiano perfecto, el «verdadero gnó sti-
co», tambié n mentirá, pero entonces ya no es una mentira ni un engañ o.
Para este Padre de la Iglesia los embusteros «realmente no son los que
transigen por la salvació n, ni tampoco los que yerran en un detalle, sino
aquellos que en las cuestiones decisivas incurren en el error». 350
En consecuencia, los cristianos de la Antigü edad fueron especialmen-
te generosos en la tolerancia de las falsificaciones o de las falsas imputa-
ciones. Por ejemplo, aunque Orí genes no consideraba paulina la epí stola
de los hebreos, justificaba esta imputació n a Pablo porque creí a posible
atribuirle su contenido. «Con toda franqueza» admite «que las ideas pro-
ceden del apó stol, aunque la expresió n y el estilo pertenecen a un hombre
que tení a en su memoria las palabras del apó stol y copió las enseñ anzas
del maestro. Por lo tanto, si una comunidad declara que esta epí stola es
paulina, se puede admitir [... ] quié n realmente la ha escrito, eso só lo lo
sabrá Dios». 351
Orí genes, el mayor teó logo cristiano de los tres primeros siglos, si
bien restringe mucho el mentir, al mismo tiempo no só lo permite el dis-
curso de doble sentido, no só lo las «palabras enigmá ticas» (aenigmatd),
sino tambié n, y de un modo muy decisivo, el engañ o, «la necesidad de
una mentira» (necessitas mentiendí ) como «condimento y medicamento»
(condimentum atque medicamen). Incluso Dios puede mentir, segú n Orí -
genes, y desarrolla entonces é ste una teorí a completa de la «mentira eco-
nó mica» o «pedagó gica» basada en el plan divino de la salvació n. Ser
engañ ado por Dios es, segú n Orí genes, precisamente la felicidad del ser
humano. 352
Hay tambié n otros importantes teó logos, obispos y santos que asumen
la idea del engañ o de Dios, como hacen por ejemplo Gregorio de Nisa o el
Padre de la Iglesia Gregorio Nacianceno, aun cuando lo critique. 353
Asimismo, el Padre de la Iglesia Juan Crisó stomo defiende ené rgica-
mente la necesidad de la mentira con fines de salvació n de las almas. No
siempre debe condenarse un ardid astuto; só lo su intenció n le hace bueno
o malo. Un truco realizado a su debido tiempo y con intenciones correc-
tas tiene «como consecuencia un gran beneficio» y tales tá cticas no só lo
son provechosas para quienes «las aplican, sino tambié n para los propios
engañ ados [... ]». Como tantos otros, tambié n Crisó stomo remite al tó pico
plató nico de la mentira del mé dico, el engañ o de los enfermos por parte
de los mé dicos. Inmoral e insidioso en caso contrario, se convierte así en
medicina, la «má scara del engañ o» bajo ciertas circunstancias legí timo.
Los crasos engañ os del Antiguo Testamento, el patrono de los predicado-
res («Predicar me hace sanar») los transforma triunfante en virtudes.
«¡ Oh, hermosa mentira! », exclama a la vista del embuste bí blico de la ra-
mera Rahab; y todaví a hoy se le ensalza como «el principal educador
moral de su pueblo, tambié n para siglos posteriores [... ]. Só lo Dios sabe
cuá nto bien para innumerables almas ha manado desde entonces, y puede
seguir manando, inagotable». 354
Los Padres de la Iglesia aprovecharon, recopilaron y volvieron a utili-
zar multitud de otros engañ os del Antiguo Testamento para alejar cual-
quier reparo de los cristianos -en determinado sentido- contra el embus-
te y la doblez: el disimulo de David delante de Achis, el rey de Gath; los
trucos de Judith frente a Holofemes; el embuste de Jacob para conseguir
la bendició n de Isaac; el engañ o de las comadronas israelitas en Egipto al
faraó n; el degollamiento de todos los sacerdotes de Baal mediante una
«ú til treta» {utilis simulatio: Jeró nimo, Padre de la Iglesia). Y este mismo
santo y patró n de los eruditos, que defiende la inspiració n y la infalibili-
dad absoluta de la Biblia, alabó la «simulatio» tambié n en el Nuevo Tes-
tamento, la simulació n de Pedro en Antioquí a o la de Pablo, que «simuló
de todo y ante todos para salvar cuando menos a algunos». ¡ Y todaví a
pudo criticar a Orí genes por sus ideas acerca del engañ o legí timo! 355
Segú n Juan Casiano, al que Juan Crisó stomo ordenó diá cono en Cons-
tantinopla antes de que alcanzara una gran influencia sobre la expansió n
del monacato occidental, un cristiano incluso está obligado a mentir cuan-
do se dañ a a sí mismo en sus intereses morales al ayudar a otros. Bajo de-
terminadas condiciones, la mentira, que en sí es un veneno mortal, resul-
ta beneficiosa e imprescindible como los medicamentos, «sine dubio su-
beunda est nobis nec essitas mentiendi». Es sintomá tico que el engañ o y
la mentira no aparecen en la doctrina de los ocho pecados de Casiano, su
censura de los ocho pecados capitales (intemperancia, impureza, avari-
cia, ira, tristeza, hastí o, ambició n, soberbia). 356
Con tales má ximas de los dirigentes de la Iglesia y de las sectas, la
buena conciencia de los cristianos embaucadores, mentirosos e hipó critas
quedaba arropada por todos lados. Makarios de Antioquí a (hacia 650-681)
justifica su falsificació n con la frase: «He actuado así para poder imponer
mis propó sitos». Por la misma é poca, el Padre de la Iglesia Anastasio Si-
naí ta, abad en el Sinaí, en su indigno proceder contra los monofisitas se
apoya en Pablo, 2 Cor. 12, 16: «Pero há bil como soy, os he cogido con
astucia». 357
Norbert Brox, que subraya la idea tan extendida segú n la cual en el
cristianismo se autoriza expresamente, e incluso en ocasiones hasta se ha-
cen obligatorios la astucia, los trucos y el engañ o por amor a la «verdad»
y su intercesió n má s eficaz, exceptú a de esta tradició n patrí stica a la ma-
yorí a de los Padres de la Iglesia y cuenta entre sus adversarios má s radi-
cales a Agustí n. 358
Pero justamente Agustí n, que ya en su é poca pagana mintió mucho
segú n propia confesió n, ¿ siendo cristiano ya no mintió ni engañ o má s?
Un añ o antes de su conversió n, contando 33, pronunció un encendido pa-
negí rico dedicado al emperador Valentiniano II; ¡ el soberano contaba en-
tonces 14 añ os! Agustí n no titubea en «mentir mucho para conseguir el
aplauso de aquellos que sabí an que yo mentí a», recurriendo a todo el bri-
llo de su retó rica, algo que no le impidió má s tarde «censurar toda la adu-
lació n altisonante y la oficiosidad rastrera» en el entorno del emperador.
Pero tambié n para el obispo Agustí n, una mentira de la Biblia, la de Jacob
en el Antiguo Testamento, «no es mentira, sino misterio». Agustí n autori-
za expresamente las invenciones piadosas a favor de la Iglesia. Puesto que
«en cualquiera de sus sentidos, nuestra ficció n (fictio} noesya una menti-
ra, sino expresió n (^wa]JteJa verdad». 359
Por consiguiente, un cristiano no debí a tener mala conciencia, podí a
mentir y falsificar sin escrú pulos si tení a «buenas» intenciones. Tambié n
el cató lico Brox testifica a sus «padres»: «El curso de ideas patrí sticas
muestra una ingeniosidad y flexibilidad en algunas de las series de argu-
mentos justificativos, que reflejan un terreno del pensamiento de la Igle-
sia antigua que -digá moslo otra vez-, aunque no fue tolerado y hollado
por todos (! ), nos ha llegado, de todos modos, en la respetable amplitud
de la tradició n. Y documenta precisamente la peculiar mentalidad segú n
la cual una falsificació n es y se llama falsificació n y una mentira mentira,
pero que a pesar de ello, mediante el cará cter de la conveniencia, de la
utilidad o del provecho se pudo clasificar como positiva». 360
El Padre de la Iglesia Tomá s de Aquino se apoya en el tambié n Padre
de la Iglesia Agustí n, puesto que segú n é l «el mayor servicio» es llevar
«a alguien del error a la verdad» y permite tambié n generosamente fic-
ciones que se refieran a una «res significata», una «verdad sagrada»; o
sea, que por el catolicismo se puede mentir y engañ ar. 361
Má s tarde no se puso en modo alguno coto a este tipo de mentiras,
sino que se amplió cada vez má s. En especial los teó logos má s sobresa-;
lientes de la orden cató lica má s sobresaliente, los jesuí tas, han desarrolla-
do un auté ntico virtuosismo en la enseñ anza del engañ o y han dado multi-
tud de ejemplos. Así, en su obra Crisis theologica, aparecida en 1710, el
jesuí ta Cá rdenas señ ala que no hay mentira si alguien que ha matado a un
francé s {hominem nationen gallum) manifiesta que «é l no ha matado nin-
gú n gallo (gallum), tomando la misma palabra en el significado de " ga-
llo" ». De igual modo, tampoco es una mentira el juego de palabras al de-
cir de una persona presente que no se encuentra aquí (en alemá n: er ist
nicht hier) si lo que se quiere decir es que no come aquí (en alemá n: er
isst nicht hier). Tampoco comete perjurio quien jura tener 20 jarros de
aceite si tiene má s; puesto que «con ello no niega que tenga má s y al mis-
mo tiempo dice la verdad, pues sí que tiene 20 jarros», etc. 362
Dostoyevski se burlaba de la moral y la prá ctica jesuí ticas: «El jesuí ta
miente y está convencido de que mentir por un buen fin es bueno y ú til.
Encomian que actú e segú n sus convicciones, es decir: miente y esto es
malo, pero ya que miente por convicció n, es bueno. Por lo tanto, mentir
es bueno por un lado y malo por el otro. ¡ Maravilloso! ». 363
A la vista de tales conceptos de verdad y moral, el jesuí ta Lehmkuhl,
cuya Theologia moraü s estaba muy difundida por los seminarios europeos
todaví a a finales del siglo xix y comienzos del xx, manifiesta que para
«un sacerdote o religioso piadosos ser señ alados de mentirosos» es un pe-
cado mortal. Pero por otro lado, Lehmkuhl escribe igualmente: «¿ Quié n
tomarí a por una grave difamació n decir que se considera capaz a un ateo
de cometer disimuladamente cualquier crimen {quaelibet crimina)'! »364
Naturalmente, lo que defendí an las primeras autoridades de la Iglesia
en la Antigü edad, en la Edad Media o en los siglos xvin y xix, sigue sien-
do vá lido hoy. Los teó logos solamente lo parafrasean con mayor cuidado.
Uno de los principales moralistas de la actualidad, Bemhard Há ring, de-
nomina lo que Juan Crisó stomo llama mentira y Agustí n (y de manera
aná loga Tomá s de Aquino) ficció n, «lenguaje eufemí stico» (la reserva in-
telectual), y ante «quien pregunta con indiscreció n» aconseja no «dar nin-
guna respuesta». Aunque tambié n se les puede «mantener con un rechazo
o desviarles mediante otra pregunta». Y finalmente, cuando todo falla, el
«discí pulo de Cristo» puede recurrir tambié n a un «lenguaje eufemí stico»
como salida de urgencia «en el mundo maligno» (! ), aunque desde luego
no «debido a cualquier pequenez». (Pero ya que las cosas de la fe, de la
Iglesia, no son nunca pequeneces, entonces puede hablarse siempre de modo
«eufemí stico». )365
Aquí por el contrario, constantemente se habla claro, demasiado claro
para los oí dos eclesiá sticos y fervientes cristianos, y lo mismo en los ca-
pí tulos siguientes.
CAPITULO 2
EL FRAUDE DE LOS MILAGROS
Y LAS RELIQUIAS
«Sin milagros no serí a yo cristiano. » «Sin el milagro no habrí a habido
pecado, si no se hubiera creí do en Jesucristo. »
blaise pascal'
«¿ Por qué los milagros de Jesucrito son verdad y son mentira
los de Esculapio, Apolonio de Tiana y Mahoma? »
denis DiDEROT2
«Que la doctrina es divina me lo demuestran los milagros; pero que
é stos son divinos y no obra del demonio lo he de ver por la doctrina. »
david friedrich STRAÜ SS3
«Las noticias de milagros no son milagros. »
gotthold ephraim LESSIÑ G4
«Cuanto má s contradice un milagro la razó n, tanto má s se corresponde
al concepto de milagro. »
PlERRE BAYLE5
«Un auté ntico milagro, dondequiera que se produjese, serí a un mentí s
que la naturaleza se darí a a sí misma. »
arthur SCHOPENHAUER6
«Tampoco es necesario un grado deformació n superior para la
constatació n de un milagro: los ojos bien abiertos y el sentido comú n
son totalmente suficientes. »
brunsmann, TEÓ LOGO CATÓ LICO7
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