La «cristianización» del expolio y la expulsión de los «espíritus malignos»
Tan só lo por lo que respecta a Egipto, se conocen 23 «cristianizacio-
nes», por usar ese eufemismo artificioso. Respecto a Siria y Palestina,
32. Naturalmente los señ orí os del templo eran tambié n expoliados, pues
las ciudades sagradas paganas eran a menudo muy ricas. Tení an ingresos
procedentes del capital fundacional, de las tasas, de los impuestos loca-
les y, naturalmente, de los donativos. El dinero fluí a desde las má s diver-
sas fuentes y los sacerdotes mendicantes de diversos cultos orientales eran
famosos por su mano seductora. Aquellas ciudades tení an tambié n tierras
de cultivo con 3. 000 y hasta con 6. 000 arrendatarios. Pero ya el edificio
mismo del templo era sumamente ú til y valí a la pena hacerse con é l. En
Adra (Ezra), entre Bostra y Damasco, la inscripció n de la iglesia de cú pu-
la, datada probablemente en el añ o 515, dice así: «El albergue de los de-
monios se convirtió en casa de Dios». En Roma, donde la transformació n
de templos paganos en iglesias no se puede documentar para antes del si-
glo vi, el papa Fé lix IV (526-530) reconvirtió el templum Sacrae Urbis y
el templum Romuli en una iglesia bajo la advocació n de los santos Cos-
me y Damiá n. Su ejemplo cundió, de forma que, a comienzos del siglo vn,
el papa Bonifacio IV, verbigracia, transformó con la aquiescencia del san-
guinario mastí n imperial. Focas, el Pantheon en la iglesia de Santa Marí a
ad Má rtires sin efectuar ninguna reforma: má ximo ejemplo de cristiani-
zació n de edificios en Roma. Los templos de Cumas y Fondi se tomaron
iglesias. En Cassinum, san Benito erigió una iglesia de San Martí n en el
templo de Apolo y sobre el altar de ese mismo dios edificó la iglesia de
San Juan. Está documentada la transformació n en iglesias de los templos
paganos de Agrigento, Segesta, Himera, Tauromeniom y Siracusa. En Si-
cilia y ya en el siglo iv, se les arrebató a los paganos sus enterramientos y
la necró polis romano-pagana se convirtió en cementerio cristiano. Los ob-
jetos de culto paganos desaparecieron. Tambié n en las Galias, en las tie-
rras alpinas, en el Tirol y en Wallis se transformaron los templos en igle-
sias o sirvieron de fundamento a las mismas. En Grecia, sobre cuyo solar
de la cultura clá sica la cristianizació n hizo progresos má s lentos, fueron
convertidos en iglesias, entre otros muchos, los templos de Apolo en Del-
fos, el de Olimpia y el Partenó n de Atenas. Tambié n el Theseion (templo
de Hefaistos) y el Erectheion de Atenas, cuyos exteriores no fueron mo-
dificados. Cuando el Partenó n, que tení a tres naves, se transformó en una
iglesia de tres naves y coro alto, se respetaron ampliamente sus interio-
res. El Askiepeion y el templo de Illiso atenienses se tomaron asimis-
mo iglesias. En Á frica y por la é poca de san Agustí n, el obispo de Carta-
go, Aurelio, primado norteafricano, aprovechó la solemní sima Fiesta de
Pascua para asentar su cathedra en el templo, ya clausurado, de la Dea
Celestis, que posteriormente serí a demolido pese a ello. Pero tambié n en
otros lugares de Á frica se transformaron los templos paganos en iglesias:
en Henschir Chima, en Madaura, en Maktar, en Sabratha, en Thuburbo,
etc. En Nacianzo, la Iglesia de San Gregorio, el Doctor de la Iglesia, ha-
bí a sido antes templo pagano. En É feso se acondicionó una iglesia en el
llamado Serapeion. El Alejandrí a, el templo de Dionisos se convirtió en
iglesia y el templo del genio de la ciudad, en una hospederí a. En Cons-
tantinopla, el emperador Teodosio convirtió el templo de Helios en un
edificio de viviendas, el de Artemisa en una casa de juego y el de Afrodi-
ta en cochera. Para mayor escarnio mandó construir en tomo de esta ú lti-
ma viviendas para prostitutas pobres. 71
El expolio, la «cristianizació n» de templos, má s frecuente en Grecia y
en Occidente que en Oriente, solí a iniciarse ¡ con ritos de exorcismo, con
una expulsió n de los espí ritus!, pues los má s insignes de entre los Docto-
res de la Iglesia creí an en los espí ritus con tanta firmeza como los adeptos
de la antigua fe. Despué s de la expulsió n de los demonios se procedí a a
derribar y destrozar los eidola, el altar y la imagen venerada. A menudo
se emplazaba allí una iglesia. ¡ Tambié n el arrasamiento a fuego equivalí a
a un exorcismo, puesto que el fuego, cosa sabida, ahuyenta los malos es-
pí ritus! Despué s de la combustió n, el lugar era purificado y los muros o
los cimientos eran empleados para construir la iglesia. O bien, para pro-
fanarlos especialmente, como pavimento del patio. Así se procedió en
Á faca, Burkush, QaFat Qalota y en Baalbek. Tambié n el santo obispo de
Gaza, Porfirio, ordenó despué s de la destrucció n del Mameion de la ciu-
dad, que las piedras del Adyton, que se consideraban sagradas, sirvieran de
pavimento del camino hacia el nuevo templo. Eso como manifestació n
especial del triunfo sobre el paganismo, «para que no solamente las pisen
los hombres, sino tambié n las mujeres, los cerdos y otros animales», ex-
presió n que nos recuerda de pasada en qué lugar tan destacado colocan
los santos cató licos a las mujeres. ¡ Caso nada excepcional!: tambié n en
burdeles fueron convertidos algunos templos. En caso de conservar los
muros, se destruí an todos los ornamentos figurativos: esculturas, relie-
ves, pinturas eran arrasados, revocados y recubiertos de pintura. Despué s
se añ adí a una decoració n con sí mbolos cristianos. 72
Al igual que pasó con muchos templos, numerosas imá genes de dio-
ses se salvaron de la devastació n porque los cristianos las aplicaron a nue-
vos usos, especialmente para embellecer los palacios y plazas de Cons-
tantinopla. Por lo demá s, los cristianos emplearon tambié n otros muchos
materiales de los santuarios para construir o equipar sus iglesias y mo-
nasterios. En Egipto, por ejemplo, se siguieron usando estatuas de dioses
y amuletos grabando en ellos signos cristianos. Parece evidente, verbi-
gracia, que una estatua de Asclepio, la má s famosa sin duda de entre las
deidades terapé uticas de la Antigü edad -muchos de cuyos rasgos má s cho-
cantes fueron traspasados a Jesú s-, se convirtió en una imagen de Cristo.
Una cabeza de Afrodita, en Atenas, en una imagen de Marí a. Una Cibe-
les de Constantinopla, de la que se apartaron los leones y a la que se le
modificaron los brazos, se transformó en una orante. En Eleusis, los cris-
tianos adoraron una imagen de Demeter, que bendecí a las cosechas, has-
ta el siglo xix cuando, en medio del dolor general, se transportó a Ingla-
terra. En Mateleone (Italia), los cató licos invocan a una antigua estatua
de Venus bajo el nombre de santa Venere, especialmente para sanar en-
fermedades propias de la mujer. 73
No só lo los templos, tambié n edificios profanos del paganismo fue-
ron usados por los cristianos como lugares sacros, aunque ello fuese un
caso má s raro. Así por ejemplo, en dos salas del anfiteatro de Salona se
instalaron oratorios. En esas mutaciones de funció n pesaban tambié n ge-
neralmente las razones econó micas y es por ello explicable que fuesen má s
frecuentes en las comarcas pobres y que apenas se procediese a modifi-
caciones arquitectó nicas. 74
Pero no eran é sos los ú nicos mé todos de cristianizar.
En la isla de Filé, cerca de la primera catarata del Nilo, habí a un tem-
plo de Isis, lugar a donde acudí an peregrinos desde remotas tierras. Aquel
culto floreció durante mucho tiempo, algo excepcional en la é poca cris-
tiana. Duró hasta que Narsé s encarceló a sus sacerdotes y envió los í do-
los a Bizancio. A raí z de la subsiguiente usurpació n del santuario, toda la
imaginerí a egipcia fue recubierta de fango del Nilo -procedimiento que
está por lo demá s bien documentado por la arqueologí a-, se dio una
mano de pintura blanca a la costra y sobre é sta se pintaron despué s moti-
vos cristianos. Así se explica que en una antigua Celia de Tebas los cuer-
nos de vaca de la diosa Hathor, la Venus egipcia, despuntasen por encima
del halo de santidad del apó stol Pedro. Fue especialmente en el Alto Egip-
to donde se recubrieron a menudo de pintura las representaciones paga-
nas de los templos: «La tierra de los egipcios está plena de santas y vene-
rables iglesias» (patriarca Cirilo). 75
Otro mé todo muy distinto de cristianizar fue el mostrado por el monje
Abraames, quien no constituye, sin embargo, un caso excepcional. Vestido
de mercader, estableció su residencia en una aldea pagana del Lí bano,
donde predicó finalmente el cristianismo. Cierto que la gente se opuso en
un principio violentamente, pero el misionero supo aprovechar con tal sa-
gacidad una calamidad tributaria que le construyeron una iglesia y lo
querí an tener por sacerdote. Tres añ os estuvo trabajando en aquella viñ a
del Señ or. Despué s fue a tender sus lazos en otro lugar. 76
Por supuesto que ese mé todo no constituí a la regla. Era inequí voca-
mente la Iglesia la que empujaba a la confrontació n directa y dura con el
paganismo y a su exterminio. Era ella la que se impacientaba viendo las
vacilaciones ocasionales del Estado, el cual solí a alternar las fases de mo-
deració n con otras en que atendí a prestamente los deseos de aqué lla para
proceder con toda dureza. Era la Iglesia la que se quejaba por boca de sus
obispos y a travé s de sus sí nodos de la laxitud de los funcionarios estata-
les, que reputaba la perduració n del culto a los dioses como perduració n
de la blasfemia y su erradicació n como un deber sagrado. Y por má s que
circunstancialmente procurase liquidar al competidor religioso con los me-
dios pací ficos de la misió n, sus armas má s frecuentes, especialmente en
las zonas rurales, fueron las de la lucha y la violencia, la oposició n encar-
nizada a las «casas de los demonios», a las «imá genes de los demonios».
De ahí que no fueran raras las refriegas sangrientas y que en su transcur-
so la muchedumbre cristiana «se dejara dirigir por monjes y sacerdotes»
(Schuitze). 77
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