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La «archimártír»




Se considera que la primera má rtir de todas, la «archimá rtir», es santa
Tecla, aunque gracias a un milagro parece que salió indemne de los terri-
bles suplicios, como demuestran unas Actas de Pablo y Tecla falsificadas
por un cató lico y extendidas por todo el orbe cristiano, aunque se pregunta
hoy uno si hay algú n creyente que lo crea. No obstante, los má s grandes
Padres de la Iglesia como Gregorio Nacianceno, Juan Crisó stomo, Am-
brosio, Jeró nimo, Agustí n y otros lo han relatado y la glorificaron.

Nació en Iconio, siendo la bella hija de un «sacerdote de los í dolos»,
Dios abrió su corazó n gracias al sermó n de san Pablo sobre la abstinen-
cia. La enardeció hacia la honestidad por lo que rechazó a su prometido
Thamyris, escapá ndose vestida de hombre con el santo apó stol. Llevada
de nuevo a su casa, el novio y todos los parientes adoradores de í dolos
intentaron recuperar a la esposa de Dios cristiana, inú tilmente. Pablo es
flagelado y expulsado, y Tecla es denunciada como cristiana por su no-
vio y su propia madre y es arrojada totalmente desnuda a rugientes leo-
pardos, leones y tigres. Sin embargo, las bestias se tumbaron a sus pies
como corderos y la lamieron dulcemente. «Un encantamiento tan mara-
villoso está por encima de la virginidad -relata el Padre de la Iglesia Am-
brosio, dejando correr su imaginació n-, mostrando incluso los leones su
admiració n: aunque estuvieran hambrientos no despertaba en ellos el
deseo de devorarla; aunque se les excitara, las fieras no la destrozaban;

aunque se les aguijoneara no se despertaba su furia; aunque habituados,
la costumbre no les hace dudar; aunque fieros, la naturaleza no tení a ya
violencia en ellos. Fueron maestros de la piedad rindiendo tributo a la
santa y maestros de la castidad pues só lo tocaron los pies a la virgen, con
la mirada dirigida al suelo, pudorosa, para que nada masculino, aunque
fuera animal, viera a la virgen desnuda. » ¡ Oh, dios, dios, dios!

La esposa de Dios va a parar en Roma a la hoguera. Pero en medio de
las llamas permanece incó lume. Es arrojada a una fosa llena de serpien-
tes, pero antes de que las horribles ví boras puedan lamer a Tecla, un rayo
del cielo, literalmente despejado las mata. Tambié n se libra despué s de
todas las asechanzas de Sataná s. Bajo el grito de «En nombre de Jesu-
cristo recibo en el ú ltimo dí a el bautismo», se arroja a un estanque lleno
de focas. Pero tampoco es el final. Otro rayo mata a las focas y de modo
milagroso se libera de dos toros salvajes a los que la habí an atado. El no-


vio muere y ella acompañ a a san Pablo en varios viajes apostó licos, reú -
ne a su alrededor a otras ví rgenes piadosas y predica hasta avanzada
edad. Y si no ha muerto, sigue viviendo hoy.

Quien no lo crea: la mayorí a de los Padres de la Iglesia, entre ellos
san Crisó stomo y san Agustí n, agasajan a Tecla como má rtir por las mu-
chas penalidades a las que fue sometida y alaban su pureza virginal; la
catedral de Milá n, donde se la venera como patrona, posee tambié n reli-
quias suyas, al menos las tení a hasta el siglo xix, y la santa Iglesia cató li-
ca sigue celebrando la festividad de santa Tecla el 23 de septiembre. 58

Todaví a a comienzos del siglo xx, un teó logo cató lico (con imprimá -
tur), en una Historia de la Iglesia para la escuela y el hogar, considera
auté ntico este martirio y todos los milagros con los que Dios protegió a
su servidora. Y tambié n la «investigació n» cató lica encuentra aquí «pun-
tos de verdad histó rica». Lo mismo Otto Bardenhewer, antiguo doctor en
teologí a y filosofí a, protonotario apostó lico y catedrá tico de teologí a de
la universidad de Munich, que pone de manifiesto: «Los abundantes tes-
timonios de la literatura eclesiá stica tardí a acerca de Tecla no pueden
atribuirse de manera global a las actas. Má s problemá tico es el valor his-
tó rico del retrato del apó stol. Al comienzo se describe a Pablo como " un
hombre de pequeñ a estatura, calvo, de tibias curvadas, diestro en sus mo-
vimientos {euektikó s}, lleno de encanto; otras veces aparece como un
hombre que tuviera el aspecto de un á ngel" ». 59

La acció n pastoral cató lica ha aportado al asunto esta «jaculatoria»'.
«¡ Te rogamos. Dios todopoderoso! Concé denos que celebremos la me-
moria de tu virgen y má rtir santa Tecla, que en su festividad de todos los
añ os estemos cada vez má s predispuestos para el auté ntico gozo celestial
y má s animados a imitar su heroica fe. Amé n». Ademá s: «Con aproba-
ció n del reverendí simo episcopado de Augsburgo y con la autorizació n
de la superioridad», o sea, de la orden de los capuchinos. El lema de este
tesoro de la casa (con «Doctrina y oració n para cada dí a del añ o»):

«¡ Toma y lee! " ¿ Quié n puede expresarlo con dignidad y no pensar qué
estí mulo poderoso para gloria de la vida del Santí simo Dios y sus virtu-
des de piadosos á nimos, que las contemplan, las crean? Con ello se forta-
lecerá la fe, se alimentará el temor a Dios, se generará el desdé n por el mundo(¡ ), se despertará el anelo de las cosas superterrenales» San Pascasio (60)

La noble forma cató lica que todo esto puede adoptar lo ponen clara-
mente de relieve Ludwig Donin y su obra Leben und Thaten der Heiligen
Gottes oder: Der Triumph des wahren Glaubens in alien Jahrhunderten
(Vida y hechos de los santos de Dios o: El triunfo de la fe verdadera en
todos los siglos), «Con datos de las má s excelentes fuentes histó ricas
y aplicació n prá ctica segú n los hombres espirituales má s acreditados» y
«Con autorizació n del reverendí simo episcopado de Viena». Pero mues

 

 


tra la siguiente «aplicació n» de la vida de santa Tecla: «Nuestros conve-
cinos, nuestros padres, nuestros amigos son a menudo nuestros enemigos
má s crueles. El amor carnal y desordenado (! ) que sienten hacia nosotros,
causa má s mal que el odio del diablo. Se oponen a las buenas intenciones
que tenemos de entregamos a Dios; y sus lisonjas tienen con frecuencia
má s poder para apartarnos del bien o llevamos al mal que las amenazas
y los suplicios de los tiranos». Mencionemos a este respecto uñ as pala-
bras, prohibidas, de san Cipriano: «La infidelidad ajena nos ha arruina-
do, nuestros padres son asesinos».
Este odio a los amigos, al pró jimo, in-
cluso a los propios padres, que se oponen a los fines de la Iglesia, lo en-
señ a el cristianismo desde hace casi dos mil añ os y por sí solo ha causado
quizá má s infelicidad que todas las hogueras. 61

Tras la extinció n de los má rtires, al menos por lo que atañ e al lado ca-
tó lico, fueron especialmente los monjes, pero tambié n buen nú mero de
obispos, quienes comenzaron a asumir un papel milagroso.

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